ENTREVISTA LOS AZOTES DEL EXILIO NOVELA

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DEDICADO A MIS PADRES

LOS VIENTOS DE LA RAZON. (NOVELA)



AUTOR ADELA SOTO ALVAREZ



Si la vida fuera un libro haría  todo lo posible por regresar a la primera página, borrar las cuartillas que hablan de mis penas.

Después buscaría el final más feliz, pero desgraciadamente estas cosas son imposibles, por eso nos pasamos todo el trayecto, haciendo planes y proyectos que cambian en el transcurso de los días, y nada podemos hacer por evitarlo.

Por ejemplo, en estos momentos en que comienzo a narrar mi historia, me doy cuenta que Silvio fue la deuda que tenía que saldar con la vida, pues para  amarlo con tanta pasión, sin pensar en otra cosa que no fuera mi amor por él, tuvo que ser una cuestión de antaño.

Tal vez en alguna de mis vidas fui una de esas mujeres que buscan y buscan y no encuentran. Quizás alguien me amo y no le correspondí. Pero de lo que sí estoy segura es  qué a pesar de la desdicha, logré  al príncipe azul que todas llevamos dentro.

Silvio fue para mí lo más vehemente, y  verdadero,  por eso no pensé en consecuencias, ni siquiera el futuro fue importante. Pero las leyes de la vida son muy diferentes a lo que uno siente. Así como las normas y conductas sociales, además del prejuicio y el machismo que heredamos, y que son los que matan la belleza de lo natural, y lo divino, y nos hacen buscarnos tantos problemas.

Pero a pesar de todo, estoy segura que desde la primera reencarnación éste anhelo de amar apasionadamente estuvo dentro de mí sin desbocarse, pues no recuerdo haberlo materializado en ninguno de los cuerpos que estuvieron a mi paso.

Por todo esto y las preguntas que me hago sin encontrar respuestas, es que estoy segura qué fue la única vez que mi sueños se hicieron realidad. Precisamente en la quinta ocasión de ser materia de mujer, muchacha adolescente con muy breve tiempo sobre el terreno.

Cuando sucedió, no había alcanzado la mayoría de edad, y aunque fue un  amor mal correspondido, puedo decir sin temor a equivocarme, que lo inhale con tanta fuerza, que me siento dichosa, pues no todas las personas tienen este privilegio. 

Pienso que al que no le dan la posibilidad de sentirlo, se ha de considerar como si navegara en las tinieblas, con la razón y el pecho vacíos.

Esta vez fue la más feliz y la más desdichada de mi regeneración. En otras no recuerdo lo que fui, porque los que saben muy bien de estas cosas dicen, que uno viene a la vida en distintas formas.

Hombre, mujer, y hasta animal, ¿qué gracioso?, Inclusive que arrastramos las deudas pendientes y las purificamos cada vez que somos materia.  

El resto del tiempo la pasamos vagando en el espacio, en espera de poseer la próxima existencia, o la próxima víctima, porque realmente nadie sabe lo que le espera cada vez que reencarna en un nuevo cuerpo.

Si nos dieran libre albedrío para renacer, estoy segura que todos buscaríamos la perfección del alma, pero no es así. Nos envían a la entidad que nos toca y sin exonerarnos de la jaba de conflictos.

Muchas veces le he dicho a los que me acompañan en el limbo, que sería preferible quedarse como viento, así todo lo vemos y nadie nos atrapa. No quisiera me pasara lo que a Aniuska, que después de ser princesa en dos ocasiones, regresó como mendiga y  pasó las angustias que le tocaban y  no le tocaban.

 En esto se le fue la mano al jefe del espacio, al que nos guía como manadas de espíritus.

O como le sucedió a Francisco de Jesús, que tuvo que ser perro durante toda su estancia en la tierra. A ese sí que no le dieron otra oportunidad. Tal vez tenía muchas deudas, o quién sabe, si fue ladrón o asesino.

Muchos dicen que maldecía a los animales y un día sin motivo ahorcó a un pobre canino vagabundo que se ovilló en su puerta en busca de  protección, por eso quizás fue el castigo.

Claro que peor le fue a Hugo Carrillo que por ser tan malvado, lo enviaron mutilado de manos y pies, y tuvo que purificarse en un sillón de ruedas.

Algunos comentaban que fue torturador. Un ser sin escrúpulos, ni humanidad y su mejor hazaña fue mutilar en los campos de concentración de Hitler a los prisioneros de guerra.

Nadie lo quiere creer por las contradicciones de nuestro origen, pero la realidad de la existencia es ésta, reencarnar y reencarnar hasta quedarnos limpios, sin machas de pecado en el cuerpo y en la mente, por lo menos la experiencia me lo fue demostrando día a día. Aseguran que cuando saldemos las deudas, entonces todos seremos merecedores del Paraíso. Por esta afirmación es qué imagino que el Edén ha de ser la blancura del alma de cada individuo, el estado de Buda que nos permite vivir sin pasados, ni futuros, solamente amando el presente y desposeídos de todo rencor.

También aprendí que en la vida existen dos tendencias contrapuestas, el mal y el bien. Sin las dos no habría desarrollo. Miren si es así que existen siempre dos cosas adversas,

Verano, e Invierno, Paz, Infierno, Frío, calor, Amistad enemistad. Lluvia, sequía, Hembras y machos. Qué ocurrente, y la creencia y la duda, que no nos deja ni un sólo momento de tranquilidad.

A causa de esta filosofía de la vida que me aprendí a latigazos emocionales, es qué muchas veces me encuentro en un callejón sin salida con eso de los dogmas, porque verdaderamente todo lo creo y nada creo. Soy peor que Santo Tomás que tuvo que ver para creer, según dicen Las Santas Escrituras.  

Yo sé que nadie debe  hablar de otra persona, y mucho menos yo que tengo tantas cosas pendientes en mi tejado de vidrio, y aunque lucho incansablemente por algún día regresar diferente, por lo menos sin el alma enferma de tantos enfrentamientos con la maldad y sus seguidores; aunque  si les dan por ajustarme las cuentas, todas las torpezas que cometí y cometo todavía, en este breve espacio de espera,  nadie me quita las pailas de aceite caliente que merecen los que van  al infierno.



Lo cierto fue que ante tantas desgracias existenciales desde mi nacimiento, hija de una mujer sumisa, dominada por mi padre, y llena de costumbres serviles, y machistas, y de un hombre borracho, o demente, sin equilibrio económico, ni raciocinio para saber de daños o afecciones psicológicas en los menores, apareció un día de mi adolescencia tía Obdulia la que a pesar de no soportar la vida que se trazó su hermano, mi padre, de vez en cuando aparecía con alguna ayuda financiera, para que pudiéramos enfrentar la hambruna que nos roía  de pies a cabeza.

Jamás se me olvidará esa noche de invierno. Soplaba el viento tan fuerte que los ventanales parecían quebrarse de tanto tintineo.

 Una fina ventisca se apegaba a los cristales esquilados de la única ventana que tenia la modesta salita. A mí me gustaba sentir el batuqueo, incluso en mi cerebro se convertían en música llena de acordes celestiales, y me hacían olvidar tanta inclemencia.

Dentro de mi hogar todo era imperfecto, porque imperfecta era la familia obligada a convivir a pesar de las diferencias, sujetas al qué dirán de los prejuicios, pero no había otra salida que soportar lo insoportable y no pensar, porque si pensaban nadie podría acallar el griterío de desconciertos, e impotencias.

Hacía varios días que la lluvia no cesaba, y el observatorio nacional no emitía otro diagnóstico que no fuera, el continuo descenso de las temperaturas.

Quejarse no era lo más prudente, porque en mi humilde hogar ya ese sonido era costumbre, y hasta llegó a convertirse en el pan nuestro de cada día. 

Por suerte mi vivienda estaba alejada del resto del caserío. Afirmaban los más viejos, que mi padre la prefirió así, aunque nunca supe las verdaderas causas, pero me pareció bueno, pues  los vecinos no se enteraban de nuestra mala vida, ni de las continuas palizas que propinaba contra mi madre cada vez que se le terminaba el ron y no podía calmar  el  incontrolable vicio.

La realidad de mi familia era difícil, tanto que mi cerebro se iba y venía ante cada estocada de palabras obscenas y el intrépido ruido de los calderos contra las paredes en cada contienda por cualquier incoherencia.

Así también  pasaban las estaciones, y mi deseo de que llegara la noche para caer rendida sobre el lecho,  pues dormida no escuchaba el trinar despótico de la lucha verbal de mis padres, y el hambre azotaba menos, a pesar de las constantes pesadillas que provoca  el estrepitoso ruido de las tripas.

Recuerdo que de pequeña cada vez que comenzaban la funciones de violencia doméstica, me escondía debajo del camastro, o me escurría detrás de la percha, con los ojos tan abiertos que después sentía dolor en los músculos faciales de tanto esfuerzo y miedo.

Ya cuando nació mi hermanito todo fue diferente, porque para evitar las embestidas me la pasaba meciéndolo en la hamaca, que por suerte mi propio padre amarró en un desenfreno, con la botella de ron, debajo de los dos cocoteros que mi abuelo materno sembró junto a la batea. De lo contrario creo que no hubiera llegado a la adolescencia sin que me diera un sincope de terror.

En estos momentos no podía buscar alivio de esa forma, porque ya era una jovencita con otras ideas, que aunque frustradas y sin esperanzas se habían convertido en un cajón de inferioridades  y complejos.

Ya ni me miraba en el pedazo de espejo que metido dentro de los huecos de las paredes del cuarto serbia para peinarse algunas veces, porque me asustaba  mi propia apariencia.

 A pesar de que era muy jovencita y mi piel estaba tersa y blanca como la espuma, las ojeras desvanecían mi mirada lánguida, como las de un perro callejero, la que muchas veces me aterró tanto que no quería ni imaginar que por aquellos grandes ojos podía mirar tantas desgracias.

Mis orejas también me parecían muy gigantes, y por eso me tiraba el pelo por encima para ni yo misma vérmelas, y qué decir de mi extrema delgadez, que no compaginaba con mis cinco pies y 6 pulgadas de estatura.

Las piernas me parecían zancos delgados y endebles, y que contar de mis pies arrastrando aquellas chanclas de palo a cualquier hora del día o de la noche, porque no había ni un centavo para comprarme un par de zapatos.

Mi padre muchas veces me gritaba “bruja” porque decía que por mi culpa su vida se había convertido en un hervidero de problemas.

No comprendía al principio, después supe que embarazó a mi madre y sus padres lo obligaron a casarse con ella, que por desgracia no era de la misma posición social.

De ahí fue por donde le entró el agua al coco, porque mis abuelos paternos lo desheredaron del calor familiar y  tuvo que enfrentar solo el camino.

Como no tenía ni oficio ni beneficio solamente sombras paternales, no pudo encontrar otro empleo que no fuera de ayudante de la construcción, donde conoció a Tomás Sulimán un tarambana de los peores, y que lo fue llevando poco a poco al vicio, que él prefirió, y que acabó con su futuro, además de la impotencia contra los padres, mis abuelos, y el resentimiento que descargaba contra mi madre por el matrimonio forzado.

Al principio yo no comprendía eso de las herencias, ni de las divisiones de clases, pero un día mi abuela materna me lo explicó todo, y era cierto, nadie con diferencias sociales debe ser pareja, porque no hay comprensiones y ahí vienen los disturbios emocionales, las culpas o las psicosis delirantes como le había sucedido a mis padres.

Ninguna de las dos familias eran pilares de fortuna, pero se diferenciaban por unos kilos mejor ganados, y un poco más de inteligencia a la hora de enfrentar la vida.

Por supuesto que mis abuelos querían para mi padre una muchacha de la sociedad para adelantar la economía y mi madre era hija de unos pobres jornaleros, más tiempo cesante que laborando.

Por desgracia llegué yo a interrumpir los proyectos familiares y mi abuelo materno cuchillo en mano obligó se tapara la mancha con un matrimonio, sin analizar las consecuencias del futuro.

Así comenzaron los avatares cotidianos, los odios y los rencores de una familia a la otra, y un día en un arranque sin freno  uno de  mis tíos paternos mató a mi único tío materno.

De este hecho de sangre nada supe hasta pasada mi infancia y por casualidad no por confesión.

Después de mi nacimiento las cosas se empeoraron porque entonces la causa del resentimiento estaba en medio haciendo recordar las causas a cada momento.

Pienso que jamás mi madre pudo ser feliz, ni mi padre tampoco. Mejor hubiera sido que ambos cogieran su rumbo y yo no hubiese salido a la luz. Por lo menos no hubiese pagado sin culpas, una evolución matrimonial tan discordante.

Toda en mi hogar era un martirio, por cualquier cosa se incendiaban las horas, solamente se podía respirar aire contaminado, lágrimas ocultas, y miseria a las dos manos.

Mamá se pasaba todo el día recalentando el café, para cada vez que mi padre gritara sus ofensas, correr a servírselo con toda la sumisión del mundo.

Los últimos días de la semana era borra hervida, otras hojas del tilo, con  flor de España o  jengibre y como su estado de embriaguez no le permitía distinguir de colores ni sabores, se lo tomaba sin chistar. Claro que si se daba cuenta la paliza no se la quitaba nadie de encima, pues cuando estaba sobrio  se la pasaba comentando, qué el café tenía que ser acabado de hacer, ¡las borras para los perros! Y erguido en su inferioridad se pegaba al viejo jarro de aluminio y llevaba hasta el fondo el néctar de los dioses, aunque nadie hubiese probado ni un sorbo.



Este día que les narro eran ya  pasadas las 8 de la noche y los fogones aun estaban  en cero desde el almuerzo, que había sido  un poco de chícharos con un pedacito de pan, y para la comida todavía nadie sabía lo que mamá con sus inventos culinarios podría llevar a nuestros estragados estómagos, pues el único paquete de gofio con que pensaba preparar el picadillo para el plato fuerte, de un zarpazo mi padre lo había derramado sobre el piso que aun era de tierra. Incluyendo los fideos que con tanto esmero y trabajo había triturado durante más de una hora con una botella sobre la mesa, con el objetivo de que quedaran bien pequeños y cocinarlos como arroz.

Mientras mamá rebuscaba en un cajón con la esperanza de encontrar algo para elaborar esa noche como cena, yo me abstraía en un viejo libro casi todo devorado por las polillas que había sobrevivido a la hecatombe familiar, como única herencia de la juventud de la abuela María.

De pronto comenzaron a sentirse varios golpes sobre la madera de la vieja puerta los que resonaban en el interior de la vivienda con marcada estridencia.

Pero nadie se inmutó ante el toque, hasta que mi hermanito con su inocencia aun intocable, soltó la manteleta de saco que le serbia de cobija, y salió a toda carrera a abrir la puerta.

No le costó mucho trabajo quitar la tranca de madera que cruzada de un lado a otro serbia de centinela a la carcomida portezuela. Al soltarla sobre el suelo, inmediatamente se sintieron los chirridos que provoca el oxido de las viejas bisagras como galeones en ancladas.

Nadie tuvo que preguntar, porque detrás del sonar de los  tacones y su acostumbrada algarabía apareció en el umbral el ángel protector de la tía Obdulia, que como de costumbre  llegaba a darnos el aliento que nos faltaba, y con tan  sólo mirar el ambiente se percató de la odisea familiar una vez más.

Miró para todas partes, y suspiro profundamente buscando alivio a lo que su vista veía. El panorama era desolador, ni aunque lo relate con lujos de detalles lograría describirlo. Solo puedo afirmar que todo estaba fuera del contexto humano.



 La abuela María inmediatamente cogió el rosario en mano y comenzó a rezar en voz baja, una de sus tantas novenas. La llegada de la tía era para mi abuela materna una bendición del cielo, porque era la única de la familia de mi padre que no nos había abandonado, después de la lucha familiar de más de 15 años de ruptura.

Y era cierto, tía Obdulia nunca nos dejó de atender, recuerdo desde que tuve uso de razón  sus regalos en cumpleaños, noche buena, y fines de año. También de cuando en cuando la vi darle dinero a mamá para que efectuara diferentes pagos del hogar, incluso la compra de medicinas para nosotros.

A los que jamás conocí fue a mis abuelos paternos, ni al otro tío que decían era el hermano mayor, pero que nadie mencionaba. Era como un mito, porque si salía a relucir su nombre ella se quedaba muda, y mi papá por ebrio que estuviera  salía de la borrachera más rápido que una ráfaga. Por supuesto que había una verdad escondida pero aun sin descubrirse.

Es decir por parte de madre solamente quedaba abuela María, pues abuelo había muerto y el único hermano de mi madre también.

Por parte de padre solamente contábamos y conocíamos a la tía Obdulia que ya se estaba poniendo vieja y enferma, aunque no perdía el entusiasmo, o lo reproducía para hacernos felices, tampoco sus finos modales de clase media pasaban de moda. Por suerte ella si pudo casarse con un negociante del pueblo y aunque no tuvo hijos, heredó una buena vivienda y dinero suficiente para ayudarnos mientras pudo.

Mi tía era una mujer muy juiciosa y cariñosa, diferente al resto de la familia que me rodeaba.  A pesar de cualquier molestia nunca se le escuchaba pronunciar ni una sola obscenidad.

 Era la hermana menor de mi padre, los dos habían sido criados  de la misma manera, pero al suceder el percance nupcial de mi padre con mi madre, a este se le fue todo lo aprendido para los pies. Por supuesto que su mayor desgracia era la bebida. Vicio que lo consumía por dentro y por fuera.

Muchas veces pregunté a mamá y a mi propia tía el por qué de tanto vicio y falta de voluntad para dejarlo, y ninguna de los dos me daban una respuesta sólida.

Al cabo de un tiempo de tantas interrogantes mi propio padre en una de sus embestidas contra mi madre, se le salió la bestia que llevaba dentro y lo soltó todo, como si necesitara quedarse vacío, y se descubrió entre tantas verdades sus frustraciones por haberse tenido que quedar con mamá por mí, por eso se había dedicado al vicio, para ocultar sus infortunios, más la perdida familiar.

Pero bueno aunque nada entendía, ni quería entender, comprendía que así es esta vida y en este mundo cada cual lleva su jaba de conflictos al hombro, y cada cabeza es un mundo, loco o cuerdo, pero un mundo independiente.

Tía saludó cariñosamente a todos y mientras ponía los bultos sobre la mesa, preguntó por nuestra asistencia a clases, la que continuaba empeorando, por falta de zapatos, y hasta de deseos.

Mi hermanito la abrazó por las piernas y le contestó con detalles, a mí solamente me miró mientras buscaba una silla sana donde sentarse.

Aunque  sabía de mi abandono escolar sin terminar la segunda enseñanza desde el curso anterior siempre sacaba el dardo para ver mi reacción, pero yo sin sonrojarme le devolvía la misma respuesta, hasta que dejó de criticarme, llegando a la conclusión que estaba segura de que me era imposible continuarlos ante los síntomas que ya presentaba de disturbios mentales, ante tantos conflictos por causa de mi padre.

Ella sabía que había crecido bajo una guerra familiar, y mi cerebro patinaba afectado psicológicamente.

Mucho daño me hicieron las palizas que presenciaba de mi padre en contra de mamá, y de los robos a cañona limpia de los míseros centavos que ella ganaba lavándole la ropa sucia a los ricachos del barrio. Sin contar las veces que totalmente ebrio la arrinconaba en cualquier esquina de la casa y ahí la violaba sin conciencia delante de mí y de mi hermanito, después aparentemente satisfecho se sacudía el miembro y se lanzaba sobre la hamaca, mientras mamá corría hasta la letrina sanitaria a tratar de limpiarse la humillación.

Muchas veces tuve que llamar la ambulancia para que se llevara a mamá con fuertes crisis de nervios, halándose los pelos, queriéndose pegar candela, o como lo hizo tres veces ingiriendo múltiples tabletas para quitarse la vida.

No era de dudar que mi madre estaba totalmente afectada por los atropellos vividos, hasta mi abuela sufría del corazón y de los nervios ante tanta impotencia, porque sino la emprendía con ella también, y si le pegaba la mataba por lo endeble y viejita.

 Recuerdo que antes de morir mi abuelo paterno muchas veces presencie querellas y patadas entre ambos hasta un madero que se lanzaron fue a parar a una de mis piernas y terminó con fracturarme la tibia, es decir que jamás en mi hogar existió eso que se llama  paz.

Indudablemente mi padre era un loco o  un miserable, que no trabajaba, y cada vez que el vicio lo dominaba lo único que hacía era vociferar groserías y robar el poco dinero de los alimentos  para comprar guarfarina o alcoholifan, dos de las tantas bebidas caseras que fabricaban los merolicos para el exterminio hepático de los hombres dados al depravación,  y fieles creyentes del Dios Baco.

La buena tía, sabía que nuestro futuro era incierto, pero el remedio no estaba en una vara mágica, sino en una solución inmediata. Por eso con mucho dolor le dijo a mamá qué  su salud estaba cada vez peor, y que ya le habían aprobado la jubilación por lo que sus ayudas irían mermando, hasta verse obligada a no poder ayudarla en nada más.

Mamá se puso las manos en la cabeza desesperada. La jubilación de mi tía era la terminación de la única ayuda que recibía, porque para colmo como mi abuela nunca trabajó, no tenia ayuda de seguridad social, y mi abuelo era jornalero de una escogida de tabaco por lo que ni chequera le pudo dejar al morir.

Al escuchar la noticia que terminaba con las pocas esperanzas de vida de mi hogar, me erguí como una palma y soltando todos los temores le pregunté a mi tía si con mi edad podía trabajar, y si sabía de algún empleo acorde.

Tía Obdulia me miró como un resorte, y sin dar crédito a mis palabras me dijo que no pensara en eso, que aun era muy jovencita,  que ya se pensaría en algo para resolver el problema. Después de desempaquetar los regalos de reyes, algunas golosinas, y la cena de esa noche, entre algún nylon con galletas, arroz, frijoles, y latas de embutidos, se quedó pensativa y le dijo a mamá.

-Sabes, ahora que me acuerdo Zoila una señora vecina de mí cuñada le dijo en estos días que andaba en busca de una empleada,… creo que es para trabajar en su cafetería.-

Mamá se quedó mirándola como si no entendiera nada, hasta que tía le dijo que debía pensar en ir a ver ese empleo que a lo mejor allí podría trabajar y ganar un salario, que aunque no de mucho dinero ayudaría a su economía, y podría dejar de lavar para la calle.

No había terminado tía de pronunciar palabras, cuando mi padre saltó del sillón donde aparentemente pasaba la borrachera y cogiendo a la hermana por el cuello le comenzó a dar empellones contra la pared del comedorcito.

-Te has vuelto loco  Félix,… ¡suéltame! –

-Loco no, la loca eres tú, que vienes a mi casa a sonsacar a mi mujer.-

-¿Sonsacar a quién?...no te das cuenta que lo que le estoy es ofertando la posibilidad de que vivan mejor, ya que tú no sacas la cara por tu familia.-

El caso fue que entre palabras de convencimiento por parte de mi tía, y ofensas y maltratos por parte de mi padre, tuvo que intervenir la abuela casi cayéndose, mi hermanito con la escoba en mano y hasta yo tuve que abalanzarme contra mi padre y abofetearlo duramente para que reaccionara, con tal fuerza que todavía estoy preguntándome de dónde la saque.

Cuando la lucha sin cuartel había cesado y todo parecía volver a la normalidad, aunque mi pobre abuela cayó en el camastro a punto de un sincope cardíaco del susto y el esfuerzo y mi madre como siempre bañada en lágrimas comenzó a disimular preparando la cena que nos había traído tía Obdulia, yo aproveché que mi padre fumaba más tranquilo recostado al desvencijado sillón, me le acerque y  sin pensarlo dos veces le dije a tía.

-Tía Obdulia, no crees qué yo pueda ocupar ese empleo que le dijiste a mamá?-

Tía me miró entre sorprendida y analítica, y después de secarse la cara con un fino pañuelito de holán de hilo color rosa, me dijo:

-Si supieras sobrina, creo que voy a considerar tus palabras, porque ya veo que en esta casa la única que tiene un poco de juicio eres tú, a pesar de la corta edad-

Para que decir cómo me sentí ante aquellas posibilidades que me ofertaba mi tía, y aproveché la ocasión para reafirmarle mi deseo de trabajar en lo que fuera, y dejarle saber que alguien tenía que ayudar a resolver el problema, y que tuviera presente que en las desgracias económicas  la edad no determina.

Después de varios días y algunos  razonamientos lógicos, aceptó que fuera yo la que enfrentar a la oferta laboral, y ella misma habló con la dueña del negocio para recomendarme.

No habían pasado las dos de la tarde cuando llegó con la noticia de que la dueña le había dicho que me enviara de parte de ella para ponerme un mes a prueba y si todo iba bien me dejaría fija.

Por supuesto dándome muchos consejos, y pidiéndome fuera muy precavida y responsable, ya que el lugar, era complejo por el exceso de clientes de diferentes concepciones morales, pues eran las características de casi todas las cafeterías y de los  empleos de servicios.

A papá nada se le dijo, de todas formas no le importaba mucho mi persona. Seguía convertido en un barco ebrio y a la deriva, metido en su laguna mental, y sin tiempo para detenerse a pensar en mi existencia.

