ENTREVISTA LOS AZOTES DEL EXILIO NOVELA

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DEDICADO A MIS PADRES

UNA MUJER EN LA JUNGLA




AUTOR; ADELA SOTO ALVAREZ


Comenzaba el año l975 en mi Cuba esclavizada, cuando conocí a Miguel que acababa de graduarse en el Instituto de la Moral como abogado.
Era un joven intachable, de buena familia, cariñoso, decente y sobre todo acorde con los principios que imperaban en la isla.
Era un militar de pies a cabeza y esto lo exoneraba ante mi familia, pues en esta época para tener moral tenías que estar integrado completamente a todas las organizaciones políticas y de masas y de vez en cuando sujetarle la pata al mago en las reuniones cederistas, de lo contrario eras contrarrevolucionario, y dentro de esto, homosexual, delincuente, vende patria, vago, jipi, lacra o cuanto adjetivo se le antojara a la nueva clase, lo que era lo mismo que no tener derecho a nada, ni siquiera a que una muchacha lo mirara, o cuando menos no merecías para ellos ni el aire que respirabas.
Estuvimos seis meses de romance, llenos de ilusión y amor. Sin pensarlo llegó la boda ¡qué feliz me sentía! Mis abuelos lograban el sueño de no verme con una barriga a la boca o con un niño en los brazos seducida y abandonada.
Mamá y papá se quitaban una responsabilidad de encima con el veleteo y el cuidado de la pureza virginal, además de adquirir mucho más respeto y confiabilidad en el barrio, porque su hija se casaba con un militar.
Pero como todo tiene un destino prefijado nuestras vidas iban sobre rieles sin darnos cuenta del tan alto precio que tenía la felicidad.
Entonces fue cuando a Miguel y a mi nos dieron la tarea de cumplir con una misión el la Selva Amazónica donde el diablo dios las cien voces y nadie lo oyó y donde ninguno de los dos imaginamos cuantas sorpresas nos esperaban.
Felices y dispuestos ante la decisión y creyéndonos muy importantes por estar dentro de los elegidos para la tarea, nos pasábamos las horas haciendo planes futuros como es costumbre en los enamorados.
No veía la hora de subirme al avión y volar muy alto junto a Miguel mi gran amor, mi querido esposo.
Este viaje para mi era el mejor estímulo que me daba la vida, y así llegó el día tan esperado, así también marchamos llenos de fervor patriótico a defender otros parajes del mundo, junto a Ramón, Martha , Olguita y José Alfaro, entre otros, creyéndonos dueños del universo y de la victoria.
Nuestros ideales aún estaban intocables. Éramos tan jóvenes, tan inocentes, tan necesitados de promoción.
Nos habían entrenado para eso, con varias dosis de mentiras y grandes porciones de ideologías impuestas, entre un futuro inalcanzable y el compromiso moral de ser mejores cada día en el cumplimiento del deber.
Nada nos importaba que no fuera cumplir, el orgullo invadía nuestros pechos, y yo me sujetaba al brazo de Miguel anhelante.
Recuerdo que lo hice con tanta fuerza que logré lastimarlo. El me pidió calma, después me acarició comprensivo, sin dejar de susurrarle a mi ingenuidad sus palabras más dulces. Sabía que yo aún soñaba con viajes fabulosos, reyes magos, hadas madrinas y milagros increíbles.
Era el catorce de noviembre de aquel día de despedidas familiares, proyectos e ilusiones, además del alto humanismo que nos llenaba por dentro y por fuera. Nos temblaba la voz mientras el avión se deslizaba entre las altas nubes, y detrás quedaba nuestro terruño y nuestras costumbres más arraigadas.
Al cabo de un tiempo ya estábamos en la Jungla. Allí nos esperaban los de la misión armados hasta los dientes. Sin mucho protocolo nos subieron a un carro blindado que se deslizó a tal velocidad, que no puede apreciar la distancia que había del aeropuerto al lugar de residencia.
El pecho me latía con tanta fuerza y repleto de todo el orgullo del mundo. Lo único que no se apartaba de mí era la idea de implantar en aquel lugar desconocido un reino de paz, y dar la vida por todo el que la necesitara, a la vez que me invadía por dentro y por fuera la enorme sensación de ser Juana de Arco, Diosa del Olimpo, Dueña de todos los poderes, Heroína de todas las batallas”en fin una mujer para respetar.
Allí se nos explicó lo relacionado con nuestros deberes militares, el dormitorio de cada cual, las funciones laborales, y miles de advertencias más sobre los habitantes del lugar, o mejor dicho los oriundos de la selva, porque habitantes habían de todas partes del planeta.

El principal objetivo era prohibirnos las relaciones cordiales con los africanos. Cosa que no podía entender, pues en mi país lo único que se hablaba era de hermandad, y que debíamos ser solidarios con ellos. Después supe la verdad, supe que aquellas mujeres con los hijos a cuestas y las tetas a la cintura nos odiaban sin compasión.
Solamente éramos carne de cañón, nos habían enviado para encumbrar protagonismos e intereses personales y políticos.
Aún lo recuerdo con detalles y siempre acude a mi memoria como experiencia inolvidable el primer día de trabajo, que ni por ser el primero tuvimos descanso.
En aquel lugar todo era hacer y hacer, entre emanaciones de gasolina, el olor a muerte, a mutilados, heridos, disparos, explosiones, aviones y cohetes. Los proyectiles parecían sacarle esquirlas a la tierra y la impotencia devastaba los causes de la sensatez.
Era increíble ver como caían a diestra y siniestra los hombres destruidos por las bombas que no le pertenecían, pero nadie se arrepentía, en ese momento llevábamos en la frente y en el miedo un ideal legítimo y patriótico. Éramos guerreros cubanos, valientes y ciegos guerreros cubanos…
Había que cumplir, era la palabra de orden y los militares no discuten, acatan las disposiciones por duras que sean. Había que cumplir con el deber y el tiempo establecido, el qué se rajará era un traidor y si eso pasaba era preferible morir que regresar a la patria.
Si lo hacías te esperaba una represión eterna, un castigo eterno, serías escoria para los demás, un guiñapo, la peste misma, y con esto la muerte espiritual del arrepentido y toda su familia. Y digo así porque lo pude comprobar con mi amigo José Alfaro.
El se arrepintió y se ametralló el vientre creyendo poder calmar la inconformidad, y de esta forma provocar su traslado al país, sin acusaciones ideológicas.
El inocente de mi amigo creyó en la suerte y ésta lo traicionó. Creyó saber más que los espías de turno, que tenían la mejor red de inteligencia de esos tiempos y sucumbió en la desdicha. Sólo fue un cuerpo desnudo flotando en su propia batalla, solamente pudo acumular lágrimas en el fondo del más negro de los fosos.
Por eso un día me contó que lo hizo por no poder soportar los rigores de la guerra. No por cobardía ni miedo, pero nada resolvió con esa locura, solamente poner en peligro su vida y quedar relegado para siempre en su propia tierra. Y eso era lo que más le dolía, tener que por esa causa aprender a vivir con herrajes, oculto detrás de las columnas y sin encontrar compresas para aliviar su herida.
Al principio nadie supo la verdadera historia, pensaron en un atentado de las tropas enemigas, pero el calló y nada dijo, dejó que lo engalanaran como héroe siguiéndoles el juego. Dicen que hasta le rindieron tributos ante la estatua del apóstol y la prensa nacional lo sacaba a diario en sus páginas, y su foto en la primera plana, y su voz en todos los medios de difusión masiva y José Alfaro ejemplo de patriotismo y el pecho lleno de medallas por el deber cumplido.
Pero como bajo y tierra no hay nada oculto un emisario del mago averiguó la realidad de lo acontecido en la Jungla, además de los cornetazos de los que presenciaron el disparo y al cabo de ocho meses el inmaduro de mi amigo José terminó como disidente tras las rejas de una penitenciaria, posteriormente pasó al estatus de exiliado en la Florida.
Habían pasado varias semanas de nuestra llegada a la Jungla. Hasta ese momento no había pensado en la forma en que me miró el jefe. Tal vez no advirtió mi desprecio por sobre la mirada codiciosa que me clavó en el momento en que arribe ante sus órdenes, pero lo miré así para que no se equivocara.
Aunque no tenía experiencias sobre asedios de ese tipo, ni de otro, mi intuición me avisó de su apetito carnal, estaba casi segura que si no tomaba mis medidas de precaución iba a tener grandes problemas con él.
Conocía por otros, que los jefes son casi todos prepotentes, autoritarios y abusadores con los subordinados. Les gusta poseer a todas las mujeres, sean quien sean, y lo logran valiéndose de las peores bajezas. Se creen superiores por su cargo y rango y como en la vida militar nadie puede rebelarse ni discutir con el jefe aunque se orine en la cama, traté de hacer lo posible por evitar un enfrentamiento.
Este señor a que me refiero era grueso, forzudo, de mirada inquisidora y calculador en todo momento.
Sus pequeños ojos de color oscuro y rasgos asiáticos eran el más fiel reflejo de la prepotencia masculina, que aunque la trataba de ocultar detrás de unos gruesos cristales a causa de su afección miope, sus diabólicos destellos chocaban con la perspicacia femenina.
Usaba pantalones muy estrechos que lo hacían lucir mucho más gordo. Su regordeta barriga siempre la exhibía a pesar de llevar la camisa por dentro. Era de modales rudos sobre todo antes de dirigirse a cualquier subordinado. Se le veía pasearse de un lado para otro rascándose la barbilla y premeditando la grosería que iba a lanzar antes de embestirlo con sus órdenes, y aunque imponía los criterios en voz baja, terminaba sarcástico y dando golpes sobre el buró como un animal salvaje.
A mí desde el primer momento me inspiró repulsión, después fue cuando me invadió el miedo. Les aseguro que era un animal muy peligroso y aferrado a sus intereses.
