ENTREVISTA LOS AZOTES DEL EXILIO NOVELA

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DEDICADO A MIS PADRES

APRENDIENDO A VIVIR (NOVELA)


AUTOR. ADELA SOTO ALVAREZ 



Algo me ronda por los estratos del alma y me pone en la boca una amargura de rictus definitivo, cuando el recuerdo llega a mi mente como una catarata que corre por mis venas como un río revuelto de vivencias.
Hace tiempo que observo este fenómeno de la propia vida, y mucho más cuando hay algo en el interior de nuestro pecho que necesitamos expresar, por eso pienso que aunque aseguran que el tiempo lo borra todo, yo no lo creo.
Tal vez las cosas se alivien pero no se olvidan, porque en mi, los recuerdos afloran en el momento menos esperado.
Es un látigo que nos azota incansablemente, aunque no siempre se enfrasque en cosas feas, al contrario. Al igual que existen dificultades en la vida de los hombres, también existen momentos tan gratos que uno no puede arrinconar, y los traemos a colación para volver a vivirlos y reafirmarnos, que por suerte conocimos algo bello de este mundo que nos rodea.
Prueba de esto es, que han pasado más de 20 años y aun sintiéndome realizada gracias a mi esfuerzo y la ayuda incondicional de muchas personas que me tendieron su mano en el instante justo, no puedo olvidar mis raíces, esas que están metidas en el lugar más sagrado de mis memorias.
Por lo que una vez más me aseguro, que no importa el tiempo y sus lesiones, las distancias, ni abrazarnos a otra tierra cuando la nuestra la sentimos perdida, porque la grandeza y el valor calman cualquier incertidumbre.
Hoy mis remembranzas recorren la inmensidad de mi cariño. En ellos están mis seres mas queridos. Mi adolescencia y juventud, mi matrimonio, tan simple y repentino, el que jamás podré saber como surgió, ni siquiera el por qué se fue quedando sin palabras y después de una guerra emocional y aguda terminó como todo lo que comienza.
Ese amor de juventud tan sublime, e intenso, él que soñamos y queremos materializar en otro cuerpo, y nos desgastamos porque sea a imagen y semejanza de nuestros deseos. Como duele verlo deshacerse, pasar a la nada, sin objetivo, ni colores, y  llegar a convertirse en un pesar profundo, en una necesidad urgente de separarlo cuerpo y alma de nuestros sentimientos.
Yo la adolescente desmedida, la niña mimada, la que no dejó de soñar con príncipes encantados, y princesas cautivas, donde un valiente espadachín llegara desafiando el custodio de los monstruos, y me tomara entre sus fuertes brazos, agasajándome de amor y caricias y después me tendiera sobre la maleza húmeda dándome un certero beso para toda la vida.
Esa muchacha prendida a los más bellos ensueños, se fue quedando en mis remembranzas. En mi pecho de mandolina rota, en mis ojos desesperados por encontrar aunque fuera un  pedazo de las esquirlas de ese amor encantado y maravilloso que se prendió y aun se prende incontenible, pero que nunca ha llegado a ser cuerpo. Se ha quedado en mi imaginación temblando, sin nombre, ni voz. 
En esa pasión que se trastorna en ilusiones, en rosas, en cualquier amanecer brillante. En las noches de hastío y madreselvas, él que cuando lo invoco, solamente pasa por sobre mis ideas, dejando su aroma inalcanzable, como una estela de placer sin un quejido.
Toda mi memoria es una ráfaga insatisfecha, un maremoto de angustias asfixiadas. Un miedo terrible a no saber que siento, a no saber si vivo o muero en tantas horas dedicadas. Y ahí es donde me llegan los ojos de mi querido padre, su nobleza reflejada en el tiempo.  
Mi madre inofensiva e ingenua en su forma de ver la vida. Siempre afirmando lo que piensa, o imagina.  
La casa perdida en la tierra y los palmares de mí querida patria, y más que todo eso, la fuerza que me ha hecho surgir en cada dificultad, y gritarme  a toda voz,  que sí se puede. Que se puede siempre que seamos capaces de crecernos ante las dificultades y levantarnos sin importarnos las caídas.
Narro todo esto porque estoy segura que quién me conozca ahora, pensará que mi presente siempre fue lleno de matices y posibilidades. Que nunca hubo una lágrima desmoronando el maquillaje, ni un grito desgarrándome el pecho.
Sin embargo existen muchas cosas que decir, y explicar con todos sus detalles. Mucho amor por entregar, palabras por pronunciar, y un enorme deseo de seguir regando sin cansancio, las semillas de la bondad, y la sencillez, para  que germinen y florezcan en nuevas quimeras. En nuevos toques de vida y dicha, en nuevas coordinadas de futuro.
Por eso creo honesto comenzar por contarles cómo llegué al primer punto de esta historia que plasmó en este testimonio con orgullo.
Siendo aun muy jovencita, criada con todo el respeto y la ternura de unos padres maravillosos, un buen día de decisiones familiares salimos del terruño donde nací y dejé  juegos, amistades, los  álamos del monte, las rosas rojas y amarillas del huerto donde de niña perseguía palomillas y gorriones, para verlos batir sus alas libres  y posarse después serenos, e inocentes sobre los aleros de la casa familiar.
Nunca se me olvidara el lugar donde nací y corrí con los muchachos de mi barrio. Fueron mis mejores años, donde no existían pantomimas, todo era puro, inocente, autentico,  como el inmenso patio siempre limpio, como una herencia para todos, donde la buena sombra nos cobijaba, con sus árboles gigantes, de mamoncillos y aguacates verdecitos.
Mis sueños comenzaron ahí, imaginándome descalza correr con las alas bien abiertas, o meciéndome en las hamacas que colgaban mis familiares para descansar, y que yo zafaba por verlos intrigados.
Que agradable es recordar la infancia cuando fue llena de amor filial. Traer a la memoria familiares y amistades. Verlos nuevamente atravesar los cortes de maíz y tabaco para ir a las peleas de gallos, domingo a domingo, en su afán porque su polluelo fuera el mejor, el verdadero campeón de la comarca. 
O simplemente porque era domingo, día de ir al pueblo de paseo, o algún festín provinciano, con aquella sanidad que bendice a la clase más humilde y desprovista, custodiada siempre por algún perro flaco, pero fiel .
Los días de cuaresma con sus vientos cálidos mezclados con el fino polvo que arrasa con los deshechos del camino, y abre al transeúnte un sendero como un álamo que cambia su estación a cada paso.
Ver el fuerte sol radiante expuesto a todas las dimensiones, en medio del cielo azul turquesa, curtiendo la piel del campesino, entre otras peculiaridades de la estación. 
Toda mi vida amé las cosas pequeñas, los detalles, por eso todo viene a mi memoria como un remanso suave de recuerdos inolvidables, y me atormenta el hastío, el deseo de volver a vivir mi niñez y adolescencia, a flotar a la deriva,  dar vueltas y vueltas colgada a mis anhelos.
Aunque intente soltar estos recuerdos, están encadenados en mí, y repasan mi memoria como si fueran la realidad de mi presente.
En ellos permanezco como una alpinista escudriñándolo todo. Ahí está mi hogar  al igual que el resto de las casas y los vecinos de ataño.
El campesino esperado la cuaresma para aparear los animales en celo, o pedir disculpas por algún incidente provocado por la increencia o la vanidad.
Increíblemente los tiempos van con el hombre, al igual que sus prejuicios y costumbres.
En este tiempo las tradiciones eran más fuertes que todo. En cada pueblo hay una iglesia, por lo que era obligatorio ir a la misa de los domingos de ramo, para escuchar las oraciones y recoger su ramita de guano bendito, y colgarla tejida como un cestito o un lazo detrás de cada puerta, con el objetivo de bendecir el hogar. O traer de la fuente de la sacristía un frasco de agua bendita para santiguarse cada mañana llenos de fe.
En esa época el cura era el confidente de todos los vecinos, el que aconsejaba y reprochaba las malas conductas. La gente lo respetaba y temía por su cercanía con Dios. 
No se podía entrar a la iglesia sin velo, las jovencitas los usaban de tul o encaje blanco y las adultas en negro.
Se celebraban procesiones y se rogaba delante del altar mayor por cualquier situación que perturbara la tranquilidad de cada individuo creyente.
Como es natural los habían ateos, incluso que practicaban otras religiones oscurantistas, o que cifraban su fe en objetos o santos de otras creencias como la budista etc.
Pero generalmente la fe cristiana era la que mas se practicaba, y en muchas viviendas había altares con santos católicos, como San Lázaro, Santa Bárbara, La Caridad del Cobre, La virgen de Fátima y otros.
En la cabecera de las camas se ponía la madonna, que es La virgen Maria, o el Miguel Arcángel, protector de los niños, o ángel de la guarda.

Muchas veces mi madre se une a mis recuerdos y suspira por lo perdido, pero continua en sus quehaceres para aliviar la añoranza. Yo la envidio, porque nunca he podido dejar detrás estas recordaciones.
Tal vez necesite un deshollinador para la imaginación, una guía de viaje precisa, que no me deje meterme en tantas cosas que me duelen. Pero veo que todo es imposible.
Mi corazón es un almacén de congojas acumuladas. Nadie las descubre, pero están ahí como saetas punzando, aunque mi fortaleza disimule el dolor intenso.
Por eso más de una vez me regreso al  río claro y fresco, copado de tranquilidad y arbustos prodigiosos, y lanzó en mi imaginación piedrecillas que siento caer sobre sus serenas aguas, reproduciendo un sonido contagioso.
Me razono mojada por sus aguas, llena del frescor del viento que va  despeinando mi pelo y juventud tan llena de promesas. Sin importarme las miradas indiscretas, ni el que dirán malicioso.
El agua para mi es algo divino, algo que purifica y ennoblece. La amo por libre, y deliciosa. Al igual que los paisajes y las flores.
Nunca se me olvidará el gran pozo. Era original construido por mis antepasados.
De él se extraía  con una cubeta  el agua para beber y los demás menesteres de la casa. Este cubo recuerdo que siempre estaba colgado con una gruesa soga sobre el brocal de piedras  salpicadas y grises que cubrían  su alrededor
No hubo un sólo día en que los mayores no nos llamaran la atención sobre el peligro del brocal.  Era constante su llamado, pero nosotros muchas veces burlamos la advertencia y nos acercamos a hurtadillas con el ánimo de observar nuestras caritas reflejadas en las aguas. Los niños son así, curiosos, aunque no sean desobedientes. Por suerte no hubo novedad en nuestra familia, pero se conoció de otros casos que cayeron y se ahogaron sin remedio.
En las zonas rurales los pozos son muy importantes porque no hay acueductos. 
Muchos ancianos dicen que sus aguas y el eco atraen los cuerpos, yo no sé si será cierto o  supersticiones, pero considero que lo mejor  es no acercarse.  
Junto a estos recuerdos están las amigas, y amigos siempre solícitos y elocuentes. Mis primas, mi hermana Irían al igual que yo, llenas de ensueños y realidades propias de la niñez y adolescencia, en espera de que fuera domingo para estrenarnos el nuevo atuendo, lleno de encanges y serpentinas, y los zapaticos de charol, con las medias “Blancas Nieves”, de diferentes colores, aunque yo las prefería blancas, y cortas.
Esto se quedó en mi subconsciente y aun a esta edad me gustan las medias cortas y blancas.
El abuelo gruñón, pero con un corazón de oro, con su pelo cano bien peinado, y su guayabera almidonada, siempre al cuidado de los animales,  a pesar de la cantidad de peones y mozos que habían en la casa. El decía que “el ojo del amo engorda al caballo” y tenía mucha razón en eso.
Otra de las cosas que no dejaba de hacer era llamarnos la atención a cada segundo y empecinado en qué no corriéramos con tanto alboroto.
Mamá todas las mañanas les daba de comer a la cría de gallinas, con su delantal lleno de granos de maíz criollo, mientras yo me detenía a observarla con mucha satisfacción cuando las veía reunirse, unas cacareando, otras llamando a los polluelos, mientras los gallos les hacían la rueda a las ponedoras con las pechugas erguidas y las alas bajas ejerciendo su dominio.  
Todo esto me llega envuelto en una suave ráfaga de reminiscencia junto a las fotos deterioradas y el porte galante de los antepasados.
La foto de mis padres cuando contrajeron nupcias en la iglesia del pueblo. Mamá con su  pelo ensortijado  lleno de azahares, y papá con su traje de moda, y su sombrero de jipi japa  resaltando su rostro hermoso y juvenil.
La sala de casa repleta de fotos de la historia genealógica. Las de la abuela materna con pamela y cintas de colores en el Puente de Hierro, escoltada por las cañabravas.  Fue una de sus últimas fotos. Qué erguida y resplandeciente se veía en su juventud.
Era una amante empedernida de los recuerdos fotográficos, por lo que guardaba con celo y muy bien ordenados los álbumes  de toda la parentela.
Era y es una mujer extraordinaria, nunca tuvo rezagos raciales. Ni soportaba la falsedad, porque le gustaba amar al prójimo como a ella misma sin imbuirse en tabúes religiosos.
Un día como todos abandonó sus raíces y vino para Miami a deambular como todos por los recuerdos.
Es triste acordarse de lo que quedó en el pasado, pero es inevitable traerlo al presente y mucho más cuando la nostalgia nos envuelve en su túnica de necesidades afectivas.
A veces me siento como un barco velero que se fue a la deriva, y me arrincono en mi soledad, entonces es cuando comienzo a rebuscar los buenos momentos para sentirme viva.
Por eso no más de una vez me llegan las viviendas del lugar donde viví por tantos años. Las casas de madera machihembrada, con sus techos amplios de tejas rojas y  portales corredizos. Los sillones de espaldares altos y torneados, los de pajilla, y las comadritas que perduraban a pesar de los años de uso.
Cierro los ojos y me veo caminando pegadita a los portales, arrullada por el sol mañanero, y un placer enorme invade mi pecho.
Mi evocación se fragmenta, lanza destellos y regresa incólume al  bodegón, de la zona donde vivía en mi niñez, unas veces repleto de golosinas y otras carentes hasta de lo menos indispensable.
En este lugar no solamente se iba a comprar los alimentos, la ropa, u otro artículo de necesidad.
Aquí también se reunían los vecinos a ver el único televisor que habia en el terruño.
Algunos jugaban a los dados, otros hacían apuestas por cualquier cosa, y tomaban ron para alejar las penas.
No más de una vez hubo sus riñas por disputas incoherentes, pero al final terminaban como amigos. 
Los campesinos son nobles, y con buena educación. La mayoría analfabetos, y con ásperas manos de tanto escudriñarlas en la tierra,  pero de corazones y costumbres sanas.
El dueño de este bodegón era una persona muy servicial. No más de una vez fió a los clientes más pobres, porque era una época difícil y de muy mala economía para el pueblo en general, imagínense en las zonas rurales.
Nosotros no vivíamos mal, porque mi padre no dejó de trabajar en ningún momento, y teníamos nuestras propiedades, pero a pesar de todo esto, tuvimos nuestras altas y bajas como todo el mundo.
