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Wednesday, February 18, 2009

CRONICA

EL FERROCARRIL DE CUBA
EN EL RECUERDO DE MI BISABUELA

Por Adela Soto Álvarez


La memoria es increíble y mientras más pasan los años nos adentramos con mayor facilidad en el pasado que en el presente.

Pienso se deba a eso que llaman "retroceso mental", pero a todos nos sucede lo mismo, por eso es que me pasó las noches recordando mi infancia y dentro de ella las visitas a Pinar del Río a casa de los abuelos y bisabuelos, fieles y arraigados en sus preciadas costumbres y amantes al oficio del ferrocarril por muchas décadas.

Así metida en los recuerdos me llega la bisabuela Carmen con sus fábulas asombrosas y su incansable deseo de regresar de paseo al Perico pueblo de la provincia de Matanzas, lugar donde llegó cuando vino como exiliada en un barco mercante con sus padres y hermanos de Canaria-España.

Sus relatos todos eran importantes y de inmensa sabiduría. En ellos nunca faltó una historia donde no me explicara de punta a punta el surgimiento de cada cosa. Siempre decía que para enriquecer mis conocimientos generales, a pesar de que mi corta edad no me dejaba abarcarlo todo, por eso hoy increíblemente llegan a mi mente con mucha más lucidez que en aquella época.

Recuerdo que una tarde de junio sentadas bajo la sombra del mamoncillo que cubría un buen espacio del patío, ella en un taburete de cuero de carnero y yo columpiándome en un neumático sujeto con una fuerte soga, invento de uno de mis tíos para que disfrutara de mis vacaciones escolares. Comenzó a relatarme la historia del Ferrocarril, porque estaba muy ligada a toda su parentela.

Después de un amplio suspiro, se refirió a la reina de España con un donaire muy propio de ella, después con orgullo me dijo que se llamaba María Cristina de Borbón y que fue la que autorizó a la Junta de Fomento en 1834 precisamente un 12 de diciembre a hipotecar sus rentas y así amortizar un préstamo con Inglaterra, lo que permitió el comienzo y la realización de la construcción de la primera línea de ferrocarril en Cuba.

Con una maestría inigualable me explicó que la responsabilidad de esta construcción estuvo a cargo de una empresa llamada Compañía de Caminos de Hierro que existía en La Habana, y fue la cual construyó los 27.5 kilómetros entre San Cristóbal de La Habana y Santiago de Bejucal, el 19 de noviembre de 1837, convirtiéndose en el primer ferrocarril de Latinoamérica y predecesor del de España.

A pesar del paso de los años no puedo imaginarme como mi bisabuelita podía guardar en su mente tantas fechas y nombres, y narrarlo todo como si con ello estuviera escribiendo una novela. Pero era así elocuente y divina, y muy cubana, a pesar de ser española, pero siempre dijo que la cubanía de su esposo, mi bisabuelo y la de sus hijos la hicieron a ella cubanísima y se reía con una adolescencia envidiable.

Para que aprendiera bien las historias de mi país, me pedía a veces hasta un poquito molesta, prestarle mucha atención y dejar de moverme en el neumático hamaca, por lo que detenía la soga por unos momentos y sin dejar de escucharla comenzaba a impulsarme nuevamente, hasta que la molestaba aun más y me decía con voz fuerte, que aprender no ocupaba tiempo y que una mujer culta valía por dos, entonces dejaba de mecerme y seguía escuchando detenidamente su interesante relato sobe el ferrocarril cubano.

Así fue como me expuso los detalles, de que para las obras de construcción de la línea férrea se emplearon a criollos, chinos, yucatecos, irlandeses y hasta fuerza de trabajo de Irlas Canarias y Estados Unidos.

Con la inauguración de esta línea, la Compañía de Caminos de Hierro de La Habana, se puso en marcha el primer ferrocarril cubano, español, y latinoamericano.

El primer viaje entre San Cristóbal de La Habana y Santiago de Bejucal se realizó durante una mañana lluviosa. Sin embargo no fue un obstáculo para que un público muy entusiasta se situara alrededor de los 27.5 kilómetros del recorrido para ver el ''monstruo de hierro'' arrojando un espeso humo negro por la chimenea y dando vivas a la reina Isabel II.