Eran las diez de la mañana de ese día que no quisiera recordar. Todos estábamos expuestos al olor a pólvora, a disparos, gorriones, e impotencia cuando llegó la noticia de que había decidido el mando superior, mandar a mi querido esposo Miguel al Sur de la Jungla a cumplir con una misión muy especial.
Casi me infarto al saberlo, pero ni Miguel ni yo teníamos poder para evitarlo. Allí estábamos para cumplir órdenes y mi pobre esposo sólo sabía cumplir órdenes y así marchó con su ideal patriótico coronando su frente y dejándome sin saberlo en manos de un malvado y ladino Simio, prepotente y despiadado.
Sin poder recuperarme del golpe estuve por más de quince días, pero, tenía que reponerme rápido y continuar con la vida, no me quedaba otro remedio.
Entonces traté de refugiarme en Ramón el mejor amigo de Miguel, nos llevábamos muy bien y teníamos muchas cosas en común, al igual que Olguita que aunque era un poco introvertida y nunca se sabía de qué lado estaba, era mujer y podía ayudarme a pensar.
Después supe que de nada me servirían sus consejos pues el ladino jefe con la mayor de las astucias y aberraciones comenzó su plan de asedio, tratando de babearme como una serpiente venenosa, con gestos caritativos y comprensiones nunca sentidas, a la vez que me brindaba toda la ayuda que necesitará.
Como es de suponerse jamás le acepté nada, pero él no dejó de insistir, era demasiado orgulloso para soportar mi constante desprecio, y ante mis negativas preparó un nuevo plan captura, pero está vez mucho más macabro, sin límites, ni escrúpulos.
Lo primero que hizo fue cargarme de trabajo incoherente .Me hacía repetir cuartillas tras cuartillas, que después veía en el cesto de los papeles. Otras veces me encomendaba trabajos por jornadas enteras a cualquier hora del día o la noche. Cuando menos lo esperaba me ordenaba revisar panfletos y libros sin ningún fin, todo esto para después desenmascarar su verdadero objetivo.
El reloj seguía parcializado con el jefe, y yo agotada, extenuada, al borde del precipicio
Las ojeras me llegaban a la cintura, dentro de una demacración muy marcada. A penas comía, y el miedo haciendo todo el tiempo blanco en mi psiquis.
De Miguel nada sabía, ni una carta, ni un recado, ni una paloma mensajera que me trajera algo de él, y el Simio disfrutando mis desgracias.
Ni un sólo momento me dejaba en paz divirtiéndose con la tortura psicológica a que me había sometido, y pensando que ante la incertidumbre y la soledad iba a ceder, por eso mi rebeldía lo ponía mucho más agresivo, hasta llegar a hacerme la vida imposible. Me marcaba el tiempo de almuerzo y si me pasaba de un minuto me lo sacaba en cara delante de todos. Si iba al servicio sanitario más de dos veces, decía que lo hacía para no trabajar. Se metía si hablaba con cualquier que fuera mujer u hombre, estaba al tanto hasta de mis menstruaciones, qué día me tocaba, si estaba próxima, en fin me comenzó a volver loca.
Las noches en aquel lugar para mí eran interminables. Contaba las estrellas una a una para poder dormir, pero nada, Morfeo también se alió al jefe y nunca dejó que el sueño me llegara en tiempo y forma.
Trataba de pensar en el regreso de Miguel, y yo resucitando entre sus brazos. Imaginaba sentir sus manos tibias como un bálsamo divino posándose en mi atribulada cabeza, en mi frente, calmando con su presencia el injurioso tiempo que me había tocado vivir sin él.
Otras veces lo apresaba entre mis recuerdos para poder llenarme de fuerzas y poder resistir las aguas envenenadas que bañaban mi silencio. Su voz me llegaba desde la distancia como un amuleto que me permitía estar viva. Me pasaba hora y horas hablando con mi amado a solas conmigo, y le contaba mis penas aún sabiendo que no podía escucharme. Pero necesitaba desahogarme con alguien, me sentía muy mal, muy descompensada, muy sola.
La sicopatía morbosa del Simio me ponía los pelos de punta cada vez que pensaba que al otro día tenía que regresar a la oficina a soportarlo un día más.
Tal vez estaba loco y nadie lo sabía, quizás era un aberrado sexual oculto tras el uniforme
y los grados militares, y como era oficial de primera línea, nadie reparaba en esas deformaciones de su personalidad , pero de lo que sí estaba segura era de qué detrás de su mirada aparentemente tranquila escondía un destello de maldad, que aunque indescifrable existía.
Quería huir, pero a dónde, quería convertirme en viento, sal, arena, desaparecer de su mirada y mando, pero la realidad volvía con sus fuertes puños a golpearme una y otra vez.
Muchas veces me sentí entre dos muros sangrando sin amigos, perdida en un pedazo de tierra desgarrada.
Allí hasta la luna era distinta. Todo se me antojaba una enorme hoguera entre viejos rones, inconformidad, y cuerpos tan crudos que no dejaban de gemirle los huesos.
Por eso a cada rato iba a refugiarme entre el grupo de supuestos ateos, los que abrazaban el fusil y llevaban el crucifijo y la esfinge de la santa sumergida en lo más profundo de sus bolsillos.
Con estas personas era con los únicos que se podía estar cerca, por lo menos no criticaban, solamente reflexionaban lo asfixiante del mundo real, y se metían en su idealismo superior, inventariado todo el acontecer y haciendo lo posible por sacarme del pecho lo que imaginaban pero nunca supieron.
Muy pocos sabían de este grupo, porque ellos se ocultaban hasta de su propia sombra para rezar todas las noches, el ave maría que les calmara el miedo, y pedirle a dios el fin de la guerra.
Una tarde cuando terminé la jornada laboral y con muchos deseos de morir pensé que era mejor hablar con alguien de lo que me estaba pasando para que me ayudara, entonces con mucha vergüenza busqué a Ramón, y se lo conté todo.
Ramón no me podía creer, hasta que le di detalles, entonces indignado aferró los puños contra la pared y lloramos los dos de ira e impotencia.
-¡Es para matarlo!, me aseguró, pero no te preocupes, le llegará su hora, y te juró que seré implacable.
Después de algunas reflexiones comprendimos el por qué trasladaron a Miguel, entonces Ramón me pidió toda la paciencia posible a la vez que ponía todo su esfuerzo en consolarme.
De esta forma me hizo prometerle ser muy juiciosa y obediente con sus planes, pues lo iba a pensar todo con mucho cuidado para no fallar, porque el tipo era peligroso por su jerarquía militar, pero me juraba desenmascararlo a cualquier precio.
Acepté su posible ayuda, aunque estaba segura le sería muy difícil, enfrentarse a Goliat en la vida real era como un sueño fabuloso, y nosotros éramos menos que David. David era una leyenda Bíblica utilizada como enseñanza para demostrarles a los hombres que el valor se antepone a la fuerza.
Pero esta leyenda llevada a la realidad humana, y a la de nuestros días y frente a la fuerza y el poder imperante, era imposible de aplicar.
Estábamos en tierra prohibida, a miles de kilómetros de nuestro Imperio, en medio de la Jungla, donde nuestros derechos no existían y sobre todo bajo las órdenes de aquel individuo, que era toda la indolencia y nosotros indiferentes soldaditos de plomo, pequeños puntos delante de la justicia.
Ramón se pasó horas explicándome como actuar y por ese tiempo el temor se alejo un poco, después la verdad volvió a dispararse con sus fuertes ráfagas y impulsándome a revelarme, pero él con su forma de ser tan especial comenzaba desde el principio, y así con mucha paciencia aconsejándome y volviéndome a aconsejar nos cogía la media noche.
Un buen día por cierto domingo, acudí al lugar donde llegaba la correspondencia en busca de alguna carta de Miguel, o de mi familia, pero como siempre nada para mí, nunca llegaba nada y esto me estaba preocupando mucho.
Pensé preguntarle al correo que dormía en el mismo piso, pero cuando me disponía a hacerlo el Jefe me detuvo invitándome a su habitación.
Apresuré el paso lo más que pude y él me siguió por todo el pasillo hasta que me dio alcance. Entonces me tomó por los hombros y me apretó contra él y la pared del pasillo, que por desgracia para mí, en ese momento se encontraba desierto.
Los ojos le brillaban más que de costumbre y pude observar en ellos toda la lujuria de un barco ebrio. Tuve mucho miedo, y lo seguí obligada por la fuerza. Su tosca mano no dejó de apretarme fuertemente por el brazo derecho, acompañado de las peores ofensas y vejámenes recibidos en mi corta edad.
Su crudeza era tanta y su falta de humanidad y delicadeza que traté de hacer resistencia escupiéndole el rostro, pero nada, no me soltaba , al contrario se mostraba mucho más enfurecido, y a empujones me entró por la puerta de la habitación lanzándome sobre la cama y cerrando tras de mi la puerta con llave.
Cuando me vi sobre la cama y con la puerta cerrada, pensé morir de terror, entonces comencé a dar gritos y a pedir auxilio, pero él con toda su fuerza me tapó la boca con una de sus gruesas y torpes manos, mientras con la otra me apuntaba con la pistola.
El forcejeo duró unos minutos, porque yo perdí la fuerza corporal de tantos empellones, además le cogí mucho miedo a la pistola, mi corta edad y mi endeble cuerpo estaban en mi contra. Sin consuelo comprendí que estaba sola e indefensa delante de aquel hombre.
Aún así traté de hacer algo sin muchas esperanzas, y mirándolo fijamente lo abofetee varias veces escupiéndole nuevamente el rostro, él se puso colérico, pero disimuló lo suficiente, después se puso de pie aparentando la mayor tranquilidad, se limpió con el pañuelo mi saliva, meditó de espaldas hacía mi unos segundos, y acercándose lentamente, me rastrilló la pistola en las sienes a la vez que me decía como un demente
- Eres mía o te mato, y después digo que viniste aquí a hacerme un atentado…¿y a quién crees que le van a creer a ti o a mí?-
Su voz estaba totalmente descompuesta, estaba segura que lo haría sin escrúpulos, y sin dejar de mirarme a los ojos me repitió.