Es innegable que hubo momentos de apuro y desespero, malas pasadas, miseria absoluta y relativa, diferencias sociales, racismo, y discriminaciones. Asesinatos desmedidos, y ajustes de cuentas como en todos los lugares de éste Universo de cosas.
Pero la zona que les cuento, también tenía otras cosas buenas para recordar, además de la familiaridad y la armonía que existía entre todos.
Hoy me meto en mi imaginación y lo recuerdo. Incluso la cantidad de  bohíos valentíerros donde los cultivadores guardaban sus tesoros para los períodos de sequía o de paro laboral. Al igual que las casas de tabaco perdidas entre los verdes campos de tabaco negro, protegidas por el inmenso cielo azul.
El tiempo de los ensartes, cuando la mayoría de las mujeres se levantaban con la salida del sol y se perdían en estas casonas.
Ahí se pasaban todo el día como arañas estirando las hojas, seleccionándolas o cociéndolas a las cujerías, mientras los hombres las recogían en los campos, y subían los palos ya ensartados para los arquitrabes.
No a todos les gustaba el olor a tabaco verde, y mucho menos seco, pero es un olor inigualable, que más que todo huele a cubanía.
Otras de las cosas que nunca olvido son los jardines de mi querido pueblo, todos llenos de flores olorosas, expuestas a las mariposas y a los grillos cantores, bien cuidados y respetados por la vecindad.
Solo los profanaba la mano de un enamorado o una muchacha romántica y llena de ilusiones adicta a secar rosas dentro de los libros.
En medio de este inmenso campo, no dejaban de existir los hornos de carbón en proceso de quema, anunciando con su humo negro y alto el futuro mineral que serviría para cocer los alimentos en casi todas las viviendas de la zona.
El viejo Benito era el carbonero más famoso de la barriada. Su timbre de voz era grave, contaminado con el polvo que despedía la combustión del carbón. Todos lo querían y admiraban. Era un buen hombre, trabajador y honrado. Una tarde lo encontraron ahorcado en las ramas de un cedro. Nadie supo el por qué de su muerte, porque tu esposa también al tiempo se suicidó, dejando al resto de la familia huérfana. El buen hombre era callado, y así transcendió su muerte, dentro de los propios rumores del que dirán, pero la realidad nunca salió a la luz.
Nunca pude entender el por qué las personas un buen día dejan de existir. Muchos dicen que el alma encuentra su lugar en el descanso final, otros que queda en el limbo esperando la resurrección,  el resto piensa que salimos del polvo y al polvo regresamos.
Estos hechos al igual que otros me causaban mucho sufrimiento. Y todo lo que se sufre combustiona.  Quizás por eso siempre estuve al pendiente, buscando una razón lógica que no cayera en contradicciones.
Sobre esto he preguntado muchas veces en mis oraciones, pero siempre me responde el crudo silencio, aunque después de todo pienso que es un acto natural de la propia  existencia que regula nacer y morir de diferentes formas.
Otra de las cosas que inundan mis remembranzas son las calles de mi pueblo, tan humildes y caritativas  dispuestas al transeúnte.
Las viejas amistades de mis padres, todas agrupadas en mi niñez. Los caballos relinchando en los establos, las reses todas concentradas en espera del pastoreo o de ser ordeñadas.
Era un ambiente feliz, porque todo era natural, sin artificios. Y cuando esto existe la contaminación es menos.
Pienso que por esto, mi infancia y juventud pasó llena de ilusiones, e interrogaciones, y cada hecho feliz o infeliz quedó gravado en mi mente y aflora cuando menos lo pienso.
Pero mientras me enfrascaba en estos dilemas, todo trascurría sin preocupaciones. Los mayores eran los únicos que se proponían  enderezar la vida, y cada vez que se reunían en el amplio portalón, se escuchaban algunas voces alteradas con el objetivo de arreglar algún asunto agrícola o ganadero, pero al final siempre terminaban entendiéndose.
A muchos no les gusta el campo,  prefieren la ciudad con todos sus ruidos y su olor a civilización, pero a mi me gustaba la campiña, el olor a hierba fresa,  la primavera repletando los frutales.
Ver las frutas desgajándose, al son de las pedradas de los chiquillos del barrio, y más que eso, el astro rey  de mi país, dispuesto para todos.  O simplemente la luna llena, salir tras el lomerío, y sentir su frialdad sobre mi piel, a la vez que le  pedía un gran deseo.
Por supuesto que a tantos años de vivir en la ciudad me cautiva su aroma y su futuro, pero cuando me quedo a solas, en la intimidad de mi yo interno, enfrascada en mis añoranzas, llegan las mañanas, con sus tardes frescas y pavorosas, y sin poder evitarlo regreso allí donde dejé mi candidez.
En este entonces muchos jóvenes procuraban mi simpatía, mientras yo deliraba por el príncipe azul  que me llenara de mimos y me hiciera sentir la más dichosa de las mujeres.
Hasta que apareció una tarde de verano y me rendí a sus pies como una damisela hechizada.
En ese momento mis ojos solamente veían lo físico. Mi mundo estaba envuelto en libros y la naturaleza, por lo que mis ideas daban vueltas y vueltas por rutas desconocidas.
El era elegante y preciso,  yo una jovencita soñadora, tímida, y obediente, que quería sentir lo que mi corazón ansiaba.
Noviamos algún tiempo, y como era hijo de una familia formidable, dio en el blanco de las cosas importantes para que mis padres lo aceptaran con devoción.
Después del primer embrujo juvenil, las ilusiones se empecinaron en buscar lo que no encontraba con el transcurso de los días y la relación.
Era un tiempo difícil para una joven criada entre costumbres arraigadas y prejuicios dominantes.
Entonces llegó el matrimonio como una conformidad, y seguimos deambulando por las horas, tratando de acomodarnos el uno con el otro, sin muchas preguntas.
La vida siguió su curso, y todos nos acostumbramos a lo que iba sucediendo. Por eso se convirtió en una acumulación de sentimientos que fueron invadiéndome hasta dejarme sin opciones.
Un buen día sin planes, mi familia decidió emigrar. Era para ellos como una luz en medio de la enorme oscuridad. Una necesidad de sepultar lo malo y salir en busca de lo bueno, de un lugar que nos permitiera una integridad diferente.
Nadie investigó mis deseos o decisiones, solamente era una idea fija que habia que cumplir. Entonces el paisaje se me fue tornando diferente, y en menos de un corto tiempo, comenzaron las felicitaciones de las amistades, a la vez que me auguraban las buenas cosas que podían existir al otro lado del mar.  Yo solamente asentía y callaba sin saber cuál seria mi inmediato futuro.
Al fin llegó el día de la partida. Ni uno sólo de mis familiares hablaba del momento, pero a todos le brillaban los ojos.
Una tristeza grande, se impregnaba de nuestros sentimientos, pero habia que continuar porque  todo estaba previsto.
De pronto estaba sobre el avión que nos conducía a otros parajes del mundo.  Miré por la ventanilla y vi alejarse mi realidad cotidiana, solamente el humo que emanaba del adiós de los vivos, era lo que permanecía en cada rostro.
Mi hermana se aferraba nerviosa a mi brazo mientras le aumentaba la impaciencia. Yo me ardía en el dolor del que se marcha, sin saber cuál es el rumbo, y sí lo sabe, desconoce que pasara después.
Al fin la nave aérea fue desplazándose sobre la pista y los corazones comenzaron a saltarnos en el pecho como muchas pelotitas de Pin pon en pleno juego.
Trámites migratorios, aduana, revisión de equipajes,  bienvenidas colectivas, y la gran hilera delante de mis ojos asombrados de la inmensidad del aeropuerto. Pero habíamos llegado y eso era lo importante.
Por la parte trasera del amplio cristal que separa los pasillos de las salas de  espera lo observaba todo sin detenerme en ningún punto preciso, hasta que choqué con los rostros familiares, que satisfechos sonreían dándonos un caluroso saludo de recibimiento. Como todos, las escobas nuevas barren bien, después seria otra cosa.
Ya estábamos en Miami, la ciudad de las luces. La enorme y calurosa ciudad que nos abría sus puertas al futuro, aunque llegáramos como todos, ausentes, desposeídos, llenos de miedo y curiosidad
Una de mis tías siempre me había dicho que el adiós de los vivos era muy triste, tanto para el que se va  como para  el que se queda. Y eso se me metió en las ideas como una saeta, y comenzó a moverse de un lugar a otro, sacándome muchas lágrimas.
Todo era cierto, el malestar lo sentía agudo, abrasador, incontrolable, y comencé a razonar mi salida de Cuba, como se me anudaba la garganta con ese característico sentido trágico, esa sensación que ahoga y duele, que quita el habla. Es como una sacudida despiadada que te deja a merced de lo irreversible.  Parecido al sufrimiento que se ahonda y te quita el respiro.
Digo esto por querer hacer una comparación exacta y entendible, pero les aseguro que fue algo muy fuerte y pesaroso, que se quedó grabado en el lugar más profundo de mis sentimientos.
Yo pensaba que al llegar eso se calmaría, pero no fue así. Mientras más me adentraba en mi nueva realidad, más se me apretaba el nudo.
Muchas cosas inesperadas, un fuerte choque con una verdad grande, una inestabilidad emocional que se va acumulando hasta dejarte en un callejón sin salida.
Por eso es que comprendo que el adiós a la patria grande, aunque parezca tan pequeña como un punto dentro de las dos América, para los cubanos resulta vasta en vivencias y matices, que nos despedaza cuando la dejamos por detrás.
Jamás se me olvidará lo que sentí mientras la miraba perderse en el horizonte bañada por la niebla de la mañana, la que al desaparecer en la distancia, fue como ir dejando un pedazo de mí en aquellas calles, y en los amigos que son irrepetibles.
Pero lo asumí todo como un calvario, y me convertí en un robot soportando miradas despiadadas, groserías, abandonos familiares, insultos, pero no desistí, era muy importante para mí crecerme y salir del hueco.
Sabía que el futuro estaba en mis manos, y era la hora de demostrarle a los míos mi fuerza y espíritu emprendedor.
Miami nos recibió con su frialdad acostumbrada, con su estrés inmaculado,  y sin que me diera tiempo a nada, la diversidad comenzó a mostrarse ante mis asombrados ojos.
Todo el condado era una marea de inmigrantes, sobre todo de América Latina. La mayoría indígenas del sur, que venían en masa empujados por la desesperación y el hambre, a tratar de sobrevivir con el sudor de su frente.
Estábamos en los años setenta. La Florida  era una ciudad poblada por estos inmigrantes y emigrantes, todos en busca del sueño americano. Entre ellos los cubanos.
El idioma era importante para poder llegar a cualquier meta trazada, y ese yo no lo tenía, por eso nos quedamos en Miami para comenzar a labrar nuestro destino inmediato.
La vivienda que nos esperaba era un chalecito con siglos de construcción. Lo único que relucía era sus paredes de madera pintadas de blanco.
En la planta alta estaban los dormitorios decorados con cortinas de florecitas rojas y reproducciones de cuadros venecianos.
Un pequeño balcón unía por fuera dos de las habitaciones y como adorno tenían varias macetas de geranios, y begonias.
Los ventanales eran amplios, y por ellos penetraba el salobre del cercano mar.
La planta baja era para celebrar reuniones, fiestas, visitas, en fin guardaba la mejor presencia para los invitados.
Este lugar estaba cubierto de alfombras por doquier, aunque no cubrían todo el piso de madera. A mi me daba cierto rubor sentir las pisadas sobre la tabla.
Era como un ruido vacío, y penetrante, que producía miedo a quien no tuviera costumbre.
Lo espacioso y cubierto del césped, fue lo que más me llamó la atención, por lo bien chapeado y verde. Allí se respiraba una tranquilidad asombrosa.
Era una casa grande, para nuestras necesidades perentorias. Todo estaba compuesto para la estancia y la comida, el futuro ya era otra cosa. 
Los primeros días pasaron como una ráfaga dejando sus huellas, que fueron inadvertidas ante tanto asombro.
Poco a poco fui tratando de recuperar el equilibrio espiritual en medio de un ambiente aparentemente armonioso y deslumbrante.
Muchas veces me senté a observar a los transeúntes que aunque pocos, se veían ir y venir del patio a la puerta de sus casas, o cuando se bajaban de sus vehículos.
Así descubrí la gran soledad de los más viejos, el eterno dolor  que los lacera, y comencé a sentirme a la deriva, a hundirme en una soledad inmensa y  lejos de todas las distancias.
Un buen  número de factorías despedían su olor a producción en serie, y las calles se nublaban de transportes particulares, unos de lujos y otros llamados transportechos, que solamente sirven para poder llegar al punto acordado. Aunque también había algunas zonas despobladas pues comenzaban los cubanos a nutrir Haleah y  el resto de los puntos cardinales de Miami Norte, Sur, Este y Oeste. etc., etc.
Como todo exiliado, las noches fueron muy difíciles, parecían caer sobre mis sienes todas de un golpe, unidas a una añoranza espeluznante.
Había dejado por detrás no solamente  mis raíces, y mis sueños adolescentes, también mi más genuino sentimiento materno, que no era otro que el que sentía y siento por mi pequeña Eli, la que ayudé a criar con todos los mimos y cuidados de una madre.
Eli era la hija de mi tía Soledad Alonso hermana de mi madre, pero para mi era la mía propia. La que acuné en mis brazos y dejé con solamente seis años.
Cuando esta niñita nació, para mi se iluminó el cielo, y un canto de hadas surco todo el día. 
Fue tanto mi apego, que dentro de mí la sentía como una hija, con ese mismo amor y dedicación con que la acogí. Fue lo más importante a  partir de su nacimiento. Poco a poco fui apoderándome de Eli con el cariño mas intenso.
La acunaba entre mis brazos, le cantaba al oído cuanta canción de cuna existe. Cada vez que lloraba o gemía simplemente,  corría a su lado, para calmarla con mis arrullos.
No puedo explicar con palabras qué me unió tanto a esta criatura, pero fue una fuerza mayor, una identificación e impatia indescifrable.
Esta bebita  con olor a botones frescos, se convirtió en mi razón de ser y así comenzó a crecer entre los más tiernos mimos.
Era traviesa, delgadita y suave como un pétalo de rosa. No jugaba sin descanso como las demás niñas, ni le gustaba correr. Era tranquila, calladita, se conformaba con jugar armando y desarmando casitas  de muñecas y llenándolas de florecitas silvestre.
También le gustaban  las muñecas, y yo me desvivía por conseguírselas a como fuera. Pues esto me hacia sentía muy dichosa, al igual que cuando la veía andar por el jardín o la casa como una mariposa libando el néctar de mi cariño.
Otra de las cosas que no le gustaba era andar sucia, y se disfrazaba de mujer con mis zapatos de tacones, caminando como una modelo para que yo la halagara con mis palabras.
Le gustaba  dibujar árboles y casitas con huertos. Animalitos, y otras cosas propias de su imaginación infantil
Esta hermosa niña se fue adueñando de todo mi espíritu. Cómo recuerdo sus abrazos bien apretados. O cuando la levantaba al aire para que se sintiera bien libre, y volara entre mis manos.