Aseguraba que este primer tren salió de la estación de Garcini, situada en la calle de Oquendo entre Estrella y Maloja, en la hoy Habana Vieja, y llevaba con sigo varios vagones con más menos unos setenta pasajeros, entre ellos personalidades y autoridades de la colonia.
Cuando llegaron a Santiago de Bejucal, los estaba esperando el Alcalde Corregidor y otras personalidades de esa ciudad.

El precio de la primera clase fue de 20 reales, segunda, 10 reales y los de tercera, 5 reales. El viaje de regreso salió a las 2 de la tarde con igual número de pasajeros. ! Todo una váratela! decía satisfecha y sonriente.

De esta forma Cuba se convirtió en pionera del ferrocarril en Latinoamérica y en el séptimo país en el mundo en poseer este medio de transporte.
El primer ferrocarril lo había logrado Inglaterra en 1825, seguido por Estados Unidos, Francia, Alemania, Bélgica y Rusia.

Cuando terminó con este relato tan interesante, me aseguró que había sido una inversión muy importante y costosa y que era necesario cuidarla y trabajar duro en ella para que perdurara como medio de transporte para todas las generaciones de cubanos.

Por eso nunca se fueron del poblado del Perico, pues tenían una casa al lado del mismo Ferrocarril, precisamente muy cerca de la puerta principal. Era de un señor de apellido Garay radicado allí, dueño del inmueble, y que como le tomó mucho aprecio a su papá se la prestó hasta que el pudiera mejorar su economía.

No pasaron ni tres días le dio empleo como mozo de la estación, después de los vagones, y posteriormente y gracias a su esfuerzo y entereza se convirtió en maquinista, y nunca se le olvidaría como disfrutaba cuando el tren se encontraba en mantenimiento, y velando al padre se la pasaban ella y su hemano pequeño metidos en el monstruo rodante, corriendo por dentro de los vagones, y saltando de uno para el otro.

! Muchos fueron los años metidos en el ferrocarril y en aquellas locomotoras seguidas de la enorme hilera de coches estridentes!, Repetía suspirando con satisfacción y llena de añoranzas.

Por suerte al tiempo consiguieron empleo en el mismo lugar sus hermanos, primero Pepe que era el mayor y después Gabriel, uno de los más chicuelos y así sucesivamente toda la familia fue pasando por el oficio del ferrocarril.

Unos de maquinistas, otros en la carga, venta de comestibles, y hasta uno fue mecánico, pero todos alcanzaron muchos logros y menciones por el buen desempeño y ganándose la confianza del dueño

Me contaba la bisabuela que uno de sus hobby era asomarse a la ventana de la casona a ver pasar el tren, saludar con un pañuelo a los hermanos y al padre, y después verlo perderse en la lejanía seguido por aquella caravana de vagones, que daban la impresión con el bamboleo que se iban a caer de un lado o del otro.

Afirmaba que en esta época el servicio de trenes era fabuloso, por su puntualidad, además no había cúmulo de pasajeros. Las mujeres viajaban con trajes de gala y sombreros con tules en el rostro, y finos equipajes. Los hombres de traje y unos sombreros que llamaban bombines, además de bastón, y no por cojera ,sino por elegancia.

Viajar en tren era un acto casi de lujo, y había vagones, compartidos y reservados, de diferentes clases, una cafetería al fondo, y sus baños bien equipados, sin contar con el servicio de ferromozas y conductores, intachables en conducta y corrección

La vivienda que habitaban desde que llegaron al lugar, era muy cerca al andén, por lo que la línea del tren pasaba casi pegado a la portada. Muchos vecinos de la estación al escuchar el pitazo se valían del mismo y saber la hora exacta, para levantarse, a ordeñar las vacas, irse al trabajo o a la escuela.

No más de una vez me contó haber esperado en la portezuela de la entrada a que su padre o hermano mayor le bajaran la canasta de leche y el pan para el desayuno que compraban en el pueblo aledaño

Así fue creciendo la familia y como es natural ella se casó con mi bisabuelo que era telegrafista de la misma estación de trenes. De esta unión nació mi abuelo Ramón, y tres varones más que como es natural siguieron el oficio, hasta que con el tiempo la terminal de Trenes del Perico llegó a ser propiedad de ellos.

Hasta sus nietos no más de una vez participaron en el aprendizaje ferroviario, porque se fue arraigando tanto en toda la familia aquel oficio que llegó a ser parte de sus vidas, y juró que cuando lo decía se le veía el orgullo en todas las expresiones del agrietado rostro. Y sin dejar de mirar al horizonte por la amplia ventana, o sentada en el patío se perdía en los recuerdos y respiraba profundamente como si el aire le trajera el olor a metal y petróleo que despiden los trenes.