- Te mato y nada pasa…ustedes las mujeres no saben hacer las cosas, parece mentira que no te dejes hacer el amor, debías estar orgullosa de que me fije en ti, no has visto la cantidad de estrellas que tengo sobre el hombro?
Al escuchar aquellas palabras el asco me aumentó, entonces esperando que me disparara le grité, que ni la muerte me haría entregarme a un ser tan mezquino como él, a la vez que le preguntaba, quién le había dicho que a mi me interesaban las estrellas, que lo mismo me daba que tuviera una constelación como ninguna.
Los fuertes golpes en la puerta detuvieron la discusión, tal vez evitaron mi muerte. Ramón había sentido mis gritos…dijo, que por casualidad, pero estaba segura que nos siguió y sin saber qué hacer se aprovechó de una llamada telefónica que le traía el oficial de guardia al jefe y se brindó para hacerle llegar el recado y así poder hacer algo por mí.
Mi amigo Ramón increíblemente logró su propósito, pues al tocar en la puerta del jefe con tanta fuerza detuvo la escena y el intento de violación.
Pasaron los días llenos de acosos sexuales, toqueteos en las nalgas y los senos, besos robados aprovechándose de las oportunidades que tenía como jefe y por supuesto todo esto unido a abusos, ultrajes, amenazas y sin dejar de interceptar mi correspondencia privada, ocasionándome el mayor de los desesperos al no recibir noticias de mi familia y de mi esposo. Su objetivo era hacerme ceder ante sus caprichos morbosos.
Continúe poniendo al tanto a Ramón de todo y éste desesperado no dejaba de arder en ira ante la impotencia que teníamos, aunque no cesaba en sus planes de desenmascararlo a toda costa, y sin dejar de desearle la muerte.
Yo asustada y desesperada por el peligro que estaba corriendo la situación trataba de hacerlo reflexionar y le pedía que no pensará en hacer nada por sus manos, pues sería su fin, que todo tenía que ser con pruebas suficientes para que nos dieran la razón, pero él aferrado no me escuchaba, solamente pensaba en liquidarlo personalmente.
Cuanto me pesaba haberlo involucrado en mi situación, no quería que mi amigo se buscara problemas por mi culpa, por lo que hacía todo lo posible por suavizar el caso y decirle que no me había vuelto a molestar, pero Ramón no me escuchaba , pensaba y pensaba , hasta convertir las ansias de justicia en una obsesión.
Entonces decidí no contarle nada más, a ver si olvidaba mis palabras, y se tranquilizaba en sus asuntos, aunque yo me convirtiera en una mole muerta, e imaginarme que lo que me sucedía solamente eran las consecuencias de la guerra, que no tenía más opción que resignarme a mi suerte.
Pero mi desesperación era tan grande que no podía disimularlo, se me veía en el rostro, los ojos y en mi forma de actuar. No miento si digo que muchas veces pensé vaciar mi pistola en la cabeza. Sólo el recuerdo de Miguel me hacían cambiar de opinión, también los consejos de Ramón que nunca me faltaron, por eso quise continuar viviendo sin pensar mucho en lo que me estaba sucediendo.
Los días pasaban de prisa, y los acechos sexuales no paraban, cada vez eran peores y más exigentes hasta que no pude más y volví a hablar con Ramón del asunto.
El me escuchó como siempre, entonces los dos nos prometimos terminar con aquello lo antes posible, pero de forma pacífica e inteligente.
Pasé muchas horas meditando en penumbras, con todos mis problemas en el laberinto espiritual, tratando de sacar fuerzas de cualquier sitio por tal de calamar la incertidumbre y buscar una salida.
¡Qué desdichada me sentía! Nunca pensé que aquella sería mi realidad y tal vez la de muchas mujeres que como yo llegaban al lugar destinado llenas de ilusiones y deseos de hacer y de cumplir con el sagrado deber , creyendo encontrar caballerosidad, compañerismo, hermandad.
¿Cómo era posible que existieran hombres como aquel y que nadie supiera lo que realmente hacían con las mujeres subordinadas? Cómo podían permitir que un alto oficial del ejército tratara así a los suyos, y no solamente en el campo de los intereses carnales, sino en la vida diaria, en la cantidad de negocios ilícitos, en el tráfico de personas y otros artículos de consumo que yo veía negociar a diario involucrando a infelices soldados.
Pero todas mis preguntas se quedaban sin respuestas, era el Jefe y los jefes son jefes aunque hagan lo que hagan, por lo menos así me habían instruido, así me enseñaron , así me hicieron pensar y así lo tenía que asumir quisiera o no . No era más que un frágil gorrión dentro de una jaula de sorpresas cotidianas, un tronco seco en una tierra ajena.
Mi tristeza era terrible, ni siquiera los alientos de Ramón diciéndome que Dios siempre estaba al acecho y nos salvaría de lo malo, calmaban mi desatino. En mi desespero solamente veía a diferentes pitonisas queriendo absorber el pedazo del oráculo que me tocaba. Los días que pasaban y la realidad me hacían creer que todo allí estaba bajo el poder de un solo hombre, y que no era Dios, sino Barrabas, Belcebú, todo indicaba que nuestro Creador nos había olvidado.
Olguita que era liberal provenía de otra educación, me dijo un día que por casualidad se percató de que algo muy doloroso me estaba sucediendo, que no fuera estúpida, necesitaba aprender a vivir entre las fieras. Allí había que ser práctica y lo importante era sobrevivir con inteligencia, ya era hora de dejar los conceptos de moral provinciana pues una raya más en el tigre no importaba, nadie tenía que saberlo, con cautela todo se podía hacer para salvarse el pellejo.
Sus palabras terminaron con la poca espiritualidad que me quedaba, aunque después cambie de opinión y pensé que ella tenía razón en parte, pues el corazón podía a veces ser perverso aunque se volviera una serpiente y después te ahorcara.
Mi realidad era muy dura, estaba sentenciada a la muerte en la hoguera del poder y si no cedía tal vez sería peor para mi y para Miguel, quién sabe lo que le podía suceder en el Sur si no cooperaba en mi infortunio. Ante estas interrogantes me hice el firme propósito de dejar que todo fuera como la propia vida me lo iba destinando.
Ante esta firme decisión comencé a sentirme muy barata, inmerecida, asqueada de mi misma, una oveja descarriada, y sentía deseos de huir, perder mi identidad, crucificarme, incinerarme, y después buscar el más profundo abismo y lanzar mis cenizas.
Ya no quería mirarme en el espejo, ni hablar con los conocidos, me ocultaba en cualquier rincón del predio o la oficina, para no ser vista por nadie, y mucho menos por Ramón que afanosamente trataba de indagar qué me estaba sucediendo.
Pero por mucho que huía de todos y de mi misma no lograba nada, y mi gran amor por Miguel me golpeaba incansablemente aumentándome el sufrimiento y el agobio y me retenía del lodo a que me lanzaba la vida.
Cuánto necesitaba su voz calida y varonil, sentirme entre sus brazos con su beso acostumbrado y su mirada de ángel sobre mi desventura. Pero de él nada sabía, sobrevivía sin noticias. ¿Qué sería de mi esposo, a dónde lo llevó la suerte?.
Sin consuelo lloré por horas, entonces por primera vez me sentí esclava, esclava de mi propia clase, esclava de un hombre frió y sin conciencia al cual tenía que obedecer y dejarme seducir sin más opciones.
Era el día l4 de junio, el calor insoportable sacudía con fuerzas mi cuerpo, que se deshidrataba bajo aquella ropa de campaña. Las botas anudadas hasta el último ojetee, el pantalón por dentro de estas, la camisa por dentro del pantalón y abotonada hasta el cuello, solamente recibía ventilación por el rostro y las manos. Tuve momentos en que pensé no poder resistir, pero algo dentro de mí me daba fuerzas para continuar a pesar del calor sofocante.
Ramón se me acercó frotándose las manos se sentía muy desconcertado, mientras Olguita dibujaba una sonrisa burlona sin levantar la vista del libro que encuadernaba en el buró contiguo.
Ramón había ido a comentarme sobre un viaje que iba a realizar al Sur con la correspondencia y los alimentos que llegaron de nuestro país. El no era el responsable de esta distribución pero Sergio Dópico tenía un balazo en una pierna y no podía manejar por lo que se decidió por el mando lo hiciera él.
Al escuchar aquellas palabras me entusiasmé tanto que tomé a Ramón por una mano y lo arrastré hasta la ventana tratando de que Olguita no escuchara la conversación, allí le comenté de mi plan necesitaba me ayudara, era mi única posibilidad para poder ver a Miguel.
Ramón sin saber que decir dio unos pasos y volvió a mirarme. De pronto supe que lo tenía acorralado con mi peligrosa petición, pero aún así sin muchos titubeos me explicó lo difícil y delicado del traslado, solamente faltaban cinco días para el viaje y debía hacer las cosas con mucha cautela para no fallar, además de planificarlo todo muy bien para no levantar sospechas.
Lo preparé todo muy bien como Ramón me indicó y hable con Olguita y Martha la otra compañera de cuarto, para que me apoyaran con el trabajo, claro que desconocía que no eran confiables y me expuse demasiado. Al otro día se repartía el avituallamiento en la misión, y yo era la encargada entre otras cosas del mismo, ocasión que aprovecharía para escaparme al terminar la jornada laboral e irme al Sur a ver a mi querido Miguel, pero mis planes se quedaron en la hipótesis.
Me duché tempranito y casi no dormí de la ansiedad y el nerviosismo, las manos me sudaban como una adolescente en su primera cita, no hacía más que pensar en el momento de encontrarme con Miguel , sentirme entre sus brazos protegida,.
Me acosté temprano para relajarme un poco, traté de refugiarme en mis lecturas preferidas, después escribí un poema y regresé a la 6ta página de las obras escogidas de Buesa, necesitaba sentirme así enamorada, esperanzada. Por primera vez en quince meses soñaba pensaba en algo agradable, y mi corazón se llenaba nuevamente.