Al día siguiente y gracias a las gestiones de  tía Obdulia me presenté en el empleo que me convirtió en adulta, sin edad, ni madurez, y en el que conocí a Silvio, para mí el ideal hecho persona, la ternura y toda la dicha.

Al principio me costó mucho adaptarme al trabajo, porque nunca antes había realizado otro, pero dentro de mí se alzaba una necesidad perentoria, y había que romper la inercia para enfrentar la cruda realidad hogareña.

Aunque tía me había dicho que visitó la cafetería y habló con la dueña, estuvo  muy distante de imaginar siquiera que cosa era aquel lugar.

 La pobre tía Obdulia tan ingenua para su edad, pensó en un simple negocio por cuenta propia, donde primero fregaría vasos y después despacharía comestibles cuando adquiriera destreza y un poquito de experiencia.

A los pocos días de estar trabajando allí, me di cuenta perfectamente de qué en aquella cafetería  no solamente se vendían comestibles, sino que detrás del telón había otro negocio muy productivo para la época, pero tapiñado. Como decimos en el argot popular los cubanos.

Este descubrimiento no me interesó, pues lo que me importaba realmente era poder ganar algunos pesos para resolver la hambruna familiar, y era el único lugar donde no se tenían en cuenta mi dieciséis años para emplearme y pagarme al igual que al resto de las trabajadoras. Una porque necesitaban empleadas mujeres, jóvenes y bonitas, y otra porque la dueña era conocida de la cuñada de mi tía, y en esta época el socialismo era una carta de presentación junto a lo físico.

Sin darle curso a la realidad, y cuidando mucho de no caer en prejuicios provincianos, porque realmente no podía darme ese lujo, me enmarqué una meta, e hice todo lo posible por encender la chispa y ganarme primero la confianza de la dueña con mi buen trabajo para que después viniera el aumento salarial .

Varios días estuve aprendiendo gracias a la ayuda de mis compañeras de salón, aunque mi bajo nivel escolar, los problemas familiares, y la situación económica, en fin todas los conflictos de la vida, caían sobre mis pocos años como un maremoto de calamidades en pandilla, pero aún así hice todo lo posible por combatir estas adversidades.

Por suerte en el paso por la vida aprendí que las penas no se racionalizan, que un día te  sientes vulnerable y otra impredecible, y que realmente lo importante es aprovechar bien el limitado tiempo que nos conceden,  y siempre en presente, porque el ayer no está más y el futuro no lo conocemos, entonces para que calentarnos la cabeza. Tampoco importa cuántas veces nos volvamos locas, lo importante es no desfallecer. La insistencia es el logro de los deseos, y quien persevera triunfa al final, para bien o para mal, pero triunfa en su deseo.

Zoila se llamaba la dueña del bar-cafetería "Las Margaritas", que por suerte para las perturbaciones del poblado donde vivía quedaba muy lejos de la mirada  de los ojos censores.

Era una mujer muy disciplinada a la hora de hacer dinero. Se la pasaba explicando, que allí había que trabajar bien y duro, porque en la calidad estaba el respeto, y aunque era un negocio particular las que despachábamos teníamos que laboral con uniformes, para que todas lucieran iguales.

Eso sí, garantizaba dos blusas y una saya, además de los zapatos, claro, que esto te los ofrecía al comenzar y al mes siguiente te lo rebajaba del salario.

También exigía que todas trabajáramos limpias, y maquilladas, y sobre todo con el pelo recogido, y las uñas recortadas.

Decía que para evitar el cúmulo de suciedades debajo de ellas. Y con el horario de entrada, pobre de quién se retrasara unos segundos, porque cuando esto sucedía ya estaba en el pórtico con los ojos y la voz como un látigo.

A mi  madre no le convencía que trabajará allí, pero tuvo que aceptar sin muchos peros, era una época muy difícil, y nuestra economía rompía con todos los cánones de la moral provinciana.

Además tenía que asentirlo pues gracias a éste empleo podía llevar a  casa diariamente los míseros centavos de propina que ayudaban a sostener las dificultades materiales, hasta que llegaba el día  del cobro de la quincena para dejarlo todo en unos pocos alimentos.

El país estaba atravesando una época terrible, lo poco que se encontraba era a precios exorbitantes, y en la bolsa negra, porque los comercios estatales permanecían vacíos, y la depresión laboral de igual manera.

Pero bueno por lo menos aunque también yo estaba en la inclemencia económica, tenía un empleo que para mi corta edad y experiencia era como alcanzar la luna por poco que ganara haciendo disímiles servicios gastronómicos. 

La cafetería era espaciosa, decorada al estilo tropical. Exhibía a la entrada plantas ornamentales, y adornos de cerámica blanca sobre varias repisas.

Seis mesas con sus respectivas sillas cubrían el primer espacio, vestidas con manteles rojos y sobre ellas un pequeño becarito de cristal blanco con una rosa también roja.

En el ala derecha y muy cerca de la puerta principal estaba la barra de madera barnizada con diez sillas altas tapizadas con vinyl negro. Todo impecable.

Al fondo de este salón destinado de día a desayuno, almuerzo y comida, y de noche a la venta de bebidas alcohólicas, había dos victrolas encendidas veinticuatro por veinticuatro horas, rompiéndole los oídos al más sordo.  

La clientela excelente, tanto para adquirir alimentos, como para dedicarse al consumo del alcohol, y a otros menesteres que aunque no eran visibles, existían detrás de la fachada de cafetería, pero era la mayor entrada económica, decía la dueña, por eso su mayor interés en mantenerlo oculto, para evitar la afluencia de los inspectores del fisco.

En la parte trasera con una entrada y salida muy discreta, cubierta por cortinas de encaje y satín, dando la apariencia de una pared revestida, había varias habitaciones con sus respectivos parqueos hacia la parte del patio, destinadas al servicio conyugal.

A principio pensé era algún almacén o la vivienda de la propietaria, después supe que la cafetería también era un burdel con fachada de bar-cafetería donde se expenden  golosinas carnales.

Por supuesto que estos servicios eran solamente para clientes de confianza, para evitar los ojos de algunos leguleyos, y autoridades policiales.

En un turno que me tocó trabajar de noche quise curiosear estas habitaciones, pues me intrigaba lo de tan ocultas, entonces Dalia para calmar mi fisgoneo, a escondidas de la dueña me las mostró. 

Las habitaciones eran muy acogedores, llenas de espejos en el techo y en las paredes, una amplia cama confortable y bien vestida al centro, un butacón, una mesita con dos sillas, un refrigerador pequeño también lleno de bebidas y golosinas y un baño.

 En una de las esquinitas y debajo de una ventana pequeña un mostrador con varias botellas de diferentes marcas de ron, dos vasos y servilletas.

Dalia me explicó a tantas interrogantes, que la ventanita era para hacer el pedido y nadie viera quien estaba dentro del cuarto, por supuesto siempre eran aquellos que después de una buena tanda de ron, quisieran terminar la noche sobre el lecho acompañado de alguna de las  muchachas que frecuentaban el lugar en busca de algunos pesos. Dinero que después de lograrlo con su cuerpo, tenían que compartir con la señora Zoila, porque si no, no las dejaba ni pararse en la puerta.

Estas mujeres trabajaban por decirlo de alguna forma, en asuntos diferentes al de Dalia, Noemí y yo. Realmente eran  prostitutas pero con diferente nombre, se llamaban “luchadoras”, pero no tenían ninguna diferencia de las que hablaba papá las pocas veces que estaba sobrio, y la emprendía con el pasado y sus experiencias juveniles.

Lo importante para ellas era buscarse la vida vendiendo el sexo. A muchas escuché decir que era preferible venderlo que morirse de hambre pues no tenían otra posibilidad ni lugar donde ganar más con  la fuerte crisis económica que enfrentaban todas.

Escuchar esto, y mucho más  pensarlo y creerlo era duro,  pero lo peor era que estaban seguras de qué la doble moral era su salvación. 

Nosotras en los turnos de noche solamente éramos dependientes, para servir ron y saladitos, y alguna que otra vez compartíamos cualquier tipo de  conversación fuera de asuntos carnales con la clientela.

Aunque la que deseara, podía hacer el amor con quien  le viniera en gana, pero no era obligatorio, ni parte del trabajo, aunque si coordinado con la dueña y todo lo que te pagaran tenías que compartirlo con ella.

Ninguna de nosotras tres entrábamos en cuestiones de sexo, para esto estaban otras muchachas que solamente asistían de noche, y eran las que realmente  proporcionaban más ganancias. Porque además de abonarles el por ciento establecido, le daban algo por encima, y muchas veces después de terminar con la cantidad que les exigía la vieja, se quedaban trabajando para ellas solas.

Y aunque esto era así como lo cuento, desgraciadamente en la lengua de los asiduos visitantes éramos iguales, que las vendedoras de sexo barato, por aquello del refrán:"dime con quién andas y te diré quién eres".

-Zoila la dueña del bar era una mujer difícil, y con muchas horas de vuelo-

Decía mi mejor amiga Dalia, y yo lo reafirmaba, poniéndole puntos y coma, a sus palabras y agregándole además, que era tan dura como una caja de madera.

Muchas veces pensé que no tenía corazón, aunque Dalia me aseguraba que todos los humanos los tenemos, lo que sucede es que se achica y agranda de acuerdo a los golpes, por eso le testificaba, que a  Zoila la habían molido a palos por todas partes, y por supuesto estaba en lo cierto.

Y esto no lo pensaba porque nos obligara a nada que no fuera cumplir con el trabajo establecido, si no porque se le notaba las dosis  de rencor y maldad que guardaba detrás de aquellos ojos oblicuos, que no dejaban de mirar para todas partes con la desconfianza reflejada. Para mí era un espíritu retorcido, una mujer que se odiaba a ella misma. Y no me equivocaba pues  innegablemente Zoila era una mujer frustrada, por eso era peleona y mal hablada, y con el dinero no tenía amigos.

Nos pagaba l0 pesos diarios por trabajar de siete a tres y de tres a once de la noche.  Servir, fregar y conversar con la clientela con el objetivo  de qué se demoraran y consumieran más. Y  si le pedíamos un aumento, nos decía que no, y nos hacía la comparación con los puestos de trabajo del estado.

-¿A ver, díganme cuánto gana una empleada gastronómica en cualquier cafetería del gobierno?- Les aseguro que no más de ciento veinte pesos al mes. Tienen que ir a la agricultura, a la construcción, hacer guardias obreras, asistir a reuniones, a las milicias, trabajar horas extras gratuitas, no les venden uniformes, ni pueden quedarse con la propina, porque si no la entregan ya saben lo que les espera.-

Y estaba en lo cierto, porque los salarios de este oficio eran muy mal remunerados, aunque la única ventaja que tenían quienes lo ocupaban, era que si se enfermaban le pagaban el certificado médico, y aquí no, él que se enfermara no cobraba ese tiempo.

Dalia a pesar de todo esto terminaba defendiendo a  Zoila. Siempre nos comentaba que  no era tan mala como parecía, que analizáramos cuánto esfuerzo hacia para enfrentar sola un negocio particular y en tiempos tan difíciles.

Por supuesto que tenía sus criterios de que para triunfar había que aparentar ser fuerte, de lo contrario quebraba, y ella sabía a través de su hermano Julio  Carlos muy amigo de Zoila,  que le había costado mucho trabajo poder hacerse de aquel establecimiento y si tenía mano suave se la comía el león.

Ya bastante pasaba con los impuestos y las inspecciones que le hacían cuando menos lo esperaba, y no más de una vez la azotaron con cuantiosas multas  por la más minina razón.

Muchas veces también nos comentó la vida intima de Zoila, dijo que nunca se casó ni tuvo hijos, y aquello tal vez la hacía más hermética ante los problemas ajenos, aunque detrás de toda aquella apariencia había una mujer muy sufrida.

Incluso la propia Zoila en esos días en que se le salía toda la introversión que padecía, relataba  que  había venido de su pueblo de campo huyendo del hambre, y gracias al negocio que emprendió como cuentapropista y a pesar de las persecuciones que tuvo que enfrentar de Genaro un viejo verde veinte  años mayor que ella, que para ayudarla se convirtió en su  “guía chulo” (nueva categoría dentro de los hombres de esa índole moral), pero que al final  ayudan de una forma muy extraña, pero ayudan a sobrevivir.

Y todo esto, después de violarla en la trastienda de la bodega de la que era propietario y sin dejarla soñar como le corresponde a toda jovencita.

El viejo le decía que siendo su mujer, podía llegar a ser una buena matrona, por eso la despojó de su virginidad, sin dejarla conocer el amor ni el deseo.

Todo indicaba que desde que la conoció la quiso para el negocio, porque a pesar de decirle estas cosas, nunca la hizo su esposa, ni la representó ante nada ni nadie.

Decían era muy bonita y presentable, aunque ya de eso solamente le quedaban los grandes ojos verdes, que aunque cubiertos por las grietas de los años, aún conservaban su color original.

 Muchas veces me pregunté que habría  sido en otra vida, porque para pasar por tantas calamidades y con un carácter tan ácido tuvo que ser por lo menos un tonel de vinagre, o ácido de acumulador.

Julio Carlos el hermano de Dalia que la conocía de años atrás decía que una  de las cosas que la hacían tan amargada era el fracaso de entregar la virginidad sin amor, y sí por necesidad, porque su familia enfrentaba una aguda situación económica, entonces ella como cabeza de familia se lo tiró todo encima por ayudar.

Y era cierto, en toda familia  existe una persona que se enfrenta a los problemas y saca la cara por los que menos pueden.

Yo era un ejemplo de eso al igual que lo que le había sucedido  a Zoila, con la diferencia de que ella se fue a otra provincia a buscar fortuna, también por el refrán que dice;" nadie es profeta en su propia tierra" y yo no.

 Afirmaban que por suerte para ella y desgracia a la vez la única persona que la ayudó fue el viejo Genaro que tenía varias propiedades  y muy amigo del Olimpo gubernamental, que para enfrentar la vida y la suerte en mi país y en cualquier época, era algo muy importante.

Cuando se le salía la rabia, gritaba a los cuatro vientos para desahogarse que nunca lo amó, al contrario lo soportó para salir adelante ella y su familia, por eso  cuanto pudo hacerse de su negocio  se salió del viejo. Y toda frenética nos gritaba que abriéramos los ojos y siguiéramos su ejemplo.

Por esto quizás nunca se enamoró de nadie, ni siquiera después de tantos contratiempos con el sexo, porque también dicen que tuvo en su vida muchas oportunidades amorosas pero ninguna con seriedad, por respeto al agradecimiento y a la ayuda incondicional del anciano.

Estas cosas también las supimos por ella misma, pues a pesar de todo tenía un buen grado de sinceridad y que decidió  buscarse la vida sin compañía después que el murió.

Tal vez por eso mismo se ponía mucho más rebelde cada vez que alguna de nosotras le hablábamos de amor, o de entregarnos por pasión y de forma recíproca, y cuando esto sucedía se pasaba horas discutiendo  ese punto sin darnos tregua, y con una obstinación enfermiza nos preguntaba frenética.

-¿Para qué hace falta el amor ?...A mí nunca me hizo falta, y así he vivido durante cincuenta y ocho años-

Nadie le respondía, solamente la mirábamos, condolidas o preocupadas. Yo otorgaba porque a mí me gustó siempre amar y entregarme por amor, no como negocio. Por eso escogí a Silvio, y por eso lo  observaba para que se diera cuenta, pero él de nada se percataba, lo único que le importaba era pasarse las horas rodeado de sus amigotes todos ebrios,  todos cazadores de sexo, todos persiguiendo las orgías. Aunque para decir verdad a él nunca lo vi en estas cosas, lo que si bebía incansablemente, pero no me preocupaba porque yo estaba acostumbrada, había nacido dentro del alcohol.

Mientras Silvio escuchaba música y tragaba alcohol sin detenerse, yo me la pasaba como el "llega y vira", de un lado a otro y todo el tiempo mirándolo.

Cuando no chocaba con la mesa, se me caían los vasos, otra trataba de sacarle conversación, preguntándole la hora, o cualquier otra cosa que se me ocurriera, pero él como si yo no existiera. Y mientras más indiferente me trataba, mucho más interés despertaba dentro de mí.

-¿Sería por masoquista, caprichosa, o por qué para mí era el único hombre que tenía cualidades ante mis ojos?-

¿Tal vez era mi inmadurez, y mi carácter soñador y versátil. La falta de cariño, mi triste realidad familiar?- Pero me parecía hermoso, fuerte, varonil. Lleno de bondades.

Me gustaba verlo caminar, encender un cigarro. Pienso que ese gesto de encenderlo era muy macho, y aunque sé que fumar daña la salud, indudablemente tiene su sensualidad aunque tal vez otras personas no se percaten de esto. Además ese conjunto de pelo negro con piel blanca y ojos claros era un disparo muy certero al corazón de cualquier mujer.

Silvio era alto, tan alto como yo lo soñaba. Siempre lo veía en mis sueños todo vestido de azul danzando sobre la espuma, y para bésame me elevaba en sus brazos, porque yo por mucho que me alzaba nunca podía alcanzarle los labios.

Otras veces me llevaba de la mano más frágil que una plumita y volaba a su diestra sin cansancio.

Es cierto que los sueños muchas veces son fantásticos, pero que bueno es soñar cosas tan divinas, al otro día uno se despierta como si fuera un ángel. Aunque los duchos en esta materia dicen que los sueños pueden ser algunas veces el aviso del futuro, o el presente. 

No sé si será cierto pero lo que sí sé es, que a mí me encantaba soñar con él todos los días, pensando solamente en el presente.

Eran tantos los deseos que tenía que Silvio se fijara en mí que cambie el turno para la noche para poder verlo y tener alguna oportunidad de acercármele. Y así fue una noche sin poder contenerme lo saqué a bailar, pero él tampoco me hizo caso y sin darme importancia le dijo a un amigo que lo hiciera él.

Por hacer esto por poco muero de pena, pues me lo dijo delante de todos,  podrán imaginarse las risas y los bonches que me formaron.

Por eso Noemí la otra compañera de trabajo para consolarme y darme esperanzas me aseguraba que los hombres no siempre sabían cuando les gusta a una mujer, que eran  un poco retardados para esas cosas. La mujer era más perceptiva, tenía un sexto sentido. Y no lo decía por feminista sino porque era verdad.

Entonces yo me le quedaba lelita escuchándole esas cosas y después me tranquilizaba a la vez que  lo comprobaba con Silvio, que noche tras noche continuaba junto a la barra sin darse cuenta que me lo comía con los ojos, y hasta lo digería dentro de mi deseo.

Cada vez que lo sentía llegar me las arreglaba como podía para ser la primera en recibirlo,  en servirle, y en cortejarlo. Cuanto amor sentía por él, cuanto deseaba que me dijera aunque fuera una simple palabra.

Con su presencia todos mis complejos pasaron al olvido, entonces no le huía al espejo, ni mis piernas me parecían largas, ni delgadas, ni siquiera mis ojos grandes, al contrario quería tenerlos muchos más grandes y  dejarlo posado en cada pupila para toda la vida.

Para que me viera bonita, me pintaba los ojos de azul y los labios de color rosa, y me soltaba el pelo, que en ese tiempo lo tenía casi por la cintura.

También me subía en unos tacones que le pedía prestados a Dalia para lucir más alta, y mis amigas se burlaban de mí, porque casi no podía caminar con ellos, y me tambaleaba de un lado para otro, pero a mí lo que me importaba era que él me viera alta y mujer.

Pero Silvio llegaba y se ponía a conversar con los amigos y a tomar ron descompasadamente hasta salir de allí ebrio como los demás y sin mirarme ni de reojo.

Casi todas las noches iba de  8 a 12 de la noche a beber, nunca hizo como los demás de irse a los cuartos a hacer el amor con las destinadas a eso, siempre se le veía serio, sentado con el vaso en la mano y metido por completo en la música que no dejaba de sonar con toda la estridencia que exigen los lugares de este tipo.

Por supuesto que esto estuvo pasando hasta la noche en que sin poder soportar más aquel embrujo, lo esperé más empolvada que la cucarachita Martina, y tan pintoreteada como si fuera a bailar en una carroza de carnavales.

Además debajo de la blusa abierta  de mi uniforme de camarera discretamente para que la dueña del bar no me viera y me regañara, me puse un dorso verde fosforescente tan ajustado a los senos, que el amigo de andanzas de Silvio me preguntó que sí podía respirar,

Yo apenada le dije que sí, ocultando una leve sonrisa, entonces fue la primera vez que Silvio se me quedó mirando fijamente y me dijo:

_ Es verdad...estas apretada niña,... ¿No te sientes molesta?-

- ¿Usted cree?,...pero yo no soy una niña,-

-Bueno para mí lo eres-

-Pues tengo l7 años cumplidos..., además me siento muy mujer-

Le respondí erguida como una palmera, a la vez que temblaba de pies a cabeza como la más endeble hoja.

El me volvió a mirar recorriendo mi cuerpo de cabezas a pies, pero sin hacerme mucho caso, me dio la espalda  y fue a sentarse en la esquina de la barra donde todas las noches lo hacía.

Salí a toda carrera para un cuartito que quedaba a un lado del bar donde Noemí, Dalia y yo nos desvestíamos, y metiendo la cara debajo de la llave de agua me quité de un tirón toda aquella pintura que me había puesto para llamarle la atención.

No había terminado de sollozar, cuando entró Dalia preocupada a ver que me sucedía.

-¿Qué te pasa...por qué estas llorando?

-Nada- 

Le dije molesta

-¿Cómo que nada, si saliste del salón como alma que lleva el diablo?-

-¿Y qué esperabas que hiciera después del desplante? Además no estoy de humor para confesiones.-

- Déjate de boberías... ¿De qué desplante hablas?-

-No me digas que no lo escuchaste, porque lo dijo bien alto para que todos lo oyeran.-

-¿A qué te refieres a lo que te dijo de niña ...No me pareció desplante-

-¿Qué no ?... ¿Acaso no viste como me lo dijo?-

-¡Ah... Muchachita estúpida!... no debes tomarlo como una ofensa ¿O es qué no  eres una chiquilla?- Asintió mi amiga, riendo a mandíbula abierta

-¿Tú también con esa?, que va eso si que no,... ¡déjame tranquila!-

Le dije malhumorada y  salí del cuartito a toda prisa.  ¿Cómo era posible que mi mejor amiga estuviera de acuerdo con las palabras de Silvio?

Porque quiero decirles que yo me creía una mujer en toda la extensión de la palabra, y para asegurádmelo más, me miraba cada vez que tenía un lugarcito al espejo que siempre tenía debajo del mostrador, escondido de mis criticonas compañeras de trabajo.

Mientras me encaminaba hacía el salón fabricaba en mi infantil cabeza un nuevo proyecto de desquite al agravio que me ocasionó las insignificantes palabras de Silvio, que en un final ni eran una ofensa, ni siquiera me las dijo por nada malo, realmente yo era una niña y menos que un pequeño punto delante de sus ojos, pero yo con toda la posesividad de este mundo quería obligarlo a que me viera diferente.

Ahora después de tantos años desde el lugar donde me encuentro les aseguro que ojalá en este mismo instante todo hubiera sido un libro para borrarle esas páginas, pero desgraciadamente no lo fue, aunque me este arrepintiendo un milenio.

Llegué al salón orgullosa y coqueta hasta el fondo, más apacible y dispuesta a triunfar a pesar de todo con mi objetivo.

Tomé la bandeja en la mano izquierda y contoneándome más que nunca me dispuse a provocarlo en sus narices

Al primero que le toque las cosquillas fue a su mejor amigo. ¿Qué estúpida?...Lo que hace la inocencia, o el capricho.

-¿Quieres un traguito?-Le pregunté interrogándolo con la mirada y envuelta en toda la satería que podía expresar

-Sí… ¿Me lo vas a servir tú misma?-

Dijo el hombre con una expresión especulativa en sus ojos castaños y malévolos.

-Si así lo deseas, con mucho gusto.- Le dije provocativa y sexy

-Bueno si es tú gusto adelante tráemelo.-Asintió poniéndose de pie y con todas las cosquillas masculinas a puro fuego.

Dalia se dio cuenta del momento y me advirtió discretamente, pero era demasiado caprichosa para hacerle caso a nadie. Hoy pienso que totalmente inmadura, y continúe con el fatídico proyecto de provocación.

Silvio se dio cuenta rápidamente y le secreteo al amigo, quién sabe qué diablura, porque éste sin darme tiempo a llegar a la mesa, se me abalanzó a los senos apretándome uno fuertemente.-

-¡Grosero....Quítáte de mi presencia, ustedes todos son iguales.-

Le grité muy ofendida, pero él hombre insistía con una obstinación asombrosa.

-No soy bobo.- Respondió riendo- ¿No me estabas provocando o me equivoqué contigo como dicen todas?-

Dijo mientras se alejaba de mi unos pasos, pero nada le pude responder, porque comencé a llorar sin consuelo.

Las lágrimas me salvaron y me hundieron a la vez. Cuánto me pesa no haber sido un pozo seco, pero me deshice en llanto y mucho más al ver que Silvio hacía todo lo posible por consolarme amistosamente, acercándose hasta mí, y extendiéndome su pañuelo.

-No me gusta ver llorar a nadie, y menos a una mujer-

Me dijo comprensivo tomándome por una mano y  sentándome en una silla contigua.

