CAPITULO 1.
Es un dolor inmensamente agudo, que
va desarmando cada poro y cada fibra.....
El último adiós es cosa
triste, diría que horrible, desgarra corazón y vida. Nunca me gustaron las
despedidas, ni siquiera imaginar no volver a ver a seres queridos, ni amigos fieles.
Pero como todo en la vida no es lo que uno anhela, nada de lo que no me gustaba
pude conseguirlo, y este día recibí el mensaje de mi amiga Lucia de qué fuera a
su casa a despedirme.
Rogué a todos los
santos, pedí hasta de rodillas fuerzas para enfrentar ese momento, pero no tuve
más opción que salir como un resorte al encuentro final, tratando de no
perturbar mi psiquis y poder sacar de lo más hondo esa fuerza superior que tanto
ella como yo necesitábamos en un momento así.
Por eso nunca se me
olvidará esa tarde de invierno cuando caminaba rumbo a la casa de mi amiga y
colega Lucia López, vecina de años, amiga inigualable, y colega inseparable de
múltiples tertulias, de poesía, música, y té de cualquier hierba que apareciera
en medio de nuestra miseria. Lo importante era brindar por el futuro, si es que
en algún momento decidía darnos el frente.
Ya en el lugar y
después de titubear por varios segundos empujé la puerta de madera podrida, que
rechinó como si se percatara del momento y necesitara como yo quejarse a puro
grito.
Detrás de la misma
estaba mi amiga sudando a más no poder, y con un ánimo asombroso repartía a
varios vecinos sus desvencijados sillones, su mesa con tres sillas construida
por Pepe el cabillero, la humilde cama con su colchoneta con más huecos que un
famoso colador, a la vez que quitaba de los clavitos, dos cuadros y dos
diplomas ganados en su desempeño en las letras infantiles.
En un rincón en espera
de ser obsequiadas se podían apreciar tres cazuelas llenas de tizne y
abolladuras, y sobre uno de los cajones, los cuatro trapos con que se vestía.
Implacables y limpios, en turno para también ser donados a la vecindad, que
atropelladamente se debatían en el pequeño espacio, a ver quién se llevaba más.
Saludé a mi amiga con
un fuerte abrazo, y con la gentileza que la caracterizaba me pidió esperara
terminar con la repartidera, por eso fui y me arrinconé en uno de los bordes
del camastro que aún estaba por desarmarse.
De inmediato reconocí a
Lula la presidenta del Comité de Defensa de la Revolución bajo las siglas de (CDR
) que nunca le ofreció un saludo y
estuvo todo el tiempo tras sus huellas, pero tan necesitada como el resto,
colgó los ideales y se unió a la donación de los beneficiados con la huida de
Lucia.
Increíblemente era la
que más pedía y sin esperar a que le dieran agarró el viejo fogón Pike de
precalentamiento y salió horonda como si llevara en su mano una reliquia de
gran valor.
Desgraciadamente hice
acto de presencia de este trance tan ridículo de la presidenta, por lo que la
indignación me segó de repente, pero salí rápido de ella comprendiendo como
muchas veces la necesidad desdobla a las personas.
Realmente me chocaba
que fuera Lula la heredera de aquel fogón viejo y herrumbroso que tanto trabajo
le costó a Lucia adquirir después de estar más de 15 años cocinando con lo que
apareciera.
Entre leña, aserrín, y
un viejo fogoncito de mecha que mi difunda abuela Carmen le regaló en uno de
sus desesperos sin tener donde hacer ni un poco de café
Emeregilda Luisa, más
conocida por Lula como presidenta del CDR era diabólica, metida en todo, y no
salía del borde de la ventana escudriñando la casa de Lucia día y noche.
Y cuando ésta salía al
portalito, disimulaba escondiéndose detrás de la cortina de palitos de bambú
que a los embates del aire la descubría con el constante tintineo.
Pero así es esta vida,
los peores enemigos a la hora de la partida van a recoger los despojos de lo
que en vida fueron sus víctimas.
Aunque a Lucia esto no
le importaba por su carácter afable, y ese don de no odiar ni a sus peores
detractores. Y si la reprendía me sacaba sus conocimientos en numerología,
unidos a la energía y en ese mejunje me callaba y calmaba el enojo, haciéndome
entender que siempre es mejor dar que recibir.
Allí sentada esperando
terminara con sus entregas personales, estuve todo el tiempo. Algunos vecinos y
colegas entraban y salían a despedirla con afecto y miedo, una combinación
difícil de comprender, pero muy real en la Cuba de hoy donde la doble moral
impera como en un reino construido por las altas dosis de pánico que les
inoculan a los hombres.
Fue muy triste el panorama,
porque mientras mi amiga depositaba sus pertenencias al fondo de un gran jabuco
de nylon, y algunos cajones, entre lágrimas, abrazos silenciosos, y golpecitos
en el hombro.
La mayoría daba la
espalda con rapidez para no ser descubiertos a la hora de la salida del humilde
hogar por los búhos a sueldo y también gratuitos que abundan en estas zonas
cubanas.
Quizás para otra
persona hubiese parecido un acto risible, aceptar como regalo aquellas
baratijas, pero para mí que todo lo analizaba, no era más que un episodio
normal de un país donde existen lugares donde se vive como mendigos, y aunque
Lucia tenía muy pocas cosas materiales para dar, muchos de sus vecinos tenían
menos que ella.
Continuara.....