Estaba casi dormida cuando el ruido de la puerta me sacó del embeleso, me viré para el otro lado creyendo que era Olguita que regresaba de sus paseos nocturnos, pero mi sorpresa fue muy desagradable cuando sentí el peso de aquel cuerpo expidiendo por todos sus poros aliento etílico y que sin el menor cuidado con una mano me apretaba la cabeza contra la almohada, mientras con la otra me levantaba el ropón de dormir.
Desesperada hice todo lo posible por quitármelo de encima, al ver que no podía con su peso, le caí a mordidas , pero el como si nada, no paraba de darme besos salivosos y lujuriosos , a la vez que me atormentaba con sus acostumbradas palabras obscenas.
Seguí forcejeando con él para derribarlo pero nada pude, y lo peor no tenía a quien llamar para que me socorriera.
Desamparada totalmente pensé que lo mejor era quedarme tranquila, por supuesto que la situación me tenía en un estado de relajamiento total, como una semiinconsciencia provocada por el mantenido estrés, e hice todo por cooperar con mi destino.
Ya cuando estaba a punto de penetrarme con su flácido y baboso pene la voz de mi amigo Ramón irrumpió en la habitación como una salva de urgencia y sacó de un tirón al jefe de su intento.
Ramón hizo todo lo posible por justificar su presencia en el lugar y aquella hora, entonces me pidió una tableta para un dolor terrible de cabezas que no lo dejaba dormir, yo sin saber que decir ni hacer, me mantuve en silencio por unos segundos, hasta que le contesté desde mi lecho.
A la insistencia de Ramón le contesté nuevamente casi sin voz, que esperara pues estaba todavía medio dormida. El jefe con ironía y mucho más salvaje me cogió por el cuello censurándome la casualidad de que Ramón siempre aparecía en el momento menos apropiado, que todo le indicaba que estaba interesado en mí o era mi amante.
Nada le contesté solamente lo miré con mucho más odio, tanto que de un tirón me soltó ocultándose debajo de la cama, por supuesto que no le convenía ser descubierto y mucho menos por un soldado.
Con mucha vergüenza le alcancé la tableta a Ramón que con insistencia me acoso a preguntas, a la vez que penetraba el lugar buscando para todas partes.
Con miedo detuve sus pasos asegurándole que nada ocurría, que yo estaba totalmente sola, que por favor se fuera a dormir tranquilo, que nada sucedía. Pero el no me creyó hacía muchos días que lo velaba incansablemente, y precisamente esa noche no pudo llegar primero que él por la cantidad de tiempo que perdió buscando una grabadora.
Sabía que solamente grabando los hechos podía tener pruebas suficientes y fidedignas ante la ley, pero sus esfuerzos fueron todos en vano, no sabía que en las misiones esos equipos no están al acceso del personal simple.
Pasaron los días y llegó el momento señalado para escaparme al Sur como estaba planificado, pero como era de esperarse me quedé con las ganas.
Ese mismo día el jefe se encapricho muy de mañana en que le mecanografiara un documento clasificado que tenía que enviar a los jefes inmediatos, desviándome de las funciones que tenía encomendadas para ese momento.
Por supuesto que todo fue intencional, pues Olguita mi compañera de habitación, la misma que junto a mi viajamos desde nuestra patria a cumplir con el deber, la misma que me dio su consejo libertino cuando me vio azotada por el miedo y el desamparo, se había convertido en corneta del jefe y lo puso al corriente de todos mis planes y sin remedio tuve que permanecer en aquella oficina hasta pasada las 10 de la noche.
A los tres días supe de la extraña muerte de Ramón, según se dijo fue producto a la explosión de una mina al regresar del Sur.
Para qué expresar lo que sentí. Me había quedado mucho más sola y desamparada, en aquel infierno terrenal. Una vez más tenía que enfrentar el abuso de cargo, la perdida de mi esposo, la impotencia y la incertidumbre.
¿Por qué murió Ramón? Me pregunté muchas veces, pero no habían respuestas, lo cierto era que ya no existía, y yo no tenía en quién confiar.
Sin dejar de llorar estuve por más de una semana, encerrada en mis pensamientos, hasta que sin poder contenerme comencé a dar gritos sin consuelo. Ante la crisis nerviosa decidieron que me viera el médico de la misión, que por suerte era de mi país, pero al servicio del Simio.
Después de examinarme detenidamente comenzó a conversar conmigo de temas incoherentes y que no venían ninguno al caso que me ocupaba. Después me maltrató con crudas palabras, porque para el era anormal sentir dolor por la pérdida de un amigo.
Por supuesto que mi dolor era mucho mayor por el cúmulo de cosas que tenía en cima y la muerte de Ramón desbordó la copa.
Esta verdad no se la podía contar por muy médico que fuera, y mucho menos porque lo sabía igual o peor que los de su calaña, por lo que decidí guardar silencio ante todas sus provocaciones. Después de varias horas de observación orientó al enfermero me suministrara un ansiolítico en vena y me rebajaran de servicio durante un mes.
Con estos días de reposo me puse una vez más frente a la verdad absoluta, entonces pude razonar con mayor claridad qué era una misión, cuánta promiscuidad y prostitución encierra, cuántas represiones le esperan a los designados, cuánta pérdida de valores, cuánta discriminación, además para poder liberarte de las garras del monstruo tienes que exponer tus más preciados conceptos.
Aquí conocí la falta de dignidad, de escrúpulos, la bajeza moral. A mujeres supuestamente dignas que para sobrevivir sin afectarse tenían que entregar sus cuerpos a hombres honestos prostituídos de igual forma o negociando alimentos por ropa para sus familiares, negociando tabaco y ron, todos bajo el refrán “sálvese quien pueda”.
Las parejas escribían a sus esposas y esposos llenos de tristeza y nostalgia y después para calmar el gorrión se hacían el amor desparpajadamente en cualquier lugar del desespero.
La venda comenzó a caer de mis ojos aún inocentes y sorprendidos ante tantas miserias humanas.
El 28 de agosto llegó un grupo de hombres y mujeres de mi país. Los predios se repletaban, el Imperio de la Simulación gritaba al viento su orgullo internacionalista. Tal vez porque nunca supo, ni se imaginó esta condición del hombre, y si lo supo trató de continuar enajenado.
Por suerte para mí en este viaje llegó Sacarías Bermúdez, alto militar y jefe de Miguel.
Sacarías era un buen hombre, militar hasta los dientes pero con un buen grado de justicia, increíble pero su especie no se había extinguido del todo. Preguntó por Miguel y al conocer de su desvió al Sur se puso muy molesto y resolvió con el Simio lo regresaran a las funciones por los cuales había venido desde tan lejos.
Esta situación fue resuelta sin muchas evasivas teniendo en cuenta que de jefe a jefe todo se puede y más si entre ellos existen trapitos sucios, lo cierto fue que en varios días mi pobre Miguel regresaba a los brazos de su Penélope.
Su piel ennegrecida la ropa raída de tanto arrastrarse sobre la tierra, la razón delirante y los ojos saturados por las bayonetas y las bombas, además de la cantidad de hombres que tuvo que dejar sobre el terreno, pero era mi Miguel que regresaba y yo tenía que ayudarlo a recuperase de lo vivido .
Así lo hice incluso delante del más hiriente comentario, o de la risa provocativa que surgía en el silencio de un almuerzo o pullas al viento de cualquier lengua virulenta, y que mi esposo no percibía producto a su desconocimiento e inocencia. Su único anhelo era estar junto a mí, volver a ser los amantes de Verona y así quiso implantar su primavera en todo mi espejismo, sin saber que solamente éramos el sordo rumor de un presagio.
Mi salud se empeoraba cada día más, perdí el sueño, el apetito y bajaba de peso por días. El pelo se me comenzó a caer y ningún tratamiento médico me resolvía el problema, ni siquiera el regreso de mi amado Miguel, al contrario verlo frente a mi era como un castigo, no podía mirarlo a los ojos, y si lo hacía, después no cesaba de llorar.
Él muy preocupado me preguntaba el por qué de mi distancia, pero mi silencio era como un látigo sobre su incertidumbre, y sin querer lo hacía agonizar de pena.
El jefe no dejaba sus asedios, pero ahora con menor incidencia, y no por el regreso de mi esposo, sino porque Olguita le estaba resolviendo sus necesidades carnales y a ella le convenía por muchas razones tenerlo todo el tiempo a sus pies.
Pero la conciencia no me dejaba tranquila ni un segundo ajustándome todas las cuentas y haciéndome culpable sin serlo.
Había sido ultrajada por otro hombre y aunque no llegó a ejecutar el acto sexual tocó mis intimidades, me vio desnuda, y aquello para mi forma de pensar y mis costumbres morales era pecado.
¿Cómo decírselo a Miguel?, sería buscarle la muerte o la cárcel por lo que decidí callar a pesar de mí vergüenza y mi afección nerviosa.
Tenía que callar y callar hasta introducirme en el peor de los micro mundos. Callar por Miguel aunque el tormento me llevara a la psicosis a la depresión, a la disociación a la locura misma.
Mirar a mi esposo era sentirme traidora, era mejor morir que continuar así y por eso lo velé a él y al enfermero y sustraje del botiquín dos paquetes de estupefacientes y me los tomé al caer la noche.
Miguel que sabía de mi enfermedad nerviosa aunque desconocía las causas, atribuyéndoselo al cambio de vida, a los horrores de la guerra, al estrés en fin a todo menos a la realidad, al verme dormida tan temprano se preocupó y trató de indagar en mi bolso, donde encontró los paquetes vacíos.
Cuatro lavados de estomago, ocho sueros a llave abierta y nada. La presión arterial en 40 con 60, el pulso impalpable y Miguel muriendo por mi culpa en su inocencia.
Adolfo Caro otro médico amigo de Miguel decidió enviarme para mi país en cuanto me recuperara un poco.
Y así lo hizo, fue el día más feliz de mi vida después de enfrentarme a tantos avatares y el más infeliz porque me iba de las garras de Lucifer y sus pailas de aceite, pero dejaba a Miguel expuesto al dragón de las mil cabezas y no podía hacer nada por él ni él por mi.