-Perdona a mi amigo, él es así ,además yo tengo la culpa, como llegaste y le dijiste eso, yo pensé que querías algo con él ,y le aconsejé que actuará, pero te aseguro que no volverá a suceder, por lo menos mientras  esté conmigo...te lo aseguro.-

Lo miré agradecida, y el prosiguió aconsejándome.-

-Pequeña debes tener cuidado con lo que le dices a un hombre. Nosotros no siempre actuamos de forma diferente. Eres muy joven y bonita y eso es peligroso, Alcohol y mujeres son como la pólvora, se incendian fácilmente.-

Los elogios y consejos de Silvio aliviaron mi vergüenza, y  fueron el mejor bálsamo para calmar el enojo, pero me enfriaron el alma.

Eran las palabras de un amigo, de un padre, y hasta de un hermano, pero no de un hombre como yo quería que él fuera y con la peor de las decepciones me quedé  cuando lo vi marcharse dando un hasta luego a sus amigotes.

Llegué a casa sin aliento, toda la noche me la pasé pensando en el incidente, y sin poder resignarme. Sabía que me gustaba mucho y lo quería para mí a cualquier precio.

Cuánto hubiera dado porque ese mismo día me declarara su amor, pues dentro de mi cabeza no cabía la idea de que yo para él no era nada más que una camarera.

Al amanecer llamé por teléfono a Dalia para consultarle mis chiquilladas, como ella misma me decía, porque si no me sacaba aquello de adentro me ahogaría sin remedio.

Nunca supe sí era así por la apatía que respiraba en mi contorno familiar, pero siempre tuve mucha necesidad de expresarme, de qué me quisieran, y me lo dijeran. Nadie supo nunca la falta que siempre me hizo un abrazo fuerte que aprisionara todo el vacío que llevaba dentro.

Estuvimos conversando largamente, y ella como siempre tratando por todos los medios de quitarme de la cabeza aquel amor peligroso, como ella lo llamaba. Aunque en ese momento nunca me puse a analizarlo, porque si alguna persona estuvo ciega en la vida esa fui yo.

Dalia era una mujer de 35 años, muy seria, y según ella experimentada en conflictos a pesar de su juventud, aunque nunca me hablaba de su vida privada, siempre me dejaba cualquier tema que comenzaba en suspenso, y yo que solamente tenía cabeza para él mío, no le preguntaba nada más, ni siquiera le insistía.

 Quién sabe si callaba porque veía mi poco interés, o se daba cuenta de que tal vez mi obsesión era patológica y no quería herirme enviándome a ver a un psiquiatra.

Dalia tenía muchas virtudes como persona y amiga. Vivía con su madre anciana, el hermano solterón y un sobrino que crió desde los 4 años hijo de una hermana que tampoco me dijo a donde fue a parar.

Quizás me veía  como a la que le faltaba, y se la pasaba dándome buenos consejos de los cuales yo  hacía caso omiso y seguía con lo mismo llegándoseme a convertir en una de las mayores obsesiones.

-Silvio es muy mayor para ti. –

Me decía todos los días Dalia cada vez  que le tocaba el tema.

-Ten cuidado los hombres pueden ser muy mansos pero si los buscas  se acuerdan que son fieras y sacan las uñas al menor descuido, además son como una alcancía que se llenan  mucho si tenemos con qué, pero cuando se rompen se quedan vacíos.-

Yo parecía que escuchaba, pero en mi cabeza sólo había sitio para aquel amor tan sicótico e impetuoso.

Pero ella con gran experiencia y aparente cariño, seguía con sus consejos con el objetivo de hacerme pensar.

-No olvides lo que te pasó con el amigo de él el otro día, se equivocó y por poco te descuartiza delante de todos. Solamente tú tienes la culpa por ser tan provocativa e irresponsable-

Tantas cosas me decía que algunas de las refutaba, pero al final seguía con mis ideas fijas, sin advertir consecuencias y continuaba tozuda y descomedida haciendo planes de conquista para Silvio, y sin dejar de pensar como llevarlos a la práctica.

Pero al igual que yo seguía testaruda en mi loco amor, ella no me daba tregua y seguía día a día con sus advertencias de qué una mujer debía defender su dignidad y su orgullo y yo el mío lo estaba tirando por la borda, pisoteándolo delante de todos como si no existiera en mi camino otra cosa.

Me decía que era muy joven y debía buscar un muchacho contemporáneo conmigo, tenía todo el tiempo del mundo, porque con l6 años uno es dueño del futuro y del presente.

Pero para mí no existía nadie más que aquel hombre que como una flecha se había clavado en mis sienes devorándome  ideas, raciocinio, y lucidez. Estaba segura qué  lo amaba a rabiar con un amor de historieta combinado con novelita rosa.

Nunca le pude encontrar la razón a aquel sentimiento que crecía de mi parte, porque desgraciadamente el corazón no sabe de razones, y  Dalia que lo sabía, no descansaba en hacerme entender,  hasta que un día quiso llevarme a un psicólogo pero me negué como una gata enfurecida,  hasta que al final  me dijo:

-Está bien no vayas... quédate así sufriendo sin necesidad por quien no se lo merece.-

Su mamá que era la mejor de las madres por lo comprensiva y otras cosas y que por suerte le había tocado a ella, me advirtió muchas veces que yo era así porque no encontraba en mi familia aquello que me llenara los sentimientos y por eso buscaba en el hombre lo que me faltaba.

 Hoy pienso que no estaba lejos de la realidad, porque mi madre era buena y dedicada pero tantos maltratos, y atropellos de mi padre y quién sabe por las cosas que tuvo que pasar, la habían convertido en un objeto frío, por lo que  le faltaba la expresividad que yo tanto necesitaba, y lo más doloroso nunca me dijo que me quería, ni me dio un beso cuando más lo anhelé.

Por la otra parte mi padre siempre ausente, metido en su mundo etílico, en su pequeña cápsula de desenfrenos insalvables. 

Mi única tía  Obdulia, creyendo que dándonos de comer a mi hermano y a mí ya todo estaba resuelto.

La abuela María, anciana analfabeta, acostumbrada a que el hombre era la ley, no hacía otra cosa que  comparar la valentía de su hija con los demás y dándose patadas de moral por haberle tolerado al difunto abuelo 60 años de tortura, y ahora mi madre, su hija, la imitaba aguantándole a mi padre maltratos, hambre, miseria, borracheras y traiciones por más de quince años sin separarse, y reafirmando orgullosa que lo había hecho por nosotros.

¿Quién les habrá dicho que los hijos son felices solamente con la unión matrimonial de los padres? Y qué de las discusiones entre ellos que nunca dejaron de existir, todas con la violencia desbordada y la falta de respeto al por mayor.

Y qué decir de  la comprensión. Esa nunca fue su plato fuerte, pues recuerdo muy bien que  jamás escuché una palabra de amor entre  ellos, por eso es que estoy segura que quien no es feliz no es capaz de hacer feliz a nadie.

Tía Obdulia cuando veía que la cosa se ponía mala, decía que todo aquello sucedía porque mamá se casó con mi padre a pesar de las imposiciones de su familia, y ahí se quedaba el cuentecito.

Cuando la realidad no era otra de que mi abuelo paterno la maldijo muchas veces. Y que tal vez era un castigo del cielo lo que estábamos pasando. Aunque discrepaba en partes de esta teoría, porque no consideraba que los hijos tenían la culpa de los errores de los padres, pero hoy me doy cuenta que sí, que quien nace bajo el odio, hereda odio, y quien nace con amor, hereda amor.

Cuando  decía esto mi abuela me miraba de pies a cabeza y como una flecha tiraba la toalla de la realidad, asegurando que no fue por eso, sino por la extrema pobreza. Y allá iban las narraciones de los por qué y los por cuánto., todas disfrazadas para que no supiéramos las verdaderas causas de tanto desatino.

Nos contaba que  en su época también ser pobre era un pecado mortal, aunque, mi abuelo paterno era de los que se pasaba todo el tiempo con la nariz respingada, creyéndose mejor que los demás, y le tiraba a mamá sin compasión, cuando él era más pobre que una rata. Lo único diferente era que tenía un fotingo que utilizaba para ganarse la vida como taxista, a pesetas el viaje hasta los quintos infiernos

Y mi abuelo materno solamente podía subsistir como jornalero y eso cuando había tabaco para abrir o ensartar en la escogida que le dieran la oportunidad, de lo contrario la cesantía era su única opción.

-¡Hasta qué punto la gente subvalora los sentimientos de las personas!- Terminaba diciendo la abuela y reafirmaba –

Ni qué siendo rico o pobre, alguien fuera mejor o peor, más honrado o más caballeroso.

Tenía razón la abuela porque al cabo de los años pude comprender muchas cosas sobre mi padre, y no para justificar su actitud y violencia, pero pude aceptar en mi subconsciente que todo se debía a la frustración que lo fue llevando de la mano a la cobardía de caer en un vicio inevitable.

Un trago hoy y otro mañana, hasta graduarse de borracho público con título de oro, para la desgracia familiar.

Al tiempo supe que otra de las cosas que aceleró su vicio fue  la muerte de su hermano mayor, que al final  se dignaron a decirme que se llamaba Luciano y le apodaban Lucho, y que nunca se supo las causas, pero después de salir de prisión donde pagó por el asesinato de mi tío materno, amaneció en un cañaveral de cara al sol, y como a nadie se le ocurrió investigar, ni siquiera hacerle la autopsia, porque mi abuelo paterno  prepotente y empecinado no dejó, por aquello de que si  lo picaban se iba al cielo sin ser él, y se opuso con un gran escándalo

¿Qué viejo más necio?, qué más da tener vísceras o no si lo que sube solamente es el espíritu.

El cuerpo no es más que la caja donde lo guardamos para hacerlo andar pensar y sentir, o como yo, para enfrascarme en la captura de un hombre que no le interesó cuánto lo quise, y lo peor de todo, sin aspiraciones.

Pero bueno esto lo sabía porque me lo contaban como anécdota familiar después que ya era mayor o porque no tenían otra cosa de que hablar, y a mí me interesaba poco, porque todo mi ser estaba cifrado en la misma letanía.

Silvio, Silvio, solamente Silvio. Silvio al cuadrado, Silvio en todas las estaciones, Silvio en la mesa, Silvio en la cama, Silvio como un sueño interminable. Silvio mi Biblia, mis diez mandamientos, en fin, Silvio mi expiración.

Así estuve más de dos meses, noche a noche asediándolo con cualquier pretexto, pero él  sin tomarme en serio.

Era tanta su indiferencia, que llegué a pensar que no era hombre, y hasta se lo pregunté a otros amigos, que por supuesto se rieron a mandíbula abierta. Y como es de imaginarse se lo comunicaron de inmediato.

Aunque todas estas actitudes de Silvio me hacían sentir muy mal, no dejaba de pensar en él en todo momento, hasta lo veía en mis alucinaciones  sobre el más bello corcel, y yo lo esperaba en la ventana como una princesa vestida de amor.

Si escuchaba una pieza musical romántica, lo metía dentro de la letra y hasta las lágrimas se me salían de emoción.

Silvio estaba en todos los lugares, en todas las horas, en toda mi masa cefálica. Era algo más fuerte que el peor de los maleficios. Muchas veces pensé que estaba embrujada.

Mi madre aunque no tenía tiempo de fijarse en mis cambios climatológicos, una mañana en pleno desayuno se me acercó preguntándome el por qué andaba ausente.

No supe ni que responderle, y simplemente me negué con la cabeza, pero ella siguió con las indagaciones, incluyendo mi cambio a partir de que comencé a laboral en la cafetería de Zoila.

Como es de suponerse lo negué mil veces, pero ella no dejaba de insistir, asegurándome que era convincente de qué algo muy serio me estaba sucediendo.

Entonces ya no pude ocultar más mi desequilibrio, y para calmarla un poco le dije:

-No me pasa nada vieja, son ideas tuyas.-

-No, hija me he fijado que te pasas todo el tiempo cuando estas de descanso, pensando y  pensando, y escuchando música sin parar.

- ¿Acaso  es un delito?-

Le pregunté dándole vueltas a la cuchara y sin levantar la mirada de vaso de leche.

-No lo esperó a su horario. Aquí no sólo tú trabajas, yo también  y mi trabajo es peor que el tuyo, ¿imagínate cuánta ropa lavo y plancho diariamente desde las 5 de la madrugada?-

-Lo sé mamá, pero me pasó las noches sin poder dormir.-

Seguí diciéndole sin poder mirarle a la cara.

-¿Te sientes enferma?...si es así dímelo.-

Me preguntó muy preocupada, tomándome por una de las manos, que si no llega a ser por lo fría que estaba la temperatura, se percata fácilmente de qué se me habían convertido en un pedazo de hielo por el nerviosismo.

-No,...no es eso,...estoy bien.-

Le respondí balbuceante. Pero mi hermano Pedro que siempre se la pasaba en todas menos en lo que tenía que estar, saltó con aquello de qué a lo mejor era mal de amores.

-¡Estás loco Pedro! No digas tonterías, a mí nadie me interesa. –

Respondí rápidamente a la vez que me ponía de pie como un resorte  y me dirigía hacía la ventana.

Mamá me miró intrigante y después con una autoridad nunca antes ejercida   me dijo:

_Ten cuidado no vayas a caer en un bache... ¿A ver dime quién es él?-

-Nadie madre, nadie,-

Respondí sin voltearme hacía la mesa.

Sin poder contener la ira con mi hermano y el temor a ser descubierta por mamá salí a toda carrera para mi cuarto. Realmente nada podía decirle, ¿De quién podía hablarle si nadie existía, todo era en mi imaginación?

Allí le daba cuerpo, allí lo besaba, allí lo sentía como la más agradable brisa, y allí lo guardaba en los vientos de mi razón sin muchas esperanzas.

A partir de ese momento tanto en mi hogar como en la cafetería las horas comenzaron a torturarme, pues los consejos llovían lo mismo de mamá, abuela, o Dalia.

Todos pensaban que tenía que salir de aquella obsesión que devoraba mis pocos años con una psicosis enfermiza, y aunque creía que en mi hogar nada sabían de las causas verdaderas a tanta insistencia con el mismo tema me imagino que alguien les fue con el chisme, y que no podía ser otra que la misma Dalia que no descansaba en hacerme entender, incluso me presentó a Manuel, un joven muy buena gente que también visitaba el bar pero con menos frecuencia, y que hacía varios meses  quería acercarse pero por temor no lo había hecho.

Después de la presentación Manuel me estuvo cortejando algunas semanas. Me acompañaba hasta casa a la hora de salida, y a pesar de todos los halagos, esperanzas y proyectos para el futuro de los dos, nunca pude pensar en él ni por un sólo momento. Entonces le pedí que no me viera más que mi corazón pertenecía a otra persona.

Contarles es poco la pelea que me hecho Dalia, pero nada podía hacer por Manuel, pues nada por el sentía.

El amor no se hace, ese tenemos que sentirlo, no importa hacia quién, pero si no se siente no ocurre, pues lo que no nace no crece por mucho que lo riegues y lo cuides.

El amor es como una bichito que se mete dentro de nuestro cuerpo y nos atrapa sin darnos cuenta, y lo peor de todo, nadie puede desterrarlo, permanece ahí metido haciendo todos los estragos del mundo, lo mismo a favor que en contra, y nadie puede dirigirlo, al contrario se mueve y actúa sin importarle si la otra parte está de acuerdo o no.

A veces pienso que ese sentimiento que se llama Amor, no es más que un atrevido, que se cuela sin que uno le de permiso, pero que bien nos hace, y si es imposible, crece mucho más rápido.

Al fin un poco más resignada con mi amor secreto, traté de hacer todo lo posible por ir apagando lentamente la hoguera que me quemaba dentro del pecho, incluso se lo prometí a Dalia, que más de una vez me aseguró que todo lo que me decía era por mi bien.

Una noche llegó al bar Julito, un muchacho de la vecindad que hacía poco tiempo había terminado su carrera, y ahora llegaba de la capital a disfrutar de sus vacaciones hasta que comenzara a trabajar.

Como en el pueblo no había otras distracciones, se juntó con los chicos del barrio y fue a parar al bar de Zoila.

Allí se daba unos tragos por pasar el rato y escuchaba música, así calmaba el tedio que a esa edad casi siempre nos ahoga, y mucho más cuando no tenemos dinero suficiente, ni lugares donde extinguirlo.

Julio había terminado sus estudios de Ingeniería pero no tenía aún trabajo asegurado, porque la boleta no había llegado a la empresa que le asignaron en la universidad, pero bueno tenía que esperar solamente que pasaran las vacaciones después le avisarían, y así era mejor porque teníamos  tiempo para conocernos

No me costó mucho trabajo relacionarme con él. Era muy  comunicativo y cariñoso, además me había empeñado en olvidar mi amor frustrado por Silvio, y como bien me decía Noemí, mi otra compañera de trabajo, solamente un clavo sacaba a otro, y yo lo quería martillar hasta verlo caer, solamente así podría regresar a mi yo anterior, porque ya no era Elena, sino la mujer rendida a los pies de un hombre.

Por supuesto que Julito me caía mucho mejor que Manuel, por lo menos nos conocíamos de años, era de la vecindad, un poco mayor que yo, pero su hermana había sido mi compañera en la primaria, y mamá conocía a sus padres por todas estas razones eso aceptaba me acompañara al bar algunas veces.

Me visitaba los domingos, íbamos al cine, al parque, me regalaba flores, y hasta muchos poemas guardé con todo el cariño del mundo dentro de un libro donde los almacenaba junto con las flores secas, que siempre me gustó recopilar.

Una tarde de mayo me llevó a casa de su familia, los cuales me acogieron con mucho afecto. Eran personas civilizadas, y aunque conocían mi procedencia, no les importaba que yo fuera dependiente de un bar, ni que papá fuera un alcohólico.

Entre ellas su abuela, que para mí fue muy importante porque en esta nueva vida que transitaba sólo me dejó tener una, pues cuando nací la otra no quiso conocerme.

Tal vez en las vidas anteriores tuve muchas, pero no recuerdo. Lo cierto fue que me cogí a la abuela de Julito para mí. Me encantaba escucharla con sus relatos de la juventud y los consejos de belleza, que a pesar de sus 80 años aún se aplicaba con esmero.

¡Qué señora más encantadora y dulce! ojalá todas las abuelas fueran como ella, Si algún día me dejan ser abuela quiero ser así como esta anciana que para mí fue una súper abuela.

Según fue pasando el tiempo, entre el roce, y  el buen trato me fui interesando por Julito, que aunque sabia no era el amor, por lo menos era la ilusión, o tal vez la costumbre, pero me hacía falta para soportar la vida.

Ya estábamos a punto de comprometernos oficialmente. No me gustaba tanto como Silvio, pero lo aceptaba.

Tenía ojos negros y profundos, y los labios tan rojos como los príncipes negros que había en el jardín de su casa.

No era muy alto pero tenía que pararme en puntillas para alcanzarlo, y eso me gustaba. El pelo ensortijado y tan negro como sus ojos, aunque lo más que me gustaba de él eran los detalles. Nunca olvidó una fecha, todo lo que hacía me hacía sentir muy bien. Creo que hasta pensé encontrar la felicidad bajo su sombra.

Pero las desgracias de la vida son como la saeta que cuando se lanza ya no se puede detener. Entonces lo mandaron sin más remedio a cumplir con el servicio social fuera de la provincia por dos años, a un lugar tan intrincado que era muy imposible por la carencia de transporte  poder visitarlo con frecuencia.

Así fue como el diablo me clavó su tridente hasta el alma. Dicen que me empeciné en eso, pero estoy segura que me estuvo persiguiendo siempre, y no se detuvo hasta que cumplió con su encomienda diabólica, ajusticiándome con su legión de demonios a sueldo.

Y no miento cuando digo esto, pues a pesar de que nos mantuvimos varias semanas por cartas y algunas llamadas telefónica, o alguna que otra vez venía a toda carrera por los asuntos del transporte y se pasaba varias horas, casi todo el tiempo lo destinaba en el viaje, un buen día yo misma le pedí que viniera una sola vez al mes.

Existe un refrán que dice que con las glorias o las desdichas se olvidan las memorias y un buen día comenzaron las cartas a no llegar, e interrumpirse las comunicaciones telefónicas.

Qué si la línea cogestionada, que si pito que flauta, y como yo no lo amaba lo suficiente para lucharlo a sangre y fuego, dejé que el tiempo pasara sin importarme mucho por su final.

Mientras que estas cosas sucedían en mi vida, Silvio continuaba con su alcohol al cuadrado ajusticiándose el hígado como mi padre, entre malas compañas y amigos prendidos con alfileres.

Todavía recuerdo que alguien comentó que bebía tanto para olvidar, ¿quién sabe qué? me pregunté tantas veces pero nunca encontré la respuesta.

Dicen que hay hombres que lo hacen por debilidad, y poco carácter, y necesitan del ron para olvidar las penas, aunque el hígado se les ponga blanco, con pintas negras.

Otros porque es un vicio muy difícil de evitar, comienzan por un traguito, después dos y al final una botella tras otra, sin importarles que la economía familiar se  ponga al rojo vivo.

También hay quienes dicen que el dios Baco los castiga y les pone como penitencia vivir toda la vida bajo su manto etílico, por eso hay tantos devotos de ese Dios, y sigue aumentando la creencia, aunque yo pienso que es un mal de las sociedades contemporáneas, una enfermedad de las carencias.

Una tarde recostada a la barra, porque no habían muchos clientes, aproveché la oportunidad para preguntarle a un amigo de Silvio sobre su vida privada, pero nada me contó al contrario me interrogó como un fiscal, y yo la tonta, estúpida e imbécil muchachita inexperta y loca de pasión por aquel hombre 16 años mayor que yo,  le confesé que estaba enamorada de Silvio como una demente, sin dirección ni freno, pero qué por favor me guardara el secreto.

¿Qué secreto me podría guardar un amigo íntimo de Silvio?  Pero yo, la confiada me deshice en detalles y sin darme cuenta me puse la soga al cuello.

Jamás se me olvidara. Ese día desde que me levanté el corazón me latía más fuerte que de costumbre.

De camino al trabajo fui recogiendo cuanta florecita apareció a mi vista, y hasta tararee algunas letras musicales.

No sabía que sucedía en mi interior, pero estaba contenta y nerviosa a la vez. Llegué a la cafetería y desperté en todos la curiosidad, hasta un cliente me dijo jocosamente  que parecía un banderola de un lugar para otro.

Le conteste con una sonrisa y seguí sirviendo las mesas. Me sentía con un vigor espantoso, capaz de derribar las más altas murallas.

Esa noche terminé el trabajo y salí del bar, eran pasadas las once de la noche. Como de costumbre caminaba lentamente por la acera, cuando escuché, la voz que se acercaba.

-¡Elena, Elena!... párate ahí.-

Decía la voz ansiosa y un poco fatigada por el esfuerzo de darme alcance

Casi ni la reconocí de momento, después sí. No era otro que  Silvio que me llamaba.

Sorprendida me detuve, con el corazón latiéndome tan fuerte que estoy segura que se me estaba saliendo y en cualquier momento caía sobre la calle.

Se acercó amistoso y gentil, después  de saludarme con un beso en la mejilla, cosa que también me sorprendió, dijo:

-Niña que rápido caminas... ¿Quieres que te acompañe? –

Preguntó  tomando respiración.

-Por supuesto.-

Le dije sorprendida y  emocionada a la vez, y comenzamos a caminar lentamente por la calle.

Íbamos en silencio total, solamente el ruido de los vehículos que pasaban como ráfagas a nuestro lado, y algún que otro silbido, entre los aullidos y ladridos de los perros callejeros, y alguna que otra gata enamorada merodeando por los tejados.

Como nada decía pensé que debía ser yo quien dijera la primera palabra para romper el hielo. De todas formas para mí el amor era lo primero y  la cautela debía ser lo segundo, por eso sin pensar mucho me llené  de valor y después de un inmenso suspiro, le comenté:

-Hace frío, y a esta hora se siente más.-

-Sí, así es,...por eso decidí acompañarte para que no te me hieles.-

Nada pude entender con aquello pero proseguí, de todas formas algo teníamos que decirnos para que el trayecto fuera más ameno.

- ¿Vives lejos?-

-No mucho, podemos ir a pie.-

Le aseguré nerviosa y comiéndome las uñas.

-Si quieres podemos ir en mi auto, lo tengo parqueado cerca.-.

-No te preocupes me gusta caminar, y mucho más a esta hora.-

-Siempre lo haces sola...no tienes miedo a que te rapten.-

Me dijo casi en un susurro a la vez que se acercaba acariciándome  el pelo, sin dejar de caminar.

-Tienes un bonito pelo, sedoso,...parece algodón.-

Nada le contesté porque ya ni respiración me quedaba de tanta emoción. Los labios se me pusieron pálidos y mucho más fríos y aunque  traté de apresurar el paso, el me detuvo tomándome por los hombros ardiente y provocativo.

-¿Tienes prisa?-

-No,..Es qué...-

Dije titubeando, a la vez que hacia lo posible por zafarme de sus fuertes manos.

-¿Es qué?, nada me digas, ¿a ver quieres que te calme?...Pensé que a lo mejor podía ser tu bálsamo.-

Me dijo aún más bajito, casi al oído

-Silvio.-

Le dije casi sin voz.- Perdóname el haber...

