
Por Adela Soto Álvarez
Rosa
Emilia Campos, nació en el municipio de La Palma, pero después del 1959
se vino a vivir a la ciudad de Pinar del Río, donde le asignaron una
vivienda y le ofertaron un puesto de trabajo en el despalillo de tabaco
Niñita Valdés de la misma ciudad.
Por
supuesto que todo esto fue a cambio de su finquita de tres caballerías
de tierra, dedicada a la siembra de tabaco negro, donde dejó quince
reses de doble propósito, nueve terneros, dos toros cebú, una yunta de
bueyes, cinco caballos, cuatro yeguas, ocho cerdos regordetes, una
infinidad de gallinas sacadas y a punto de sacar, patos, guineos, pavos y
una frondosa arboleda de diferentes frutos, los que se alzaban
majestuosos alrededor de la casa de ensartar tabaco también de su
propiedad.
Sus
padres habían muerto de una penosa enfermedad y sus seis hermanos
salieron del país en busca de un futuro mejor, pero ella era una fiel
creyente del sistema que invadía la isla, por eso cortó todo tipo de
comunicación con ellos y entregó las tierras que poseía como único
patrimonio familiar.
Al
año de residencia en Pinar del Río conoció a Luis Martínez, tan
integrado como ella y formaron una linda pareja, de la que nacieron al
poco tiempo dos varones, Luis Ángel y Luis Alfredo, a los que
cariñosamente les llamaban Colinó, y Papuchito.
Rosita
de muy educados modales, como lo es la mayor parte de los campesinos
cubanos, se la había pasado soñando con ser alguien en la vida, y
gracias a la nueva generación lo sentía seguro,
por lo que además de las labores de despalilladora matriculó la escuela
se Superación obrera y comenzó sus estudios primarios, segura de que
llegaría a la Universidad y se graduaría de Profesora, carrera que
admiraba y sentía gran vocación por ella.
Así
se le veía a la joven mujer, del trabajo a la escuela y de esta a la
casa, todo el tiempo y sin descanso, a la vez que combinaba esto con su
integración en las Milicias, el Comité de Defensa, La Federación, la
guardia obrera, y todo lo que le pidieran hiciera para formar al hombre
nuevo.
Al pasar el tiempo muchas medallas condecoraron su pecho, así como muchos diplomas adornaron las paredes de su casa.
Orgullosa
y henchida de felicidad Rosita caminaba por las calles pinareñas, a la
vez que cualquier cosa que le pareciera en contra de las leyes y el
sistema las enfrentaba con valor y decisión, por lo que un alto número
de veces en su calidad de fiel auxiliar de la Policía, encausó a muchos
vecinos, tan sólo por creerlos desafectos al sistema, pero eran sus
ideales, y todos se los respetaban. Unos por temor a que se los llevara
detenidos y otros por no irle a la contraria.
Rosita
era la pura ley en su vecindad. Más de 15 cargos dentro de las
organizaciones de masa, Militante, Cederista, Federada, Miliciana,
Auxiliar de la Policía, Come candela, y de cuanto adjetivo distinguiera
su trabajo, y más que todo esto ferviente a los principios de su
generación.
Mientras
Rosita y Luis se dedicaban al cumplimiento del deber los, hijos crecían
al cuidado de los maestros y auxiliares de los diferentes centros de
estudios, seminternados y becas del país, y cuando estaban de pase
sobrevivían al cuidado de cualquier vecino de buena voluntad que les
hiciera el favor de darles un plato de comida.
Una
vez los dos abandonaron los estudios y se dedicaron a la esquina, donde
la mayoría de la juventud cubana deambula llenos de ocio y abulia.,
aunque esto a primera hora no lo detectaron sus padres, porque como
nunca estaban al tanto del asunto a causa de sus múltiples ocupaciones,
no notaron la continuidad de las vacaciones.
Eran
tantas las reuniones y tareas de este matrimonio de la nueva era, que
tampoco se percataron que los dos se estaban dedicando al robo, y así
fue como una noche en que por casualidad todos dormían aparentemente en
paz, un escuadrón de policías allanó la morada de Rosita sin escrúpulos.
Todo fue revolcado en un dos por tres, y por mucho que ella sacó los carné que poseía y
enseñó condecoraciones y medallas, las esposas chirriaron en los puños
de los dos hijos y a empujones fueron conducidos al auto patrullero.
Como
es de imaginarse los cargos fueron muchos, por lo que los dos fueron
condenados a 15 años de privación de libertad. Uno fue enviado a la
cárcel de Pinar del Río y el otro trasladado a la cárcel de Villa Clara, a una inmensa distancia de la ciudad de residencia de ambos.
Los
esposos Rosita y Luis no podían entender el por qué sus hijos se
convirtieron en temibles ladrones, si habían hecho tanto por formar al
hombre nuevo. Pero lo cierto era que estaban condenados por la ley,
presos con largas condenas y ellos tenían que enfrentar esa realidad
como quiera que fuera y sin ayuda de nadie.
Sumida
en sus pensamientos hizo miles de cosas por rebajarles las condenas
exponiendo integración, años al servicio de la patria, su actitud
ejemplar y cederista, en fin toda su juventud dedicada a la causa que
hoy hundía en la cárcel a sus dos hijos. Pero nada resolvió, aunque a
pesar de todo esto continuo al frente de sus cargos sin quejarse.
Una mañana de enero Luis falleció a causa de un infarto masivo ante tanto sufrimiento, y Rosita se quedó sola al frente de todas sus batallas.
Vieja,
cansada y con una enfermedad incurable la enviaron a un puesto de menos
salario hasta la jubilación, a causa de que no estaba calificada en la
especialidad que realizaba y sin que nadie tuviera en cuenta que no pudo
terminar sus estudios gracias a la falta de tiempo y a tantas tareas
asignadas.
Pero
esto aunque le dolió y rebajó su autoestima, siguió al frente de sus
encomiendas masivas, hasta que una noche en la reunión de vecinos le
dijeron que debía entregar los cargos porque a causa de sus problemas
familiares los estaba desatendiendo, además debía darle paso a la nueva
generación.
Por
estas mismas causas la fueron despojando de todos los demás, y el único
que le dejaron por unos meses más fue el de Secretaria del Núcleo del
Partido del Comité de Zona, y eso porque nadie lo quería.
Hoy
se le ve por las calles pinareñas apoyada a un bastón litigando un
puesto en la cola de la placita o la carnicería para poder alcanzar lo
que le toca de la cuota normada, o suplicándole al panadero que le de un
pan de más del que le toca para poder comer ese día.
Otras veces se le ve buscando desaforada a algún conocido de la familia que le pueda conseguir la dirección de sus hermanos en Miami para comunicarse con ellos a ver si la ayudan económicamente.
Muchos la odian por la constante represión que ejerció durante muchas décadas contra todo lo que le pareciera ilegal, otros se compadecen de su ceguera y destino.
Sola,
abatida y con muchas decepciones malvive hacinada y sin futuro en una
pequeña vivienda que comparte con unos amigos. Un camastro es todo lo
que tiene de su propiedad y los remordimientos de haberlo dado todo a
cambio de tan poco.