Estábamos en la Selva, bajo su ley, y mientras en mi cerebro se debatían tales ideas el destino emitía una nueva mala pasada al otro lado del continente.

HOSPITAL PSIQUIATRICO

Fue una tarde de sorpresas, increíblemente me habían enviado para Cuba con la misión internacionalista sin cumplir, pero con un diagnóstico de neurosis complicada con trastornos emocionales, aunque nunca dijeron que decepcionada de la vida y enferma de tantos maltratos psicológicos y morales. Pero bueno nada me importaban las prescripciones en ese momento, lo que necesitaba era huir de aquel torbellino de amarguras, acosos y miedos que por más treinta meses me estuvo turbando la psiquis.
Pensé había llegado a mi hogar, pero desgraciadamente no fue así. Después de bajar del avión solamente tropecé con silencios, rostros desconocidos y muy serios, frialdad y dos ambulancias llenas de enfermeras, que de forma rápida me suministraban auxilios y medicamentos, sin dejar de mirar para mi rostro.  Imagine parecerles una extraterrestre por sus expresiones, por lo que disimuladamente traté de encontrarme en los reflejos de uno de los cristales de las ventanas, que aunque cerradas herméticamente permitían mi reflejo aunque con una débil silueta.
La sirena de la ambulancia pedía vía a grito limpio, hasta creí que estaba totalmente loca o muy enferma y me lo habían ocultado, pero mucha más loca me sentí cuando me bajaron en la consulta del cuerpo de guardia, y a corta distancia divisé a algunos pacientes que esperaban ser atendidos, los que por su porte y aspecto turbado me delataban a la claras que había llegado a un hospital psiquiátrico.
Aquí solamente me esperaba una nueva odisea de incomprensiones, porque no me sabía loca, aunque era el diagnostico emitido por el médico de la misión, y así sin respuestas comencé mi nueva vida entre fuertes medicamentos, rostros desconocidos, jóvenes escondiéndose de sus recuerdos, otros buscando el azul del firmamento entre el pequeño espacio de sus manos y yo con el exagerado peso de la soledad en las costillas y los ojos llenos de acusaciones.
Dormía y dormía, soñaba y soñaba siempre con los destellos de la luz perturbado en todo momento por el tridente del miedo que punzaba mis neuronas.
Entonces fue cuando estuve segura que toda la tristeza del mundo se había adueñado de mi pobre esqueleto. ¿Tanto daño había hecho en otras vidas, sería el pago a quién sabe que karma? Lo cierto fue que nunca más supe que cosa era ser feliz, este sentimiento nunca más fue capaz de invadirme y entre una melancolía y otra deambule por la vida.
No puedo asegurar el tiempo que transcurrió mientras mi cuerpo permanecía inmutable a la metamorfosis, pero la realidad fue que desperté con el sonido de una lata que atada al tobillo de una muchacha producía un extraño ruido y que según me confesó, la llevaba allí, por si la muerte le llegaba sin avisarle le sirviera de ancla en su vuelo al infinito, pues su mayor anhelo era no regresar nunca más a la tierra, sino vivir su otra vida en una nube.
La miré con tristeza y admiración a la vez .Su mensaje era muy bueno y me hizo pensar. Entonces recorrí todo el cubículo despacito para percatarme de todo lo que en él había.
Caminé en silencio por los pasillos, necesitaba limpiar un poco la piel del asco y la in animación, por eso para salir de mis pensamientos hice lo posible por evadir la realidad tratando de conocer a los que allí habitaban.
El hospital era enorme, salas, pasillos, cubículos aislados y cerrados herméticamente puertas que tal vez te llevaban a la eternidad o al patíbulo.
Incógnitas, escepticismo, una gama de pesares recubiertos por los golpes de la vida, la incomprensión y la abulia como manjares de primer orden , por eso caminé deteniéndome a cada paso y observando como mis compañeros de infortunio tenían todos la mirada perdida en la misma nube que decía la muchacha.
Así anduve por varías horas, hasta que llegué a los cuartos de arriba, los que se denominaban “de los crónicos”. Allí pude ser testigo de cómo se quemaban el pelo con un cigarro unos a los otros .Un muchacho como de veinticinco años arrastraba una piedra con un cordel creyéndola un juguete. Una jovencita de unos dieciocho años cargaba una muñeca de trapo y le cantaba enajenada:
-Duerme niña, duerme niña mía- a la vez que reía mirándola tiernamente.
A pocos metros Tutú, porque así le apodaban al anciano, contaba unos cigarros y decía que eran para el emperador, porque un jovencito se los quería quitar. Frente a ellos estaban cinco más de diferentes edades con las ropas deshechas por el uso y los zapatos rotos, velando al que entrara o saliera para picarles un cigarro o pedirles unas monedas para comprar alguna golosina en la cafetería del hospital.
En una de las esquinas del recibidor sentada sobre una desvencijada silla de hierro estaba Clara con la mirada ausente y la memoria atada al mal de amores.
Se había pasado muchos años de curandero en curandero tratando de lograr un amarré para Carlos Méndez un hombre que nunca la amó, pero ella lo llevaba para siempre en el deseo. Deseo que la llevó a la neurosis y de ésta al manicomio.
Junto a ella de pie con un donaire prepotente, se veía erguida a María la Isleña una de las mujeres más voluntariosas de su aldea. Dicen que el padre la crió como a un macho y ella se lo tomó tan en serio que cuando en un desliz le hicieron una barriga, la soltó sobre las ancas de un caballo que trataba de domar a fuerza de látigo.
De ahí que se le destapó la crisis que ahora la tiene con un pedazo de madera envuelto en un trapo asegurándoles a todos que es la hija que murió pero los santos africanos se la convirtieron en madera para que fuera eterna.
A unos pocos metros de estas, el negro Petronilo observándolo todo sin que se le escapara ni el más mínimo detalle y anotando en una vieja libreta todos los sucesos cotidianos. Sobre el pecho descubierto exhibía con orgullo la esfinge de la Caridad del Cobre sujeta con un cordel tan sucio como sus harapos, a la vez que convocaba a los demás recluidos a rezar tres padres nuestros y tres aves María, para evitar ser víctimas de los horrores del infierno hospitalario.
Sor Marina no lo soportaba, como es lógico en aquellos que no aceptan la verdad porque piensan que lo de ellos es lo bueno, el resto todo es diabólico, por eso le gritaba Belcebú.
Esta pobre mujer no encontraba tregua a su constante contienda. Dicen los más viejos del manicomio que se auto agredía para llegar a Cristo y hasta se clavó la palma de las manos con dos clavos herrumbrosos que casi le provocan el tétano, porque quería ser canonizada como santa, por eso también decía que le escribió al Obispo trescientas cartas y quinientas al Papa, aunque la mayoría aseguraba que la familia no creía en su santidad, pues se filtró que le comunicaron al médico de asistencia que había sido la única oveja descarriada de la familia y que la cuenta se les había perdido ,pero en los últimos datos callejeros se supo que tuvo hombres hasta por telepatía.
Menelao y Casilda otros dos infelices dementes, se habían dado a la tarea de componer el mundo y aunque decidieron no creer en los hombres porque se consideraban enviados de la providencia, todo el tiempo se la pasaban haciendo lo posible por sacar a los hundidos a flote de los claustros del hospital.
Así se les veía desde las primeras horas de la mañana rodeados de un alta concurrencia que entre aplausos y gritos elogiaban los discursos incoherentes que repetían, algunas veces hasta en octosílabos con una musicalidad increíble y otras a puro llanto.
Algunos pacientes dicen que Casilda cuando joven fue una buena escritora pero un descabellado amor por un cantante de ópera la trastornó, tal vez por eso cuando no estaba remendando las grietas de la sociedad para ella más loca que los locos recluidos, se la pasaba remendando las de su corazón y apretando contra su pecho con sus viejas y cuarteadas manos la chamuscada foto del cantante.
También afirmaban que en un cajón que guardaba con celo debajo de la cama, tenía toda la obra musical del ingrato, el que no sólo la convirtió en un pájaro errante, sino que la sumergió en la jaba del argot mal intencionado de los lenguinos gratuitos y a sueldo.
Quizás Casilda no estaba tan loca como reafirmaban los fármacos que le suministraban en cantidades espantosas. Yo que la observé mucho tiempo y analicé minuciosamente pienso que estaba enferma de soledad como el resto de los que habitamos la tierra.
Tongo el barbero de mi pueblo para mi asombro también estaba recluido en este hospital psiquiátrico. Fue chulo por muchos años, de él tengo muchas acedotas que prefiero no contar porque tiene que ver con mi familia, lo que si les aseguro es que cuando lo descubrí a pesar de estar enmascarado detrás de una espesa y sucia barba ,me dieron deseos de patearlo hasta verlo morir, pero como nada iba a lograr con eso, sino que me transfirieran al mismo grupo de los crónicos preferí tragar una vez más ,porque en un final ahora no era más que un hombre agonizante con el sexo vencido, además recordé lo que siempre me dijo mi abuela, que a veces los hombres son lo que la sociedad los obliga a ser, porque no son más que el reflejo y el producto de la humanidad en que nacen y se desarrollan.
Allí junto a Tongo siempre está Jiky la más diestra prostituta de mi aldea, digo la que en vida fue, porque ahora pertenece a la gran rebelión contra los cuerdos y propiedad privada de los loqueros de turno.
A Jiky le había dado por chuparle el rabo a la jutía y no soltaba la latita de alcohol, sustancia que sustraían sus cómplices de la enfermería y se la cambiaban por los cigarros que le daban diariamente para que calmara sus excesos, que aunque se propagandizaba por todos los medios de prensa que daña la salud, los locos tienen su cuota muy bien protegida. No exagero si afirmo que más sistemática que la propia alimentación.