-¿Qué te perdone qué?-

- No sé,...tal vez haber .preguntado a...-

Traté de decirle casi balbucearte, porque un temblor cómplice se adueñaba de todas mis palabras y acciones.-

- A ver tontina.-

Me dijo zalamero y frotándome las manos suavemente, después encendió un cigarro, a la vez que me ofrecía otro a mí.

-No fumo,... gracias.-

-Pensé que fumabas, porque casi todas las mujeres que trabajan como tú, lo hacen.-

-¿Cómo yo?-

Pregunté extrañada. El nada dijo y continúo a mi lado. Después casi al llegar a la calle de mi casa, se detuvo nuevamente y sin dejarme pensar me tomó nuevamente fuertemente por los hombros y me beso con tanta fuerza que tuve que separarlo

-No me muerdas, que me duele.-

Le refuté.

- Acaso esto no es lo que tú querías hace mucho tiempo, pues ven vamos a desahogar los deseos, además te voy a demostrar que si soy un hombre... ¿No es esa tu duda?-

Me preguntó entre dientes, a la vez que me arrastraba hasta un montecito que quedaba a unos metros de la entrada, del caserío donde yo vivía, y  con todo el machismo a puro grito.

Casi sin fuerzas para imponerme me dejé  llevar, sentía que  rodaba sujeta a su mano sin importarme nada.

- Ven sentémonos aquí sobre la hierba.-

A la vez que me obligaba a hacerlo sutilmente

-Esto es entre nosotros dos, no tengas miedo.-

Me dijo muy bajito, y de no haber sido por que ya sus ojos se tornaban enloquecidos, hubiera notado la creciente palidez que se apoderaba de mi rostro.

Suavemente me tendió sobre la tierra, a la vez que se concentraba  en todos los puntos débiles de mi reprimido cuerpo, que no dejaba de gemir bajo su peso.

Lo primero que hizo fue lamerme los pechos y succionándomelos ruidosamente como un niño, mientras oprimía su pené contra mi pelvis, y yo me vaciaba por primera vez como un barril sin fondo.

Allí, entre la húmeda y fría hierba me besó largamente, y comenzó a quitarme poquito a poco toda la ropa que llevaba, hasta dejarme como vine al mundo.  

En este momento estaba un poco más sereno que al principio, por supuesto que para no asustarme, digo yo.

Bajó hasta mis muslos con toda su experiencia haciéndome llorar de placer, y yo sin poder resistirme.

Y allí fui de él como nunca antes fui de nadie, con la luna como único testigo, y su piel sobre la mía como el mejor manto afrodisíaco, mientras se me antojaba, que un cántico celestial emanaba de entre los árboles como fieles guardianes y nos protegían de las brujas que asedian todo lo bello. 

Después de consumado el acto y casi sin vida de tanto placer y amor me le quedé mirando a los ojos, y le pregunté si le gustaba. El un poco más serio y con un brillo extraño en las pupilas no contestó, solamente me preguntó con voz pausada.

- ¿Nunca antes habías tenido sexo?-

Encendiendo otro cigarro y sin levantar la mirada.

-No...¿Por qué me lo preguntas?-

Respondí inocentemente

-No, por nada... yo pensaba que te dedicabas a lo de las otras.-

Aquellas palabras me dejaron perpleja, por suerte salí rápido del momento y entonces  le arremetí con todas mis fuerzas.-

-¿Me estas acusando de prostituta? -Le refuté molesta y defraudada, a la vez que trataba de incorporarme rápidamente.

- No es eso, no te ofendas- Me interrumpió con voz mucho más serena, alejándose unos  cuantos pasos en una actitud preocupada.

Nunca lo hice... ¿acaso piensas que todas las que trabajamos en un bar vendemos el cuerpo?,...estas equivocado, siempre lo guardé para  entregarlo por amor, por eso te lo di a ti, porque te amo mucho. ¿Lo dudas?- Le pregunté casi llorando.

-No, no es que lo dude, pero como siempre te veo tan desenvuelta riéndote con todos, y por todo,...y como le dijiste a mi amigo que querías estar conmigo,... pensé...digo,...aunque  lo que se dice de ustedes no es lo mejor.-

- ¿Y qué se dice si se puede saber?-Le pregunté creyendo tontamente que en sus palabras habían algunas dosis de celos por mi trabajo.

-Nada, nada,....olvídalo.- Y se acercó cariñoso. Aún el aliento etílico no cesaba de colarse por mi olfato, pero no me resistí, lo soporte aunque nunca me gusto ese olor. Entonces me abrazó contra su pecho con mucha fuerza, aunque aquel abrazo pienso ahora, fue  por compasión no por amor. Después separándome lentamente miró su reloj, anunciando que tenía que marcharse.

Nada le dije, ni siquiera analicé sus palabras anteriores, ni me di cuenta de toda la verdad, ni el por qué había hecho el sexo, al contrario, no quería que se fuera.

A su lado no existía el tiempo, y si me deja allí amanecía sin importarme otra cosa que no fuera estar junto a él.

-¿Por qué te quieres ir tan rápido?, es nuestra primera noche.- Le dije a la vez que hacia una pausa para acariciarle los hombros por la espalda  con toda la ternura que sentía.

- No puedo quedarme por más tiempo, comprende… no seas majadera-

Dijo un poco perturbado y sin dejar de fumar ansiosamente.

-¿Te espera alguien? –

Le pregunté suspirando y con mucho miedo a lo que fuera a decirme.

-No es que me espere alguien... es que necesito marcharme y punto.-

Me dijo pidiéndome caminar junto tomándome por la barbilla como un buen padre, después de unos segundos y mirándome de una manera que nunca pude descifrar, nos alejamos del lugar sin emitir ni el más leve sonido Era tanta la emoción y el amor que me embargaba, que tampoco advertí su frialdad a la hora de la despedida, y hasta me pareció normal, incluso insistí  nuevamente con aquello de qué sí le gustaba. Entonces él hizo lo mismo, volvió a mirarme  y dándome un leve beso en la frente me dejó en la puerta de entrada a  casa.

Lo que quedaba de la noche me la pasé reproduciendo en la mente todo lo sucedido, pero sin detenerme en la realidad. Desgraciadamente el cerebro propone pero el corazón es quien dispone. 

Todo aquello para mí era un acto del más puro amor, hasta llegué a reafirmarme a mí misma, qué sí me  hizo el amor era porque también me amaba, y este pensamiento me hizo muy feliz.

Otra de las tantas estupideces que comete en la vida la inmadurez, y la falta de apoyo en el hogar, pero en ese momento no lo pude analizar, ni siquiera darme cuenta que lo había hecho como un león salvaje a una leona en celo, y  porque el amigo le despertó el macho, y la animalidad con mi confesión adolescente.

Cuando sonó el despertador aún estaba sumida en el más tierno embeleso, por eso mamá me tuvo casi que tumbar de la cama porque no me despertaba a pesar de sus llamadas insistentes

-¡Elena, Elena vamos que se te hace tarde!,... ¿esa era la que decía que no podía dormir... estas peor que un lirón? ¡Muchacha despierta  que se te hace tarde!- Me repitió muchas veces mi madre, ajena totalmente a todo lo sucedido, por eso nada le respondí, y con mucha prisa me vestí  e hice el aseo personal, saliendo a toda carrera para el bar.

Por el camino iba fijándome como caminaba para que nadie se diera  cuenta que había perdido la virginidad, por lo menos yo creía que eso se notaba, porque mamá muchas veces me lo advirtió, que cuando algo semejante me pasara ella se daría cuenta, porque uno cambiaba la forma de caminar.

Por supuesto que todo eso era mentira, lo hacía la pobre para que yo no hiciera el amor antes de casarme, por sus conceptos prejuiciados y tradicionalistas además así me intimidaba, y evitaba me pasara lo que a ella.

Pero cuando a una le dicen las cosas tantas veces, aunque se imagine o compruebe  que no son verdad, se le queda en el subconsciente la duda, aunque yo caminaba igual, al contrario iba liviana, feliz, dichosa, creyéndome dueña de la vida misma.

Como es de imaginarse a Dalia nada le resultó casualidad y al verme tan feliz y con rostro de satisfacción, me preguntó insistente a qué se debía el cambio, aunque estaba segura que se lo imaginaba.

Entonces  con todo el orgullo que me embargaba, le conté que había sido de Silvio, como si aquella confesión hubiera sido la mejor de las hazañas.

Sorprendida sin saber qué hacer, los ojos se le llenaron de lágrimas y no me dijo nada. Qué iba a decirme, si ya no había remedio, además yo nada le hubiese escuchado.

Pasaron más de quince días y no volví a ver a Silvio. Les preguntaba a todos sus amigos y ninguno me daba razones de su ausencia.

Desesperada hice cuántas averiguaciones me fue posible, pero seguía en las mismas, hasta que al fin cuando una mañana de descanso iba en busca del pan a un comercio cercano del barrio, lo vi bajarse de su auto en compañía de un niño como de unos once años.

Esperé un rato hasta encontrar el pretexto para acercarme, pero no me llegaban las palabras, quien salvó la situación fue el propio empleado de la panadería que lo conocía y sin que supiera nuestro vínculo salió a la acera y lo llamó.

Estuvieron hablando unos segundos, después Silvio le entregó una jaba y se quedó esperando frente al establecimiento, entonces fue cuando aproveché y disimuladamente traté de pasarle por el lado en un acto que pareciera ocasional. Él ni advirtió mi presencia, cambio la vista y se hizo el que miraba para una vidriera que quedaba justamente frente a la panadería.

No sé si fue por valentía o por novata, pero sin poder evitarlo me le acerqué directamente y el sin preámbulos y muy  perturbado me pidió que me fuera diciéndome con grosería:

-¡Lárgate que me perjudicas!...y te lo advierto…No vengas a reprocharme nada.-

-No quiero reprocharte nada, sólo que me escuches.-

Le dije con suavidad y sin entender nada.

-No sé lo que quieres hablar conmigo, porque entre los dos nada ha pasado... Vete por favor, me estas complicando, ¿no te das cuenta?

Su voz sonaba indignada, pero a pesar de eso seguí insistiendo. Inevitablemente mi amor y ceguera se creían dueñas de su voluntad, y no me dejaban ver que la batalla estaba perdida, que solamente fui un segundo en la vida de un hombre. Aun así continué insistiendo caprichosamente, y sin darle tregua a mi obstinación y desenfreno le seguí pidiendo.

-Tienes que dejarme hablar te lo suplico .No te enfades y escúchame.-

Pero él,  mucho más confundido y mirando para todas partes celosamente  me dijo para calmar mi insistencia  que después pasaría por mi casa.

Sin poder entender reclamé, muchas veces más, pero me dejó con la palabra en la boca.  Recogió la jaba que le entregó el dependiente y llamando al niño que lo acompañaba  se dio media vuelta, dejándome sin explicaciones, y mucho más confundida que al principio.

Aquella actitud para mí fue terrible y lloré sin consuelo muchas horas, después salí en busca de mi único paño de lágrimas Dalia, que aunque interrumpí su trabajo, me escuchó en silencio sin emitir ni el más mínimo criterio, solamente preguntó al final.

-¿Y tú qué piensas hacer ahora?-

-¿Hablar con él…. Tiene que explicarme su actitud?-

-¿Crees qué te la explique?.... Mira que tú eres ingenua Elena, pero no seré yo quien te vuelva a dar otro consejo, no tienes remedio, de todas formas ya hiciste lo que nunca debiste haber hecho, y yo sé el porqué te lo digo.-

- Pues yo creo que si tiene mucho que explicarme.-Le contesté firmemente, mientras ella continuaba exponiéndome mucho más molesta.

-No pienses que porque hizo el amor contigo va a mantener una relación formal, y mucho menos pedirte en matrimonio como sé que tú quieres, ¡olvídate de él! , ya obtuvo lo que tú le regalaste, no te conformas con haberlo logrado.-

Aquellas palabras de Dalia aunque me dolieron no me hicieron entender. Mi cerebro estaba confundido, solamente pensaba en que todo lo que hace el amor es justo y por eso lo justificaba. Hasta llegué a creer que a  lo mejor sentía celos, como ella no tenía relaciones con nadie, y seguí haciendo planes para rescatar a Silvio de  mi incógnita.

Llegó la noche y no me aparte de mis ideas ni un sólo momento. Me senté en un sillón del portal de casa a esperarlo, estaba convencida de que vendría como me lo había prometido.

Pero pasó la noche y llegó la mañana  y sólo el profundo  silencio fue mi visitante y compañía.

Aun así, y a pesar de la realidad que me golpeaba sin remedio, seguía sin entender  y continué esperándolo todas las noches por más de una semana.

El tiempo pasaba y nada sabía de Silvio. Era tanta mi inquietud que comencé a levantar sospechas en mi hogar, y mamá y abuela  no dejaban de observarse y hacerme mil preguntas directas.

Desesperada e ingiriendo cuanto calmante me daban mis compañeras de trabajo estuve por no sé qué tiempo, hasta que llegó el día de menstruar, y nada tuve, y al otro mes igual, entonces me comencé a preocupar contándoselo a Dalia en plena vía pública.

-Te lo dije, mira para eso que casualidad, haber quedado embarazada de un sola vez, ahora tienes que hacer algo urgentemente, sino te embarcas muchacha loca!...¿ por qué no tuviste cuidado?- Me dijo mi buena amiga molesta y dolida a la vez, mientras me pedía que la siguiera hasta un banco del parque cercano, pero yo me negaba a caminar y seguía diciéndole:

-¿Cómo cuidado, qué sé yo de eso?-

-¿Por qué, no preguntaste,... acaso nunca antes te habías cuidado?-

¿O es qué no sabes que existen condones para evitar el embarazo?

¿No ves la televisión, ni lees la prensa?-

Me dijo mucho más molesta, pero en voz baja, mientras yo muy nerviosa alzaba la mía provocando que los transeúntes que pasaban se nos quedaran mirando.

- No,… jamás había tenido relaciones sexuales con nadie, es la primera vez.-Le contesté apenada, y haciendo lo posible por calmarme y bajar la voz.

-¿Eras virgen?-,...por favor háblame con sensatez.-

Me preguntó Dalia muy asombrada y y casi al oído.

-Sí,... ¿por qué te asombras?-

-Yo pensaba que no-

Me dijo con incertidumbre, y era lógico pues en esa época que les cuento ya la virginidad no era un mito. Aun así, siguió censurándome.

-¿Elena por qué lo hiciste así sin aspiraciones?...No te das cuenta que la irresponsabilidad tiene su precio,....Pero bueno ahora tenemos que actuar con rapidez, y confirmar si las sospechas del embarazo son ciertas, porque a veces la menstruación se retrasa por otras causas.

-A mí nunca se me ha retrasado, soy muy puntual.-

-Entonces es peor, porque la sospecha ha de ser realidad. Pero no te preocupes... ¿está bien?,... puedes confiar en mí que voy a ayudarte en todo lo que necesites. Pero por favor cálmate, y acompáñame a ver a un amigo que es médico.

Adaptarse a los criterios ajenos a veces es una necesidad y hasta un deber, en esta tal vez era una debilidad y hasta un crimen, pero no quise seguir rebatiendo, de todas formas tenía un gran problema encima y no sabía qué solución tomar.

Sin pronunciar palabras tomamos el ómnibus y nos trasladamos de prisa hasta el hospital de Maternidad a ver a  un amigo de ella que era  ginecólogo. En cuanto lo localizamos me atendió con mucho cariño y efectivamente estaba embarazada de Silvio.

¿Qué hacerme pregunté mil veces, al salir de la consulta , y mucho más aterrada que al principio, la suerte que Dalia con toda su paciencia me aconsejó ,primero decírselo a mamá y después hacerme la interrupción de embarazo, para ella era lo más prudente.

-¡Ni muerta le diré tal cosa a mi madre, ¿quieres que me mate?..., y hacerme un aborto estás loca, no ves qué es el fruto de mi amor.-Le rebatí sin consuelo, y adelantándome unos pasos traté de escapar de su presencia y supuesto acoso.

-La que está loca, totalmente impedida de sus facultades eres tú-

Me grito en medio de la calle. Les juro que nada entendía, y continué afirmando mi amor por Silvio a la vez que ella se afanaba en hacerme entender que aquello que yo decía sentir  no era amor.

-¿De qué amor hablas?, no te das cuenta que nunca le has interesado a ese hombre. Te utilizo, compréndelo, actuó  por empujaderas de los amigos, además tú misma lo llevaste a eso... ¿O es qué ya no recuerdas las veces que pusiste en tela de juicio su hombría?-

Todo lo que Dalia me decía era cierto, yo tenía la culpa, qué lejos estaba de saber que donde quiera que exista un aliado hay un aprovechado, y eso fue lo que sucedió entre nosotros, pero mi cerebro se aferraba a la esperanza, estaba desatinada y totalmente testaruda.

Sin fuerzas para soportar la realidad eché a correr calle abajo con el deseo de estrellarme contra el primer vehículo.

Dalia me dio alcance y poniéndome la mano sobre los hombros me detuvo en medio de la vía. Me abrazo fuerte, y cuando me vio más calmada continúo diciéndome con menor crudeza.

-¿Y qué lograste con eso? Mira ahora que lió y sin apoyo de su parte.-Compréndeme amiga, lo que te digo es por experiencia y por tu bien.

Estaba segura de todas aquellas palabras, pero mi subconsciente pensaba que aun los débiles podían triunfar si eran constantes, y a lo mejor si se lo comunicaba a Silvio, se casaba conmigo.-

Pero Dalia lo seguía viendo como mi peor enemigo, y no titubeo en continuar con la contienda.

-¿Cómo qué casarse contigo muchacha?  No sabes nada de ese tipo, a ese no le interesa nada más que beber. Vas a traer a un niño al mundo a pasar trabajo, eso es un abuso, piénsalo bien estas en tiempo. Y por favor no llores más que Silvio no vale la pena.- Me dijo acariciándome el cabello,  después  de secarme las lágrimas con sus manos. Pero yo nada quería entender, nada quería que me dijera, y comencé a gritarle sin agradecimiento alguno a sus buenos consejos.

-Es mi problema Dalia, te lo conté para que me ayudaras no para que dispongas de lo que debo hacer. Es mi bebé y no seré yo quien le quite el derecho a nacer.-

Pero mi amiga rápidamente se dio cuenta de que mi cerebro estaba muy turbado, y corriendo detrás de mi hizo todo lo posible por alejarme del lugar para que la gente no me escuchara, porque ya mi asunto había pasado a ser público por mi propia culpa.

Cuando logro darme alcance, me arrinconó contra una de las paredes de una tienda  víveres que por suerte estaba cerrada y tomándome fuertemente por los hombros me dijo para hacerme reaccionar.

-Pues como tú dices que es tu bebé, arréglatelas como puedas y no te quejes, yo por mi parte no te diré nada más, pero no me pidas opiniones sobre  tus locuras, no quiero saber nada y de ese borracho descarado mucho menos.-

Sus palabras fueron muy fuertes, pero tal vez necesarias, por eso cuando salió de mi lado a toda prisa, la seguí y me le colgué al brazo fuertemente.

-No me dejes amiga,…compréndeme por favor.- Le dije balbuceante, pero ella nada me respondió, solamente continuo el paso hasta la calle en busca del ómnibus de regreso a la cafetería.

Lo último que me dijo fue que la soltara, y me fuera sola, porque ella no estaba para locuras, y mucho menos para buscarse problemas.

Las palabras de Dalia fueron dagas punzantes sobre mi corazón. Pero cómo podía entenderla o razonar si en aquel momento mi extravío era insalvable. Discutí con ella su decisión  a toda voz, abochornándola dentro del ómnibus, por lo que ella sin responderme se bajo en la próxima parada, entonces sin pensarlo mucho le grité por la ventanilla que no me hablara nunca más exponiendo mis problemas personales a los transeúntes y pasajeros que se miraban confundidos sin comprender aquella querella a distancia.

Sin más posibilidades y creyendo que en mi pequeñez mental cabía el mundo, busqué la dirección del trabajo de Silvio y fui a verlo contándole lo que me pasaba.

El con mucha más indiferencia me dijo que no era su problema, pero podía ayudarme por humanidad y hablar con un amigo médico para que me hiciera el aborto, y si no quería que me vieran en el hospital me podía llevar a casa de una mujer comadrona  que pasaba una sonda por el útero y se provocaba la expulsión espontánea del feto.

-Todo será fácil, te meten una sonda al útero y en media hora ya está el aborto provocado, de ahí va para el centro materno y allí te realizan el curetaje y caso resuelto.-

No tengo palabras para expresar que sentí al escuchar aquellas palabras. ¿Hasta dónde su impiedad? ¿Cómo era posible que pensara así de un niño que era para mí como una flor que brotaba del amor y la  dicha.

Indudablemente estaba sola en aquella encrucijada, por lo que no tuve más remedio que salir del lugar y decidir por mi misma tener a mi hijo sin la aprobación del padre, pensando inocentemente que a lo mejor cuando naciera  cambiaba de opinión.-

Con toda la estupidez y obcecación de mis diecisiete años se lo conté a mamá y ella se lo dijo a mi padre, que aunque casi ni entendió de lo que se trataba en ese momento, se desgastó en ofensas, y hasta quiso pegarme, con la misma botella que ingería.

Jamás podré explicar la vergüenza que pasé y de la cantidad de acusaciones a que fui sometida, asegurándome a grito limpio, que me lo había buscado en el bar, y si por casualidad sabía quién era el padre de la maldita criatura.

Mamá se tuvo que meterse en el altercado, y ampararme de su violencia, de lo contrario en ese mismo momento me hubiera hecho añicos a botellazo limpio.

Por más de nueve horas estuve escondida en el cuartito de desahogo que por suerte quedaba bien alejado de la casa.

Allí lloré inconsolablemente, acompañada de los roedores y el sin número de cucarachas que producían una pestilencia tan terrible, que todavía me pregunto cómo pude soportar tantas horas sin salirme.

Pasada las nueve de la noche mamá fue en mi busca aprovechando la juma de mi padre que ya a esa hora no se sabía si era vivo o muerto.

Me explicó detalladamente las consecuencias del asunto, y que había llegado a la conclusión de que solamente apoyándome podría ayudarme.

Nada respondí, y sin con mucha vergüenza me adelante unos pasos, mientras ella no dejaba de aconsejarme sobre el asunto. Pero sin declarar quien era la otra parte de mi embarazo.  

Por suerte al final de tantas discusiones, y mi empecinamiento en no querer decir la verdad, mamá me perdonó el incidente y papá dijo no querer saber de mi, de todas formas el casi nunca sabía, y  así  fue como comencé a enfrentar la gravidez.

Cinco meses estuve soportando las novedades del bar, vomitando todo lo que comía, de una fatiga en otra, pero de pie sacando fuerzas de donde no tenía, entre borrachos, clientes exigentes, las majaderías de la dueña y los recuerdos de Silvio, que en todo ese tiempo regresó a la barra, ni siquiera pasaba por aquella calle para no tropezarse conmigo.

 Solamente la idea de aquel hijo que latía dentro de mi me daba deseos de seguir viva, y mucho más cuando lo creía fruto del más sublime amor.

Zoila se enteró de mi embarazo, al verme ya sin formas en el cuerpo y una de las mañanas en que más tranquila parecía que estaba me llamó a contar, diciéndome, que sí ella llega a saber que yo andaba en asuntos de hombres me hubiera propuesto hacer dinero para el bar, pero como no se lo dije a tiempo y fracasé con un embarazo, tenía que abandonar el empleo ese mismo día.

No podía entender las palabras de Zoila, y hasta la imaginé tan despiadada como Silvio,  pero ella me las explicó detenidamente, y de acuerdo a sus intereses tenía razón, aunque desgraciadamente el afectado y necesitado no las entienda. Pero era cierto, una mujer embarazada no atraía clientela y  ese era su negocio, y yo tenía que grabármelo en la  cabeza.

Me llevó a la oficina donde tenía los expedientes de las trabajadoras y en menos de cinco minutos me liquidaron el mes y me pagó 100 pesos por encima, para que no me quejara de su amabilidad, a la vez que me decía con ironía.

-¿No decías que el amor era lo importante?,...pues ahí lo tienes en el vientre.-

Aquello me llegó a la última fibra del sentimiento, bajé la cabeza y tomé el dinero en profundo silencio, me puse de pie, le di las gracias y salí de allí llorando sin consuelo.

Ya en la puerta de la calle, regresé desesperada y le pedí  que no me echara, que tenía que trabajar ahora con muchas más razones, porque si no cómo iba a enfrentar los gastos del niño. Pero Zoila era dura como la madera, y más terca que una mula cerrera.

-¿Tú no entiendes?- Me dijo en mala forma

-Esto es un negocio particular, aquí trabaja quien yo quiera. Me costó muchas agonías salir adelante para que tú ahora me lo arruines-.

Sus palabras fueron saetas sobre mis problemas, pero no se callaba y seguía explicándome lo que ya  sabía y no podía resolver.