En el año 60 llegó la intervención y el ferrocarril pasó a manos del estado. Situación que ocasionó la muerte por infarto de su esposo, mi bisabuelo, y la deserción para España de uno de sus hijos.

El resto continúo el trabajo bajo mando ajeno, por no desvincularse del oficio que llevaban en la piel y la sangre como herencia inevitable.

Pero el orgullo y la dignidad de mi abuelo Ramón no soportó la embestida del Estado, ni la muerte por esa causa de su padre y decidió mudarse para la provincia de Pinar del Río, llevándose con él a mi abuela, mi madre, mis cuatro tíos y a la bisabuela ya muy viejecita.

En Pinar del Río fueron a vivir a un reparto llamado Oriente, por casualidad cerca de la Terminal de Trenes enclavada en Calzada de La Coloma y Calle Virtudes, en la misma ciudad.

Ya sin mucha vista se sentaba en el comedor y mirando detenidamente para el reloj decía

-Son las cinco...Ya viene el tren... ¿No lo escuchan? -

Y en medio de sus lagunas mentales juraba escuchar el pitazo y se quedaba atenta creyendo que realmente era el tren que iba anunciando su entrada a la Terminal.

En el 1964 falleció después de cinco días en cámara de oxígeno. Yo era muy niña aun pero recuerdo que en el balbuceo agonizante seguía aferrada al pueblecito del Perico y a la Estación de trenes.

Pasaron los años y con ellos llegó la caída del Muro de Berlín y comenzó el desastre ferroviario unido a todos los demás desastres.

Lo que en vida fue la Compañía Ferroviaria se convirtió en un almacen de locomotoras inservibles.

Ya no había piezas para arreglarlas, los vagones de madera se fueron fracturando, los de metal oxidando, las ventanillas perdiendo los cristales, los cerrojos, los marcos. Los raíles descarrilándose, y comenzó el caos del servicio ferroviario unido al resto del transporte en general.

Como es natural al desestabilizarse las salidas diarias, se quedó un único tren funcionado que daba un recorrido de La Habana hasta Guane y viceversa, y otro de La Habana a Santiago de Cuba, por lo que salía cada dos o tres días, y como es natural ante la escases comenzaron las ventas de boletines ilegales a cincuenta pesos cada uno y hasta más.

Los pasajeros que no podían adquirir el boleto a través de la bolsa negra, se quedaban esperanzados a los posibles fallos, lo que ocasionaba tres y cuatro días de estancia, durmiendo sobre los bancos de la estación, o en el piso sobre cartones o periódicos.

La salida de un tren llegó a convertirse en una manifestación pública, donde hasta la policía tenía que intervenir y ni aun así dejaron de ocurrir robos de equipaje, fracturas de brazos, piernas, carteristas, y magullados debajo del tumulto entre otros desastres ocasionados por las carencias.

Hoy en la actualidad pensar en viajar en tren es casi una quimera, porque ninguno llega a su hora, ni al lugar de destino. Tampoco sale a la hora en que tiene marcada la salida, y muchos no salen a ninguna hora, porque están rotos, o descarrilados.

Dentro de ellos la suciedad se acrecienta, al igual que las cucarachas u otro inserto que se ven caminar por las ventanillas y asientos como Pedro por su casa.
Ni en los viajes largos se venden comestibles. El agua del bebedero no siempre existe y cuando la hay es caliente y con gusto a oxido.
La mayor parte de las veces los bebederos están rotos, al igual que los trenes, ya no se les puede llamar "Ferrocarriles de Cuba", sino "Cementerio de Ferrocarriles de Cuba"

Pienso que de continuar así el servicio ferroviario muy pronto desaparecerá de la faz de la tierra caribeña, por lo que considero que es mejor que mi abuela haya pasado a mejor vida, aunque la extrañe, y me duela mucho su ausencia, porque de vivir no podría soportar la destrucción de este medio de transporte que ella tanto admiró y disfrutó en sus recuerdos.

Pobre de mi bisabuela si supiera en qué se ha convertido esa mole de hierro que fue orgullo de nuestro país y de la cual ya no queda ni el silbato, volvería a morir, pero esta vez de tristeza y pena.