Jiky cada vez que estaba en total estado de embriagues iba a sentarse en uno de los bancos del parquecito del manicomio. Allí se pasaba las horas gimiendo con las piernas más abiertas que una tijera, hasta que Sansón con su melena a media espalda y el florete encendido se le abalanzaba haciéndole justicia delante de todos los presentes.
Este espectáculo nocturno se había convertido en la mejor o tal vez la única recreación de los enfermos, todo bajo la imaginaria guitarra de Paco de Lucia, que tocaba su también imaginaria balada española y de cuando en cuando hacía un paréntesis musical para masturbarse públicamente.
Frente a este espectáculo nocturno estaba Filito un anciano octogenario que no tuvo niñez, ni adolescencia y en ese momento la quemaba dirigiendo la manada de psiquiátricos a pura orden
Filito cuando no estaba en el flanco delantero obligando a los demás a hacer lo que a él se le antojaba, sin importarle criterios, deseos e ideas, que aunque perturbadas a veces, eran mejores que las de los denominados cuerdos, se la pasaba jugando a los soldaditos de plomo con los seres humanos, porque se le había metido en la cabeza que todos allí estaban bajo su ordene y mando.
Cuando supe su verdad sentí pena por él, pobre viejo, realmente se le había quedado frustrada la infancia en el subconsciente y como ya no estaba consciente le afloraba la frustrada niñez, por lo que se vengaba sin darse cuenta de los más infelices.
De segunda al mando estaba Casilda, una endurecida mujer que no perdía la manía de revisar todo lo que le rodeaba para después arremeter contra el primero que la mirara a derechas.
Casilda tenía más de siete ingresos desde su juventud, por eso en sus ojos el odio habitaba como lentes de contacto .Algunos afirmaban que su locura estribaba en la frustración de no poder tener hijos, porque un médico le cortó los órganos productivos para evitarle el embarazo, que según las malas lenguas era de él y no quería que le saliera a la cara.
Este médico limpió su supuesto pecado, y la pobre mujer languidecía sin importarle a nadie. Muchos pensaban que sudaba, pero yo que la observé detenidamente sabía que lo que corría por sus mejillas no eran gotas de calor, sino del llanto del alma.
Cristina era la secretaria, jovencita y hermosa, no supe su edad, pero parecía una adolescente. Cuando menos se esperaba quedaba ante todos como dios la trajo al mundo y sin el menor pudor se contoneaba por el lugar despertando el apetito carnal entre la demente concurrencia.
Tenía los ojos grandes y expresivos, parecían ojos de oración siempre mirando al cielo. Al observadla cualquiera podía pensar que el grito saldría en cualquier momento, pero a la pobre muchacha no le quedaba voz, por eso no soltaba el pedazo de cartón que sujeto fuertemente permanecía todo el tiempo entre sus manos y expuesto a la concurrencia.
En este pedazo de cartón decía con letras negras y grandes:”En estos tiempos es mejor estar mudo y loco, la gente puede despertar y entonces dónde se meten los parlanchines y cuerdos”.
Entre cuchicheos, murmullos y un lenguaje intimo y secreto, propio de los impedidos mentales, se comentaba muy cerca del patiecito intermedio que daba a las salas de atrás la intervención de Satanás el diablo, en cuatro ahorcamientos ocurridos en cadena días antes de mi ingreso.
Uno de ellos, según decía un anciana a la que todos llamaban la Clarividente , fue el de una poetisa sin suerte que desenfundó su musa en una tertulia literaria dirigida por un Topo sabio en literatura y amiguismo barato, y que la descuartizó sin darse cuanta que el que comienza en el arte carece de conocimientos y necesita ayuda especializada.
Lo cierto fue que aseguraban que la ingenua muchacha además de novata ante el enfrentamiento con los trogloditas de la palestra oficial , ante la vergüenza pública no encontraron más salida que ponerse la soga al cuello, afectada por la constante paranoia de escuchar hasta a los perros y a los gatos gritarles cursi.
Solamente de esta muerte se supo las causas y no de las otras porque antes del ahorcamiento le había escrito una carta a Bárbara la Leguleyo de los pobres, creyendo que esta le haría justicia. La pobre muchacha se apuro tanto en morir que no pudo enterarse que ya Bárbara había dejado el oficio de leguleyo por el de Elena de Troya.
¿Quién sabe si dentro de aquellos enfermos mentales habían héroes marginados, militares valientes y sin suerte, mujeres mancilladas o cometidas y otras enfermas por la mala suerte y la incomprensión social, además de los sometimientos y agresividad de los propios seres humanos.
Indudablemente la locura encontró cobija en la mente de estos pobres hombres y mujeres convirtiéndolos en el alma y reír de los que alaban la cordura, sin darse cuenta que en el mundo el hombre no es más que el bufón de un espectáculo y la sociedad la concurrencia que los juzga degüella y aplaude.
Debatiéndome entre estos pensamientos estuve por un tiempo indeterminadado, así llegó el almuerzo cargado de nuevos conflictos y experiencias.
Los empleados de la enfermería juntaban a los enfermos como manada, después los dirigían a las mesas colectivas donde los esperaba el alimento, el que servían en bandejas de aluminio en mal estado y donde la variedad no pasaba de un poquito de arroz, chícharos y un huevo hervido de color verde por las horas que llevaba de cocido.
Todo esto acompañado de una cucharada sopera de dulce de boniato, leche si había abundante, pero a granel servida en un cubo plástico que por tapa llevaba un paño de color gris, que tal vez en su inicio fue blanco, pero ya el empercudimiento y la suciedad le habían cambiado de color.
Esta leche no se podía ingerir hasta después de terminado el almuerzo, por eso los enfermos agudos comían desesperadamente para ver quien era el primero en introducir en el cubo su jarro o lata, mientras los crónicos se abalanzaban sin terminar el almuerzo embarrándose hasta el pelo con la leche que a la vez sapuleteaban a causa del desequilibrio corporal . Todo era un verdadero desastre y mucho mayor cuando escuchabas las palabras descompuestas de los empleados de servicio de comedor que sin conciencia los empujaban hasta derribarlos en el piso.
Solamente los ingresados en observación podían almorzar con un poco de tranquilidad. Aquellas escenas parecían tomas de una película de ficción.
No podía dar crédito a lo que mis ojos veían, ¿cómo era posible que estuviera allí, estaría loca, todos estarían locos, o tal vez los habían vuelto locos? Y digo así por una historia que recontó una anciana días después sobre lo sucedido a Lucas y estoy segura que fue tal como me lo contó.
Según me contó la anciana Lucas era un joven normal de veintidós años, algo mimado por ser el menor de cinco hermanos, y criado bajo la saya de la madre como dice el refrán
Pero no se metía con nadie, y se pasaba todo el día escuchando música en una grabadora que ella y el padre le regalaron, gracias a unos ahorros de casi diez años, y desearon estimularlos como padres al fin.
Este joven escuchaba música en compañía de varios amiguitos del barrio y disfrutaba como es común en la juventud de música extranjera, pues la nacional no a todos le interesa.
La anciana me aseguró que un buen día apareció en una escuela cercana a su domicilio un cartel en contra del régimen imperante pidiendo libertad y comida.
Como es de imaginarse inmediatamente la zona se convirtió en un puesto de mando del ejército y entre estos los Búhos del Núcleo de Moralistas y las cornetas de turno pidiendo sangre para el culpable.
Entre las investigaciones realizadas estuvo la entrevista a todos los jóvenes sospechosos de la cuadra, y no por delincuentes, sino porque no trabajaban, ni estudiaban muchos tenían aplicada la peligrosidad, y no porque hicieron algo indebido, sino por si lo hacían. Entre estos estaba Lucas que aunque no era, ni lo uno ni lo otro, no trabajaba ni estudiaba por problemas de salud, y sí escuchaba música extrajera y se agrupaba en las esquinas para calmar el tedio.
Inmaduro e introvertido se sintió acusado con la entrevista creyendo que pudieran culparlo, por lo que trató de hacer algo para librarse de la acusación, entonces fue cuando pensó actuar como un enfermo psiquiátrico y se abalanzo sobre la calle dejándose caer en medio de la vía.
Los vecinos al ver aquello gritaron asustados. Uno de los más cercanos corrió en su auxilio y lo levantó de la vía evitando que un vehículo lo aplastara. Por otra parte los oficiales del puesto de mando instalado provisionalmente en el lugar, llamaron al carro patrullero y éste lo condujo al hospital, de este lo trasladaron al Psiquiátrico, lugar donde es mejor no ir nunca. Desgraciadamente Lucas era muy inexperto y joven y sin comunicarle a nadie su miedo y mucho menos lo que hizo y el por qué lo hizo, pero creyó encontrar en este hospital su salvación y allí estuvo durante un largo tiempo, entre fuertes psicofármacos que no necesitaba y electrochoques que tampoco llevaba, y al cabo de dos meses al joven Lucas le fue diagnosticada una esquizofrenia Paranoide crónica.
Según la madre se cansó de pedir explicaciones a los médicos de asistencia del hijo sobre la inesperada enfermedad, incluso se dirigió hacía la dirección del hospital y se quejó delante de la directora la cual con mucha ironía y tal vez contagiada y manipulado por el poder, la expulso de su oficina amenazándola con ingresarla a ella también si continuaba haciéndole preguntas.
Para Lucas no hubo cura, ni para el viejo corazón de la anciana que desde ese mismo momento comenzó a vegetar la muerte en vida de su querido hijo.
Estas cosas cuando se escuchan parecen producto de la imaginación senil, o la ficción sin embargo son tan ciertas como la propia vida, lo que sucede es que no todos tenemos la desgracia de pasar por la cruel experiencia de un hospital psiquiátrico cubano, y ser fieles testigos, aunque sin voz ni voto de la maravillas que suceden en él.