Con ella volví a ser niña, me metí en sus juegos tiernos, y las dos danzamos al compás de su vocecita frágil y armoniosa.
Cuando íbamos a algún cumpleaños la dejaba entrar en las piñatas y me complacía verla regada por el suelo a la captura de caramelos y juguetes.
Nada fue más doloroso para mí, que el día en que tuve que despedirme y dejarla sin comprender mi adiós.
Ha pasado mucho tiempo y todavía recuerdo a mi querida Eli, con sus ojitos brillantes, adherida a mi ternura.
Cómo me ahoga tanta reminiscencia, sus manitos tiernas, su figura hermosa, su inocencia preñando mi sensibilidad.
Su ausencia se acopla a mi corazón con tal fuerza que muchas veces pensé enloquecer de impotencia al no poder ni siquiera escuchar sus palabritas suaves, bañando mi simpatía.
Muchas pesadillas han desequilibrado mis sueños, incluyendo cosas pasadas y presentes. No se si será por el anhelo que me embarga, o porque una culpabilidad oculta de algo que no sé, se mete en mis ideas y me acumula desenfrenos, pero increíblemente una noche en que traté por todos los medios de conciliar el sueño, y por suerte lo logré, tuve una gran pesadilla, precisamente con el Mariel, sin haber ocurrido aun este hecho, el que para mi fue siempre  inexplicable.
Fue como un presentimiento de algo horrendo .Hoy pienso que pudo ser el preludio de mi partida, o tal vez la catástrofe de mi matrimonio, unido a la añoranza eterna por lo que dejé, entre ellos a mi niña.
Soñé que la gente se lanzaba a los mares desesperados. Unos lograban subirse a las lanchas, otros caían al agua, y entre ellas estaba Eli dando fuetes gritos porque una ola se la llevaba.
Todo estaba negro, envuelto en una gran tormenta. Todos desaforados, dando aullidos de pánico.
Eran como un aletear de pajarillos sobre mi cerebro, que a la vez me picoteaban los ojos, y las manos, me sentía muy mal e impotente, y sin saber que hacer.
No quiero ni recordar como me desperté de aquella opresión, ni cuántos días estuve llorando sin consuelo totalmente desorientada. Por todo esto el llanto ha sido mi mejor aliado.
Lloraba desconsoladamente, me refugiaba en mi espiritualidad, hacia ruegos de optimismo para poder continuar, pero su evocación llegaba y llega a todas  horas como un terremoto provocando todo el desconsuelo del mundo.
Recién llegada a Miami mis  padres y hermana me consolaban con el “quizás y el tal vez” del futuro. Mi esposo me prometía reclamarla por reunificación familiar en cuanto tuviéramos un respiro económico, pero sus palabras no me consolaban, sabía que  primeramente teníamos que asentarnos como exiliados para después pensar en reunificaciones y el trecho era largo.  
Al tiempo cuando todo cogió su orden económico, mi esposo la reclamó pero los padres no la dejaron venir, y eso fue una lesión a la dicha de poder compartir con ella toda mi vida como era mi mayor anhelo.
Por lo que no me quedó más remedio que adaptarme a vivir sin su arrullo y su olor a rosas frescas.
La vida de cualquier persona esta llena de inesperados, pero la de un exiliado es muy difícil, como volver a nacer. Esta llena de incertidumbre, sorpresas, irregularidades y total desequilibrio.
Te pasas todo el tiempo tratando de salir adelante, pero cada vez que das un paso, por el propio desconocimiento caes, y tienes que volver a levantarte. Las ausencias también conspiran contra esta primera etapa de adaptación  y te parece que no puedes sostenerte, aunque al final lo logres.
Hay un refrán que dice que “todo lo que comienza es hermoso”. Eso es cierto, pero la primera etapa en un país extranjero es bien espinosa, por lo que no tiene nada que ver con el proverbio popular.
Aprendí que el primer paso a seguir es tener confianza en uno mismo. No dejarse vencer y adaptarse, pero ahí estaba el otro problema, la conformidad de los cubanos es demorada.
En primer lugar porque las costumbres son diferentes, el idioma, la idiosincrasia,  a todos nos cuesta tiempo, un gran esfuerzo y decisión.
Otros no llegan a adaptarse, y viven los primeros años llenos de añoranza hasta que el tiempo los alivia o los aplasta para toda la vida.
Ante todas estas dificultades propias del ser humano y más cuando eres hispano, fui aferrándome a un mar de preguntas, que fueron condenándome a   una inseguridad emocional que no dejaba de arrastrarme por las sendas del pánico.
Como es de imaginarse el insomnio también comenzó a hacer de las suyas, y noche a noche me agredía con sus estocadas incontrolables.
Mi cerebro quería estallar, se me aglomeraban las angustias, las múltiples ideas. El hogar me parecía pequeño para guardar tantas tristezas. Buscaba y no encontraba, no tenia ni un minuto de reposo.
Todo esto se unía a la ebriedad de mi marido, a su aferrada mala conducta hogareña. A sus celos mal infundados, y agresiones verbales, sin darse cuenta que como él yo también enfrentaba una nueva sociedad, con una ausencia enorme.
El se esmeraba en no entender nada, cada palabra suya era como un mosaico sobre mi cabeza. No quería reflexionar y poco a poco se fue convirtiendo en un hombre sin tacto, desgarrando mi desangrado empeño.
Esto sucedía de forma inevitable, era como una meta a cumplirse diariamente, ignorando mi situación. No quería recordar los deberes conyugales cotidianos, lo que juramos al casarnos de ser siempre el uno para el otro, comprensivos y dadivosos. En su interés solo estaban el alcohol y la carne, lograr un estado demente y la polución de su sexo, sin importarle cuales eran mis desahogos.
Todo esto fue contaminando el matrimonio, entre una batalla campal que no encontraba cese, ni siquiera una bandera blanca.
Hubo momentos en que no podía entender como era posible que se dejara hundir en la bebida, si era una buena persona, inteligente, trabajador y decente.
Por qué se dejaba sucumbir en el peor de los vicios, en el mal de tantos hombres. En un machismo desbordado, donde la razón no encontraba su alegato. Hoy pienso que gracias a que su fondo era noble,  a pesar de sus continuas borracheras y enjuiciamientos mal infundados, recalaba en la nobleza y lograba calmarse.
 De lo contrario que hubiera sido de mi, llena de incertidumbre y pavor, cada vez que lo veía perderse en sus múltiples botellas de ron, y cervezas,  y después caer rendido ante la morbosidad que provoca ese vicio que los convierte en fieles creyentes de Vasco ,el  Dios de los alcohólicos.
Lo cierto fue que los meses seguían cruzando sin descanso por sobre mi coraza adolorida. Yo la jovencita acostumbrada a vivir siempre bajo el calor filial, sin pasar ningún tipo de trabajo, criada con todos los mimos y cuidados del mundo. Llena de calor y amor, puro, verdadero, con una conducta intachable, ante la vida, y los demás, tenía que independizarse porque lo requería el momento, la situación, y así lo demandaba la propia subsistencia.
Por lo que tuve que romper el lazo de la convivencia familiar e ir a vivir con mi pareja al patio de una vivienda miamense.  
Para un recién llegado era algo, pero para una persona educada en otra cosa era un reto increíble.
El destartalado apartamentico, por ser fiel a la realidad, se componía de un solo cuarto, un baño y una cocinita pequeña.
Llovía más adentro que afuera, el piso totalmente deteriorado, sin ventanas, solamente unos tablones tapando las hendiduras que hacían las veces de ellas.
Tampoco había una vista agradable, ni siquiera los vientos que soplaban calmaban mi tristeza, porque en este lugar había desconfianza, molestias, desconocimiento y otros sentimientos característicos de las personas que se les olvidó,  que una vez llegaron.
El único ruido que me sacaba del abatimiento y mis torturantes pensamientos en aquel silencio profundo y atroz, era el del tren que por casualidad pasaba por la parte trasera del inmueble que habitaba en el patio de esta casa.
Cuando escuchaba su silbato, y el estrepitoso ruido de sus ruedas de hierro sobre los rieles, me daba la impresión de que el mundo se iba a acabar, pero me gustaba verlo perderse en la lejanía. Su ruido me daba la sensación de que había una multitud a mí alrededor.
Increíblemente a veces hasta los peores ruidos nos acompañan cuando la soledad irrumpe repetidamente.
Unas veces al escucharlo salía a toda carrera, otras me escondía en el interior del cuarto y a hurtadillas lo vía deslizarse a través de los huecos que servían de ventanales.
Por aquellas aberturas también podía divisar el árbol de mangos, que a la vez de brindar un poco de sombra al techito de la habitación, me servia para poner una soguita como tendedera y secar la ropa que lavaba de forma manual  diariamente.
Más de una vez invocaba  la paz terrenal, y me perdía en el amplio cielo, en busca de una ungida estrella tan perdida como yo entre las nubes.
Pero todo regresaba al cruel silencio, habia una realidad quemante, estaba sola en aquella contienda y con un caudal enorme de sentimientos encontrados.
Como es de esperarse y ser  mi primera vivienda en un país desconocido, todo escaseaba. Por lo que como pertenencias tenía la humilde cama, y una mesita con cuatro sillas, el fogón y nevera que eran de la dueña y un viejo sillón que alguien me regaló, esto  era  todo el mobiliario.
En una de las esquinitas un pequeño espacio que servia de closet y una consolita muy deteriorada que servia de mesita de noche. Al tiempo tuvimos algo más, y por suerte lo único de valor. 
A  mi esposo le regalaron una bajilla y una lavadora de uso en su centro de trabajo, él mismo por suerte que consiguió a los pocos días de llegar, y que por suerte también, como estaban reconstruyendo las calles de Miami Beach, sin nunca haber trabajado como operario, se subió sobre un equipo pesado y a la vez que aprendía se ganaba el sustento decentemente.
Pues bien la bajilla duró como un merengue en las puertas de un colegio. De nada sirvió que fuera el único objeto de lujo que poseíamos, ni que la cuidara y protegiera de cualquier rotura.
Los malos ojos, la envidia, la codicia ajena, un buen día la destruyó en un santiamén, y nos quedamos sin atesorar nada.
La realidad golpeaba con fuerzas la supervivencia de mi hogar, y era necesario buscar un empleo para ayudar a la economía, además de independizarme un poco y así poder llegar a ver mis sueños realizados.
Se lo comenté a mi marido, pero este como es de imaginarse se opuso totalmente, exponiéndome una cantidad de prejuicios que llenaban aun más la copa de mi decepción.
Muchas veces me pregunté el por qué nos habíamos vuelto tristes, incomprendidos, sin  armonía ni unión, y la única respuesta la encontraba en el sonido del llavero, o en las visiones que permanecían en mis ojos como fieles guardianes de mi soledad.
Fue un tiempo difícil, que se fue incubando en mi alma, y me obligaba a cruzar los brazos y añorar la paciencia.
Hoy comprendo después de tantos garrotazos, que no lo hizo por malsanidad, sino por sus enchapes a la antigua, y su forma machista de ver la vida.
Pero en aquel momento en que yo necesitaba emancipación, para lograr el equilibrio económico y emocional, lo veía como un torturador, que unido a sus agresiones espirituales iba poco a poco matando lo que sentía por él.
Y no porque fuera una mujer liberal, ni siquiera trabajé en mi país, ni hice nada por hacerlo, porque realmente no fue necesario, pero en el exilio era otra cosa, se convertía en una necesidad imperiosa romper con las tradiciones de la crianza de un país latino y tercermundista y salir adelante para el bien de todos.
Por eso es que después de cada discusión terminaba accediendo a su forma de ver las cosas  y en espera de que algún día comprendiera.
Pensaba que la obediencia era un factor imprescindible, pero era solamente de mi parte, por la de el nunca hubo interés de resolver el clima de fracasos que se tornaba cada vez mas dominante.
Siempre fui una mujer soñadora, amante de la vida, del amor,  de los hábitos y  las tradiciones. Me pasaba todo el tiempo en busca de la realización de mis sueños, por eso me frustraba lo que se salía de ellos.
Tal vez esta forma de ser me hizo daño, pero así nací y crecí bajo las costumbres de una buena familia y mi patrón a seguir fue mi padre, que además de mi ídolo, y mi ruta, ha sido el hombre que más amé y amo en esta vida.
Lo quería tanto que  jamás pude imaginar qué seria de mí el día que me faltara.
También quiero a mi madre y a mi  única hermana, pero el cariño por mi padre era muy especial.
No sé si porque siempre me demostró su sencillez, su bondad, y me enseñó a vivir en un mundo irreal, donde hay que amar hasta al enemigo, y  crecí así, bajo su legado, poniendo la mejilla izquierda, cuando alguien me abofeteaba la derecha.
Imagínense la nobleza de mi padre, que estuvo preso por una injusta acusación, y cuando le dieron la libertad continúo tratando a su calumniador, y lo más admirable; no dejó nunca de tenderle la mano.
Esa fue la mejor lección que de él recibí. Quizás por eso mi vida se debate en una flexibilidad armoniosa hasta con el enemigo.
La vida en Miami continuaba enfrentándome a realidades muy duras, por lo que mi fluctuación emocional aumentaba por días. Lloriqueaba a diario, me sentía un animalito desamparado, sin comprensión. Apaleada por aquel hombre que ya me resultaba insoportable.
Su continuado vicio etílico estaba acabando conmigo y con nuestra unión conceptual. ¿Cómo romper con aquel matrimonio como  palabra de orden?. Era la pregunta de los cien mil pesos, que me martillaba diariamente.
Sabia que tenía que tomar decisiones, definir cual iba a ser mi futuro inmediato, con él o sin el. Pero mis propias concepciones sobre la subsistencia me detenían en cada impulso, y muchas veces creí normal seguir soportándolo por cariño, costumbre, o por el patriarcado que nos engendran nuestros padres desde que nacemos.
Cuando lo sentía llegar del trabajo, me arrinconaba como un perrito desamparado, y desde allí  esperaba  el próximo zarpaso.
El sin muchas palabras después de un mínimo saludo, se dirigía hacia el refrigerador sacaba la botella, halaba una silla y la recostaba contra la pared y comenzaba la primera tanta de alcohol.
 Me miraba de cabezas a pie, y me preguntaba –Qué has hecho hoy- Nada le respondía entre dientes, entonces ya al segundo trago,  se envalentonaba  y comenzaba a desbocar sus criticas, maldiciones,  ofensas contra mi dignidad  por las cosas más simples.
Nada le contestaba, me iba sumisa hacia el fogón y la emprendía con los últimos detalles de la comida, evitando un nuevo enfrentamiento.
Pero mis cuidados, dedicación y cariño no podían con sus juicios mal fundados, las lágrimas me ahogaban en un dos por tres. Era imposible de creer, como aquel hombre se trasformaba y ante cualquier inconformidad alimenticia o no se disparaba sin remedio, logrando aturdirme  y defraudarme.