-Aquí vienen hombres a disfrutar y a beber, y aunque nunca quisiste ponerte para las cosas, por lo menos los alentabas con la sonrisa y la conversación...-¿Pero embarazada quién te va a mirar?-

Solamente después de estas últimas palabras de Zoila, fue que terminé de comprender que las mujeres que trabajábamos en su bar éramos la carnada para la clientela, y por eso nos mantenía a toda costa, indudablemente no le serbia, embarazada ¿a quién podría cazar?, tenía toda la razón.-

Fue tanto el llanto que formé en la barra delante de los clientes que Dalia a pesar de que le pedí que nunca más me hablara, se metió en el problema y  tomándome por un brazo me sacó del lugar, con todo el ánimo de consolarme.

-¡Elenita! ...¿cuántas veces te voy explicar las cosas, que por  cabeza hueca te pasan?

-¿A ver qué necesidad tenías de enfrentar este nuevo problema, con todos los que tienes familiares?-

-Lo sé Dalia, lo sé perdóname, pero estoy en un callejón sin salida y  ahora sin trabajo tendré que ahorcarme.-

Le dije desesperada, sacudiéndome la nariz sin parar de sollozar.

-Déjate de boberías todo en la vida se resuelve, pero estas en este laberinto por tu mala cabeza...No llores más, ya encontraremos una solución. Pero por favor, olvídate de ese tarambana.

-No me pelees,... ¿tú crees qué sí vuelvo a hablar con él me ayude en algo.- Le pregunté desesperada.

- No, no hables con él déjame hacerlo a mí,....te aseguro que me voy a meterme en esto por lo que te aprecio, si no, no lo haría por nada del mundo...Tú nunca sabrás lo que me duele verte así,-

A la vez que me decía esto, los ojos se le nublaban de lágrimas, pero no dijo más. La sinceridad de mi amiga me hizo recapacitar y hasta sentí mucha pena por todo lo incomprensiva que fui con ella cuando me llevó al ginecólogo, pero las terquedades son así, y cuando una se encapricha mucho más. Por eso sujetándome su brazo en un gesto de cariño le pedí disculpas diciéndole.

-Gracias amiga, muchas gracias... no sabes cuánto te lo agradezco, perdóname el haberte dejado de hablar.-

Estas palabras salieron de lo más profundo de mi corazón, y ella lo sintió así, lo sé porque también ella hablaba con toda la sinceridad del mundo.

- No te preocupes muchacha yo no te hice caso, sé que estas en un callejón sin salida.-

Y así lo hizo mi buena amiga Dalia, fue a hablar con Silvio, y no sé lo que le dijo, ni siquiera me lo contó, pero increíblemente se  apareció a los cuatro días con una pequeña ayuda de 50 pesos, y una jaba de naranjas para jugo.

Cuando lo divisé por la ventana, no podía creerlo, me abalancé como una colegiala a su encuentro, el sin mucha efusión me saludo cordialmente y tomándome por los hombros me preguntó cómo me iba. Yo sin palabras precisas asentí solamente con la cabeza, sonrojada hasta los mismos pies.

El sin mucho preámbulo me extendió una jaba de papel crack que traía en mano, diciéndome que era para mí. Lo invité a sentarse en el banco de madera que había en el portalito, pero él me dijo que estaba de prisa, que al otro día volvería con más tiempo, dándome un beso en la frente y acariciando una de las mejillas.

Más que asombro me llené de satisfacción creyendo que todo tomaría su cauce, incluso volví a realizar proyectos para los tres. Y me veía en ellos con Silvio y mi hijito componiendo una familia. Hasta le dije a mamá que a lo mejor reflexionaba y se casaba conmigo cuando naciera el niño.

Todo en mi imaginación, todo en mi inmadurez, o tal vez dentro de aquel caprichoso  amor que me llenaba de placer sin ser correspondido, y sin importarme aparecer ante la vista de todos como la peor de las indignas,  la perfecta masoquista.

La barriada en que vivía era de gente de a pie, la mayoría con problemas peores a los míos. Madres solteras, hijos abandonados, padres alcohólicos, madres prostituidas por un mendrugo de pan, el vicio como refugio a la cobardía de no saber enfrentar los conflictos , casi todos enfermos del alma, y  la droga por doquier, para poder sobrevivir de la realidad que los agredía.

Igualmente habían chismosas  enumeradas, lenguinos  sin sueldo, y un banco para la contradicción, y la envidia, donde muchos se jugaban la vida ajena y el que ganara podía pasar a jefe de la cuadrilla.

Ahí en ese banco fue donde dijeron qué a lo mejor mi niño era mestizo, porque alguien comentó, qué ni yo misma sabía quién era el padre, y como en todos los barrios de gente sin suerte, las lenguas son avernos grandes, el racismo también ardía en la hoguera de los criterios.

Entre esta gente ladina y sin recatos vivía Rosaura Mijares, a la que todos llamaban “La  bondadosa” porque se había dedicado a pedir de puerta en puerta para ayudar a los desvalidos.

Comentaban que fue a causa de una promesa que hizo a San Lázaro, santo de los leprosos, y según la creencia  cristiana, muy cumplidor con lo que se le pedía, pero muy aferrado a la hora de cobrar las promesas, por lo que había que cumplirle a cabalidad para no ser castigada la solicitante del beneficio.

Gracias a esto y al costo sentimental,  tuve una digna camita para mi bebé, pues desde que supo de mi “embarazo callejero” montó en polvorosa y me consiguió este mueble, con su colchón y el mosquiterito. Aunque por detrás no dejaba de comentar, de mi padre cosas indignantes y bajas, que no eran inciertas, pero bueno a nadie le gusta que le toquen la familia, y yo me molestaba un poco cuando sabia de estos chismes de comadreja.

Del mismo modo comentaba de mi madre muchas barbaridades, todas productos de su lengua virulenta e insidiosas, porque mi mamá solamente era una mujer sumisa, aferrada al qué dirán, y a los prejuicios machistas, y su única inmoralidad fue soportar a mi padre un borracho empedernido por tener tan baja la autoestima, y no saber desenvolverse sola con dos hijos por la mano.

Pero así era mi barriada, una olla de grillos, que en vez de ocuparse de su vida, vivía al tanto del la vida ajena.

No obstante esto siempre sucede como dice el refrán, “ pueblos pequeño, infiernos grandes" Y aunque le agradecí  a Rosaura toda la vida su buen gesto, no me ligué con ninguna de ellas, seguí mi vida como de costumbre para evitar preguntas y tener que dar respuestas.

Por suerte las viviendas de la vecindad quedaban alejada de la de mis padres, por lo menos te veían a la entrada del terraplén, pero había que caminar mucho hacia el fondo del caserío para llegar a la portada de mi choza, gracias a esto podía salir y entrar a la casa sin mirar para ningún lugar, porque en un final era mi problema no el de nadie, y como tal lo enfrentaba como me fuera posible.



A partir de las treinta semanas de embarazo me la pasaba frente al largo espejo del escaparate de mamá, que por suerte tía Obdulia le había regalado meses anteriores para que diera fin a la desvencijada percha, y al maldito estante de madera podrida que tantas veces lanzó sobre mis piernas sus gavetas.

 Me serbia de satisfacción  observar cómo me crecía el vientre, y me miraba lelita de orgullo a la vez que  acariciaba a mi niño con toda la ternura posible, imaginándolo de mil formas diferentes. Rubio como yo, trigueño como Silvio, en fin  haciéndome mil ideas e ilusiones propias de la maternidad.

El resto de la canastilla de mi hijito la fui confeccionando yo misma. Bordé los pañales a mano, con madejitas, e hijos de cocer a color, que la propia tía Obdulia me había regalado para que aprendiera a bordar y qué  por suerte mamá me había enseñado estas labores domésticas aparte de que me gustaban, y entretenían durante los meses de espera.

Cada cuatro o cinco días Silvio aparecía con algo de comer, y el día  del cobro me traía cuarenta o cincuenta pesos, pero nunca ni un beso, ni una caricia, ni siquiera una esperanza, y mucho menos preguntarme por él que llevaba dentro de mis entrañas.

Pero yo seguía hechizada en la creencia de qué lo hacía por amor, y lo justificaba como  un hombre, de pocas palabras y pocas expresiones.

¿Lo qué hace el amor?,  nos hace perder la capacidad de analizar las cosas, y no vemos la verdad aunque nos corroa.

Todas las tardes me bañaba muy tempranito y me sentaba en el columpio que mi hermano Pedro había recogido en el basurero de unos ricachos del poblado cercano, y lo había sustituido por  el viejo banco del portal.

Allí me mecía horas enteras en espera de Silvio, que unas veces llegaba y otras no, serio y apurado, como un mensajero de farmacia.

Otras, me trasladaba hasta el lugar donde fui de él por primera vez, y me sentaba sobre la hierba recordando aquella noche, y viajaba en mi alfombra de sueños adolescentes, confesándome un amor eterno, hasta que la realidad me ponía de pie y regresaba a casa en espera de alguna noticia satisfactoria.

Poco a poco fui comprando algunas cositas nuevas  para el bebé, gracias a la ayuda de tía Obdulia, y algunos vecinos menos leguleyos que me regalaron varias batitas de canastilla, usadas pero en buen estado.

Papá de la noche a la mañana comenzó a tomar menos, y se le veía mucho más sobrio. Nadie sospechó nunca el por qué, pero como en quince días que duró la sobriedad, se interesaba por algunas cosas del hogar, y  así fue como sin que nadie lo imaginara, un día amaneció con unas tablitas en mano, que tampoco se sabe de donde las sacó y un martillo, e hizo debut de sus artes de carpintero y a pesar de que no tenía mucha destreza logró confeccionar un corralito  para el futuro bebé, tal vez ajusticiado por su propia conciencia, pero con mucho orgullo cuando lo terminó nos llamó a todos para que viéramos la obra de arte y que era para su primer nieto.

A las dos semanas regresó a su devoción alcohólica y continúo con  sus andanzas y aferramientos a la botella.

Dalia también me ayudaba en todo lo que podía, incluso me regaló mucha ropita de indumentaria, pañales, culeros y hasta una cesta adornada con muchas cintas y vuelitos de tul azul y amarillo, además  me regaló el coche, diciéndome que había sido de su sobrino que ya tenía 9 años. Increíblemente entre todos mi hijo logró una hermosa y abundante canastilla, como jamás yo pensé.

Al fin un día 8 de octubre pasada la media noche llegó el parto. Por cierto casi muero, porque tuvieron que aplicarme los fórceps, y tuve un fuerte sangramiento, después mejoré y gracias a Dalia pude enfrentar los primeros días del alumbramiento, cuidándome como una verdadera hermana, y al niño lo observaba como si fuera su hijo, hasta lloraba al mirarlo en la cunita.

Para mi sus lágrimas eran el reflejo de  un acto normal y materno, pero nunca imaginé el por qué le pasaban aquellas cosas.

Silvio fue a ver al niño a los 9 días de nacido. No lo miró con amor, ni siquiera descubrí en él ni el menor rasgo de satisfacción  paternal. Pero como era ya tradición en mi cerebro, se me antojó creer  que a lo mejor los hombres eran así cuando tenían su primer hijo por la falta de costumbre, y lo volví a justificar como siempre lo hacía.

A la hora de realizar la inscripción de nacimiento se lo mandé a decir con Dalia, y él me respondió en una carta que me estaba volviendo loca con querer que hiciera tal cosa, que además de haberlo parido sin su autorización también quería que lo inscribiera como su hijo,  que eso ni muerto lo iba a hacer nunca.

No podía entender el cambio de actitud tan repentina, ni siquiera comprendía bien su mensaje crudo e indolente, por lo que insistí todo lo que pude, sin resolver nada, pues Silvio seguía enfrascado en su razón, para mí sin razón.

Yo no quería reconocer que solamente era mi culpa haber traído a aquel niño al mundo a ser maldecido por su padre. Paternidad que no iba nunca a asumir porque se la eché encima por una casualidad, o mala pasada que nos reserva la vida, o él hueco donde nosotras mismas hacemos lo posible por caer a pesar de saber que está delante de nosotras como el peor de los abismo.

Aunque el dueño del espacio, siempre me recrimina por decir esto. El reafirma que venimos a la tierra a cumplir con lo que se nos establece, y que aunque huyamos de las desgracias las que nos tocan nadie nos las quita de encima.

Todo sucede a su debido tiempo, y como dice el refrán:" La yagua que está para ti, no hay vaca que se la coma".

Pero yo como era muy desobediente y caprichosa, quise seguir pensando que era mejor llegar a la vida y cada cual buscarse a la pareja que necesitaba y deseaba, y vivir como le daba la gana.

Que no existieran tristezas, ni oposiciones, ni razas, ni clases, ni colores, ni siquiera el llanto; ese debían  borrarlo de los sentimientos del ser humano, aunque sé que gracias al llanto, desahogamos el alma y liberamos el estrés.

Claro que yo no soy nadie para planificar estas cosas y sin más opción me tuve que remitir a lo que me tocaba, sin echarle en cara a nadie si me gustaba o no.

La gente no lo quiere creer pero desde que nos formaron de barro y soplaron en nuestras narices la vida, o el átomo se transformó, o nos hizo el producto de la evolución del mono, o no sé en fin como llegamos a la vida, porque realmente existen muchas teorías y contradicciones, y por estas mismas causas nadie ha encontrado el eslabón perdido, por mucho que lo busque, aunque yo esté en el limbo y desde aquí no sepa ni a dónde voy a parar mañana.  

 Y fíjense si es así que nadie  ha podido dirigirse libremente, siempre existe alguien que está por encima de ti, siempre alguien es superior y te da órdenes que tienes que cumplir estrictamente, de lo contrario ya sabes lo que te espera y esto sucede hasta dentro de nosotros mismos, y prueba de ello lo es el cerebro, si no le da las órdenes a los demás órganos, el cuerpo no funciona.

Es decir que es el superior de nuestro interior, y el otro fuerte, que nos hace polvo cada vez que quiere, son los sentimientos, que salen de nuestro interior sin pedir permiso y cuando te das cuenta ya te dominaron por completo, aunque no sean correspondidos y te los aplasten como a una cucaracha.

Afirmo esto porque tengo toda la razón para pensar así, pues desgraciadamente he sido víctima, consciente o inconscientemente de esa ley que nos dicta el derecho de vivir sobre la tierra.

Aunque en el fondo en parte no me puedo quejar porque sentí dentro de mi crecer al retoño del más hermoso de los sentimientos, y por suerte, Silvito porque así llamé a mi hijito en honor a ese sentimiento, era un niño fuerte , suave como la espuma y con su pelito tan negro como la noche, idéntico al de Silvio.

Lo amé y amó tanto como a su padre, por eso me pasaba casi todo el día profesándole cariño y arrullándolo entre mis brazos, a la vez que le hablaba de papá, y le prometía  que muy pronto estaríamos juntos los tres.

Pero Silvio nunca más dio señales de vida, ni siquiera le importó de la forma en que iba a enfrentar las necesidades económicas.

Ante la terrible situación que comenzaba a invadirme, hice muchos intentos por localizarlo, y me dijera el por qué de aquel cambio al nacer el niño, pero la tierra se lo tragó sin explicaciones.

Los días pasaban llenos de vacío, las agresiones de mi familia por cualquier situación por pequeñas que fueran estallaban contra los pocos objetos que quedaban en la cocina. 

Mi cerebro se debatía en una angustia suprema, pero no encontraba solución en ningún proyecto que emprendía

La abuela materna murió una madrugada de noviembre, después de ser testigo de una intensa disputa entre mis padres. El cielo ahí se me terminó de caer encima, pues no teníamos ni un céntimo para enfrentar el sepelio.

Algunos vecinos recolectaron de casa en casa como cien pesos, y la tía Obdulia dio lo que pudo, pero no fue suficiente, pues estaba jubilada y lo que ganaba era muy poco, por lo que sus socorros también fueron mermando.

Mi hermanito crecía como espiga, adquiriendo los malos ejemplos de papá que aunque tomaba menos, no dejaba de beber, y él lo secundaba, por eso una que otra vez amanecía ebrio, y después decía que se sentía mal, para ocultar los sorbos que ingería por la misma cobardía del resto de los viciosos. 

La mayoría se convierten en adictos porque les faltan muchas cosas, entre ellos apoyo, educación, comprensión y ayuda. Muchas veces también la sociedad los lleva a ese bache de la vida y para sacarlos es una tarea ardua y difícil.

Por todas estas cosas mi dolor aumentaba y me hacia despertar ciertas fuerzas que normalmente duermen en el ser humano, pero cuando se avivan emprenden una vertiginosa carrera que llevan al alma a la desesperación y al abismo.

Lo cierto fue que no encontraba la redención por ninguna parte, por lo que sin otra opción decidí después de muchos días  salir a la caza de Silvio, o en busca de un empleo.

No tenía leche en los pechos, ni dinero para comprar la que le daban por la libreta de racionamiento, porque en este momento hasta veinte centavos era una fortuna para quien los tuviera.

Dicen que la leche materna se seca cuando uno está triste, o tensa, y yo no paraba de llorar y mis nervios se convirtieron en mi peor verdugo.

Mi pobre madre me hizo cuanto remedio casero conocía, boniato hervido, bejucos en agua común, huevo con vino seco en ayunas, agua al por mayor, y hasta fue a ver a una curandera que con el remedio de uno de mis ajustadores envuelto en un Elegúa resolvería  que la leche regresara a mis pechos.

Pero todo fue en vano, mis pechos secos cada vez más, ni calostro salía por mucho que me los apretara.

 Juliana una vecina le preguntó muchas veces a mamá que si alguna perra o gata parida comió de mis sobras que los animales se roban la leche comiéndose las sobras de la parida.

Pobre madre mía todo lo creía, sin darse cuenta que me faltaba la leche de los pechos a causa del llanto continuado, y el sufrimiento que no me abandonó ni un solito momento.

Una mañana me levanté y voté cuanto vaso de agua con yerbas había encima del escaparatico, También lancé  las estampillas de santos que jamás supe ni su nombre, todo esto bajo las resignaciones de mi madre, y las alabanzas de mi vecina Juliana, que juraba qué con aquel desastre religioso iba a pasarme algo muy  malo.

Nada le dije, porque eran palabras huecas en los oídos de una creyente como ella, pero comprendí que Dios dice ayúdate que te ayudaré, porque eso si me lo aprendí muy bien en lo poco que leí en la Biblia mientras esperaba a mi bebé con el ánimo de acercarme al Dios de los creyentes, ante mi convaleciente destino.

Sin pensarlo mucho decidí salir en busca de empleo, algo tenía que aparecer, aunque fuera un empleo de servicios. Pero algo donde poder ganarme unos centavos honradamente.

Mamá me cuidaba el niño para que yo buscara trabajo. Ella estaba segura de que Silvio no regresaría  porque desde ese día en que lo vio por primera vez, comprendió su indiferencia y objetivo.

 Mi pobre madre aunque semianalfabeta y sumisa tenía un séptimo sentido para todas las cosas, pero cuando el amor se mete, bloquea la razón, y yo estaba bloqueada de pies a cabeza.

Silvio se había desaparecido al igual que  los cuarenta o cincuenta pesos mensuales, y las javitas de naranjas, boniatos o cualquier otro producto que llevó  a mi hogar durante algunos meses, y que jamás me imaginé el por qué de esa delicadeza.

Aunque hacía mucho esfuerzo para olvidarme de él, al final se metía en mi cabeza desordenando todas mis ideas, por eso a la vez que trataba de encontrar trabajo, seguía insistiendo en dar con su paradero. 

Muchas veces  lo llamé por teléfono a su centro laboral, pero siempre me decían que no estaba.  Algunas veces sé qué salió con voz de pito para que no lo reconociera, al final  me colgaba al escuchar la mía.

Asombrosamente llegue a comprender que mi Silvio tenía un interior oscuro, tanto como una noche sin luna.

En esta odisea estuve casi un mes, hasta que al final ya sin ánimo y con  las necesidades estocándome día y noche desistí de la búsqueda y comencé a hacer algo que fuera más razonable para el futuro y presente de mi hijito.

Desesperada de empresa en empresa hice todo lo posible por encontrar trabajo, pero todas las plantillas estaban reducidas, y en casi todos los centros sobraban trabajadores. Era una época muy mala donde los excedentes y el personal sobrante hacía ola en la calle desesperados buscando donde poder resolver su problema financiero.

Una amiga de tía Obdulia, me habló para trabajar como secretaria en una contrata por seis meses en la que fue su empresa, cubriendo la plaza de una muchacha que estaba de licencia de maternidad, y como ella fue  la económica de la misma por más de treinta años metió el brazo para ayudarme hasta el codo, pero mi nivel escolar era tan bajo que no me atreví a enfrentar el puesto, además no sabía mecanografía, ni nociones de archivo, tenía faltas de ortografía hasta al hablar, por eso no podía optar ni por una plaza de recepcionista.

Ante esta realidad tan cruda, me acusé muchas veces, por lo estúpida que había sido en mi vida, preguntándome mil veces el por qué no hice todo lo posible por superarme como las demás muchachas de mi edad, pero me dejé llevar por los problemas del hogar y pensé que trabajando, aunque no tuviera un futuro propio podía ayudar a mi pobre madre y hermano, y sin darme cuenta me había estancando y ahora sufría las consecuencias en carne propia.

Lo primero que hice fue ir al Órgano del trabajo en busca de empleo, pero no tenían nada para mí .De allí me enviaron a la Federación de Mujeres a atención a la familia, donde después de un peloteo de un lado para otro, me ofertaron irme en un contingente para la agricultura, pero eso sería cuando me avisaran. Así todo llené las planillas para por si acaso, y al cabo de tres meses nada había sucedido con mi situación económica.

Fui a la Seguridad Social a pedir ayuda y después de culparme por dejar los estudios, por no buscar trabajo, y otras más, me pidieron todas las entradas del hogar, por supuesto no había ninguna. Mi madre lavaba para la calle cuando encontraba clientela, mi hermano, no tenia edad laboral, aunque se alcoholizaba junto a mi padre, y mi padre no trabajaba desde hacía más de 12 años, unas porque no encontraba, otras porque se decía enfermo, y otras porque no le daba la gana. Cuando expuse mis verdades me dijeron que ante tales razones, me podían asignar cuarenta pesos moneda nacional al mes, hasta que me llamaran de la  Federación para la agricultura.

Salí del lugar con más deseos de morir que de aceptar, frustrada y desesperada, por lo que al otro día salí nuevamente a ver si por otra vía aparecía algún empleo donde ganar un salario justo.

Acudí a varios negocios particulares, pizzerías, cafeterías, guaraperas, etc., pero igualmente tenían completas sus capacidades, y el estado no les permitía emplear a personas que no vivieran en la dirección de los establecimientos, y si lo hacían por ayudarme les cerraban el negocio, y les imponían cuantiosas multas.

Desesperada regresé a hablar con Zoila para que me diera nuevamente un empleo en la  cafetería, incluso me le brinde para complacer a los clientes sexualmente, y me dijo que la afluencia de hombres se estaba poniendo mala, a causa de la persecución policial  por lo que le sobraba con las que ya tenía, además lo que le estaba dando el negocio malamente le alcanzaba para pagar los impuestos.

Desconcertada de todo y como si caminara sobre ardientes carbones, salí a la calle, donde  me encontré con Noemí que había dejado el trabajo en casa de Zoila y se dedicaba a cazar turistas en los alrededores de los hoteles capitalinos, y cuando tenía buen dinero regresaba a su terruño a repartirlo entre los suyos.

Me comentó sobre el trabajo y lo bien que le iba, embullándome a que lo emprendiera por el bien de Silvito, sino cuando el niño creciera tendría que dedicarse como muchos de mi barrio a mendigar en las cafeterías del área de la divisa, o en las tiendas y restaurantes donde visitaban los turistas, para pedirles una moneda o un dólar para poder comer. O cuando menos iría a parar a un reformatorio de menores, y por supuesto eso ni pensarlo para mi hijo.

Que no se me olvidará lo que  había presenciado en una de las cafeterías denominadas "Rápidos", donde vendían de todo pero en divisas.

-¡Además tienes buenos senos, grandes y duros, y unas piernas que cualquier mujer te envidiaría. Con eso y un poco de lengua y suerte te vuelves rica amiga!-

Me dijo llena de entusiasmo y con palabras tan seguras que me las creí todas y hasta me levantaron el ego que lo tenía sobre la tierra apisonado. Incluso

Se me entumeció la cabeza con un tormento tan profundo que me llegó hasta los pies.

Ella tenía razón en todo, tanto en mi belleza corporal muy buena para ser explotada, que en lo que  habíamos visto una tarde de verano con nuestros ojos cuando cinco niños que no pasaban de los l2 años se colgaban a uno de los ómnibus del turismo, para pedirle dinero a los extranjeros, y lo único que recibieron de estos fue el desprecio  y  los empujones de  los custodios y los guías, tan nacionales como ellos, pero superdotados por ocupar una plaza privilegiada.  

Por todas estas razones debía pensar muy bien en mi hijo y no querer para él un futuro como él que estaba viviendo la mayoría, incluyéndome a mí.

Después de hablar tanto y de meterme el diablo en el cuerpo. Me sentí poseída por el orgullo y mi cerebro comenzó a hacerse planes futuros.

Como “dama acompañante”, que era lo mismo que jinetera  podría ganar lo inimaginado, sin tener que quemarme las pestañas.