El hospital Psiquiátrico o el Manicomio como también se le llama, es un mundo independiente al que habitamos. En el transcurren las horas reales y concisas, en el hasta el intelecto se te amplia conociendo o recordando a grandes figuras de la historia, la mitología griega, a los corsarios más consagrados o a los guerreros de la epopeya, Lo mismo te tropiezas en el pasillo con el Rey Arturo, que con Guillermo Tell., Carlos Magno, El Quijote, Dulcinea, Napoleón, El César, Apolo, Adonis, Zeus, o un escuadrón de mandarines chinos, soplones, o un cazador de espías, pero todos envueltos en un pesar profundo y dueños únicamente del pedacito de tierra que tienen debajo de sus pies.
A veces se te olvida que eres humana y te sientes ficticia, ave errante, una reliquia o un jeroglífico increíble, porque estas tan agotada emocionalmente, que te unes a la legión de fantasmas y hasta  te haces llamar de alguna manera para recuperar la identidad perdida.
Lo importante es caminar por las salas, darte cuenta de la cantidad de personas afectadas, unos por la felonía de la suerte, otros carentes de amor, y el mismo estado depresivo los hace perderse dentro de la evasión , la que los conduce muchas veces a la total locura.
Pero no es más que la falta de confianza, la necesidad de expresarse, poder decir y tener que callar. Yo diría sin temor a equivocarme que el silencio obligatorio, la inconformidad y la falta de comunicación es una de las causas mas frecuentes de la demencia.
Por ejemplo mi caso, tal vez no lo deba llamar así, pero estaba allí junto a los demás enfermos mentales, estaba allí abatida, con miles de pensamientos juzgándome, queriendo tomar venganza  por mis propias manos, y después arrepintiéndome de tantos malos pensamientos.
En fin no era otra cosa que una mujer llena de contradicciones, con mucho amor para dar, pero decepcionada de todo y de todos, encerrada en una cápsula de miedo de la cual no podía salir e inevitablemente afectada de sus facultades mentales ante la luz pública.
Al fin llegó el día de la primera terapia de grupo tan anunciada desde semanas anteriores.
Nos reunieron como al ganado en una pequeña salita pequeña pero muy ventilada, varios cuadros de diferentes paisajes adornaban sus paredes, al fondo un amplio librero que ocupaba toda la pared lleno de valiosos libros de literatura e históricos, aunque por el polvo que tenían cualquiera podía darse cuanta que eran poco utilizados.
Frente a este librero estaba la gran mesa en forma de círculo y rodeada de l4 sillas tapizadas con vinyl, en el otro extremo una mesita mas pequeña con las historias clínicas encima y custodiada por un hombre medio calvo y de gruesos espejuelos casi colgándole de la prominente nariz y sin dejar ni un solo momento de recorrer con la vista a los presentes a la vez que daba golpecitos con la yema de los dedos encima de la mesa.
Pensé en un acto ocasional, después supe que era un tic nervioso. La secretaria de la sala lo presentó como el jefe de los servicios de psiquiatría, a mi se me antojó un jardinero jubilado y muy atropellado por la vida y sobre todo tan demente como los más crónicos del hospital.
A su alrededor habían dos enfermeros y cuatro médicos, entre ellos el Doctor Tony, o más bien Tonito, porque así le decían muchos empleados y familiares de algunos pacientes, quien no dejaba de masticar un pedacito de papel, que desde que llegó a la sala había desprendido de la esquina de una receta médica.
Este galeno nombrado Tonito, no dejaba de susurrarle al oído de la trabajadora social, quien sabe qué cosa, lo cierto era que la muchacha no dejaba de reírse a carcajadas sin tener en cuenta el lugar donde se encontraba.
Esas actitudes tan poco éticas me molestaron mucho y para no saltar delante de todos decidí mudarme para la silla que quedaba casi pegada al librero, desde allí lo podía ver y oír todo perfectamente ,pero fuera del grupo.
Lo cierto fue que la función comenzó por Celestino que al preguntarle cómo se sentía, en vez de dar la respuesta que debía, arremetió contra Amado su compañero de cuarto, culpándolo de mentiroso por no haberle traído de México el sombrero de charro y las botas de vaquero que tanto le prometió.
La demencia de este hombre ocasionó fuertes carcajadas en la sala, además de las burlas conferidas a los dos pobres enfermos, uno totalmente afectado y el otro casi igual, pero que nunca fue a México, todo era obra de su imaginación
Ante la algarabía ocasionada por tal exposición, la secretaria de forma pasiva trató por todos los medios de terminar con la escena, muy divertida para muchos y triste para otros, pero la realidad era que tomaban las terapias de grupo como un fabuloso espectáculo, sin compadecerse de la demencia de los enfermos, o su estado de semiinconsciencia provocada por los psicofármacos, y la tortura de la propia vida.
Pero todo no quedó aquí, pues cuando la cosa pensamos estaba calmada, una paciente como de veinte años o quizás menos se lanzó inesperadamente contra uno de los enfermeros y lo abofeteo varias veces profiriéndole las peores ofensas.
Los presentes casi no entendíamos las razones, y hasta pensamos en una crisis nerviosa, pero no fue así, todo indicaba que la jovencita estaba muy clara de lo que hacía, y mucho más cuando escuchamos los fuertes gritos acompañados de la palabra - descarado, me violaste y me robaste el dinerito que mi mamá me trajo en la ultima visita, hasta los cigarros me los robaste, …! sí me preñas prepárate ...!-
Los médicos se miraron unos a los otros ocultando una sonrisa maliciosa, entonces fue cuando el señor medio calvo y del tic nervioso mirando para el médico de la sala de los crónicos le dijo con voz severa al enfermero que estaba precisamente sentado a su derecha que le inyectará una dosis de parkisonil, y la amarrara a la cama, y si continuaba tan agresiva, ya sabía qué hacer.
Los demás enfermos no entendíamos bien aquella actitud, tal vez muchos de los trabajadores allí presentes tampoco, pero era la voz de jefe y tenían que cumplirla, después supe que la muchacha fue remitida a la sala de los crónicos pues no dejaba de culpar al enfermero de la violación, y del robo, y allí como en todos los lugares del mundo la fuerza imperaba.
Pasaron varios días de aquel suceso que quedó impune como todas las cosas y yo me convertía nuevamente en testigo de otra injusticia.
Desgraciadamente el que llega a un hospital psiquiátrico inmediatamente adquiere su titulo de loco que es inviolable ante los ojos de los médicos, pacientes, familiares y mundo en general, por lo que pierden credibilidad tus palabras, y aunque digas la verdad nadie te escucha.
Cualquier cosa que te suceda dentro de los dominios psiquiátricos tengas o no la razón pasan a engrosar los síntomas del enfermo y se resuelven con aumentarle la dosis del medicamento, que lo único que te resuelve es mantenerte todo el tiempo como un zombi vagando por los pasillos y las salas de este infierno, que para mi era pero que el infierno de Dante, y digo así por el refrán que dice “No van lejos los de adelante si los de atrás corren bien”, no pasaron ni cuatro días volví a ser testigo de otro suceso , pero esta vez en carne propia.
Como no era una enferma calificada de crónica se me apartó a otro cubículo para después trasladarme al hospital de día y así lograr mi total restablecimiento.
El médico que me asignaron en esta sala no era otro que el doctor Tonito, hombre joven y simpático de apariencia bondadosa y sobre todo muy varonil e inteligente, todo esto sin dejar de reconocerle sus posibilidades de Don Juan, por lo menos así se comentaba de él y lo pude comprobar rápidamente.
La primera consulta fue muy agradable, conversamos cinco horas temas sobre la vida, la literatura, mis gustos e ideas y mis sueños frustrados. Le conté sobre Miguel mi amor por el, pero su psicología pudo más que mis palabras e inmediatamente descubrió que detrás de mis anécdotas se ocultaba toda la soledad del mundo, y sin perdida de tiempo la aprovecho al máximo.
Así se ganó mi confianza, como era lógico, pues cuando la soledad nos golpea cualquier mano que aparente caridad nos envuelve, cualquier gesto es una compasión, cualquier palabra nos suena sublime, y comenzamos a buscar con el afán de encontrar todo lo que nos falta, y más si la persona es comprensiva, y aparenta desinterés y así es como caemos en baches imperdonables.
Al otro día de la consulta me llevó al cuarto varios libros de poesía, entre ellos los de Geoconda Belli, Alfonsina Extorné y otros, diciéndome qué me los prestaba para que me entretuviera.
Como es de esperarse aquello fue para mi el mejor gesto y el mejor bálsamo y mucho más cuando sacó de su bolsillo una hermosa rosa roja.
Este detalle me humedeció los ojos, ¡cuánto tiempo hacia que no recibía una señal de ternura! .Innegablemente era un hombre de detalles, capaz de hacerme confiar y lo peor de seducirme.
Así fue como comenzó nuestra amistad, llena de detalles, confianza, conversaciones agradables, comprensivas, saludos tiernos y delicados, sicoterapias y sobre todo ningún día a partir de este me faltó una rosa.
Todas estas galanterías unidas a uno que otro verso de Neruda, sobre todo aquel que dice “Me gustas cuando callas porque estas como ausente”. Se convirtió en una constante para mis necesidades espirituales, y mientras yo me llenaba de optimismo, él hacía todo lo posible por tragarme con su espesa continencia.
Lo cierto fue que me llegó a ser tan imprescindible que no veía las horas de que amaneciera para regresar mansa al calor de sus palabras.
Todo marchaba bien hasta ese día de diciembre. El frío azotaba con fuerzas en aquel lugar tan apartado de la ciudad. El centro hospitalario había sido construido en su primera instancia como sanatorio para tuberculosos, después se adapto a hospital psiquiátrico, podrán imaginarse la zona y el microclima.
Era una construcción no muy sofisticada pero de tres plantas, ventilada y con un gran patio de recreo, comedor en todos los pisos, cocina y en la planta baja las consultas internas y de urgencia. Un salón para actos y dos salas de psicoterapia colectiva, además de una amplia sala de espera con grandes ventanales que cubrían todas las paredes y con estas la visibilidad campestre se denotaba ampliamente por cada una de ellas.
Una fina llovizna de invierno caía de forma juguetona sobre los cristales de la ventana de mi habitación provocando con su sonido una tierna melodía , música que yo escuchaba como un alivio ,aunque en muchos instantes pensé me llevaba hacia la eternidad, y así escapar con ella de tanta desmesura humana.