Yo hacia lo posible e imposible por conversar, contarle de mis proyectos, pedirle participación en ellos. Y el me daba respuestas negativas que aumentaban mi depresión.
Aun así insistía en que comprendiera y participara por el bien de los dos y el matrimonio, pero los diálogos se sentían rotos, interpolados, hasta lograr electrizarme cada  vez que descubría sobre su voz, la brújula que empuja la palabra cuando el alcohol hace de las suyas.
Entonces lo dejaba metido en su hermetismo y me retiraba a mi lecho con un sabor extraño que nunca pude descifrar.
Nunca habia visto morir a nadie, pero me imaginaba que el panorama de la piel de los muertos y su expresión de frialdad era semejante a la que merodeaba en mi pecho.
Mis ojos alucinados buscaban en el techo la respuesta exacta a tanta desmesura, pero lo único que lograba era diluirlos contra las figuras deformes que produce la humedad contra la tabla.
Muchas veces quise morir sin esperar lo que acontecía a la hora de acostarme, todos los días me disponía al rictus que emanaba de las horas, y ahí comenzaban las lágrimas a caer por cada paso que  escuchaba penetrante y en estocada.
Cuando sentía el chillido sordo de la puerta abrirse me sujetaba fuerte de la almohada, buscando un punto exacto para hundirme y no enfrentar lo que venia.
Caminaba como un león en celo, ebrio, y despechado, y comenzaba a bordear la cama verificando si estaba dormida. Yo ni respiraba, pero el apreciaba mi timidez y se envalentonaba como un macho cabrio.
Que lejos estaba de saber que cosa era una entrega, esa donde comienza y termina el amor.
Donde si eres tierno, amoroso, y gentil todo es una satisfacción profunda, inigualable, pero ni no, es igual que una tortura física y mental. Una agresión a la sensibilidad y a lo más puro que tenemos dentro.
Pero que iba a pedirle si no escuchaba, solamente lo guiaban los deseos bestiales de poseer, por eso se lanzaba en la cama con un golpe maestro, y comenzaba a repasar mis interioridades, mientras yo soportaba apretando los labios en un rictus de dolor insondable.
Sin más opción accedía noblemente, evitando sus caprichos envalentonados pero seguía sin lograr nada.
Su nivel etílico era muy elevado, y aunque supiera que estaba totalmente ebrio, insistía caprichosamente arremetiendo contra mi cuerpo como un volcán sin erupción. Empecinado en ver correr  la lava o destruir mi feminidad.
Cuando amanecía no sabía si estaba  muerta, o aun vivía, porque mi consciente ya no tenia subconsciente, y mi mente deambulaba totalmente destruida.
Hacia votos, pedía a dios que me diera fuerzas, sabiduría e  inteligencia para enfrentar los días y el miedo, pero todo continuaba igual, sin encontrar un lugar donde poder asirme ante la violación que me ofertaba.
En medio de esta soledad y desequilibrio nervioso, los dos por encima del nivel, y sin darme tregua a pensar, llegó la posibilidad de huir del bache hogareño y salir en busca del futuro que se abría ante mis ojos aun vendados  por el tormento y el pavor.
Una vecina que conocía de mi incertidumbre económica me habló de una posibilidad de empleo.
Sus palabras fueron para mí como un bálsamo que aliviaba mi situación en general y así fue como encontré mi primera oportunidad laboral en Miami.
Corrí desesperada hasta el lugar que me dijo y gracias a Dios me cogieron sin muchas averiguaciones.
No era nada del otro mundo, pero si un empleo decente en una factoría de Galletas.
Allí trabajé duramente como operaria en una estera, sin horario de almuerzo, aire acondicionado, por ese asunto de los hornos, y en un ambiente de clase baja que terminaba con cualquier sueño de prosperidad.
Las jornadas de trabajo eran sofocantes, pero no tenía más oportunidad que callar, y trabajar catorce horas diarias, por un mísero salario, por lo que tenía que hacer malvares para poder sortear los gastos del mes y la carga de biles que llegaban sin remedio.
Nadie puede imaginarse hasta que punto me agotaba. Las gotas de sudor corrían por mi rostro y cuerpo como un río desbocado, pero habia que seguir adelante, el paso estaba dado y para atrás por nada de este mundo.
En este centro de trabajo sufrí muchísimo. Laboraba como operaria en las esteras de galletas. El ruido era ensordecedor, al igual que todo lo demás. Habia que realizar todas las labores de pie, por lo que cuando terminaba  llegaba a mi hogar hecha polvo.  
El Manager era un hombre de modales rudos, y educación media, que le interesaba más la producción que la vida del hombre.
Todos le temían cuando lo veían acercarse, pues no se permitía hablar, y donde hay mujeres una conversación sigue a la otra.
También hice buenas amistades, pero algunos me humillaban, se reían de mí, se burlaban de mi interés estudiantil, por eso me decían la eterna estudiante, pues todo lo que comenzaba lo tenia que dejar por no tener con que pagar los estudios.
Yo callaba y a veces en medio del dolor sonreía para no explicarle a nadie que no tenia con que sufragar mis estudios. En este tiempo no había becas para los cubanos, todo tenía que ser a cargo del bolsillo, y los salarios eran muy bajos.
Estas cosas me dieron fuerzas para continuar estudiando cuando pude costearme los mismos y salir adelante, porque de mi cerebro no se quitaba la idea de superación y de huir de aquel horrendo lugar.
Y no solo por mí, sino para que mi familia comprobara que la jovencita que habia crecido con todas las comodidades de esta vida, sin tener nunca que trabajar para sustentarse, ahora sufría en carne propia el sudor del obrero, llena de carencias, pero su triunfo estaba cerca.
A mi alrededor habían hombres y mujeres en la misma lucha. La sobrevivencia era el factor de orden. Parecíamos abejas laboriosas en plena faena, agotadas y sumidas en su empeño.
La mayoría paliduchos, cansados, ojerosos, indecisos, desesperados, sin costumbres, y perdiendo el raciocinio.
En esta factoría comprendí muchas cosas, entre ellas la falsead de la vida que no pensé encontrar, y la necesidad de esforzarme cada día más.
Tenía que lograr mi propia independencia, ser fuerte y emprender el camino que el destino puso a mi paso.
Entonces aferrada en estas ideas, me secaba el sudor de la frente, tomaba aire, y seguía en mi estera sin descanso, poniendo oídos sordos a cualquier comentario. En un final yo allí estaba para cumplir con una meta de trabajo, lo demás no era mi problema.
Por lo menos en la factoría de galletas., logré tragarme las coletillas y echar para adelante como si toda la vida hubiese realizado ese trabajo. La parte mas difícil era llegar al hogar.
El hogar para todos debe ser “dulce hogar”,  un templo para el cuerpo, la pareja, y la familia. El mío nunca pudo llevar es nombre, pues yo trataba de buscar  apacibilidad,  comprensión  y mi marido me esperaba a pura guerra.
A partir de saberme convertida en una mujer trabajadora no dejaba el tema, alrededor de la factoría.  Que paraba en lo que realmente era para el una mujer en esos empleos. Y al final todo lo combinaba con las traiciones y los ademanes de la vulgaridad, utilizando un juicio lleno de prejuicios y falsos criterios poblanos.
Como es de imaginarse él venia de otra sociedad. Me conoció sin necesidades económicas, y ahora todo le era confuso y el machismo comenzó a salírsele por los poros.  
No más de una vez me aseguró que yo no podía con aquello, que me diera cuenta que no estaba hecha para el trabajo. Pero yo insistía, y no le hacia caso, habia dado un paso en mi vida muy importante, y aunque él y los demás dudaban de mi constancia yo seguía hasta demostrarles lo contrario,
Por eso mientras se enfrascaba en hacerme vez lo que el creía, yo continuaba firma en mi decisión y no me quejaba a pesar del agotamiento físico y mental, hasta que se quedaba dormido y acallaba el desacuerdo. Entonces yo respiraba tranquilamente, y hacia grandes esfuerzos para descansar después de tantas palabrerías.
Pero toda medida tiene su precio, y mucho más cuando alguien piensa que eres de su propiedad, y eso es lo que sucedía entre mi marido y yo.
Al otro día era lo mismo, todo se repetía como un casete rayado, vivíamos de contienda en contienda.  Y no bastaba el aferrarme al sí, porque el seguía con el no, y regresaba a las tomas de conciencia, y a las peticiones indirectas para que abandonara el camino que me habia trazado.
Le suplicaba paciencia, le explicaba las necesidades de hacer una vida nueva. Las posibilidades que tendríamos para el futuro. Y seguía sin comprender, y aunque  no dejaba de trabajar y luchar por el hogar,  seguía destruyéndolo con sus tergiversaciones arcaicas.
No puedo imaginar a estas alturas que demonios se le apoderaban, pero cada vez se mostraba más descontrolado.
Cuando llegaba del trabajo, se convertía en pocos segundos en un ciclón, y la emprendía conmigo, y en un dos por tres, comenzaba el altercado de los por qué y los por cuántos, la mayor parte de las veces incoherentes.
Por el gran afecto que le tenía, le suplicaba paz, y cambio, posiblemente no todo estaba perdido, pero tenía que poner de su parte.
El no escuchaba mis ruegos y si prometía cambiar, era por unos minutos, inmediatamente recaía nuevamente en el vicio que lo dominaba por dentro y por fuera y le sacaba la fiereza almacenada.
Ya no solamente me llenaba de nuevas ofensas, y celos mal infundados, y aceptaba entre dientes mi empleo, sino que se mantenía en vigilia total creyéndose burlado por cualquier incidencia.
Su carácter egoísta, y acostumbrado a que la mujer era para el hogar, lo llevaban de la mano sin remedio, y todo esto unido al eterno vicio alcohólico el que no abandonaba en ningún momento.
A causa de esto las cosas comenzaron a empeorar, pues ya no era la mujer descansada que lo esperaba tarde a tarde dentro del hogar, y estaba totalmente destinada a su servicio. Ahora era una mujer trabajadora, aferrada en lograr el sueño americano, cansada, y con deseos de dormir para activar fuerzas para el otro día.
A partir de este primer empleo, todo comenzó a agudizarse. No bastaban explicaciones, proyectos, realidades, ni consejos, y la batalla se llegó a convertir en una constante guerra hogareña, sin tegua y si con muchos enemigos. 
Los últimos días en la factoría  fueron terribles, pues la lucha en el hogar era sin tregua al extremo que comenzó arremeter contra la infertilidad, sin aceptar que el único infértil era él, y por encima de todo eso, después de ofender mi dignidad, empezaba con sus acosos sexuales, queriendo que me pasara toda la noche asistiendo sus impotencias alcohólicas, y si me quejaba allá iban las humillaciones emocionales, y las destrucciones espirituales.
Un día recuerdo fuimos a un médico para terminar con las acusaciones de mi esterilidad, la que se empeñaba en tirarme a la cara por cualquier razón entre ofensas y maltratos verbales.
El doctor me recomendó una prueba muy dolorosa para descartar la tupición de las trompas del Falopio, u alguna otra irregularidad ginecológica.
Cuando ya estaba a punto de realizarme el examen me preguntó, qué si a mi marido le habían realizado alguna investigación, al decirle que no, me aconsejó que antes de someterme yo, que lo examinaran a él, y así hicimos.
El resultado fue terrible porque tenia todos los espermatozoides sin vida, es decir el infértil era él no yo.
A partir de esta realidad prefirió callar por unos días y no tocar el tema., pero se fue poniendo más agresivo, por lo que las cosas no cambiaron.
Al igual que yo su anhelo era tener un hijo, yo lo comprendía y entendía, pero  transigía interiormente por eso a partir de saber la vedad lo comenzó a atacar la impotencia de no poder engendrar, por lo que para ahogar ese dolor aumento las dosis de alcohol descompasadamente.
Para tratar de aliviarle la frustración, pensé en adoptar a un niño, pero cada vez que lo veía consumiéndose en su vicio sin remedio me arrepentía, y así fue pasando el tiempo.
Hoy me alegro de no haberlo hecho, de todas formas no era correcto criar a un niño en medio de una infelicidad como la nuestra.
Qué enseñanza podíamos haberle dado, si lo de nosotros era un Rin de boxeo, discusiones, atropellos verbales, ofensas, y el no paraba de beber sin cansancio.
Además siempre he considerado que a un hijo hay que darle mucho amor, y entre nosotros el amor habia muerto, por eso no teníamos nada que ofrecerle.
Mis días en esta  factoría acabaron con mi coraza. Todo era recibir órdenes, no te dejaban ni respirar, de pie todo el tiempo, y acribillada de degradaciones por cualquier perro faldero. 
Tenía que abandonar aquella vida de segunda clase, y seguir buscando un futuro mejor.
Dicen que “el que busca encuentra”, y con el tiempo y un ganchito ese refrán se hizo realidad
Cuando llevaba algún tiempo en la factoría de galletas y me habia graduado en el Collage, llegaron unos amigos de Cuba que por suerte tenían una tía que trabajaba en la electrónica de una joyería. Cuando me lo dijeron vi los cielos abiertos.
Me apresuré a solicitar empleo, y con tan buena suerte lo conseguí y  sin pensarlo dos veces comencé a laborar en esta localidad que estaba enclavada en la 163 calle del norte de Miami.
Como no tenía vehículo, ni con que comprármelo, viajaba unas veces en ómnibus y otras pidiendo ayuda a un vecino, que por suerte algunas veces tenia que transitar por el mismo camino.
Esta de más explicar cuánto miedo sentía al tomar el ómnibus en las desoladas calles de Miami, y trasladarme hasta esa distancia.
Muchas veces salía al amanecer y regresaba al anochecer. Y no hablo de este miedo porque  Miami fuera un lugar de alto índice de asesinos y ladrones, por doquier, pero como en todo país que existen disimilitud de étnicas, y la emigración es a granel, existe de todo como en botica, y nadie sabe con qué idea anda nadie. Por eso me asustaba la noche y la soledad de las calles, y el temor aumentaba al pensar que alguien pudiera hacerme daño.
Por suerte en este nuevo empleo le caí como una onza de oro al dueño, que era un americano muy consciente y buena persona y no tardé mucho tiempo en ganarme su confianza, mejorando con esto mi salario, pues cada vez que era necesario me pedía me quedara después de la jornada laboral haciendo el lap de las sortijas, muchas veces hasta  sábados  y domingos.
Para mi eso era muy bueno, además de aprender bien el oficio, también mis ganancias y aprendizaje aumentaban.
Cuando llevaba un tiempo en este menester, el dueño me puso a contarle los brillantes, y a mi me gustaba  hacerlo, porque aquellas piedrecillas blancas se deslizaban por mis dedos de tal forma que en un dos por tres ya le tenia contadas  una buena cantidad.
 Yo no lo hacia para que el admirara mi destreza, pero aceptando me ganaba aun más su confianza y de forma desinteresada fue naciendo un gran cariño y cordialidad.
Siempre recuerdo los horarios de comida en esta joyería, no solamente porque su dueño era una bella persona, sino porque tenía la peculiaridad de darnos siempre a escoger la comida que traía para los que se quedaban trabajando, recuerdo que yo siempre escogía pollo.