 Podría darme gustos particulares, comprarme  ropa, zapatos, prendas y manejar dinero suficiente para mi familia y mi hijito. Incluso podía llegar a tener  mi casa propia, y hasta un extranjero se podía casar conmigo y llevarme a vivir a Europa, y lo mejor de todo, nadie tenía el por qué enterarse de mi empleo, pues habían muchas mentiras que decir, de todas formas todas lo hacían desde épocas remotas aunque pareciera un negocio nuevo.

Ser jinetera era la única forma que tenía la juventud en mi país para ganar divisas, porque todo estaba muy difícil y muy caro. Y en las crisis económicas se pierde la mente y también los principios muchas veces. Por lo que había que sacudirse el polvo y pensar con futuro inmediato.

Todas estas razones me las aseguré gracias a las palabas optimistas de mi amiga. Parecían categóricas,  y tenía razón, pues en esta época ya el dólar invadía las calles, quién no lo tuviera moría de hambre y necesidades, y ni los perros le tendían la mano.

La escuché atentamente y no le dije ni si, ni  no, solamente le pedí que me dejara pensar un poco, y quedamos en vernos al  sábado siguiente.

No le comenté nada a mamá, porque estaba segura que no lo aceptaría nunca, ya había pasado mucho con mi trabajo cuando se enteró que era un bar disfrazado.

Por lo que sola tenía que encontrarle solución  a mi problema. Existía una realidad que era mi hijo, y mi situación económica en general, y sin nadie que me tendiera la mano, por lo que estaba contra la pared y en un callejón sin salida.

Por más de cinco noches estuve perturbada, sacando cuentas, y tomando decisiones a mi encrucijada.

 Me golpeaba duramente contra la pared, me imaginé arrastrando la cruz igual que el Cristo de Nazaret  y hasta me sentí azotada y vituperada por los verdugos de la vida.

¿Qué hacer, a quién acudir? Me pregunté miles de veces pero no encontraba respuestas.

Por lo que yo sola tenía que optar sin influencias para que después no me pesara, como me sucedió cuando cumplí los quince años que quise estudiar enfermería, en unos cursos que daban de auxiliares en el hospital y allí mismo alcanzar el noveno grado, pero mamá se opuso.

Mi pobre vieja tenía el concepto de que las enfermeras se hacían amantes de los médicos, y que todas tenían muy mala moral.

Qué ignorante mi madre ella no sabía que cualquier mujer es amante de cualquier hombre sin ser enfermera, y que la mala moral muchas veces es la fama, que cuando la creas te puedes acostar a dormir, lo demás viene solito.

Tanto se opuso mi madre a mi única vocación, que muy frustrada decidí no estudiar más y colarme de un tirón dentro de los problemas económicos del hogar, y sentirme cada día mucho más impotente, sin poder resolverlos por mucho esfuerzo que hacía.

Al tiempo la rebeldía se me fue pasando y gracias a los consejos de mi tía matriculé la facultad obrero campesina, que era dirigida tres veces por semana ,pero cuando terminaba las clases, no era fácil llegar a casa, y encontrarme los calderos vacíos, o con un poco de sopa de ajo y un pedazo de pan viejo, además de la enmarcada tristeza y desesperación en el rostro de mi madre, toda moreteada por los golpes sin escrúpulos del exceso de alcohol, y mi hermanito temblando en los rincones, haciendo muecas, lamiéndose el pecho, con su incurable tic nervioso a causa de tragar tantas violencias ,todo esto unido al sin fin de lamentaciones, y la verdad como un látigo sobre mis ojos. 

Por eso decidí no seguir los estudios y me dediqué a llorar en silencio, ayudando a mamá en los quehaceres domésticos hasta que llegó la oferta de trabajo en el bar de Zoila sin tener edad, pero la necesidad hace crecer de un tirón a cualquier persona con dignidad.

Por supuesto que ahora todo era diferente, no era estudiar, era resolver la situación económica, enfrentar la alimentación de un niño que no pidió venir al mundo.

Por eso me sentía en un callejón sin salida, argollada hasta el moño, como repetía noche a noche mi difunda abuela, y aumentando mis indecisiones cada vez que pensaba en la propuesta de Noemí, y seguía dándome plazos, pero el día de la respuesta se acercaba, y tenía que tomarlo o dejarlo.

Nora una vecina me había hablado de asistir a la iglesia, y dedicarme a la obra cristiana, para que Dios y los hermanos de la fe me ayudaran. Además yo tenía varias amistades de mi edad que se dedicaban a la obra cristiana, y otras se habían hecho santo en otras religiones de origen africano, huyéndole el hecho a la hecatombe social, y pérdida de valores en aquel salvavidas que surgía y que no era otra cosa que la propia prostitución.

Pero por mucho que analizaba estaba segura de qué no había nacido para ser devota. Nadie me enseñó a creer en ningún santo, ni siquiera  tomé la comunión, ni asistí en toda mi vida a un culto o algo parecido.

Desconocía quién era Dios, ni siquiera me habían enseñado a temerle a pesar de que mi abuela se la pasaba haciendo novenas con su rosario en mano.

En mi juvenil y desequilibrado cerebro no habitaban cuestiones religiosas. No sé si porque mis padres se habían puesto ateos a causa de la persecución religiosa que había en mi país y  no buscarse problemas, o porque papá solamente era borracho y así nadie entra en el reino de los cielos según afirman.  O simplemente porque no creían ni en su madre.

En mi hogar nunca escuché otra cosa que no fueran ofensas, palabras obscenas, atropellos, abuso de autoridad, y muchas necesidades materiales entre otras.

Aunque mi amiga Dalia discrepaba de mis criterios, y siempre me decía que yo sí era muy creyente, tal vez más que otra mujer, pues creía ciegamente en el amor y  el amor lo encerraba todo, tanto que era lo mismo que tener a Dios dentro.

Pero aunque todas estas cosas me eran contradictorias y ni yo misma sabía lo que quería o podía hacer en el campo de la creencia, no acepté la ayuda que me ofrecía Nora, y continúe escudriñando mi propia capacidad. Estaba segura que nada ni nadie me iba a quitar de encima lo que me tocaba, porque para eso me habían enviado al cuerpo de Elena.

Estuve muchos días pensando en la oferta de Noemí, y aunque no me agradaba la idea, al mirar para la cuna y ver a Silvito indefenso y carente de todo, una fuerza telúrica se apoderaba de mí y me ayudaba a decidir cualquier cosa como medida de emergencia, y la propuesta de irme a jinetear lo fue en esos  momentos.

Al fin llegó el sábado y Noemí vino a verme. Estuvimos conversando muchas horas, y explicándome minuciosamente como debía actuar con los turistas cuando comenzará el trabajo.

Sus palabras eran como garrotazos contra mi cerebro provinciano, e inexperto. No podía creer que yo estuviera haciendo proyectos de esa índole, pero la realidad me obligaba a perder los escrúpulos, tenía un hijo y necesitaba dinero para poder sufragarlo.

Así fue como acepté marcharme con Noemí al día siguiente para la capital a enfrentar una nueva vida, o un nuevo fracaso.

Hablé con mamá y mi hermanito mintiéndoles abusivamente, y asegurándoles que íbamos a trabajar por cuenta propia.  

A vender puré de tomate o lo que apareciera, pues una amiga de Noemí le había propuesto el negocio y le aseguró que nos iba a ir bien, además era necesario que hiciera el intento por ganar algún dinero y poder resolver los problemas del hogar y de mi hijito.

También hice todo lo posible porque le llegará a Silvio la noticia de que iba a trabajar como vendedora callejera a ver si se le conmovía el alma.

Pero a nadie le dije realmente a lo que iba, eso solamente lo sabíamos Noemí y yo, como secreto de guerra.

Mamá lo creyó todo, y  no se negó a cuidarme el niño y mi padre ni se enteró que me iba. Una vecina que estaba en casa y supo de nuestras posibles ventas clandestinas nos aconsejó que tuviéramos cuidado con la policía, y los carteristas.

-Abundan al por mayor y son expertos en esos asuntos.- Me dijo sin saber realmente a lo que iba a someter mis principios y dignidad.

Mi  madre se alarmó con el consejo, pero la calmé para que no se preocupara. La vecina  sin querer me estaba apoyando gracias a  que conocía de muchas personas que viajaban a la capital a vender golosinas, y dulces caseros para poder enfrentar sus frustradas economías, incluso mi tía Obdulia hizo muchas veces puré de tomates, y dulce de fruta para vender en la Habana, los fines de semana para ayudarnos ,pero hacía un buen tiempo que había dejado de hacerlo, porque la policía no le dio tregua y en el último viaje le decomisó l0 pomos de dulce, y la pérdida fue tanta que a mi pobre tía por poco le da un infarto masivo.

Por suerte todo salió bien, y decidida preparé mis pocas pertenencias y me dispuse a emprender la nueva posibilidad.

Después de muchas horas de viaje y espera en la terminal de ómnibus llegamos a la capital.

No miento si digo que el miedo me llevaba de la mano. Desconfianza a lo desconocido, a enfrentar la ciudad por primera vez, a jugar a una verdad muy fuerte para mis costumbres provincianas. Pero mi amiga se prendió de mi mano, y sin mucho titubeo me pido prisa porque era de madrugada, y en aquella barriada todo olía a peligro.

Sin rebatirle nada, me tragué el turbación y a mucha prisa nos trasladamos en un dos por tres  hasta la vivienda de la señora Tula, la que me conduciría al inmediato futuro.

Tula era la mujer que se dedicaba a rentar la casa a extranjeros, y junto con el alquiler, proponía sexo garantizado y sin problemas y que Noemí tenía convenios de trabajo con ella, por una comisión que cobraba cada vez que le llevaba a una pareja, además de servirle para cualquier hombre que llegará de emergencia en busca de sexo. Solamente sin renta.

De esta situación nada sabía, me enteré ya en cada de la señorona, pues Noemí  no me comentó  lo que ella hacia además de vender el sexo, ni que yo era  su negocio, pues había  cobrando por mi 100 dólares  y si serbia para “todo,” entonces le daría trescientos.

Al llegar me presentó a la dueña de la casa la que al conocerme sarcásticamente comenzó a afilarse los dientes.

Por lo menos así lo reflejó su rostro regordete y lleno  de profundas grietas, propias de la avanzada edad que  trataba de ocultar con un subido de colorete púrpura sobre los viejos pómulos.

Su vestuario amplio y de colores fosforescentes le hacía un conjunto poco armonioso con los zapatos de brillo, destalonados y de  tacón Luis XV, para mí todo muy ridículo, pero indicaba que así se vestían en la capital, y quien era yo para criticas.

Los labios birrionados de color marrón, no dejaban de exhibir sus únicos cuatro imperfectos dientes, llenos de residuos alimenticios y donde también almacenaba las caries producidas por la picadura del cigarro, el que no dejaba de destruir sus complicados pulmones, a pesar de no parar detrás de la clientela.

Me miró de forma codiciosa, y dejó escapar una leve sonrisa lobuna, a la vez que ponía el cigarro sobre un cenicero de cristal de bohemia.

Mirando para Noemí le dijo que había capturado algo bueno, yo a penas entendí a que se refería, hasta que se dirigió hacia mí y me dijo.

-Tengo algo caritativo para ti muchachita, Toña no te explicó como es mi negocito.-

Le dije que no, porque realmente no sabía quién era Toña, pero ella ampliando la sonrisa, e invitándome  al interior de la casa o al más infernal de los aquelarres, porque así lo percibí con sólo regar la mirada por cada esquina del lujoso apartamento, me dijo que Toña era el nombre de trabajo de Noemí, y que si estaba dispuesta al asunto ella me iba a llevar bien con la paga.

Nada entendía, solamente que había llegado y tenía que aceptarlo todo sin titubear. Tula no perdió ni un sólo momento y me explicó que ella cobraba y que si el día salía bueno al final de la jornada nos daba 200 dólares a la semana.

Me aconsejo que había que ser inteligente y juiciosa, y nada de confiancitas con los clientes fuera de la cama, tampoco con la policía que a veces entraba disfrazada, aunque la mayor parte del tiempo estaba en las esquinas vigilando el lugar.

Cuando me comentó sobre policías, la piel se me puso de gallina, y quise huir de aquello, pero ella ducha en todas las reacciones me sacó rápido del susto, comentándome que con los policías ella salía bien pues cuando veía que el acoso era mucho y perjudicaba su negocio, les daba unos fulitas a los veladores y ellos se volvían ciegos, por lo que su casa estaba bien cuidada gracias a los favorcitos que de semana en semana les dejaba caer.

Otra de las cosas que me advirtió fue que no podía hacer amistad con nadie fuera del local, ni visitas ajenas al negocio, ni tampoco salir sin su autorización. Es decir allí iba a estar presa todo el tiempo que ella destinara a la producción de billetes, cada dos meses un permiso de dos días a lo sumo, y eso si el negocio marchaba bien, y yo tenía sustituta.

Nada dije, porque qué iba a decir si tenía más necesidades que la misma miseria. Solamente lo asentí todo sin preguntas.

Ella me miró ocultando una sonrisita maliciosa y me comenzó a mostrar las habitaciones destinadas a la clientela y donde el olor a perfume repugnaba por su estridencia afrodisíaca.

Fue lo peor que pudo  recibir mi olfato, y no por qué me desagradaran los perfumes, sino porque daban un toque perfecto a lo que allí sucedía diariamente.

La seguí sin pronunciar palabras, aunque el corazón se me salía de tantos latidos y arrepentimientos.

No tenía otra posibilidad, allí estaba mi futuro, y el destino lo marcó en el libro de mi existencia, por tales razones sobraban las quejas y los lamentos, y Noemí no me había llevado a punta de pistola.

Había elegido  por criterios propios y las elecciones no las podemos achacar a nadie, aunque en ellas medien posibilidades, necesidades y hasta la propia desgracia del hombre a través de su paso por la vida.

De un pensamiento en otro me mantuve mientras deambulé tras Tula por el intenso pasillo que terminaba en una ancha puerta de caoba maciza.

Detrás de esta, se exhibían silenciosas tres incrustaciones en forma de hoja de parra, todas de metal fundido, pero muy bien camuflageadas, las que al tocarlas levemente se abrían convirtiéndose en tres puertas que iban a parar a amplias habitaciones, donde la decoración era perfecta, al igual que los amplios  ventanales rodeados de  adornos pintorescos y flamantes.

Se detuvo frente a una de estas puertas, para ser más precisa la de la esquina, y  sonando el manojo de llaves, buscó la adecuada, abrió y en un dos por tres ante mi vista estaba una cama circular cubierta por una sobrecama roja  llena de cojines del mismo color, que le daban un toque sexual al lecho donde se iban a ejecutar mis valores más preciados, y quedaría en el olvido mi crianza aldeana y llena de tabúes.

Indudablemente la habitación era acogedora y excelente para dejarlo todo sobre un aullido de placer o dolor. 

En todas las paredes colgaban cuadros de diferentes actores extranjeros, y afiches de mujeres desnudas entre candelabros de diferentes colores.

 Miré para todas partes y me escalofrié con el afiche que quedaba justamente en una de las esquinas. Lo miré varias veces y hasta me acerqué más de lo necesario. Pero no me equivocaba, era porno, y allí estaba  colgado, desafiando al cerebro de los elegidos del lugar.

Nada dije, solamente me dejé llevar como una autómata, de todas formas tenía que seguir los consejos de Noemí, y pensar solamente en mis necesidades económicas, y mi hijo. Así  todo me sería más  soportable.

Tula me mostró el cuarto de baño, y me dio una bata de dormir para que después me la pusiera, aconsejándome que me soltara el cabello, y me maquillara lo mejor posible.

También me dijo que al otro día me teñiría el pelo de negro y me lo rizaría para que me quedara a la moda.

Además allí no me llamaría Elena sino Helen, y si me preguntaban de donde era, dijera que de un lugar del Mundo, y me sonriera.

 Por lo que llegué a la conclusión de que pensaba cambiarme por completo para que el trabajo fuera perfecto, a la vez que sus ganancias fueran mayores.

Por Noemí conocí que las mujeres que se dedicaban al sexo con turistas tenían una marca de calidad. Todas vestían de negro, ropas muy ajustadas y cortas hasta donde se ve el blúmer. Zapatos de madera también muy altos, el pelo largo, rizado y negro preferiblemente,  para dar un mejor aspecto de "dedicadas al negocio”, y todas debían ser delgadas y pintarse los labios de rojo escandaloso, y los ojos con suficiente brillo para llamar la atención, y  ser reconocidas inmediatamente por los cazadores de sexo barato.

Todas las dedicadas a vender el sexo, usaban unas carteritas pequeñas tipo  mochila colgada a la espalda, o al frente según el gusto y el contoneo de las nalgas había que lograrlo muy bien.

Se les llamaban "Abejas nocturnas, Florcillas Silvestres”, y no recuerdo cuántos nombretes más, y los sitios donde mejor se podía operar en la caza del que llegaba, era en los alrededores de los centros turísticos, u hoteles cinco estrellas, aunque algunas se iban a la carga por cuenta propia al mismo corazón de la capital, donde los tíos o Pepes como también se les llamaba a los extranjeros frecuentaban al por mayor, y repletos de divisas para divertirse con las muchachas dedicadas a la venta de libídine económico.

Algunas trabajaban por cuenta propia, otras para mayor seguridad se alojaban en casas dedicadas al negocio, como el de esta señora llamada Tula que dirigía el harén y te protegía del pago, y las condiciones, además de la policía que siempre estaba al acecho y por cualquier razón te quitaban el carné de identidad y te enviaban a tu provincia natal sin apelación, o una granja de trabajo forzado.

Se puso tan de moda este trabajo que ya ninguna muchacha quería  laboral en otro centro que no fuera el de la prostitución por llamarlo de alguna manera, y era porque aquí ganaban lo que ninguna institución del estado les pagaba, y como la vida estaba tan cara, y todo en capital extranjero, nadie pensaba en el prejuicio, ni en las enfermedades, ni siquiera en la degradación moral, ni en la pérdida de valores

En este negocio conocí muchachas que eran médicos, ingenieras, maestras, defectólogas, economistas y campesinas, todas tratando de ganarse un mejor salario vendiendo lo que Dios o el Diablo les dio dentro de las piernas.

En casa de Tula todos los martes se daban “clases de cacería”.  Se nos instruía en cómo venderse mejor y más caras, en las partes vulnerables del hombre viejo. Como hacerlo sentir mejor y ponerlo al borde de la locura. Se nos enseñaban trucos sexuales, y sobre todo a hacer el sexo sin llegar al orgasmo para no desgastar el cuerpo.

Se aleccionaba la mejor  forma de vaciarse por dentro y perder cualquier tipo de sentimiento humano. Más bien convertirnos en perfectas máquinas programadas para el placer y la extracción de divisas, olvidando los sentimientos, y la sagrada condición humana

En la suela del zapato de madera preferiblemente, se nos aconsejaba ponernos el precio, para que el turista supiera a cuánto ascendía nuestro cuerpo.

Las rebajas o aumentos por el tiempo y otras particularidades se conveniaban con la dueña de la casa absolutamente.

Se nos instruía en los movimientos para excitar sin excitarnos. Advirtiéndonos en cada clase, que a la hora de hacer el sexo había que pensar en otra cosa, para poder soportar más sin agotarnos.

También nos enseñaba como provocarlos sexualmente en las primeras veces, enseñándoles discretamente los senos, la pierna cruzada y bien levantada para que se viera la punta del blúmer, siempre  demostrando un desbordado cariño, muy bien fingido,

Para que se sintieran amados, y sobre todo, llamarlos, Papi, Chino, Viejito, o Chuly  para entrar mucho más rápido en confianza y que el hombre se pusiera rápidamente en ardor.

-Sobre todo bien zalameras y cariñosas.-

Repetía en cada clase de sexo la señora Tula.-

-Y si alguna se gana el matrimonio, ya sabe, tiene que pagarme por eso, pues a fin de cuenta indirectamente o no, yo puse la primera piedra.-

Indicaba sin escrúpulos y asegurando su buena tajada en monedita verde.

Allí me enteré de que algunas muchachas anteriores a mi llegada, habían encontrado la posibilidad de irse a otro país, y así lo hicieron sin importarles el amor, ni la convivencia, ni siquiera dejar su tierra, porque lo único que habitaba en sus mentes, era vivir, y vivir bien con todas las comodidades y tener muchos trapos en la percha, y el corazón metalizado.

También supe que muchas quedaron en el camino, muertas mutiladas, sin ojos, y dedicadas de por vida a la prostitución en otra tierra, a donde iban llenas de ilusiones y se quedaban llenas de decepciones.                

Unas que otras de las muchachas encontraron un matrimonio a la luz pública muy lleno de amor, pero estoy segura que dentro de ellas el vacío era su peor condena, porque dar el cuerpo por dinero al final destruye el alma.

Por supuesto que había una gran parte que lo hacían como yo, buscando cómo poder resolver la economía familiar y salvarse de la crisis, (eran la mayoría) y después de terminar la tanda de trabajo, muchas veces por más de 24 horas y con hombres diferentes, cuando terminaban, vomitaban hasta las bilis, tratando con un cepillo arrancarse la baba y el olor a semen indeseado.

Al fin llegó el momento de conocer al extranjero que me iba a hacer debutar en aquella nueva vida  y después de usarme remuneraría mi sacrificio con un buen montón de billeticos verdes.

No quisiera ni recordarlo, pero si no les cuento con detalles no podrían ni imaginarlo. Casi  muero cuando lo vi. Era regordete, calvo, y con una apariencia totalmente distinta a mis gustos.

 Escupía al hablar, a causa de su acento europeo. El sudor le corría por entre las grietas del cuello y el espesor de la cadena de oro puro. Todo como una cascada de fetidez,  pero tenía que hacerme de la vista gorda como también me aconsejó Noemí, y complacerlo para que pagara bien y dejarlo embullado para el regreso, pues por esto también me pagarían.

Tula me lo presentó y después que le sirvió un trago del mejor licor me llamó para un aparte y me dijo:

-Tiene sesenta años, no se le para, tienes que hacer lo posible para que se crea que lo logró. Si esto sucede tendrás muy buenas ganancias. No es la primera vez que viene y siempre se va insatisfecho, por eso te lo dejo a tú para el estreno

- ¿Pero qué hago? –

Le pregunté medio asustada y con más deseos de salir gritando que penetrar aquella habitación.

- ¿No me digas qué te lo tengo que decir?... ¿Chiquita de dónde tú eres,… de Marte?..., oye que no se diga a estas alturas. ¿No te explicaron a lo qué venías?

Me gritó  Tula molesta a la vez que me empujaba puerta  adentro con muy malas pulgas.

-Vamos dale, dale, que para luego es tarde.-

Pero yo me detuve y volví a preguntarle. Entonces me salió con esta respuesta.-

 -Chica lámesela hasta que se le gaste y después se la coges con la mano fuertemente y te la pasas por dentro de la vulva, todo esto dando gritos de placer, para que se crea que te ha vuelto loca, si con eso no resuelves le metes el dedo por el ano y trata de tocarle la próstata, a veces así sienten placer y por lo menos aunque no eyaculé, cree que lo logro.-

El rubor de mi rostro azotaba mi inexplicable inocencia como lanza envenenada. Ella se dio cuenta  y antes de cerrar la puerta me dijo:

-De ti depende que puedas realizar el trabajo,...que yo pago muy bien aquí, no lo olvides.-

Nada respondí, y me dispuse a seguir sus instrucciones  con la mente ausente y los ojos fijos. Era necesario expulsar los valores que tenía y convertirme en lo que realmente era mi destino.

Por un momento me imaginé que era una máquina que habían programado para hacer y hacer sin sentir, y me propuse lograrlo, porque era cierto que de mi dependía quedarme allí trabajando.

Ya acostado en la cama estaba el señor destinado, bebiendo a grandes sorbos el ron que tenia dentro de un vaso.

Su pecho rechoncho con escasos bellos canosos y tan destilados como su rostro se exhibían creyéndose un Adonis milenario.

Sus ojos casi ebrios y  lujuriosos no dejaban de mirarme con toda la codicia carnal que yo no había imaginado en toda mi vida.

Lo miré de reojo con más deseos de salir dando gritos que de otra cosa, pero no podía hacer eso, mi única opción era comenzar a actuar y convertirme en la mejor actriz sexual para poder cobrar el día.

Lo miré y encaminándome hacia una de las ventanas fingí mirar el horizonte. Después me senté en la butaca contigua a la mesita donde reposaban dos botellas de ron vacías y dos llenas. El se sentó a la orilla de la cama y sin dejar de tragar los sorbos del alcohol me dijo:

-Ven muchacha que te voy a hacer sentir mujer.-

A la vez que se trataba de levantar muy despacito. Pero yo no me acercaba por nada, hasta que sin pensarlo salí como una tapa de sidra hasta la otra  butaca que estaba junto al tocador.

-¿Tienes miedo, o es que no tienes deseo ahora?...Si es así dímelo para trasmitírselo  a Tula, porque yo pagué muy bien para estar contigo... y la dueña me aseguró que eras especialista en esto.-

Al escuchar aquello me puse de pie como un espiral, y lo miré desafiante, como una loba herida. Pero la  realidad me cogió de la mano y me hizo recapacitar, no podía permitir que la señora Tula me expulsara del negocio. Tenía que trabajar para mantener a mi hijo, y solamente por él tenía que hacer cualquier cosa.

