“EL TIEMPO DETENIDO”
DEL ESCRITOR CUBANO
GUIDO FELIX CASTELLANOS.
Por. Lic. Adela Soto Álvarez
Si alguien dice que el tiempo se desliza
yo le diré que aquí se ha detenido….
José Ángel Buesa
“El tiempo detenido”, del escritor cubano Guido Félix Castellanos, es más que una novela testimonio, porque tiene entre sus posibilidades de lectura, una detallada pasarela de imágenes que van desde la añoranza hasta el dolor del emigrante.
Y aunque la envuelve en tropos con matices indefinidos, con la idea de todo creador de dar frescura al lenguaje que utiliza; en cada palabra existe una inevitable carga de resignación y tristeza, anudada a esos retazos de su niñez y adolescencia como él mismo dice, vividos en su natal tierra.
Cuando nos vamos adentrando en la trama de esta magistral obra, ineludiblemente nos deslizamos por una infinidad de sensaciones, estados anímicos y espirituales que fueron dejando marcas indelebles en este escritor, que ha hecho todo lo posible porque la flexibilidad no falte en cada línea, y sí que los lectores puedan captar hasta qué punto la menoría puede guardar cosas fabulosas y reales.
Guido Félix Castellanos, descubrió a través de los años, que cuando una persona no tiene camino de regreso corporal, su única salvación es acudir a los recuerdos.
Por eso llevó toda su imaginación a aquellos recónditos lugares de su excelente memoria, haciendo todo lo posible por rescatar la escencia que conoció y disfrutó de aquellos lugares que hoy padecen de un deterioro espiritual y material, provocados por los estragos de medio siglo de desidia y decadencia, pero que para él permanecen intocables.
Por eso teniendo en cuenta las sabias palabras de Marco Valerio Marcial, cuando dijo: “poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces”.
Comenzó a recopilar el pasado con todas las aristas de lo vivido a pesar de la poca estancia en Cuba, pero sintiendo la intensidad con que pasó sus años, rebuscó cada suceso paralizado en su subconsciente y los trajo al consciente como algo definitorio de cada huella que aún sangra al menor roce, para exponerlos a nuestro conocimiento, en los párrafo de esta interesante obra.
Pudiera decirse que “El tiempo detenido” está plagado de un contenido juicioso y testimoniante, que lacera con amor ,ternura y melancolía el instintivo de este escritor que sin proponérselo logra una forma muy peculiar y armónica de captar y almacenar en sus recuerdos imperecederos, aquellos paisajes inolvidables de la Cuba de ayer, tan ligados a todo lo que turbó sus sentidos en la primera edad, y se quedaron ahí como deleite de su coexistencia, para aliviar muchas veces ese desconsuelo grande que nos invade cuando añoramos el ayer.
Guido F. Castellanos, en uno de los encuentros con la realidad, comprendió que la vida no se detiene, pero que es posible volver atrás con optimismo, y revivir el irrecuperable pasado, y después dejarlo perderse en el horizonte y continuar el peregrinaje rumbo que nos indica en camino, pero siempre a la esperanza.
Por eso rememora con ternura y un encanto creador al Central Limonar en la provincia de Matanzas, como una fragua incandescente de sinuosos paisajes y nutrido verdor.
A gente sencilla, franca, alegre, afable y consentidora, que fueron forjando la importancia y el valor de su estirpe y enraizando su carácter a las inevitables perspectivas de su bregar.
Envuelto en una nostalgia grande va narrando su infancia y adolescencia, sus amores tempranos, la belleza de todo lo que construía en su contorno y en sus raíces, con una gama de colores emocionales, donde no deja de ir introduciendo a la más sublime melancolía del desterrado, los trenes con sus vagones y su vapor expuesto al viento.
El campo, la danza indetenible de los árboles que conocieron de sus andanzas infantiles, y aquel inigualable cielo que cubría sus pasos.
La caña de azúcar, las carretas, los caballos y las caballerizas acechadas por los herreros del poblado. Su padre, el boticario, el silbato de los trenes anunciando su llegada.
La escuelita, su primera obra artística inspirada en sus costumbres, donde no dejó de deslizar sobre la cartulina su inolvidable locomotora de vapor que guarda en su pecho encofrado para las remembranzas.
Guido F. Castellano, y el contenido que fluye en esta nueva obra literaria forman dos cosas inseparables que son, el compendio de esa pasión intensa y desgarradora que le provoca lo perdido, y la férrea voluntad de no permitir quede a un lado ese pasado luminoso e inalcanzable que va sobre sus ideas como ponzoña ardiente y suave a la vez.
“El tiempo detenido”, de forma filosófica y social define un panorama vivido por muchos e irradiado por esa linterna omnisciente que va llevando a la trama al centro de cada escena, donde con facilidad nos podemos concentrar en la médula de su protagonista, que indudablemente es el dueño absoluto de este rito que comparte con gentileza y humildad con todos aquellos lectores que deseen leerla.
Indudablemente una de las fortificaciones de resistencia de este escritor está en el recuerdo inolvidable de su país y sus vivencias, así como los importantes sitios que lo conforman.
Por eso esta novela sin códigos y sí con muchas circunstancias en cada lugar narrado de la Cuba de ayer, es una muestra sin posicionamientos de los más variados grados de inquietudes motrices que van desde lo social hasta lo político de forma sublime e indirecta, y que pudiera llamársele en un contexto mucho más amplio, un acto de heroísmo, de luces claras y directas, que copulan dentro de un corazón esperanzado que nunca olvida.
Azorín dijo: “Hay quienes han llevado perpetuamente en su alma, hasta la muerte, la escencia de esa tierra, de ese paisaje y de esa raza”.
Guido Félix Castellano deja implícita en su obra “El tiempo detenido” la certeza de qué los recuerdos de su querida patria perduraran por siempre en su idiosincrasia, porque son su propio espíritu.