Me gustaba más, pues el resto de los alimentos correspondían a comidas americanas y no me sentía cómoda con aquellos platillos, que aunque sabrosos y bien condimentados no cabían dentro de mi costumbre hispana.
También recuerdo con mucho cariño a Raymundo, el forman de la joyería, una persona muy buena, y cariñosa a la que Emilia, y Mayra dos compañeras de trabajo  y yo nos pasábamos todo el tiempo haciéndole travesuras, pero el aunque muchas veces se molestaba, terminaba sonriente y perdonaba nuestras chiquilladas juveniles.
Al mejorar mi estatus económico, y poder dejar de ser tan dependiente, me comencé a sentir un poquito mas tranquila y así mi esposo pudo comprarse un buldózer para trabajar en la construcción donde ganaba muy buen salario.
A pesar de que nuestros empleos eran mejor remunerados, y se podía respirar un poquito dentro de la economía del hogar, no dejaba de tomar, y comenzó a ligar su vicio a la violencia.
Cada vez que llegaba al estado crítico de la embriaguez comenzaba a lanzar todo lo que veía a su paso, sin importarle sacrificios ni valores, lo importante era descargar su furia contra los objetos, y las cosas.
A mi nunca me agredió físicamente, pero espiritualmente acabo con todo lo que por el sentía en el campo amoroso, porque a pesar de eso lo quería, y le pedí muchas veces que fuera diferente, que yo no era mi interés abandonarlo, pero el prometía y prometía y nunca cumplía.
A veces pienso en eso, y me parece que fue una pesadilla que viví, y trato de olvidar aunque no puedo, porque su actitud marcó en mi,  muchas cosas que hoy arrastro y me son muy difíciles de evitar.
Por eso cada vez que escuchó hablar sobre temas parecidos o iguales, me compadezco de la victima y me surge una furia encabritada interiormente que quisiera acabar con mis propias manos con la violencia intrafamiliar, con el abuso sexual, con los acosos y la embriaguez.
Bajo esta guerra cotidiana me encontraba cuando decidí matricular el preuniversitario  para terminar mis estudios interrumpidos al salir de mi país.
En ese momento era aun muy joven tenia solamente veintidós años, y a pesar de los maltratos emocionales, que recibía a diario por parte de mi esposo, todavía me quedaban las ilusiones del futuro, y mucho amor por dar.
Para poder llegar a tiempo salía del empleo a toda carrera, tomaba el ómnibus y me iba primero a las clases de la segunda enseñanza, después al Ingles Center, porque el idioma me era muy necesario para poder comunicarme en la nueva sociedad que iba descubriendo lentamente.
Los días transcurrían sin descanso para mi espiritualidad. No hubo un sólo instante de paz ni de sosiego en estos últimos meses de unión, todo era una verdadera odisea.
Ya no estaba segura si era bueno llegar, o lo mejor era irme definitivamente, o continuar de cruzada en cruzada,  por lo que esa idea nuevamente comenzó a tomar un buen espacio en mi cerebro aun aturdido.
Muchas veces se lo comenté, otras se lo sugerí,  incluso le dije que podíamos continuar bajo el mismo techo, pero él en su vida y yo en la mía, pero nada aceptaba, solamente la emprendía a cada segundo con ofensas y maltratos verbales que no solamente herían mi sensibilidad sino que me impulsaban a huir definitivamente de su lado.
Quizás no me crean pero mi optimismo fue creciendo a pesar de las dificultades, los tropiezos, el cansancio y mi realidad hogareña.
Mi mente todo el tiempo se trataba de mantener positiva, aunque no les niego que más de una vez el desespero atacó mis neuronas y me parecía que iba a explotar, y el miedo hacia de mi una endeble avecilla desvalida.
Hoy recuerdo esto y me doy cuenta qué tan sola estaba, a pesar de que en aquellos momentos en que comenzaron mis crisis de tristeza y angustia, primero por la ausencia de la patria, y después por las discrepancias conyugales, vivía aun con mi esposo, por lo que indudablemente su compañía fue la que me enfermó, con sus constantes desequilibrios alcohólicos, y aferramientos a un matrimonio que ya no tenía objetividad, ni amor, ni ternura, y mucho menos ilusiones.
No solamente rompía todo lo que habia en nuestro humilde hogar sino que rompió con todo lo bueno que habia dentro de mí hacia él.
En este empleo en la joyería me mantuve por un buen tiempo, trabajaba sin parar hasta sábados y domingos, lo importante era salir adelante, lograr ser independiente y alcanzar  un futuro mejor.
Recuerdo que me encantaba ver las prendas tras las vidrieras resplandecientes y doradas. Unas con piedras de diferentes colores, otras con chapas de oro, e iniciales. Todo era maravilloso. Amplias vitrinas repletas de collares y pulseras, que por muchos instantes me daba la impresión que todas eran mías, y las lucia en mi imaginación como una reina.
El trabajo era compensador con lo que allí existía. La clientela también era educada y de buen porte. Me sentía muy bien en aquel ambiente refrigerado y pulcro. El salario que recibía era bueno, y me dio la posibilidad de seguir independizándome.
No puedo negar que como en todo lugar hubo envidias regadas por el aire, y más que otro criterio mal sano en contra de mi capacidad e ímpetus laboral. Pero nunca me interesaron esas cosas, porque soy de las que pienso que la indiferencia es la mejor arma contra la pobreza del espíritu.
Así con el este optimismo y acopiando fuerzas y paciencia me gradué en la escuela en Practica de oficina, y contador de libro, porque la superación también te abre las puertas.
Muchas de mis amistades me preguntaban cómo era posible que pudiera trabajar y estudiar sin cansancio, además de los problemas propios de cualquier hogar y pareja, pero yo nada contaba,  solamente sonreía y respondía que con esfuerzo todo se logra.
Como ya tenía dos calificaciones en este país y mi inglés mejoraba por días, traté de cambiar de trabajo para reparar la economía y sin mucho buscar encontré un empleo en el Departamento de Circulación  en el Diario Las América  en Miami. Aquí tuve de jefe a un señor muy bondadoso y bueno, el cual se ganó mi afecto y cariño, al igual que yo el de él.
Una vez me dijo que yo era buena para este empleo, porque apaciguaba a las personas. Yo me sonreía y a la vez pensaba que era cierto, pero al único que no podía apaciguar era a mi marido, el que continuaba acabando con mi existencia, y destruyendo lo poco que poseía en cada arranque de celos y alcoholismo.
Este diario se encontraba en la 36 y la 41  al Norte de Miami, un lugar poblado por extranjeros, entre ellos afro americanos y latinos oriundos de diferentes países de la América latina, por lo que podrán imaginarse cuantas culturas mezcladas, por lo que el miedo aumentaba porque aun continuaba viajando en ómnibus pues lo que ganábamos mi esposo y yo aunque no era malo del todo, solamente alcanzaba para cubrir los biles del hogar y comer.
Pero como todo no es como uno piensa, surgió el primer conflicto familiar en medio del atolladero que tenia de trabajo e incomprensiones maritales.
Mi madre enfermó y hubo que hospitalizarla en el Jackson, un buen hospital que está enclavado en la 16 y la 12 al Norte de Miami.
Aunque existe un refrán que dice “lo largo se hace corto de acuerdo al interés”, las distancias que tenia que recorrer a diario de la casa al trabajo y de este al hospital eran espantosas, por lo que mi sistema nervioso central comenzó a alterarse mucho mas de lo que ya estaba, y más en mi que todo lo cogía a pecho, y por cualquier causa ya estaba llorando como una magdalena.
Mi esposo al saber de mi alteración, aprovechó que las cosas entre nosotros estaban tocando fondo, y quiso tener un acto de alivio.
Así fue como tuve el primer vehículo para poder transportarme de un lugar a otro en medio de una depresión nerviosa que estaba desequilibrándome con tantos problemas.
El auto que me regaló era de uso, pero para quien no tenga ninguno es algo muy importante, pero ahí fue cuando comenzó el otro problema, no sabía conducir, y nadie confiaba en mí para enseñarme.
Ante este nuevo problema y con una necesidad enorme de independencia, me subí al carro y comencé a aprender hasta que en pocos días salí manejando sola ante el asombro de mi familia y de mi propio esposo.
Como ya tenía mas libertad de movimientos, comencé a sentirme un poquito mejor anímicamente.
Mamá mejoró y todo aparentemente comenzó a coger su curso normal, hasta un día en que traté de encontrar un arreglo en el único problema que quedaba sin solución, y hablé con mi marido para convivir juntos, pero sin relaciones íntimas.
Le expliqué mis decepciones, el por qué decidía la separación sexual. Cuánto lo quería como persona, pero que ya no despertaba en mi ninguna ilusión, porque él mismo la fue matando con su actitud inconsecuente, y su forma de posesión egoísta y prepotente.
Que no quería dañarlo, aunque el habia acabado con mis sueños de mujer, y me habia obligado a reprimir mis deseos más espirituales, sin darse cuenta el daño que me hacia. En fin le dije tantas verdades que lo convencí a la convivencia sin otras relaciones que no fueran familiares, con respeto y comprensión y el aceptó conforme y aparentemente tranquilo.
Así estuvimos por un año, cada cual en lo suyo, tratándome como un adorno de mesa, y sin dejar sus borracheras nocturnas, ni sus palabras obscenas por cualquier motivo, pero que yo trataba de ignorar, o simplemente lo dejaba solo en el hogar y me iba a dar un paseo para refrescar el mal momento.
En este tiempo conocí a muchas personas maravillosas, que animaron mis ilusiones, pero nada se materializó.  Realmente yo necesitaba un espacio para poner en orden mis frustraciones, respirar mi halito de vida, ser yo misma sin tabúes.
Siempre he sido una mujer muy selecta y cuando uno es así, no cualquier cosa nos conviene, porque uno busca amor, y cambia amor por amor, y no todo el mundo es capas de inspirar y mucho menos dar este sentimiento de forma reciproca .
El tiempo trascurría veloz y yo seguía enfrascada en mi futuro, que no era otro que estudiar, superarme en todo lo que iba apareciendo en mis posibilidades.
Trabajar incansablemente, cada día más y mejor, e ir ganándome un estatus social acorde con la realidad y mis deseos.
Buscando mejorar los ánimos y con mejor situación económica nos mudamos para otra vivienda un poquito más amplia.
Tenía dos habitaciones espaciosas, un césped bien cuidado. Y yo para no perder mis raíces llené las paredes de la sala con cuadros de paisajes de pintores cubanos, donde no faltaban, los arroyos, los árboles, los ríos caudalosos  y rodeados de palmas reales.
Desde una de las ventanas se podía observar un paisaje natural y el frescor del aire puro, que penetraba bañándome el rostro. Esto me hacia sonreír de placer, y no más de una vez hable a solas conmigo.
Mi alma estaba tomando su silo como el cazador su presa, tenía mis opresiones por cualquier sonido, pero el musgo era menos.
Lo cierto era que me sentía tranquila, creyendo ciegamente que la vida estaba cambiando y que mi ex esposo era capaz de convivir junto a mí sin exigencias.
Un día de descanso laboral, limpié todo el inmueble, regué las tinajitas de las plantas, y todo lo puse en un orden perfecto.
Me leí unas cuantas páginas de un libro de psicología, y cuando llegó la noche cansada y  sin bríos decidí acostarme a descansar.
Al cabo de un buen rato, cuando me encontraba en estado de vigilia, sentí un brusco empujón en la puerta de la entrada de la casita donde vivíamos, y unos pasos rápidos entre el ruido que producían  el choque con los muebles.
Me incorporé asustada pensando que podía ser un malhechor, pero anonadada me quedé cuando entre las penumbras divise la silueta balbuceante de  mi marido que llegaba totalmente ebrio, con los ojos como dos llamaradas y la morbosidad en el superlativo.
Sin darme tiempo a reaccionar  se abalanzó sobre mi  y sin escrúpulos tiró de mi bata de dormir con tanta fuerza que deshizo las costuras, de ahí  agarró mis piernas con las suyas y me aprisionó contra la almohada en un acto de desespero y  lujuria desmedida tratando de violarme, pero yo hice todo lo posible por evitar su embestida sexual y me lancé al piso dándole un fuerte empellón para quitármelo de encima.
Fue tanta la ira acumulada que tenia y la borrachera que comenzó a proferirme palabras ofensivas, y a tirar cuánta cosa encontraba a su paso.
De ahí fue para el baño y le cayó a martillazos al retrete, el lavamanos, y no quedó nada que no fuera derribado por la furia.
Como es de suponerse los vecinos alarmados al escuchar los ruidos acompañados de sus obscenidades y de mis gritos de auxilio, llamaron a la policía y en un dos por tres, la patrulla estaba en el lugar de los hechos, y el pavor turbándome los sentidos.
Jamás olvidaré como me sentí esa noche, fue como morir en vida. Como si en un dos por tres el mundo me cayera sobre los hombros. Me sentía  abatida, con un dolor indescifrable.
Después de este incidente matrimonial habia menos entre él y yo, pues se sumaba la vergüenza.
La realidad de nuestras vidas habia traspasado el umbral del hogar, y todos comentaban los por qué y los por cuántos, y como es lógico cada cual se hacia sus propias conclusiones.
Pero las mías eran las que valían, las que habían decidido terminar con todo porque  el cariño y la costumbre estaban melladas.
El respeto se habia lesionado tanto que  solamente quedaban esquirlas punzantes sobre mis sienes.
Y del apego qué decir, ese se marchó lento pero aplastando toda mi fragilidad, ternura, y mi más preciado tesoro. Mi integridad. Por lo que no quedaba más opción que un divorcio urgente, porque a partir de ese momento la convivencia era peligrosa, además estaba convencida que nunca más podría vivir junto a  él.
Se lo comenté a mis padres pero no estuvieron de acuerdo con la separación, y era lógico. Sus concepciones sobre el matrimonio eran diferentes a las mías, venían de una sociedad y tradiciones diferentes, primitivas, llenas de prejuicios, y no entendían de la independencia de la mujer.
Pero  no podía hacer caso a mi familia. Yo había logrado la emancipación, y no podía perder aquello por nada del mundo, y menos con la frustración a que el me habia conducido.
Por muchos días me sentí como en un callejón sin salida. No dormía, ni comía, me encerré en mi misma y me fue muy embarazoso salir del bache.
Pero habia que tomar una decisión por el bien de los dos. Terminar con aquella unión era  salvarme. Por lo que debía de forma casi urgente alejarme  de mi realidad, la que me habia consumido por entero, la que destrozó mi pedazo de mundo, mi necesidad de ser yo misma, y ahora tenia que continuar, abrirme paso a pesar del dolor, y las incomprensiones y calumnias de toda la parentela.
A pesar de mi misma, y aunque la lucha no habia terminado en mi subconsciente, tenía que huir para curarme, alejarme por un tiempo de todo aquello que me parecía algo irreal que me estuvo turbando por mucho tiempo pero que al fin me dejaba.