En un dos por tres mi cerebro se preparó, y me despojé de todos los prejuicios, convirtiéndome en la perfecta prostituta.

Me acerqué lentamente y me abalancé sobre el individuo como una leona hambrienta. Comencé a darle besos por el cuello y los hombros, después seguí los consejos de la vieja  Tula y le tomé el miembro entre las manos a ver si podía hacer una obra maestra con aquel trapo, que a pesar de mis masajes no levantaba.

El hombre ante mi ímpetu se comenzó a poner nervioso y lujurioso, al extremo que se dejó caer sobre el lecho y permitió que yo hiciera todo lo que se me antojara. 

Después de la disección de actos impúdicos y malévolos que estrené sobre aquel flácido moribundo, incluyéndole un baño de alcohol para darle un toque mucho más sexual, aunque lo hice para quitarle el mal olor que emanaba de las ingles. Continué la escena y comencé a suspirar con un muy bien interpretado papel  de mujer de mundo bajo.

 El viejo se levantó como un resorte y comenzó a probar fuerzas lamiéndome la piel con su fétida saliva, mientras yo hacía lo posible por repetirme miles de veces, que tenía que hacerlo, aunque me flagelara la vergüenza, la dignidad y los principios.

-Tienes que hacerlo Elena, llénate de valor, es lo único que puedes hacer por Silvito, olvídate del amor, piensa que nunca existió, que no lo sentiste, que la vida es esto, y no otra cosa, además este momento puede ser una prueba más de la existencia, quizás es algo pendiente que te falta por purificar.-

Y así repitiéndome estas palabras fui relajándome y exponiéndome sin oponerme a todos los caprichos del vejete. Lo qué es la vida, a qué precio estaba resolviendo el sustento de mi hijo.

A las dos horas de haber comenzado y con los brazos muy cansados de tanto forcejeo logré que aquel hombre evacuara su deseo sobre mi cuerpo, a la vez que tuve que sonreír satisfecha ante sus gritos de elogio a su potencia sexual, la que no existía pero él creyó gracias a mi aprendizaje en las clases de caza, excelente actuación, y  una total perdida de los valores morales.

Esta fue la segunda vez que hice el amor en mi corta edad, aunque en condiciones diferentes.

 La primera con Silvio sintiendo todo el amor del mundo y ahora la segunda por necesidad y poder criar a mi pequeño niño.

Por eso al caer el telón de la eminente actuación en aquel acto tan desesperante e indecente  para mi forma de pensar, me despojé  de mi papel de prostituta, y resurgió el de la verdadera mujer, por eso salí corriendo para el baño y estuve encerrada en él más de media hora, llorando desconsoladamente y tratando de arrancar de mis genitales y mi cuerpo aquel semen maldito que me hacia la persona más desdichada del universo.

Nunca más volví a reír, ni siquiera a sonreír. Me fui convirtiendo lentamente en un objeto carnal, sin voz ni voto, con una sola idea fija, mi hijo y sin poder quitarme de la cabeza las palabras de Dalia, sus buenos consejos, los que nunca escuché, y ahora me sumía a los de Noemí que eran perversos  y me tiraban por el barranco interiormente, porque por fuera era una veleta, tal vez más lujuriosa que las que ya se habían acostumbrado a vender el cuerpo.

Mi caso era duro, había traído al mundo a un niño que no debía culpas de mis aberrados caprichos por Silvio. De mi poca capacidad para entender que el amor se siente pero para compartirlo tiene que ser de forma recíproca, si no, tienes que guardarlo y no sacarlo a la luz para que no te lo lastimen .Por eso mi amor estaba herido, grave, incurable, se estaba muriendo poco a poco, y me estaba llevando con él a la tumba, aunque definitivamente me acababa de graduar en la universidad de la vida y tenía que convertirme en una enorme piedra.

La dueña del negocio me preguntó muchas veces que si no me gustaba el trabajo que realizaba allí.

 ¿A quién le podía gustar?, pero nada le respondí porque muchas veces Noemí me advirtió que para estar allí había que sentirse a gusto y hacerlo bien para ganar lo suficiente, de lo contrario a la calle sin garantías, y como quiera que fuera en casa de Tula tenía asegurada la estancia, la comida, la ropa y los zapatos, mientras tuviera trabajo y hombres que  pidieran  estar conmigo si era excelente en sacar de donde no había.

Tula era inteligente por eso podía vivir tan bien sin entregarse a nadie. Lo de ella era mantener la clientela, y enriquecerse con el cuerpo ajeno, por eso en aquella casa no faltaba nada material.

Era una vivienda perfecta con toda la comodidad y discreción posible; no como el bar de Zoila, que era una poscicla comparado con esa mansión capitalina.

En un recibidor con todos los motivos acogedores que puedan existir y cubierto de alfombras y tapices muy llamativos, había una mesita con varios álbumes de fotografías, además de las que colgaban en la pared en espera del visitante.

Eran fotos de todas nosotras. Las de la pared también, pero de medio cuerpo sonrientes y felices. Las del álbum en paños menores y desnudos, porque ella decía que para quien escogiera supieran lo que se iba a comer

Era como un menú, o carta de alimentos, donde listan los platos de bistec, o chuletas de puerco. Lo que es la vida, uno nace, crece, se desarrolla y después viene a parar a manos de una vendedora de carne humana.

Pero no podía quejarme era mi destino, o por lo menos el que me busqué, porque esto también me lo dijo muchas veces Dalia, aunque nunca supo la verdad de lo que hacía en la capital, de lo contrario yo sé me hubiese  asesinado sin clemencia.

Así pasaban mis días en el nuevo negocio, llena de apatía, y dolor. Pero con un sólo objetivo, mi bebé y mis necesidades materiales. Por eso para que todo me saliera como a pedir de boca, cada vez que me entregaba a un nuevo hombre ponía el pensamiento en Silvio para poder soportarlo.

La cosa era cuando terminaba y tenía que abrir los ojos y dejar de pensar, ahí era el gran problema. Se comenzaba a debatir mi interior en una contienda a muerte con mí propio yo, y entraban en contubernio mis realidades más precisas. Y lo peor de todo era, cuando le miraba para el rostro, unas veces regordetes, otros demasiados flacos, y de diferentes razas e idiomas.

Por eso no más de una vez me dieron deseos de comenzar a dar gritos y golpearlos fuertemente hasta dejarlos sin vida.

Recuerdo que un día me seleccionó en el” álbum menú” para hacerme el sexo un coterráneo que venía de vacaciones de  Europa, desesperado pero con dinero para pagar por dos horas, por eso Tula accedió, de lo contrario nada, porque a ella le gustaba que fueran extranjeros. Decía que se les podía sacar más,  y estaba en lo cierto.

Yo como era costumbre, o mejor dicho como tenía que ser, porque todo allí era dirigido, llegué al saloncito donde me estaba esperando y me le senté en las piernas sin mirarle para la cara, de todas formas a mi no me importaba quien fuera, sino quién me pagara por el trabajo, pero cuando comencé a besarlo con el fin de excitarlo rápidamente y  terminar lo antes posible con el castigo, se me quedó mirando y me dijo sorprendido:

-¿Tú no eres Elena?-

Entonces fue cuando reparé en aquel rostro que aunque mucho más grueso, sin barba y pelado muy bajito, no era otro que el de Manuel, el muchacho que me estuvo cortejando durante todo un tiempo, y yo dejé plantado por Silvio.

Casi muro al escuchar aquella pregunta. No sabía ni que le iba a  decir y salí a toda carrera para el fondo de la casa.

El me siguió y se metió en la habitación donde traté de ocultarme. Allí me tomó por los hombros y me pidió que lo escuchara, que no sintiera pena, pero qué por favor le explicara qué hacía allí.

Se lo conté  con detalles y él me escuchó con toda la calma del mundo, después me dijo que venía del extranjero, donde estudiaba y que eran sus primeras vacaciones, y había visitado el lugar embullado por un amigo  que vino con él y que frecuentaba la casa por las mismas razones.

Como podrán imaginarse no pude estar con él, ni el conmigo, solamente nos pasamos las dos horas conversando, mientras yo quería que la tierra me tragara. Estaba al descubierto y nada podía hacer para evitarlo.

Existe un refrán que dice," la verdad escondida aparece," y es verdad  todo al final sale a la luz, y así me pasó a mí, por eso solamente le pedí que no se lo dijera a nadie en mi pueblo, y estoy segura que él nunca ni siquiera lo comentó.

Y allí me quedé decepcionada y abatida, ansiosa y deprimida, con un cóctel de sentimientos acusadores haciendo blanco en mi corazón hasta hacérmelo exprimir como un trapiche.

Lo único que me consolaba era creerme que también esto era una prueba de purificación de otras vidas.

Quizás fui muy pulcra, o muy moralista, tal vez fui una gata que me comí muchos ratones, o a mis propios hijos, como Misilianga una blanquinegra que había en el barrio, que cada vez que paría se los comía antes de abrir los ojitos. O estaba pagando mi propia torpeza y por eso me tocaba el precipicio  carnal.

Lo cierto fue que estaba allí, entre la caravana de mentiras. Hasta yo misma era una mentira muy bien confeccionada. Una hipócrita, quien había entregado su virginidad al hombre amado, sin prejuicios, sin condición ni precio, y ahora entregaba sus residuos al primero que llegaba con ganas de llenarme la vagina para desahogar su sediento pene.

Jamás se me olvidará la noche cuando pensé había terminado con más de seis en todo el día, cuando me disponía a descansar llegó Tula a pedirme un favorcito.

¡Y qué favor!, casi me muero cuando escuché su pedido, tuve deseos de caerle encima y abofetearla, salir a toda carrera hasta la estación policial y denunciarla como se merecía, pero la fuerza de la necesidad me sujetó pies y manos y solamente escuché y accedí como una marioneta. 

Esta noche que les cuento me tocó hacerlo con dos hombres a la vez, porque pagaban cien dólares por encima del valor de cada acto, y para Tula era un negocio, y no todas estaban actas para enfrentar tal lujuria, además ya había hecho mis planes para la hora de la arrancada final, y  tenía que hacer por lo menos 5,000 dólares para poder regresar al lado de mi hijo con una buena suma. Por eso acepté el sacrificio y me expuse al peor de los actos, haciendo todo lo posible por imaginarme un esclavo encima del cepo.

Entré a la amplia habitación llena de olores apasionantes para excitar mucho más el momento. Ya estaban sobre la cama los dos hombres, uno de unos 70 años y el otro más o menos de 35,

Los miré sin entender nada. Ni siquiera sabía lo que iba a suceder con aquellos dos individuos de tan diferentes edades.

Sin pronunciar palabras saludé con un beso a cada uno de ellos, y me contonee a propósito de un lado para otro esperando el ataque.

El más joven se levantó y dejó caer su pantalón sobre el piso, ya no llevaba camisa desde que  entré. El viejo estaba en calzones y medias. Los dos fumaban y bebían del mismo vaso, un líquido viscoso que nunca antes había visto, ni siquiera el olor me fue familiar a pesar del tufo que emanaba en todas direcciones de la habitación.

Al fin el viejo entró en escena y dio el primer signo de vida. Extendiéndome un cigarrillo de una caja supuestamente de Malboro.

-Dale muchacha fuma para que funciones mejor-.

-No fumo.-Le respondí con voz melodiosa tratando de ser agradable, aunque por dentro lo que sentía eran deseos de salir como un cohete y perderme en un lugar remoto.

- ¿Cómo,… no fumas?...esto te va a gustar prueba para que veas.-  Me dijo acercándome el cigarro encendido

-Ya le dije que no fumo,- Le repetí de mala forma, pero él más joven le quitó el cigarro de la mano y me lo puso en los labios obligándome a absorberlo.

Fue con tanta brutalidad que por poco me ahoga el humo, pero a él nada le importó y siguió metiéndomelo por la boca a la fuerza. Al final y viendo mi resistencia me dijo con sadismo.

-¡Es marihuana!,... ¿no te gusta?-

-No, nunca fumé, ni eso ni otra cosa.-

Le repetí aún más molesta y asustada.

-Pues debían haberte explicado que con nosotros tienes que hacer lo que sea, porque para eso pagamos muy bien el estar contigo.-

Mientras me decía esto, el otro preparaba un trago para los tres, al cual pude ver desde donde estaba, echándole un polvito que nunca antes había visto, y aunque me preocupó, cómo no sabía lo que era, nada dije, además tenía que someterme a todo lo que ellos quisieran, por lo menos así no los advertía Tula al contratarnos y como ya habían pagado a la dueña sus billetes, podían hacer conmigo lo que se les atojara.

Por eso de qué valía quejarme o no aceptar si no era otra cosa que un producto que se vende al mejor postor. Y todos mis valores estaban perdidos.

Miré para todas partes y muy bajito le pedí ayuda a Dios y al Diablo, porque realmente en ese momento  no sabía los ángeles de quién me escoltaban., o si estaba sola en aquel despeñadero humano donde caía diariamente y volvía a caer y nadie podía exter la mano para salvarme.

Los dos tipos se miraron interrogantes, y sin darme tegua siguieron en su empeño

-No es el crimen del siglo.-

Me dijo el más joven, al darse cuenta que me estaba muriendo lentamente de miedo

-Disfruta muchacha,... esto es un gran acontecimiento.-

Anunció el mayor, desvistiéndose, de lo poco que le quedaba, mientras el otro me acercaba el vaso con el líquido que me llevaría, según ellos  a la luna.

Lo bebí dispuesta a lo que fuera, y me volvieron a servir. Los labios me temblaban como nunca antes, no podía percatarme si era por lo que tomé o por el terror que sentía al ver a aquellos dos hombres llenos de furia sexual dispuestos a devorar mi cuerpo con todo su apetito. Y mientras yo me enfrascaba en mis conflictos emocionales, y mi cruda realidad y el rostro se me llenaba de lágrimas, ellos se intercambiaban miradas diabólicas, hasta que uno de los dos  dijo:

-En un final lo haces por dinero,... ¿entonces para qué tanto drama?-A ver, sigue fumando y di como te sientes.-

Ya ni escuchaba las palabras de aquellos libidinosos. La cabeza me daba vueltas, y  me quedé inmóvil por unos minutos .Luego cuando estaban bien ebrios, con movimientos abruptos me arrancaron la bata de dormir y comenzó la función más terrible que pueda soportar un ser humano.

Recuerdo que sentía fuertes golpes sobre los senos y muslos,  me bañaban de licor mis partes y después bebían en mi centro, disputándose quien lo hacía primero.

Pusieron en mi boca de una vez sus miembros, me los pasaban por los ojos, los oídos, y se masturbaban con mis axilas. Después me penetraron uno por delante y el otro por detrás, mientras con las manos me doblaban los pezones de los senos y me movían las caderas a la fuerza.

Tal vez era mi juicio final, pero yo no tenía posibilidades de evitarlo. De lo que si estaba segura era de que eran buitres  comiéndome las entrañas a sangre fría. 

Cuando desperté de aquel letargo, sin darme cuenta del tiempo transcurrido, mis piernas estaban separadas de un extremo a otro de la cama y mi cuerpo deshecho, todo molido. Mi vagina y mi ano eran una llama al rojo vivo, además mi corazón estaba tan quebrado como mi vergüenza.

 No les niego que cuando regresé a la normalidad y pude comprender lo sucedido, me cogí asco de mi misma.

A partir de ese día hubo momentos en que me golpeaba el rostro delante del espejo y hasta lo escupía. ¿A lo que había llegado?..., Yo la muchacha sublime que creyó en el amor estaba allí vendiendo el cuerpo, y realizando actos pornográficos para el placer ajeno. Y lo peor de todo a conciencia.

Otras lloraba sin parar, hasta que Noemí me consolaba recordándome las causas que me obligaban a estar allí, aunque nunca supo que me había enterado que me llevó como negocio para cobrar una buena comisión y que nunca lo hizo para ayudarme, sino para ayudarse a ella misma.

Tula no se conformaba con la mitad de las ganancias que obtenía de nosotras, y que compartía con su compinche Noemí, por eso siempre pedía más, planteándonos que ella lo ponía todo, y nos alimentaba para que no tuviéramos problemas con la salud.

Por eso un día muy molesta le expliqué que ponía la cama y el local, y lo que nos daba de comer nos lo sacaba del pellejo, pero la peor parte era la nuestra, inclusive la exhorté a que ella también se acostara con los clientes para que pudiera comprender lo crudo del oficio.

Esta rebeldía casi me cuesta el puesto en la casa-cita, gracias a que yo le hacía mucha falta porque era la que más hacía.

No sé sí por lo loca que estaba, porque tenía que ganar para mi hijo, o porque a casi todos los que llegaban les gustaba hacerlo conmigo. Increíblemente me había convertido en una “prostituta muy cotizada”, una maquinaria que se programaba según el cliente y hacia y hacia sin parar con el único objetivo de ganar más y más.

 Y no por tener más experiencia, al contrario esa nunca la tuve a pesar de todo, pero como necesitaba resolver mi problema,  me esmeraba y fingía, además fui buena alumna en las clases que me impartió Tula. Sin embargo muy mala escucha cuando Dalia me aconsejaba que reaccionara con mi caprichoso amor por  Silvio.

Pero así es la vida una eterna contradicción, solamente cuando caemos, es el único momento de reflexionar, pero ya  sin remedio.

Así me pasé más de siete meses de hombre en hombre, haciendo cuadros pornográficos, posando desnuda. Convirtiéndome en una mujer inescrupulosa, barata, prostituida, y llena de pensamientos diabólicos.

En fin dejé de ser yo para ser la gran jinetera, a la vez que burlaba  como las demás el asedio policial y el de los proxenetas que abundaban en la misma cantidad que nosotras, y que Tula contrató para cuidar la parte monetaria, y nuestro  bolsillo, como verdaderas arpías.

Por eso para poder cobrar por cada acto sexual sin problemas y quedarnos con suficiente para nosotras,  nos apegamos  a Josué, uno de los proxenetas de Tula, pero con mejores sentimientos entre comillas. Además era fuerte, e inteligente y se le imponía a la vieja aliándose al grupo.

Yo sabía que era un tipo sin miramientos y esa protección la realizaba por dinero, pero nos defendía para tener buena recompensa.  

Todo lo que ganábamos por encima de la norma diaria , lo compartíamos con él, para que nos preservara de Tula y de los que se hacían los sonsos para no pagarnos lo adecuado, cuando lo hacíamos extra y por nuestra cuenta con extranjeros que cazábamos fuera de la casa de la vieja.

Nunca  se me olvidará el día que Gerardo, otro proxeneta le partió la boca a Noemí porque no  le entregó lo que habían acordado, y tuvieron que darle tres puntos en el labio.

Ese día por poco Josué lo mata. Pero no nos quedaba otro remedio que aceptar tener chulos, porque muchos turistas querían usarnos sin pagar, y nos daban cualquier baratija a cambio. 

La fama que teníamos era el de las prostitutas más baratas del mundo, y tenían razón, pero no por ser baratas, sino porque eran tantas las necesidades económicas que enfrentábamos que por cualquier cantidad monetaria o prenda de vestir trabajábamos incansablemente.

Muchas veces hasta por un plato de comida o un jabón de baño, no las que estábamos bajo la custodia de Tula, pero las que lo hacían sin estos cuidados se vendían por cualquier cosa.

Llegó a tener Josué tantas muchachas bajo su custodia  y cuidado que los demás proxenetas le decían "El Rey del Harén",

Tenía sus cosas  malas como todos, pero era amistoso y comprensivo en algunas ocasiones y se las arreglaba como ninguno para meter por el aro, como el mismo decía, aunque en el fondo tenía la misma necesidad que nosotras de buscarse la vida, lo que claro, quien se dedicaba a este trabajo, al perder los valores humanos, y dentro de un medio tan hostil al final se  convertía en un gran sinvergüenza aprovechador y delincuente como los demás. Por eso lo del refrán "El medio hace al hombre".

La vida es algo terrible, a veces buena, pero para mí fue muy  difícil y perversa desde que me  encomendaron  al cuerpo de Elena, porque a este cuerpo le pasaron todas las cosas que existen y no existen.

Pero bueno ya estaba adaptándome a la nueva vida de la  prostitución garantizada, y aunque no dejaba de llorar como una Magdalena, había aprendido a sonreír  y hasta yo misma me lo creía.

La afluencia de turistas continuaba sin cesar, y a Tula le brillaban los ojos cada vez que sus cómplices le desviaban una gran manada de ellos para su negocio, porque todos llegaban deseosos de carne fresca y barata.

Ya en los últimos tiempos eran más los europeos los que asiduamente visitaban el burdel, entre algunos de América, pero todos viejos  adiposos con los bolsillos rellenos de divisas, lo que hacía que Tula rechinchineara de alegría.

Un día, uno de esos tipos llegó algo misterioso en busca de Tula, pero esta no se encontraba. Se sentó en la sala de espera, hojeo los” álbumes menú,” y después de un buen rato dedicado a escoger, preguntó por Margarita, que era mi nombre en aquel lugar. Minerva la segunda al mando de Tula, fue en mi busca y sin darme muchas explicaciones me llevó ante el viejo. 

Este después de mirarme de cabezas a pies, y sonreírme como un payaso en celo, me invitó a pasar a la barra que quedaba al otro extremo del recibidor.

Allí entre tragos y cuentos del nunca acabar, se gastó todo en alabanzas con el objetivo de hacerme la propuesta que traía en su pervertido cerebro.

Se me acercó al oído y con más saliva que palabras me susurró el esplendido negocio donde ganaría el triple de lo acostumbrado. Por supuesto todo a espaldas de Tula, haciéndose el que me ayudaba con tal indecorosa proposición.

Yo sin saber que decir ni hacer, porque en ese momento no era otra cosa que un objeto libidinoso ante un devorador de carne humana, ni siquiera me rehusé a la oferta, solamente le pedí pensarlo, pues nunca antes había hecho ningún tipo de cuadro porno como al que me convidaba.

Después de un buen rato de meditación y miedo, porque no puedo negarles que el recelo era mi peor aliado en ese momento, le pregunté los detalles del asunto.

El con mucha magnificencia me comenzó a pormenorizar como sería su cuadro y cuantas posee implicaría el mismo. Indudablemente era el rey de la pornografía a la caza de una buena escena con fines de lucro en su país.

Hasta ahí todo me pareció normal de acuerdo a la perversión del cerebro de la mayor parte de los europeos que viajaban a mi país en busca de estas orgías. Lo peor llegó cuando amasándome una de los senos,  me dijo que en el cuadro intervendrían diferentes tipos de mujeres y hombres, objetos y otras cosillas que en la marcha iría conociendo.

Escuchar aquello para mis prejuicios provincianos fue una bomba atómica en pleno rostro, y me rehusé de inmediato, pero él se me abalanzó como una serpiente venenosa y me obligó a cogerle el pene con la mano para que fuera entrando en confianza.

Por mucho que traté de salirme del momento, el siguió insistiendo, a la vez que me pronunciaba palabras obscenas y morbosas con el objetivo de que aceptara la oferta que me proporcionaría  un buen dinero en dos segundos.

En medio de aquellas palabras trató de alentarme diciéndome que también se lo había propuesto a Noemí una de sus clientas favoritas, por lo depravada y económica que le resultaba.

Con aquello me escandalicé mucho más y traté de soltarme de sus garras lascivas, pero no me dejaba mover apretándome la cabeza contra sus entrepiernas, al extremo que pensé me asfixiaba.

En medio de aquel tormento me encontraba cuando hizo su inesperada entrada Noemí. Nunca supe como apareció sin ser llamada, pero allí estaba dispuesta a todo por tal de ganarse unos pesos por encima del diario.

Cuando me vio casi ahogada comenzó a reírse a pecho abierto, y a burlarse de mí como si el momento hubiese requerido tanta algarabía.

El vejete me soltó al verla llegar y sin darme ni un respiro me sacudió a la vez que mirando para Noemí le decía.

-Mira a ver si la convences porque no quiere entrar en razones. Parece que no le gusta hacerlo con mujeres y objetos.

Noemí contoneándose a más no poder se acercó y me dijo con voz imperativa.

-No faltaba más que vinieras a dártela de santa después que te has pasado a más de una docena. Hembra y macho es lo mismo, lo importante son los fulas.

Yo no sabía ni que decir, porque sus palabras chocaron contra mi realidad como un petardo, pero no tenía opción, estaba allí, y era cierto que cuando uno acepta esta vida tiene que hacer todo lo que en ella aparezca.

Sin dejarme salir del momento me tomó por la barbilla y levantándome el rostro más de lo que mi cuello podía me dijo autoritaria.

-Te practicas conmigo,...yo te enseño cómo hacerlo. ¡Oye piensa en que son doscientos dólares por dos  horas!...Es un negocio redondo, además el que se dedica a esto tiene que hacer de todo lo que pueda por ganar más, déjate de mojigatería  que tú no lo eres.

-¡Estas  loca Noemí!..No es por moralista es que yo no me atrevo a hacer sexo con una mujer. Nunca lo he hecho, tú sabes que a mí me gustan los hombres.

-Muchacha eso es simple, no le hagas tu nada, que ella te lo haga a ti… y que no se hablé más del asunto.- Acaso tienes algo en contra de las lesbianas. Me preguntó interrogante.

Yo no tengo nada en contra de los homosexuales cuando son parejas por amor, pero no por orgía. Tú sabes que Dora es una de mis mejores amigas y es lesbiana, la comprendo, y entiendo, y la quiero mucho, pero no siento interés por ella, somos compañeras y nada más.