Me asomé a una de las ventanas y a lo lejos divisé como el viento despeinaba las altas palmas y los árboles más frondosos. Caía la tarde una vez más y el sol muy leve se despedía con su agradable preeminencia dando paso a la noche tierna y silente como todas, en aquel lugar llenándome de añoranza y agudizando mis tristes recuerdos.
Extasiada con el paisaje estuve por mucho tiempo y con este se agito mi eterna nostalgia. Miguel lejano, mi tranquilidad inalcanzable, mi verdad contra todo aquel silencio, la soledad, en fin no puedo explicar cuantas cosas me impulsaron por aquellos pasillos en busca de conversación. Quizás fueron los ángeles del demonio los que pusieron dentro de mí el licor del desespero, con una fiebre de voces internas que nunca me dejaba tranquila.
Mi compañera de cuarto venía de la consulta del médico de guardia. Ella junto a su hermana fueron a pedir un pase de fin de semana, fue así como supe que Tonito estaba de guardia esa noche.
Con palabras no puedo expresar la alegría que me invadió la noticia, y sin pensarlo dos veces corrí por la escalera como una adolescente desmedida y con el pecho abierto de tantas necesidades espirituales.
Tonito me recibió con sorpresa primero entusiasmado, después cauteloso. Sus grandes ojos azules le radiaban como nunca antes, por lo menos para mi eran los más cristalinos, los más llenos de amistad y compresión, en fin los que necesitaba para que mirándome calmaran mis penas.
Me disculpé por molestarlo en sus quehaceres, pero el tomándome de la mano, me invitó a sentarme en una de las sillas junto al buró de consultas, a la vez que me preguntaba cariñosamente qué me sucedía. Yo mucho más inmadura que antes, y con una timidez asombrosa, le dije que me sentía sola, y sonriéndole le pedí me hablara como siempre lo hacía.
El con su inteligencia supo que mi debilidad eran la palabras cariñosas, el afecto expresado sin tapujes. Que me permitiera desahogar mi vedad, y el me lo permitió todo sin reservas, aunque en sus adentros los dobles objetivos lo dominaran.
Sin mucho protocolo me dijo que me sentara en un sillón de descanso que estaba cerca de la camilla, y allí fui obediente, mientras el se subía sobre la camilla con un donaire juvenil y sensual.
Su primera pregunta la dirigió a cómo me sentía en esa noche tan cerca del fin del año, - ¿triste verdad?- , me repitió con voz muy bajita .le afirmé que me sentía muy triste mientras clavaba la mirada sobre las finas lozas del piso.
Estaba aún bajo los efectos de los psicofármacos que me suministraban en dosis espantosas, por lo que muchas veces tenía crisis de vacío mental y otras de una relajación inesperada., por lo que sin saber como comencé a llorar con un llanto recalentado y torpe, tratando de ahogar entre mis lágrimas todo el dolor que sentía
El se puso de pie me tomó por las manos y me paró frente a su varonil cuerpo, entonces comenzó a apretarme contra su pecho lentamente, me miró a los ojos, y yo lo sentí hasta en lo más intimo, pero mi trauma lo confundió todo, creyéndolo un fiel amigo cariñoso y tierno. Así sin palabras me beso muchas veces el pelo, las mejillas, diciéndome en todo momento que no me preocupara que la vida me fuera a cambiar muy pronto.
De golpe se separó y encendió un cigarrillo, el que después de dos exhalaciones destruyó con las manos. Se paseo de un lado a otro de la consulta, con cierta inquietud no demostrada anteriormente. Hoy pienso que mi ingenuidad tuvo la culpa si no es que todo tiene su precio y su minuto. O como dice el refrán popular, “después del babeo la mordida”, aunque realmente fue un hombre resurgiendo de sus impulsos carnales, por lo que mientras yo me extasiaba con su supuesto cariño tan necesario para mi, el me deseaba como hombre y pensaba mi necesidad era la misma.
Confundida y sin saber qué hacer en aquel momento me refugié en mis recuerdos con Miguel salvándome, después luché incansablemente contra aquellos ojos azules que me tenían confundida y seducida aunque no lo aceptará, y mucho más cuando chocaban con mis carencias espirituales.
Él sabia que yo me hundía en la peor de las incertidumbres, por eso urgentemente planificó la forma de poseerme vulgarmente.
Por lo que como todo animal en celo se abalanzó sobre mí y tomándome por los hombros con mucha fuerza me arrastro hasta la pared apretándome contra ella, a la vez que me obligaba a tomarle el miembro con una de mis temblorosas manos, el cual no sé todavía en que momento liberó de su pantalón. Sorprendida, asustada, llena de pánico y sin saber que hacer ante aquella situación tan violenta y poco agraciada para mi gusto y trauma me quedé impávida y mucho más silente, pero a el nada de eso le importó , por lo que continuó su maniobra con mis manos sujetas a la fuerza y tratando de solucionar su erección lo antes posible.
Cómo era posible que actuara así conmigo, por qué rompía tan brutalmente todo el hechizo. No tendría otra forma de calmar su apetito sexual, estaría tan necesitado de una mujer solamente para poseerla sin amor, sin delicadeza, sin cariño? Y mientras el me zarandeaba en su afán de llegar a la eyaculación, mi admiración por el se desplomaba.
Hasta llegué a pensar que era un loco más dentro de aquella apariencia comprensiva y desinteresada que me había vendido desde que lo conocí.
No puedo asegurarme de cuantas preguntas cruzaron por mi menta atribulada en aquel momento, y de las cuales el se aprovechó porque sabía de mi perturbación y necesidades, por lo que al no poder resolver con mis manos, me subió bruscamente el ropón de hospitalizada y comenzó a tocarme los muslos más en celo todavía, y lamiéndome sin parar.
Sin muchas fuerzas para defenderme me mantuve rígida sin ningún tipo de movimiento corporal, auque la mente era como un huracán en pleno azote, asegurándome una vez más de que después de Miguel, tan tierno y cuidadoso, estaba destinada a ser violada por todos los hombres que se me acercaran. Tal vez era mi forma de actuar, tal vez mi destino, porque los viejos dicen que las personas nacen con su estrella y nada ni nadie puede contra lo que traemos en el libro de la vida.
Otros aseguran que la yagua que esta para uno no hay vaca que se la coma, en fin tantos dichos y mitos se agolparon en mi cabeza, unidos a la poca fortaleza que tenía para resistirme a causa del exceso de medicamentos, entre antidepresivos, ansiolíticos, relajantes, soledad, en fin mi organismo estaba bajo los efectos de la droga y lo peor del caso, él estaba muy claro de lo que me estaba haciendo premeditadamente.
Sin el más pequeño acto de seducción o ternura me hizo el amor de pie atropelladamente, como un perfecto animal, rasgando mi vajina no preparada par la penetración en esos momentos.
Al fin terminó con mucho trabajo su gran hazaña de macho fuerte, ligón e irresistible, y mientras yo me desplomaba contra el piso sin fuerzas, ni voluntad., el se trataba de quitar los residuos del sexo bajo la abundante agua de la llave del lavamanos.
Me puse de pie a duras penas, y tratando de reponerme de lo acontecido me le acerqué preguntándole como una autómata, si estaba satisfecho con tan poco.
El me miró de soslayo y se alejo secándose las manos de espalda, yo continué arremetiendo contra el mi dolor, llamándolo bárbaro, incivilizado, vulgar, por lo que me dijo groseramente.
¿y tú qué querías después de ofrécerteme todo el tiempo?... una mujer no puede ser así como tú eres. Aprende que entre un hombre y una mujer no existe amistad, ni poemas, ni flores, mucho menos charlas románticas, todo eso conduce a esto que acaba de suceder entre nosotros. ¿No es lo que buscabas?
Nada le respondí para qué sí tenía razón en parte. No precisamente quería me hiciera el amor, pero si encontrar en él a alguien que me permitiera desahogarme espiritualmente, tal vez en mi subconsciente me gustaba, pero no para esa brutalidad, si hubiera sido más inteligente, a lo mejor hasta lo hubiera amado, pero no me dio tiempo para eso, como todos el sexo era lo primero.
Ya nada podía remediar con palabras, el hecho estaba consumado y mi cuerpo se había convertido en poco tiempo en un títere de todos los deseos carnales.
El asco me consumía por dentro y por fuera, aunque sabía que tenía que luchar una vez más contra la prepotencia masculina, madurar, volverme una piedra, ocultar mis sentimientos, y mi verdad. Comprender de una vez que no había amistad sincera entre diferentes sexos, que los hombres siempre estaban en celo, siempre con el deseo en la mente, machos primero, seres humanos después. Todo esto lo tenía que aprender… ¿pero cómo, si no había renunciado a la vida , ni al amor.
La realidad y mi realidad eran muy duras, había ganado un hueco más y la desolación y la decepción junto al abatimiento sentimental aumentaban su trayectoria en la desconfianza que ya tenía anteriormente, reafirmándome a cada segundo que el sexo lo dominaba todo. Ya no existían príncipes azules como los que guardaba en mis pensamientos, y que yo los veía llegar tomándome por el talle y elevándome al cielo junto con el beso más sublime.
Un fuerte portazo me sacó de aquellos pensamientos, era Tonito que salía de la consulta dejándome una vez más hundida en mi calvario y juzgándome con mucha más severidad que al principio.
En ese momento volví a pensar que lo mejor para mi era morir, desaparecer de tanta violencia, qué lejos de la realidad había vivido durante veintitrés años y ahora los golpes a la inocencia no dejaban de sacudir mi razón y mis sentimientos. ¿Qué hacer me pregunté muchas veces? Pero las respuestas no llegaban, lo mejor era huir, huir de aquel segundo infierno terrenal.
Al otro día muy tempranito firmé el alta a petición y me fui de aquel lugar a ocultar mi pena y mi impotencia quién sabe en que recodo de mi propia vida.