Pensaba esto para sentir aunque fuera un halito de tranquilidad en mi subconsciente. Poder abrir los ojos a todo el ancho de mi vista, abarcar mi pedazo de mundo, no solo el que concretaba la comba forestal de aquella vida que estaba viviendo.
Tomar esta decisión del divorcio me costó un alto precio, tanto emocional como social. Fueron diez años de matrimonio, había muchas costumbres, además tuve que romper con todos los esquemas.
Un buen número de amistades en común me dieron la espalda, otros me criticaron y pusieron en tela de juicio mi conducta.
Mi familia también se distanció un poco, sin querer entender. Había rutinas arraigadas, disposiciones creadas en el entorno ancestral, por lo que era muy difícil romper con los cánones adquiridos durante el proceso de una idiosincrasia de siglos.
El no quería aceptar el divorcio y se sintió  ofendido, incluso me dijo que yo iba a regresar porque no estaba acostumbrada a pasar trabajo. Y era cierto, nunca habia enfrentado la vida sola, y mucho menos en una sociedad que desconocía, y a poco tiempo de llegar a un país extranjero.
Pero a pesar de todo esto, estaba yo, y aunque nadie comprendiera, era preciso protegerme de la impiedad y el desatino donde me habían metido las propias concepciones idealistas y los conceptos heredados.
Era una meta para mí porque necesitaba crecer espiritualmente, y lo logré porque posterior al divorcio muchas cosas cambiaron en mi vida para bien.
Por eso sin pensarlo mucho llamé a mi tío Raúl, que en ese entonces vivía en Boston y sin que nadie me viera a causa de la pena de lo sucedido me fui de madrugada y me llevé como equipaje y pertenencias una sola maleta con mi ropa. Después desde allá, le envié un cheque para que pagara el equipo que habia comprado, no fuera a ser  que con sus borracheras votara el dinero.
Boston era un lugar no acorde con mis preferencias, pues el Clima es Continental, muy común en Nueva Inglaterra, y con influencias del Océano Atlántico, pero con una inestabilidad difícil de asimilar para un hispano, pues  cambiaba rápidamente, y aunque los veranos eran normalmente calurosos y húmedos, los inviernos eran muy fríos, con viento y nieve.
Muchos decían que alguna vez había nevado en Mayo o en Octubre, pero eso ocurría en extrañas ocasiones, por lo que vivir allí era como dislocarse con la naturaleza, pero eso a mi no me importaba, tenia que salir de prisa a cualquier lugar para calmar mi vida, y adaptar a mis allegados.
Por lo que me puse a pensar en otras cosas buenas que tenía ese lugar, por ejemplo; Era conocida por la capital y la ciudad más populosa de la Mancomunidad de Massachussets. También era y es la ciudad más grande de la región de Nueva Inglaterra.
Tenía una población aproximada de 596,638 habitantes. Había sido fundada en 1630, por lo que era una de las ciudades más viejas y culturalmente significativas de los Estados Unidos, considerada como de talla Mundial.
Su economía estaba basada en la educación superior, la investigación, la salud, las finanzas y la tecnología, en esta última predomina la biotecnología. [Es decir que tenía una gran historia y muchas oportunidades, que podían interesarle a mi espíritu romántico y pasional, además de mi obsesión, como decían mis amigos de ser una eterna estudiante.
Teniendo en cuenta todas estas cosas me subí en un avión y partí para Boston donde me esperaba mi querido tío Raúl Delgado.
Pero como todo en la vida tiene sus altas y sus bajas, mi llegada fue muy bien acogida por mi tío que me quería mucho, y consentía, pero no tuve en cuenta que en el país en general habían considerables problemas gubernamentales que azotaban con furia sobre la población, por lo que tuve que hacerme eco de ellos y  comenzar  a tropezar con sus realidades.
Estábamos en el año 1974.  La primera dificultad que enfrentaban sus residentes, y visitantes, era la escasez de gasolina, la que golpeaba a los ciudadanos terriblemente, así como el resto de los conflictos que presentaba la nación a causa de la depresión general bajo la presidencia de Nixón, por lo que mi estancia en Boston comenzó a  dificultarse cada día más, pues junto al trance social, estaba el alto índice  de desempleo, y yo necesitaba trabajar, ganarme la vida con honestidad y el sudor de mi frente.
Mi tío Raúl insistía en que me quedara, que a lo mejor las cosas cambiaban, pero yo no podía esperar, y mucho menos ser carga pública de nadie.
Un gran desequilibrio generado por todo lo vivido se apoderaba de mi sistema nervioso central y me hacia saltar como un muelle. 
Dormía muy mal, a penas me alimentaba. Unas veces comenzaba a llorar incontrolablemente, y otras quería llorar y no podía.
Los recuerdos laceraban mi imaginación llenándome de una angustia grande, y el cataclismo comenzó a encargarse de mi carácter.
Unas veces me marginaba en la sala sobre un sofá que tenía mi tío para descansar, y allí permanecía horas sumida en mis pensamientos., tratando de encontrar salida a mi desorientación.

En algunas ocasiones trataba de leer algún libro que me sacara del hoyo, pero no podía concentrarme, mi desequilibrio emocional estaba por encima de mis posibilidades, a pesar de estar convencida de que vivía en un mundo de prisa y las cosas debían hacerse de este modo.
Mi tío Raúl era un hombre muy inteligente y capaz. Periodista durante toda su vida, mantenía una luz larga incalculable, por lo que presentía mi hundimiento espiritual en un gran hueco de donde no sabía si podía salirme.
Por eso destinaba horas enteras en aconsejarme, y hacerme ver la vida con sus dos lados el bueno y el malo, a la vez que me llenaba de amor con sus conversaciones del pasado.
Me narraba historias fabulosas, y aunque mientras el relataba yo volaba por sobre todo mi espejismo creyéndome ser una alteza encantada, perdida en un marasmo de  verdades palpitantes. Inevitablemente regresaba al conflicto que me ocupaba toda la imaginación, y allá comenzaban las lágrimas nuevamente a hacer de las suyas.
En esta época mis urgencias eran muchas, al igual que mis indecisiones, por los que  todas estaban sobre mi cabeza, y nada ni nadie podía descubrirlas, porque a pesar de mi sensibilidad y elocuencia, habían cosas que no sabia o podía decir, y me encerraba en mi misma ahogándome sin remedio, por lo que comencé a pensar en el regreso a Miami
Al tiempo de estar viviendo con mi tío, y ya decidida a regresar, un día inesperadamente llegó mi esposo en un arranque de ajuste de conciencia y soledad.
Venía decidido a buscarme, y a que yo lo perdonara, por eso se pasó más de tres horas pidiéndome perdón, y asegurándome que todo iba a cambiar, que le diera una oportunidad, que él me quería mucho y no sabía vivir sin mí.
Yo lo escuché calmadamente, y cuando terminó de hacerme todas las promesas que pudo, le dije que no, que para que volver si no hablamos el mismo idioma.
El ya no significaba nada en mi vida, debía aprender a vivir sin mi, porque aunque aun sentía cariño por el tiempo de convivencia, desgraciadamente no fue inteligente y me habia matado los sueños, y cuando un sueño se muere es demasiado fuerte y no admite arrepentimientos ni segundas partes.
El insistió mucha veces, incluso después supe que estaba muy arrepentido y que dejó de beber definitivamente.
Pero dentro de mi no quedaba nada, entonces regresé a Miami, pero no a vivir con él sino con mis padres.
Como es natural la existencia nos depara muchas sorpresas inesperadas y en casa de mi familia solamente pude estar por unos días, pues comenzaron los enchapes a la antigua, y las ofuscaciones del patriarcado, tratando de interferir en mi futuro, y libertad, cuestionándome el divorcio, y otros asuntos propios del prejuicio.
En fin una cantidad de contradicciones que eran imposibles de soportar, y más con el daño emocional  en que me encontraba.
Por eso me alejé inmediatamente a pesar del dolor que me ocasionaba estar separada de los míos, pero no podía, ni estaba en condiciones de tolerar un nuevo acoso e ingerencia en mi futuro.
 Sentía sobre mis hombros todo el tedio de la vida, y muy herida por la actitud que soporté por tanto tiempo.
Y estas contradicciones no surgieron porque me gustara estar en la calle, pues me considero una mujer hogareña, con un placer enorme y satisfacción con las labores del hogar. Pero el era así, un espíritu retorcido, con costumbres diferentes a las mías, y eso fue matando lentamente la continuidad.
El desempleo en esos momentos en Miami era enorme. En casi todas las compañías las plantillas estaban abarrotadas, y era muy difícil encontrar un puesto de trabajo, ni siquiera de mano de obra barata.
Anduve de calle en calle, de clasificado en clasificado buscando un empleo acorde con mis intereses, pero habia dificultades con los mismos.
En estas andanzas tuve la suerte de acertar una capacidad en una joyería,  por casualidad de otro americano, muy buena persona, y considerado.
En el nuevo empleo aprendí muchas cosas, entre ellas a soldar prendas con oro y me gradué en una electrónica como soldadora, permitiéndome este oficio trabajar por 10 años ininterrumpidamente en esta especialidad.
Ya con una dependencia económica estable renté una casita pequeña pero mejor que la que tenía y la acomodé a mi gusto. En este lugar, a pesar de la soledad que sentía y el miedo que no se apartó de mí ni un sólo instante considero que fui muy feliz.
Como joven al fin, tuve otras oportunidades. Muchos hombres se me acercaron, pero la mayoría en busca de lo material no de lo espiritual, y fueron pasando a segundo plano, porque yo soy de las que considero que el sexo es el final de una cantidad de cosas, que si no ocupan un primer lugar, lo demás se convierte en un gran vació. Y aunque la vida me permitió asomarme a muchas simas, así como a muchos precipicios, y he sangrado por todos los poros, sobreviví con mi pedazo de cenizas sobre el corazón, y con el amor ocupando el lugar más cimero.
Por eso me enfrasqué en mis aspiraciones de llegar a ser alguien, y fui obviando las relaciones amorosas, de todas formas mi rito siempre ha sido dar, y como la mayoría no le interesaba recibir sino acomodarse y resolver su sentido animal, era preferible quedarme sola.
Mi vida fue pasando llena de soledad y pánico, que es lo más terrible que le pueda suceder a una persona.
Recuerdo que noche a noche me aferraba al terror y me parecía que me iba a morir. Me sentía sin juicio, rígida, con un rostro delante de la gente y otro para la soledad.
Las paredes se agolpaban en mis ojos como tablillas tintineantes. Las luces de la calle se colaban por la ventana como si fueran flechas contra mi oscuridad.
Me latía el pecho fuertemente, me faltaba el aire, y sentía que me apretaban fuertemente el cerebro como si me fuera a volver loca. Pero no tenia un seguro para poder tratarme con un psiquiatra, entonces me conformaba con llamar al servicio de emergencias, y los muchachos venían y me tomaban la presión y ya con eso mejoraba.
Así poco a poco fui haciéndome amiga de ellos, y cada vez que me sentía mal los llamaba y ellos venían muy atentos y  les decía,- esperen un momentito que voy a hacer un tilito para sentirme mejor-, y realmente lo que me sucedía era que estaba muy desolada.
Además estos ataques de pánico me daban cada vez que emprendía un camino y me salían mal las cosas. Todo era propio de la inestabilidad, porque no es fácil una mujer sola enfrentar la economía y sin tener a quien acudir pues por desgracia era criticada por todos.
Nadie estaba de acuerdo en que emprendiera ningún tipo de posibilidad. Muchos me decían que si estaba loca, pero yo continuaba adelante sin escuchar ningún criterio.
Conjuntamente con los ataques de pánico, me tuve que realizar algunas intervenciones quirúrgicas por diferentes causas.
Realmente estuve muy enferma, llena de pesares, y dolor, pero siempre sumida en la esperanza y segura de qué la existencia estaba llena de baches emocionales y corporales, por lo que tenia que vencer todos sus obstáculos.
Era necesario resistirlo todo, lo de adentro y lo de afuera, que no se confundiera nada, que todo estuviera en su punto preciso. Saber esperar era la mejor medicina.
Por eso para curarme de estos ataques continuos y el cúmulo de melancolías,  aprendí a meditar y a relajarme.  Respiraba despacito, y echaba al cálido nido de las memoranzas más trémulas, todos los suspiros delirantes que habían en mi pecho, y así fui  aliviando mentalmente.
Al principio me conformaba con el servicio de emergencia y creía que con eso me regeneraba, pero al final todo estaba en mi misma, por eso puse de mi parte y hoy me he convencido de que mi concepción y espíritu optimista me permitieron seguir adelante. Por eso ligado al trabajo que realizaba en la joyería matricule R X, y laboratorio, aunque al final tuve que abandonarlos por no tener con que pagar, y lo peor del caso, tampoco tenia a quien pedirle ni un céntimo prestado, porque todos estaban igual que yo.
En esa época aquí en Miami el gobierno federal no te daba ayuda de ningún tipo. Todo tenia que ser costeado por tu esfuerzo, y eso para mi era difícil, porque aunque ganaba un salario que comparado con los demás era bueno, no me alcanzaba para sufragar mis gastos estudiantiles, por eso es que mis  amistades me decían que era alumna de todo y maestra de nada, la eterna estudiante, y se reían de mi afán.
A pesar de los tropiezos que enfrentaba en el camino, no me resignaba a quedarme sin ilusiones, porque esas eran las que me movían y me daban la fuerza para continuar, sin importarme las adversidades, ni las burlas, ni siquiera el juicio de muchos, que no eran los mejores criterios.
Aun en medio de esta inclemencia estudiantil, mis ensueños en alcanzar un futuro mejor no se detenían y entre ellos estaba el anhelo de algún día poder tener una joyería de mi propiedad y al final lograr el sueño americano.
En mi insistencia por cursar estudios técnicos a pesar de las amargas experiencias que ya habia sufrido a causa de la mala economía y el costo de los mismo, me dirigí nuevamente a Miami Dade en busca de opciones.
Cuando me tocó el turno para entrevistarme con la representante del lugar, después de exponer mis generales, se me quedó mirando y me dijo: qué por qué en vez de seguir buscando cursos técnicos no me era mejor hacerme trabajadora social. Tal vez ahí era donde estaba mi futuro y no en las demás especialidades.
Como siempre me ha gustado escuchar buenos consejos, y ese era bueno a mí entender, aunque realmente nada conocía del asunto, acepté y comencé a estudiar esta especialidad dentro de la sociedad, que además de importante es muy humana y venia muy bien a mi manera de pensar y actuar en la vida.
Después de un buen tiempo de estudios y gracias a los créditos acumulados  y los que fui adquiriendo, me gradué a pesar de las burlas jocosas de mis amistades que no dejaban de titularme “la eterna estudiante” pero eso a mi no me molestaba, porque realmente era cierto.
Desde mi llegada a este país, no hacia otra cosas que estudiar y estudiar con  el interés de superarme y lograr mis deseos. Estaba segura que el futuro estaba en mis manos, y si yo no era capas de esforzarme y salir adelante nadie lo iba a hacer por mí.
Como es natural igual que todos los emigrantes la vida no era una paz constante, tenia sus altas y bajas, sus problemas agudos y hasta graves, sus traiciones y humillaciones, y la soledad haciendo de las suyas.
Cuando ya tenia mi certificado en mano, y quince días de graduada, con tremenda disposición me presenté a una agencia del gobierno americano, que por suerte me aceptaron como trabajadora social, pero como aun era empleada de la joyería, pensé que era mejor un pájaro en mano que cientos volando, y pedí  un permiso por tres meses para estar bien segura de cómo me iba a ir en esta nueva oportunidad que me daba la vida.
Como es natural no le dije nada al dueño de la joyería solamente que tenia algunos problemas que resolver y que me eran imprescindibles estos meses, que después regresaría a mi empleo. Por supuesto que no se negó, el confiaba en mi y me tenía muy buena estima.
Mis amistades y la propia familia me criticaron  el dejar mi empleo fijo por uno que no sabia como me iba a ir. Incluso ante mi inexperiencia desconfiaban de mí entereza y casi todos estuvieron en desacuerdo.
No hubo un sólo día en que no me enfrentaran como un abejero de criticas y pesimismo, haciendo que volteara la cabeza para otra parte, pero mi corazón me decía que pusiera oídos sordos, que hay que buscar el futuro en el hoy, y salvarse del naufragio. 
Por eso no escuché a nadie, aunque sabia que era un paso sin conocer y que mi economía estaba sujeta al puesto de trabajo, pero las oportunidades se dan una sola vez en la vida y uno tiene que tomarlas, y yo siempre he tomado las coyunturas en el momento que me las han dado.
A pesar de los consejos y las imposiciones comencé mi labor inmediatamente como trabajadora social, con espíritu positivo y con fe en mi misma,  que es lo que más importa en cualquier cosa que uno emprenda.
En esta nueva oportunidad que me daba la vida me ocupaba de los ancianos, los visitaba, les  leía la correspondencia, los ayudaba en sus quehaceres, los animaba con sus limitaciones y avanzada edad.
Todos estaban muy contentos conmigo, y hasta me  esperaban impacientes, y entre ellos me sentía satisfecha, orgullosa de poder ayudar a la felicidad de otros, aunque la soledad fuera mi única compañía.
A pesar de que era para mí un trabajo nuevo, y como es natural tenía mis inexperiencias, no me amilané. Terminaba con la labor en la oficina y de ahí salía para la calle en busca de pacientes.
En esta búsqueda tropecé con personas de todo tipo, desde un infeliz anciano sin ayuda, hasta un alcohólico tirado a morir. Pero lo importante para mi era dar, y seguía esforzándome aunque la realidad me hiciera muchas veces tambalear.
Miami es una ciudad grande, llena idiosincrasias, la mayoría somos hispanos, que hemos venido con sueños y pesadillas. Lo tradicional aquí no existe porque es una ciudad poblada por diferentes etnias por lo que no tiene historia propia, ni monumentos alegóricos, y si muchos necesitados.
Es un lugar donde cada cual lucha por su presente y un futuro a corto plazo, por eso es que la gente pierde la espiritualidad si no la sujeta bien.
Por eso para nosotros los cubanos es más difícil la adaptación y este empleo de trabajadora social tenia sus ventajas y desventajas, pues la tarea de visitar enfermos no es fácil, y aunque los ancianos son maravillosos, tienen a veces sus inclemencias y uno con un corazón tan sensible sufre y quiere siempre dar más de lo que puede.
Pero nada hacia con quejarme, era mi futuro, y la propia vida me habia asignado esta profesión, la que en el fondo me reportaba un buen grado de complacencia.
Al cabo de un tiempo por mi buen trabajo social me dieron un diploma como mejor trabajadora y eso me llenó de orgullo y satisfacción. Era una buena señal, y una gran prueba.
En este empleo como trabajadora social conocí a Mirna que era la enfermera del  lugar. Hicimos una buena amistad y me comenzó a instruir sobre un buen negocio, que aunque en aquellos momentos era solamente para hombres, teníamos posibilidad de emprenderlo.
En seguida me entusiasme, pues ansiaba ser propietaria de algo. Ya habia emprendido otros pero quedaron en el intento, lo que quedaba era mi afán y optimismo por continuar la lucha.
Insistí en el asunto y Mirna me explicó todo lo relacionado con el negocio propio. Era una buena opción, incluso si nos iba bien, tendríamos ganancias y servicios para brindar, y como  no le tenía miedo a nada, convencida  pensé que en esta vez  íbamos a poder lograr una estabilidad.
Al fin después de pensar y meditar el pro y los contras de perder lo cierto por lo dudoso, nos decidimos a poner el negocio y le hablé de una amiga que se llamaba Ana  y que deseaba trabajara con nosotras.
Ana era una mujer inigualable, con un ánimo y un espíritu emprendedor  realmente lo que yo necesitaba para luchar por un futuro.
Tenía su lado débil como todos, pues era aparentemente frágil, pero cargaba un buen bolso de optimismo, y poco a poco se fue convirtiendo en mi ángel de  la guarda. Por eso la alegría nunca se separó de nosotras. Trabajábamos dando lo mejor de sí y esa buena voluntad nos permitía ganar pacientes a granel, para envidia de los que piensan que el manjar cae del cielo.
Enfrascadas en alcanzar cada día más, terminábamos la jornada laboral en la agencia y salíamos a andar las calles en busca de pacientes para nuestro negocio.
Horas y horas nos costaba evaluar a los pacientes, para posteriormente enviarlos a las agencias. Lo  mismo en barriadas marginales que de lujo. Ambientes escandalizantes, o de eminente tranquilidad.
Pero nada nos detenía habia que lograr más a cada momento y ese era nuestro lema.
Cuando terminábamos el cansancio era enorme. Mis pies agotados se inflamaban y Ana me decía:- me duelen todos los huesitos, pero adelante que el triunfo esta cerca.-
El primer cliente que tuvimos vivía en un apartamento pequeño y despoblado de las más mínimas necesidades.
Las paredes despedían un olor a humedad penetrante, y el polvo abundaba lo mismo en el piso que en los pocos objetos.
Sin dejar de leer un libro que aprisionaba entre sus agrietadas manos nos mandó a pasar. Le explicamos cual era el objetivo de nuestra visita, y muy molesto nos refutó primero, después cuando le dijimos que éramos cubanas, fue mas solicitó.
Este hombre aun no era un anciano, pero su grado de depresión, y ganas de morir eran muy marcados.  Sus ojos opacos y distantes daban la impresión del que busca en el silencio la antigua dicha, y descubre que se mantiene en cautiverio.
Lo animamos un poco, y tratamos de quitarle el escepticismo que lo invadía. El resultado fue bueno porque al comenzar a recibir atención especializada su vida fue cambiando y a un tiempo supimos que todo le iba mejor.
En nuestro quehacer diario además del esfuerzo extra por resolver nuestros deseos nos pasábamos hasta pasada la noche.
Muchas veces el miedo nos invadió, otras el terror, y no más de una vez tropezamos con personas desagradecidas, agresivas, drogadas, perturbadas mentales, ancianos seniles, y hombres sin suerte. Pero nuestro anhelo de independencia no cedía, no importaba el tiempo que dedicábamos a lograrlo, ni dejar de comer, después de trece horas de trabajo continuado.
No más de una vez a pesar del cansancio terminábamos en mi casita, y entre las dos hacíamos las notas para el otro día.
El sueño  trataba de vencernos, pero nosotras luchábamos contra él, a capa y espada.
Ana tenía hijos, y  esposo, pero su aspiración por ganar más y sentirse realizada podía con todo.
Muchas veces le alertaba sus responsabilidades en el hogar, pero ella me pedía que me estuviera tranquila que ya abría tiempo para eso.
Ana como yo soñaba con un negocio propio, y esta oportunidad habia que darle  tiempo y optimismo para lograrlo.
Ella tenía una buena amiguita llamada Georgina  oriunda de Santo Domingo y que era médico. Me dijo tenía un primo llamado Freddy  que era médico también y dueño de una agencia de equipos. Por lo que poseía muchas oficinas, y nos podía facilitar un local, orientarnos y ayudar con cualquier otra cosa.
Hablamos con Freddy y este nos invitó a una reunión en una casa muy bonita, donde nos sirvieron muchas cosas ricas de comer.
Esto nunca se me va a olvidar, porque llegamos y empezamos a comer desaforadamente  y se nos olvidó a lo que íbamos.
Al otro día Georgina nos preguntó qué si por fin conseguimos la oficina y yo le dije apenada, que solamente comimos y se nos olvidó preguntarle.
De todas formas yo sabía poco, quien más ducha era en ese asunto era Mirna, pero ella se quedó también callada, es decir solamente fuimos a comer, no porque fuéramos comilonas, pero eran cosas muy deliciosas que le abren el apetito a cualquiera
La cosa era que ya no habia remedio y al otro día regresamos a ver a Freddy y le comentamos lo sucedido.
El se sonrió con buena vibra, y nos dio una enumeración de oficinas. Miré de arriba abajo la lista donde se reflejaba el lugar y capacidad de la misma. Después de un buen rato de selección me quedé con la más pequeña, ubicada en Coral Gables, pues no era justo escoger una grande y después no tener con que pagarla.
Siempre habia soñado con trabajar en este lugar que me gustaba, y el destino me brindó la posibilidad.
Coral Gables es una zona residencial de Miami. Sus calles son extremadamente tranquilas, a pesar del tráfico que existe como en todos los lugares. El cúmulo de negocios permite el tránsito de personas de todo tipo, pero abundan más las decentes y de buena posición económica.
Sus aceras son amplias y limpias. Sus edificaciones se mezclan, entre modernas y coloniales.
Un buen número de árboles ofrecen oxígeno y sombra a las lumínicas fachadas. A pesar de su tranquilidad, es un ambiente que fascina, para mi es como un paraíso encantado.
Freddy nunca nos cobró ni un sólo centavo por la renta de la oficinita,  nos la prestó desinteresadamente con el único ánimo de ayudarnos
Tampoco le dimos nada a cambio, como tal vez piensen muchos cerebros mal intencionado, aunque muchos lo duden todavía en este mundo existen personas sanas, que lo dan todo con honestidad y sin vacilación.
No lo conocíamos pero nos tendió la mano humanamente, por lo que le estaré agradecida y el día que ese hombre me necesite me va a tener. Gracias a él hoy logré uno de mis sueños más preciados.
Comenzamos en aquella pequeña oficina que para nosotras era el mejor lugar, porque allí estaba el futuro.
La acomodamos a nuestras necesidades y gusto. Todo el tiempo estábamos Ana y yo, porque Mirna llegaba después de las cinco, cuando terminaba con su trabajo de enfermera. Ella nos ayudaba a evaluar las órdenes médicas, que al principio eran muy pocas.
Recuerdo que le decía a Ana:- vamos a meditar-, y apagábamos todas las luces, y desconectábamos el teléfono una hora, entonces le indicaba que pensara que los gabinetes se  llenaban de pacientes, y al año ya todo era una realidad.
Siempre tuvimos mucha fe en que íbamos a lograr nuestro empeño, porque lo que más ayuda son las ideas positivas y creer siempre que uno pude lograr todo lo que se propone si no deja la lucha.
Nunca tuve miedo en hablar con nadie, en pedir un contrato, u otra cosa, porque siempre iba con mente efectiva y pensando que todo lo iba a resolver.
Por eso es que todos los jefes que tuve me han querido, y no porque sea la mejor, sino porque mi entereza me ayuda, mi espíritu y positividad  también.
Mi padre me decía que cuando uno mantiene una buena actitud ante la vida y uno confía todo se logra.
Desde niña pensé que donde uno pone amor no puede haber cosas malas a cambio. Por eso cuando la gente me manda balas de odio yo les envió balas de amor.
Los días en nuestro naciente negocio nos llevaba por los caminos invisibles de los riesgos, pero el deseo era mas fuerte y nos hacia escuchar una música apasionada que salía de un clavicordio lleno de entusiasmo.
Ana y yo lo resolvíamos todo, archivábamos, recogíamos órdenes médicas, preparábamos documentos para las visitas a los enfermos, y todo lo que  aparecía.
Otras de las cosas que me ayudo mucho fue el ser idealista y humana. Me pasaba todo el tiempo al tanto del pago de las que estaban en la calle con los viejitos. Por eso Ana y yo nos unimos mucho, éramos como hermanas, las dos trasmitíamos por la misma frecuencia y teníamos muchas ideas futuristas. Nos pasábamos todo el tiempo pensando en una posibilidad que nos diera dinero y futuro con nuestros modestos esfuerzos, y sin cogerle nada a nadie.
Entonces nos enteramos que en esos días se iba a efectuar una  reunión de las uniones de los Estados Unidos en el “Contadblon” de Miami y nos aparecimos allí a las 12 del día a hablar con aquellos americanos que tampoco conocíamos, pero gracias a Dios nos escucharon y nos dijeron que ellos nos iban a investigar si en un, “No Professional Organization” se podía meter una Unión, pues lo que nosotras teníamos  no era una compañía privada, ni nada que se le pareciera.
Por suerte nos contestaron que si, y nos dejaron un mensaje en la máquina de la casa y en menos de tres días organizamos la Unión y el 75 por ciento de las  personas nos firmaron.
Esto que logramos no era para beneficio nuestro, era para las que trabajaban en la calle tuvieran mejores remuneraciones, pues el jefe de allí habia dicho que si esas dos moscas muertas no sacaban la Unión el lunes, cuando regresaran no teníamos empleo.
Cuando supimos esto nos atacamos pues no estábamos segura si lograríamos el intento, por eso cuando nos dijeron que si, llegamos en el carro dando gritos de alegría y triunfo,  y entonces fue cuando creyeron en nosotras.
Imagínense que hubiera sido si nos llegan a negar la Unión, porque yo era la que sustentaba mi casa, y Ana la de ella con la ayuda de su marido como es lógico, pero tenia dos hijos y no nos podíamos dar el lujo de perder el trabajo por meter una Unión que no nos beneficiaba en lo absoluto.
Por suerte cuando llegaron las elecciones, más del 80 por ciento voto a favor de la Unión, y nos hicieron lideres de la misma en la compañía.
A mi memoria acude con frecuencia todo el trabajo que pasamos, pero a pesar de esto ayudamos a hacer las nuevas pólizas, a mejorar los sueldos, a conseguir mejores beneficios para esas personas, y que como pasa en todo, después se portaron bien mal con nosotras y a tanta decepción de lo que estaba pasando Mirna se fue de este trabajo para otra compañía, entonces me habló de este negocio que tenemos hoy con un capital de solamente mil dólares
El día que fuimos a abrir la cuenta habíamos reunido entre Ana y yo quinientos dólares  y el esposo de Ana nos habia dado quinientos más, pero no nos importo la cantidad, el entusiasmo era mas fuerte que nuestro capital y sin pensar mucho planificamos ir para el banco.
Al otro día por suerte el clima estaba agradable y positivo. Ana pasó a recogerme para ir a abrir la cuenta bancaria del negocio. Con el corazón latiéndonos de esperanzas, atravesamos calles y avenidas, y cuando ya estábamos frente a la  funcionaria no sabíamos ni como comenzar a hablar.
Ella nos atendió muy cordialmente, le explicamos el interés nuestro y a lo que íbamos, hasta ahí todo iba bien, cuando le expusimos sobre el buró el capital  con que contábamos para tamaña gestión. Nos miró de arriba abajo un poco incrédula, realmente ni Ana ni yo teníamos porte de empresarias, pero no dijimos ni media palabra.
De una forma amena y burloncita, lanzó su primera pregunta: -que sí nosotras pensábamos abrir un negocio con mil dólares-
Yo la miré y nada dije, pensé para mis adentros que lo menos que ella imaginaba es que no eran mil, sino que doscientos cincuenta eran para la corporación, quinientos para pedir la licencia y los otros doscientos cincuenta para el teléfono.
Al final pusimos el negocio, y como todas las cosas habia que buscarle un nombre, entonces nos pusimos de acuerdo en ponerle “LOVE HEALTH CARE” porque aunque no tengo ningún amor sigo creyendo en que existe, pero desgraciadamente ya este lo tenia otra compañía.
Seguimos buscando en la Biblia, un nombre bonito y  pensamos en la fe porque realmente iba a funcionar por fe, porque no teníamos dinero, y así fue como lo bautizamos con el nombre de “FALTH HEALTH CAR”
A partir de este momento que comenzamos, todo fue apareciendo poco a poco y los resultados tras la ardua marcha eran buenos.
El muchacho que tanto enfrentamos en la otra compañía para hacer las pólizas de la Unión, fue quien nos regaló el buró, el gabinete, y las sillas. Por suerte a donde quiera que yo iba dejaba mis huellitas y el cariño era recíproco.
Entonces comenzamos Ana y yo a trabajar en la oficinita de Coral Gables y nos fue muy bien, hasta que Mirna a los quince días nos dejó con el negocio en la mano, pues el dinero no estaba entrando como ella esperaba.
Mirna no solo se fue y nos dejó con el negocio sin frutos, sino que trató de hacernos daño.
Llamó a la agencia donde habíamos firmado el contrato, y pidió que lo rompieran, como si ella sola fuera la dueña. Los de la agencia llamaron a nuestra oficina, y les expliqué que todo seguía igual que no era como ella decía.
Ana y yo salimos corriendo para la agencia y le contamos la verdad a la dueña. Ella nos comprendió y nos prometió enviarnos a un enfermero, que por suerte no tardó en llegar, y era de buenos sentimientos, y no tuvo reparos en  enseñarnos muchísimas cosas que necesitábamos saber.
Uno de los hijos de Ana sabía pintar y nos hizo un cuadro con un gaviete desbordado de expedientes. Yo lo quise así, para que nos diera suerte, porque realmente teníamos muy poca clientela, y un cartel así, llamaba personas.
También hablamos con una americana que se llamaba Mariluz que nos ayudó muchísimo en casi todo, a pesar de su triste y penosa enfermedad.
Era una mujer fuerte, de decisiones y nos aseguró que íbamos a triunfar, porque éramos persistentes y muy trabajadoras. Y así fue, el negocio comenzó a prosperar, y al año nos mudamos de oficina, para un edificio en el segundo piso.
Cuando teníamos 6 meses como empresarias  llamé a Freddy, y le pedí que no me pagara más la renta.
El se negó a mi petición, y  de ninguna manera quiso aceptar, porque decía que el pasaba por allí y veía la lucecita de la oficina encendida y eso le causaba mucha admiración, ver cómo dos mujeres solas luchaban por un negocio y cada día triunfaban más.
Eso era cierto porque nosotras entrábamos al trabajo a las 7 de la mañana y a las 11 o 12 de la noche aun estábamos enfrascadas en el mismo.
Ana y yo teníamos un lema “cuando Cuba reía” lo mismo hacíamos los deliberes, el archivo, en fin todo lo que lleva una oficina  entre ella y yo.
Después cuando el negocio creció, tuvimos que emplear a otra persona para que nos ayudara. Aquí  fue cuando pensé en mi hermana Irían que no trabajaba, entonces aceptó trabajar con nosotras, y contratamos a otra señora que para ayudarla en su economía porque tenia a su mamá enferma, permitíamos que nos hiciera los biles en su vivienda.
Ya en esta época yo tenia mi tan housse que lo habia comprado con lo que recolecté de la venta de otras casas para ir mejorando la vivienda.
A partir de aquí comencé a mejorar mi estándar de vida. Ayudé a muchas personas, y he perdido un sin fin de amistades. Otros se han puesto su precio por gusto, sin darse cuenta que yo cuando doy amistad es incondicional.
Con este negocio gracias a dios, pude darle a mi padre todas las cosas que necesitó, al igual que a mi tío Raúl, por eso es que ciento tanto amor por el porque a parte del trabajo que nos ha costado, me permitió esta posibilidad de siempre dar, y dar a todo el que necesita.
He ayudado a muchos enfermos que no han tenido servicios, porque entramos solamente con Medicaid y  en aquella época  era lo único que nos permitía entrar pacientes, y estábamos subcontratadas con los servicios de Medicaid, con otras compañías. 
Muchas veces me preguntaron si yo era enfermera, y les respondía que solamente trabajadora social.
Ana y yo nos mirábamos, pero seguíamos adelante, aunque inventábamos unos diagnósticos, que ni nosotras mismas sabíamos que significaban, por eso tuvimos que ir en busca de diccionarios médicos, y medicina, e ir al Jaschon y a la Universidad, pero fuimos aprendiendo, a la vez que no cesábamos de buscar pacientes y contratos con otras agencias más antiguas.
De igual forma no sabíamos mucho de números, por lo que recuerdo el día que nos llamaron a una reunión.
Cuando llegamos al lugar, nos mandaron a sentar en una mesa de conferencias enorme, y los únicos asistentes eramos el Presidente de la compañía, Ana, el contador y yo. Suerte que el contador nos apreciaba mucho y nos fue de utilidad.
El Presidente nos hizo una pregunta referida al por ciento que nos iban a pagar. Los ojos de Ana y los míos se querían salir de sus orbitas, pues en matemáticas éramos malísimas.
Entonces el contador contestó por nosotras. De no haber sido así, todavía estuviéramos sentadas en aquella mesa.
Finalmente nos dieron el contrato, y ese mismo mes la compañía nos pidió un seguro para los empleados  llamado Seguro de Compensación. A partir de aquí comenzamos a crecer.
El agente de seguros era un cuentero y empezó a contar y a sacar por cientos. Nosotras solamente nos mirábamos en profundo silencio. Al cabo de un buen rato, decidimos marcharnos. Al llegar a nuestra oficina, comenzamos a sacar nuestras cuentas y cuando vimos realmente que no eran más que unos kilos lo que estábamos obligadas a pagar, comenzamos a reírnos y no teníamos para cuando acabar.
Realmente nuestro trabajo fue con mucho sacrificio pero fue ganando en calidad, honestidad,  ganamos un prestigio y un nombre en la comunidad que realmente era nuestro mayor objetivo.
Ana y yo seguíamos incansablemente visitando pacientes, y buscando otros nuevos. Y esto nos fue uniendo mucho más.
A mi memoria llegan las caminatas por la playa en busca de pacientes. Cuando terminábamos de andar, llegábamos a la casa fatigada, y hambrientas. Ciertamente fue una época dura, pero fortaleció nuestra amistad, y nos convirtió en lo que hoy somos.
Según ella, yo una gerente olímpica sin miedo ni cansancio, y según yo ella, una mujer de negocios eficiente y atrevida.
Todo era cierto, porque a pesar de los derrumbes emocionales por causas reales, al final nos levantamos con ánimo y fidelidad, y volvían a renacer nuestros sueños, hasta que al final todo estaba en orden, y cuando abrimos los ojos, ya habíamos superado la crisis económica.
Me encantaba verla confiada en el porvenir y dispuesta a dar solución a los casos mas difíciles. A mi también me gustaban los pacientes complejos porque eran los que necesitaban  mas carga humana.
La ambición no encontró nunca espacio en nosotras, al contrario todo lo hicimos por amor, sin ningún tipo de interés metálico, y cuando peor estuvimos económicamente, que no teníamos ni para pagar a una enfermera, nuestro trabajo fue siempre el mejor, pues derrochábamos amor, y humanidad por cada poro.
Nunca en la vida he hecho nada de lo que me tenga que arrepentir. Nunca le he cogido un centavo a nadie. Mi negocio ha sido limpio, a pesar de lo que se esta viviendo en esta época con este tipo de dependencia.
Igual que confieso el trabajo que pasamos, y que triunfamos por nuestra insistencia y continuidad, también debo decir que hubo épocas en que tuvimos agencias que no nos pagaban, entonces para salvarlo yo puse mi vivienda y Ana puso su casita y unos terrenos que tenia en manos del banco para que nos dieran un préstamo.
Sometimos a todos a una evolución, y le dijimos la situación que estábamos enfrentando a los empleados. Fui analizando quien tenía hijos, quien era madre soltera, quien no tenía pareja, para saber como les iba  a pagar en tiempo de crisis, en fin lo arriesgamos todo por todo.
Por suerte la gente cooperó, pero nosotras nunca dejamos de pagarle ni un centavo a nadie.
Los trabajadores siempre creyeron en nosotras y por suerte fuimos desempeñándonos así, y todo se fue logrando.
No quiere decir que todo siempre fue color de rosa. He sufrido mucho, he recibido decepciones por parte de personas de mi entera confianza, me han traicionado, incluso tuve que llevar a una de mis empleadas a corte porque me estaba robando los pacientes.
Muchas personas nos ofrecían productos y artículos de necesidad para el negocio y no cumplían. Nos robaban el dinero que pagábamos por ellos.
Por ejemplo recuerdo que nosotras queríamos entrar en un departamento que se llama Chat, y eso es como una acreditación que hace que tu negocio mejore y logre contratos con otras compañías. Es como decir que estas en el TOP. Y el hombre vino y nos ofertó resolvernos esa acreditación y nos pidió cuatro mil dólares y nunca nos cumplió.
Ante este informalidad y con tanto dinero por medio llamamos a la policía pero resulto que el hombre era veterano de la guerra y nos dijeron que estaba “fundido” que tenia serios problemas nerviosos y al final no le hicieron nada y las que perdimos fuimos nosotras pues se quedó con  el dinero. 
Yo sé que el mundo del negocio es así, te encuentras con gente agradecida y desagradecida, personas que les das servicios sin recibir ni un centavo y después te denuncian porque dicen que es poco el servicio y cuando vienen a investigarnos, han visto que ha sido de gratis, por lo que no nos han podido hacer nada.
Todos estos años han sido de guerra contra la maldad humana, por eso  todo se lo dejamos  a dios, para que él se encargue de esa mala fe.   
Este negocio por supuesto mejora tu economía que es un factor importante en la vida del ser humano, y mas en una sociedad de consumo, pero mucho más importante ha sido la satisfacción, porque cuando das te sientes compensada espiritualmente. Es como una emoción que invade nuestro pecho que a veces no cabe el regocijo que uno siente.
 Pero todo no ha sido color de rosa, también hemos tenido que enfrentar enemistades, individuos competitivos, oportunistas, e ingeridos, y nosotras lo único que hemos hecho es darle atención a quienes lo han necesitado, preocupadas porque el servicio sea bueno,  y sin dejar de aplicar la ley de dar y recibir.
En medio de este trabajo me encontraba cuando murió mi padre, fue un golpe extremo, como si a una le arrancaran el corazón con la mano.
Ese día fue terrible, mi hermana Irían, me llamó  por teléfono, para avisarme de que a mi padre le habia dado un estrop y que estaba en el hospital.
Allá me fui urgentemente y lo vi., pero me pareció que estaba bien, incluso me dijo muy deprimido que Miami no se recuperaría jamás, pues hacia poco que habia pasado el huracán Andrius y toda la ciudad estaba en ruinas.
Y era cierto, por doquier había techos desmantelados, fachadas derrumbadas, árboles arrancados de cuajo, y una tristeza grande que se respiraba con solamente salir a la solitaria calle.
Creyendo que habia sido un malestar simple, y mejoraría, lo dejé con mi hermana para irme a  casa a bañarme e ir para el trabajo.
No habia comenzado el aseo cuando mi hermana volvió a llamarme y me dijo que le habia repetido el estrop y que estaba muy grave.
El golpe fue tan fuerte que todavía lo cuento y me parece increíble como pude soportar tanto dolor. Lo cierto fue que duró en ese estado 11 días, y decidimos llevarlo para la casa. Allí se le aplicarían sesiones de terapia, lo demás era una recuperación lenta , hasta yo misma le di algunas .
Así minusválido duró cinco años, hasta que el día en que tuvimos que regresarlo al hospital porque se puso muy malito, y el médico me habló bien claro, me dijo que no iba a mejorar.
Aquellas palabras para mi fueron muy dolorosas, pero tenia que enfrentarlo todo. Hacía cuatro días que estaba nuevamente hospitalizado y muy grave, entonces fui a casa a buscarle el almuerzo, y cuando regresé no respondía, duró así toda la noche y por la madrugada falleció.
Yo no estaba preparada para una perdida así, y mucho menos la de un ser tan querido para mi, porque el era mi héroe, mi dios, mi todo.
Destruida y sin fuerzas, pedí en largas oraciones al dios supremo me ayudar a soportar ese dolor porque me sentía endeble, con las emociones a flor de piel. Aun no habia pasado el dolor del divorcio, el que me duró por mucho tiempo, los traumas a que me sometí en ese matrimonio.
Mi enfrentamiento a la nueva sociedad, sola, sin una mano fuerte que se tendiera a mis pies.
Los golpes a la integridad, habían sido enormes, y la muerte de mi querido padre terminaba con lo poco que me quedaba.
Sufrí lo indecible, aun sufro su ausencia, y lo venero en mis sueños, y le pido que me ayude a continuar la vida, porque sin él ha sido muy vacía. Con él se fue mi comprensión, mi ayuda espiritual, mi esencia.
Pero como todo en la vida tiene que continuar, Dios me dio fuerzas para quedarme tranquila, y satisfecha de habérselo dado todo en vida.
En las calles de Miami, he dejado un pedazo de mí. No existe un lugar que yo no haya pisado, una estación del tiempo que no haya acariciado mi piel, ni un desvalido al que no le haya tendido la mano.
Por todo esto, continuo con mi trabajo humanitario y con el todos los días me voy llenando más y más amor, de ternura, de paciencia y de deseos de continuar con mi lema, que no era, ni es otro, que dar y recibir, y reafirmarme a mi misma que si se puede, que todo en este mundo está en el campo de las posibilidades, lo que necesitamos es entereza y empeño.


“La calidad lo que das determina la calidad de lo que recibes. Da, sabiendo que Dios, la Fuente de todo Bien, está abasteciendo en este preciso momento tus necesidades y está haciendo llegar la prosperidad a ti por diversos canales”.