¡Ah!...ya lo tuyo no tiene remedio, venir a sacar a Dora aquí, cuando esa pobre no sabe ni lo que quiere todavía. O mejor dicho es como tú, de las que se enamoran perdidamente y acaban en el barranco.

-Oye aquí las que traen a los cuadros son mujeres que lo hacen todo por dinero, el amor no existe…. Metételo en la cabeza.

Me grito al oído con tanta fuerza que hasta sentí dolor en los tímpanos. Pero no bastó con esto, prosiguió su rima.

-Que falta te hace leer revistas extranjeras, conversar con gente que viene de Europa y otros lugares del Mundo, para que veas que todo esto es normal.-

La miré mucho más asustada a la vez que las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas como un río desbocado, no quedaban valores ni éticos y estéticos, todo era la maldición de eso que llama demonio.

Noemí me miraba como un animal salvaje. Los ojos brillosos, y la voz sin raciocinio se sentían llena de un odio que todavía no he podido comprender, y sin mucho esperar a que me repusiera de lo inesperado prosiguió su alegato.

-No me vengas con lagrimitas, que tú sabías a lo que venias…pero bueno ya sé que todavía te gusta ese hijo de punta, que solamente te hizo una barriga  y te dejó en eso.-

Qué más iba a pedir de Noemí, si ella se había metalizado en ese medio, y yo para ella era un metal no una amiga.

Me sequé las lágrimas e hice todo lo posible por recuperarme del momento. Qué poder hacer, era la palabra mágica. Mi realidad, estaba en un callejón sin salida.

Muy perturbada estuve un buen tiempo, mientras Noemí y el vejestorio bajaban dos botellas de ron como si fuera agua.

Al rato Noemí retomó nuevamente el tema y me dijo:

-Mira deja el miedo a lo desconocido, hablé con el viejo y me dijo que no van a intervenir otras mujeres, solamente tú y yo hasta que te acostumbres. 

¡Vaya no te puedes quejar!,… ya están teniendo contigo contemplaciones. Me dijo morbosa y escudriñando una malvada sonrisa que hirió todas mis sensibilidades.

Solamente la miré sin pronunciar ni una sola palabra. Traté de incorporarme un poco, y respirar profundo, pero Noemí estaba molesta  y quería seguir discutiendo.

Sin darme otra oportunidad a pensar mejor las cosas, me rebatió a la vez que me recordaba mis necesidades. Después remachó diciéndome:

-¡Estúpida! Ellos nos escogieron, y por algo fue... y metete en la cabeza que sí lo hago es porque necesito el dinero. Que te importa quién te haga el amor, o si te meten lo que te metan, ellos quieren disfrutar y para eso pagan.

Las palabras de Noemí eran muy fuertes para mi prejuiciada mentalidad, aunque la compadecí,  comprendiendo que lo había perdido todo en su vida.

Ya no le quedaban ni los más mínimos prejuicios,  aunque después aprendí que era  natural perderlo todo en este oficio, y aunque mi yo interior no aceptaba la vida que realmente llevaba de hombre en hombre, mi “yo exterior” estaba consciente de qué me prostituía por una necesidad muy grande, y tenía que aceptarlo sin quejas y si con mucha inteligencia para poder lograr el triunfo que tanto y tanto me recalcaba Noemí.

Turbada hasta la saciedad me uní al dúo y tomé hasta embriagarme completamente. Cuando desperté de aquel letargo estaba desnuda  sobre la cama a un lado Noemí  todavía ebria y del vejete no quedaba ni el rastro.

Me incorporé a duras penas, me metí bajo la ducha y después de un buen tiempo dejando que el agua caliente cayera sobre mi nuca, creyendo que con eso me quitaba los golpes a la conciencia.

Pensé y pensé sin parar. Me sentía agotada, trataba de recordar lo sucedido, pero mi mente se mantenía fuera de control, al igual que el estado de embriaguez que aun se mantenía en mi sangre desmoronando mi pudor y mis principios.

Me imaginaba toda sucia, llena de baba ajena, con diferentes objetos introducidos por todos mis orificios para saciar la lujuria del vejete.

Me sentía indeseada, ya era una perfecta inmoral, una inmunda mujer llena de avaricias en busca del sustento que le proporcionaba su propio sexo.

Con todas estas ideas a flor de piel, y sin dejar de halarme el pelo, hasta arrancarlo del cuero cabelludo, sentí que un escalofrió recorrió toda mi piel, y de pronto me pareció que el mundo caía sobre mis hombros, y que después de aquello ya no quedaba nada más por hacer.

Salí de la bañera como un robot y sin pensarlo dos veces me vestí apresuradamente y echando dentro de un maletín de mano mis pertenencias abandoné el lugar sin que nadie se percatara de mi huida.

Caminé varias cuadras hasta enfrentarme con la terminal de ómnibus que por suerte estaba floja de pasajeros para mi pueblucho.

Busqué entre los taxistas del Estado pero no había ni uno disponible, al fin apareció un vehículo viejo con un cartelito que decía TAXI, y por suerte iba para mi terruño. Espere un lapso pequeño de tiempo pues en un dos por tres aparecieron los pasajeros necesarios para completar el viaje.

Le pedí al chofer me dejara sentarme en el asiento delantero y de la ventanilla. No le dije el por qué, pero necesitaba que el viento azotara mi rostro con toda su fuerza para apartar de mi cerebro aquella derrota que sentía en mi interior. Regresaba a mi barrio abatida una vez más, sin sueños y con la esperanza trunca.

Todo el trayecto de la ciudad a casa fui rezando algunas oraciones que me había enseñado la abuela María,  e implorándole  piedad por mis pecados, a aquel Dios que nadie me enseñó a conocer, pero que en mi interior estaba la creencia oculta, al igual que le pasaba al resto de los hombres que aunque no lo sepan, todos la llevan en el corazón.

Tampoco sabía cómo enfrentar a mamá y a Silvito. ¡Qué inocentes!, ambos allá en mi pueblucho, llenos de esperanzas y sin imaginar siquiera el cúmulo de  mis impurezas carnales, mi cuerpo vendido al mejor concurrente, mi título de “gran prostituta”, de “Jinetera” codiciada por cuanto extranjero pisaba la casa de Tula.

Lo que es la vida, el cuerpo se contamina, el cerebro se enloquece, y aparentamos paz ante la vista ajena.

Quien me observara sin conocerme, hasta podía admirar mis atributos personales, mi belleza exterior, mi buena ropa de la mejor marca, mis perfumes dejando su estridencia por cada lugar que pasaba, mis bien pulidas manos acondicionadas para las más bajas caricias,. Mis ojos deslumbrantes de maquillaje en conjunto con mis labios con el perfecto objetivo de cazar con facilidad.

Lo triste del caso era que por fuera todo estaba a perder de boca, pero por dentro, quién adivinaba mi calvario y mi dolor profundo.

Mi familia lo único que sabía de mi era que había viajado a la capital en busca de mejoras salariales. Muchas jovencitas lo habían hecho y al final  triunfaban.  A muy alto precio, pero esto ningún familiar lo imaginaba. Solamente veía la coraza bien vestida, los regalos en los días de visita, la divisa resolver los problemas económicos, y la envidia de los vecinos que no tenían estas aparentes posibilidades.

Muchas veces observé a mamá henchida de  orgullo porque su hija trabajaba en la capital y ganaba lo suficiente para tener un televisor a color, un refrigerador nuevo, rejas en las puertas, una arrocera, y lavadora, entre el cúmulo de ganarías, y ropa reciclada que al por mayor le enviaba desde la Urbe donde vendía mis intimidades.

Para ella yo era la princesa de Gales, con reino y corona, sin advertir que no era más que un humanoide paquidermo sin éxito y enlodada en el deshonor y el descrédito. 

Pobre madre, nunca imaginó mi destrucción moral, ni el asco que congelaba mis mejores momentos, y mucho menos que a mi corta edad me había convertido en una bala perdida.

Estos pensamientos me agobiaban sin remedio, por lo que tenía que hacer algo para despejarme y llegar tranquila. Por eso comencé a mirar por la ventanilla del auto que me regresaba al terruño todo lo que abandoné por la perdición de la carne.

Hacía mucho que había dejado los campos verdecitos, y los trillos de albahaca y verbenas cimarronas que se confundían con el olor de las gardenias, y que tanto me gustaba absorber en mis noches de insomnio.

Miré al cielo y las nubes se acorralaban sobre el camino. Todo indicaba que la lluvia comenzaría a caer en cualquier momento, por lo que pensé que si eso sucedía bajarme del vehículo  y seguir a pie para que el agua  purificara mis extravíos, pero aun quedaba mucho tramo por recorrer.

El chofer del auto sintonizó una emisora de música bulliciosa, de esa que escuchan los jóvenes para olvidar o enloquecerse y perderse en su mundo de frustraciones.

Uno de los pasajeros pidió escuchar el noticiero para conocer como andaban las cosas. En esta disputa de gustos se pasaron unos minutos hasta que al fin accedió el chofer y comenzaron los avatares sociales y políticos, todos iguales.

Creo que desde que me fui a la capital se decía lo mismo, solamente cambiaban de fecha, porque como de costumbre los medios oficiales solamente promocionaban lo de su conveniencia que no era otra cosa de que se inauguraba o clausuraba algo, y todo a causa de algún inconveniente accidental, donde el estado no era cumplable.

Lo que si continuaba al por mayor pero solamente se conocía a través de “radio bemba” era los muertos, los heridos, los asaltos a turistas, los matrimonios deshechos, el alcoholismo, la droga, la mala cosecha.  Un campeonato ganado y muchos perdidos, asesinatos impunes, y muchos inocentes presos. Reyertas públicas, ayunos, y pancartas en contra del sistema, pero esto era pecaminoso si se decía, aunque cayeran raíles de punta.

Mientras esto sucedía a mi alrededor decidí comenzar a hojear una revista que llevaba en el bolso, pero por mucho que me esforcé no pude concentrarme en la lectura, gracias que del momento me sacó la noticia internacional sobre la guerra del Golfo que seguía causando bajas.

 Escuché con atención y preferí no inmutarme, de todas formas yo vivía mi propia guerra donde las bajas morales y espirituales eran alarmantes.

 Al fin el auto se deslizó por una de las calles principales de mi pueblucho. De lejos divisé las caballerizas de los carretones de tracción animal. El olor a orina de los asnos también me llegó como una bofetada.

Todo me parecía en tercera dimensión,  hasta la cólera de los borrachos que se agrupaban en la esquina del parque en espera del sorbo de infusión de la cafetería de la terminal de ómnibus, donde también el olor a orinas humanas invadía los olfatos.

A menos de tres metros la acera apuntalada por la curva ascendente de viajeros tratando de adivinar el vehículo que los llevaría a sus destinos en busca del pan nuestro. Una que otra baratija humana colgaba de la pestilencia, y algún que otro borracho retorciendo su cuerpo sobre los duros bancos del parque principal.

Por supuesto que los pregones también invadían el lugar con su clamor acostumbrado, entre los pitazos de los autos, los apurados, y la peste a petróleo quemado y a horno casero.

Todo estaba en su lugar, hasta Juanillo el austriaco, que por más de cinco décadas trató de poner en orden los desórdenes del cerebro de sus pacientes, y al final terminó con el de él sin un halito de lucidez, después de la jubilación se había dedicado a la rutina del parquecito donde se reunía la crápula de la vecindad, unos tratando de calmar el tedio, otros introduciéndole lentamente en el vicio de los olvidados.

A su lado como en estampida varias sabandijas colgadas de los coches que hacían lo posible por ponerse en marcha, mientras dos custodios pastoreaban al público con más rostro de verdugos que de seres humanos.

Todas estas cosas me confirmaban que había llegado a mi aldea. Solamente me quedaba caminar dos kilómetros para enfrentar un nuevo litigio familiar, con el cuerpo repleto de orgías y el bolso lleno de dólares.

Cuando llegué a casa mi hijito estaba con mucha fiebre, mientras papá vociferaba como de costumbre más ebrio que la propia ebriedad.

Mamá recalentaba un paño a fuego lento para ponérselo sobre el pecho y calmarle la tos, y mi hermanito lo paseaba en brazos de un lugar a otro esperando por el remedio.

Entré casi en puntillas, y antes de hablar observé el panorama que se abría ante mis ojos. Hasta que no pude más y después de saludarlos cariñosamente en un acto de confesión, lealtad, o conciencia me arrodillé a los pies de mi madre  y le conté todo lo que había hecho, jurándole por Silvito que nunca más iba a hacer nada igual, ni parecido.

Mientras me duró el dinero los problemas del hogar  se resolvieron, después me puse a lavar para la calle junto a mamá, pero quien se acostumbra a venderse no puede dejar de hacerlo, además tuve muchas cosas materiales, y cuando esto se acaba te sientes como una mosca dentro de un frasco.

Indudablemente había perdido muchas cosas entre ellas la decencia y ya no me bastaba con poco, necesitaba más aunque esto solamente me lo proporcionara el maldito sexo, por pecaminoso que fuera.

Debatiéndome entre las más viles ideas me mantuve por unos meses, hasta esa mañana en que me levanté muy tempranito ante el llanto de Silvito que pedía su pomito de leche. Cuando me encaminé al refrigerador la leche se había cortado pues toda la madrugada hubo un apagón,  entonces acudí a mamá para que me orientara que hacer en este caso.

-No toca hoy- Me dijo disgustada. -No olvides que es un día sí y uno no.-

-Y por aquí nadie podrá resolverme este problema-

 Le pregunté esperanzada.

-Solamente en divisas podrás conseguir un pomo de leche, porque en moneda nacional ni lo sueñes-

Me contestó de un tirón, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. La cosa aquí está muy difícil hija, ya no existen posibilidades ni para los lactantes.

Nada dije, salí a toda carrera con diez pesos moneda nacional en mi monedero, y anduve de punto en punto de leche, incluso fui a varias casas de amistades, pero todas estaban en la misma situación.

Desesperada por el llanto de hambre de mi hijo colado en mis sienes y destruyendo mi raciocinio, me encaminé a la bodega y hablé con Jacinto el administrador, a ver si él me podía prestarme el dinero en divisas, pues en las shopping si había este producto.

Jacinto me miró codicioso y como comerciante al fin me estocó con tremenda estampida de proposiciones. Acepté sin titubeos, y hasta di gracias a Dios de qué existiera Jacinto Lara.

El con rostro satisfecho me dio 100 pesos moneda nacional y fui de inmediato a comprar los dólares que necesitaba para el litro de leche que en ese momento en la caduca estaban a 27 pesos moneda nacional por un dólar estadounidense.

Esa noche cuando todos dormían fui a devolverle el favor. Me metí por la parte trasera de la bodega y sin rodeos me dispuse a enfrentar la inescrupulosa aventura.

Allí en la más cerrada oscuridad estaba esperándome con el deseo rebosado, Había llegado el momento de  debutar como prostituta barata y en moneda nacional y lo peor, sin refunfuñar.

-Te pareces a un bandido del cine mudo- Le dije para entrar en confianza, cuando lo vi medio emboscado detrás de los sacos de arroz.

-El se sorprendió de mis palabras, pues era un hombre de pueblo no acostumbrado a dicharachos y mucho menos sabía de cine mudo, por lo que le cambie la temática y me dispuse a lo material, que en un final era su objetivo.

Aquí estoy para pagarte el favorcito de la mañana, además darte las gracias, porque gracias a ti, mi hijo hoy tomó leche.

Le dije agradecida, mientras su respiración pasada de años se aceleraba. Jamás olvidaré la boca de aquel hombre, indiscutiblemente era un mamífero primate dotado de inteligencia y con un cerebro voluminoso.

Nunca pensé hasta que punto me manipularía sexualmente, pero no protesté me dejé llevar por aquella aparente agilidad de adolescente que me vaciaba.

-Te felicito-

Le dije cuando terminó totalmente agotado y sudoroso, se veía nervioso y asombrado ante mi cuerpo descubierto sin el menor pudor.

-Bueno me marcho, ya te pagué el favor.-

Le comenté limpiándome con un trapo los restos de su virilidad.

-No dejes de volver mañana.-

Me recalcó tembloroso y sin poder levantarse de encima de los sacos de yute que nos sirvieron de lecho.

Nada le contesté, salí como entré, sin advertir que dejaba mi dignidad sobre el piso.

Esto me resultaba cómico y trágico a la vez. ¿Cómo era posible que yo, qué había regresado de la capital decidida a tomar otra vida cayera nuevamente en la venta de sexo y esta vez por tan poco?  

Más de dos horas me las pase debatiéndome con la conciencia, hasta me aferré a los barrotes de la ventana y me di varias veces en la cabeza a ver si despertaba, pero nada, era una lucha interna con la dignidad y la necesidad, como si fuera una partida de canastas que quieres ganar pero no sabes cuál es la carta premiada.

 Realmente mi vida era un rompecabezas donde siempre faltan fragmentos centrales  por armar, y todo se queda sin forma, ni razones.

Tomé una moneda en mano y  lancé a ver si me salía cara o cruz, entonces podría decidirme  que rumbo tomar. Al caer, cayó cruz, y era cierto. Mi cruz, mi calvario, mi vida no era otra cosa. Me habían enviado a romper quién sabe qué corrientes.

Todo para mí era un tedio, una aventura, una derrota o una victoria, o el festín de los cuervos del infierno, porque el paraíso era demasiado voluptuoso.

A partir de ese día me oculté de todos los vecinos por miedo a que detectaran en mí el desenfreno que cometí con Jacinto el bodeguero.

Jacinto me vio nacer, su ex-mujer era en mi casa como de la familia. Sus hijas fueron compañeritas de la primaria. Incluyendo a Marcia que fue siempre mi mejor amiguita de la niñez. Por lo que mi acto era uno de los peores pecados de ingratitud y desvergüenza.

Pero por mucho que traté de ocultarme, de ellos y de todos, una tarde apareció Jacinto con un cartucho repleto de arroz, frijoles, azúcar, y otros alimentos, con el disimulo que eran para el niño.

Papá que ya en este entonces había decidido beber un poco menos, por ciertos dolores punzantes en el hígado y estómago, además del miedo a morir, fue quien lo recibió, y sin mandarlo a pasar, desde la misma puerta comenzó a darme gritos para que saliera a su encuentro.

Qué lejos estaba mi  alcoholizado padre de que la visita de Jacinto no era por humanidad, sino que me llevaba aquellos alimentos con el objetivo de invitarme a una nueva orgía en la trastienda de su negocio.

Pero bueno así es la vida sobre la tierra, momentos y más momentos, sorpresas y más sorpresas, y una no tiene otra opción que seguir la rima.

Sin otro remedio salí un poco molesta ante la gritería, pero fingiendo una sincera sonrisa entre dientes.

Lo mandé a sentar, más amable que de costumbre, mientras papá se arrinconaba con su acostumbrado vaso a la derecha del comedor, ausente presente de lo que me estaba sucediendo.

Jacinto tenía los ojos en blanco y la piel de cebolla morada, y a poca distancia se escuchaba el fuelle de sus pulmones en un gran esfuerzo por respirar.

Las cejas pobladas con algunos pelos largos que le caían asquerosamente sobre los ojos, y un sudor grueso y amarillento que no solamente le manchaba las axilas, sino que corría por su cuello como grasa de puerco frita.

Le pregunté si algo le sucedía, pero nada me contestó, solamente me tomó por una mano y mirando para todas partes me arrastró hasta su rostro, diciéndome que venía por mí sobre las 10 de esa noche porque  deseaba volver a cogerme.

Sus palabras golpearon mi realidad, sentí acetona en las venas, y sin palabras caminé con disimuló hasta la ventana que el viento azotaba dejando penetrar un rayo de sol que caía sobre los rombos de lo que en vida fue un tapete afgano regalo de uno de mis antiguos clientes en casa de Tula.

Cerré de un tirón la misma descargando en aquel gesto toda la impotencia del mundo, mientras en mis oídos no dejaba de meterse el fuelle de sus pulmones  resoplando con dificultad.

Sin advertir mi mal humor, no perdió tiempo en volverse a acercar a mi oído,  insistiendo con la invitación para esa noche, señalándome que no lo embarcara, porque esta vez seria en un hotel del pueblo.

Mi cerebro iba y venía como una montaña rusa dando vueltas. Todo me parecía un ritual. Te invito. Vas. Te dejas coger. Hacer sexo. Pagarme. En fin todo menos lo que mi corazón deseaba que era el amor, que me hicieran sentir el sexo, no hacérmelo como un objeto apetitivo.

Pero cómo explicarle a aquel vejete que yo había estado con el por los 100 pesos para la leche. Eso no sabía si lo entendería, o quién sabe si hasta me buscaría un problema, pues se veía a las claras su machismo y prepotencia. Además me daba pena caer tan bajo, aunque cometiera los peores hechos.

La voz de mamá irrumpió el momento, con su taza de café para Jacinto. Le dio las gracias por el café y el azúcar, afirmándole qué de lo contrario no hubiese podido brindarle nada.

Nuevamente la realidad, y las palabras de mamá se colaron en mi inmadurez y solidificaron  mi espíritu de madre las casas.

Miré para Jacinto y le dije en voz baja que sí qué me dijera el lugar.

Se marchó después de los detalles, entonces yo me aferré nuevamente a los balaustres de la ventana de la sala, y para confirmar que seguía viva  me flagelé contra los hierros, a la vez que escuchaba en mi subconsciente el ruido de muchas ruecas juntas hilando mi cruel destino.

Llegué a la hora y  lugar acordado, allí en la entrada del hotelucho del pueblo, estaba Jacinto esperándome con sus mejores galas.

Me tomó por el brazo y me encaminó al restaurante explicándome que sin comer no podía hacer el amor, porque si no se pasaría el tiempo desfallecido por aquello de los bajones de azúcar de la sangre, y él quería disfrutar por completo.

Lo seguí como una autómata, comimos, tomamos, y yo sin pronunciar palabras.

Después subimos por el elevador hasta la habitación donde por no sé por  cuántas veces iba a dejar mis principios sobre el semen.

Entramos y nos sentamos en los butacones de mimbre que había al lado de la cama. Desde allí podía observar las estrellas todas juntas, y escoltadas por una  luna llena.  Hasta me sonreí para mis adentros con la leyenda de que en luna llena los hombres se vuelven lobos. Y  era cierto Jacinto no parecía otra cosa que un lobo hambriento preparando su presa para devorarla.

Era increíble ver como una buena parte de la vida se consumía en insignificancias. Pero bueno es la propia vida, por eso cuando nos vamos tenemos que regresar a pagar las deudas pendientes.

Jacinto se puso de pie con elegancia, tratando de que yo cogiera confianza. Para él era un triunfo, para mí una nueva derrota.

Mi realidad no era otra, que entregarme sin decir no, de todas formas necesitaba en esos momentos de alguien que me ayudara hasta encontrar empleo.

En menos de dos segundos comenzó la acción devoradora, (La receta puede encontrarse en cualquier libro de la vida).

El león dormido se le despertó a Jacinto y comenzó a lamer todas mis cavidades,  a la vez que me decía que llevaba cinco mil años sin hacer el amor a gusto, y ahora se saciaba a plenitud.

Mientras él hablaba sin parar, mi cuerpo olía a corcho quemado, y el asco se apoderaba por completo de todo mi esqueleto.

Al cabo de dos horas de julepe soltó el escudo y el sable cayó sobre la cama sin vida. Entonces era mi respiración la que soltaba todos los vapores de este mundo. Me sentía un escarabajo en un frasco de vidrio.

A partir de este momento comenzó la letanía, las proposiciones, las ofertas, y hasta me habló de matrimonio y terminar de criar a Silvito.

Y mientras él me llenaba de ilusiones y posibilidades yo no dejaba de pensar en Silvio, en la noche que fui de él por primera vez, en lo sublime de aquel momento, y el asco que sentía con todos los posteriores hombres.

Pero Jacinto no paraba sus ofertas, hasta llegó a suplicarme un poco de amor, tan sólo porque a partir de aquel momento ya no podría vivir sin el remolino de mis caderas.

Qué lejos estaba Jacinto de saber que había sido adiestrada para enloquecer a vejetes como él, con el único objetivo de que pagaran más por ese movimiento y que lo hacía como una maquinaria sin sentir otra cosa que no fuera repulsión.

Sin ofenderlo, y quitándome la careta, pero haciendo todo lo posible porque me comprendiera, le expliqué mi situación en aquel momento, y que solamente lo hacía por la necesidad y la falta de empleo.

El se creía un Casanova,  un héroe salvando a una princesa rosa, no tuvo en cuenta mis declaraciones y se desgastó en ofertas.

Al darme cuenta de que no comprendía nada, y estaba totalmente extasiado con mi juventud, pensé era mejor contarle mi verdad, y que solamente viera en mí a la mujer necesitada, que jamás me fijaría en él como hombre.

Jacinto me miró de pies a cabeza con un mirada que hoy pienso fue de disgusto y desprecio, pero supo envolverla en una sonrisa aparentemente afable y sacando de su billetera cien pesos en moneda nacional me los puso dentro de los senos, diciéndome que eso era lo que yo valía, pues me había considerado una muchacha decente, y no era más que una prostituta barata.

Los dos salimos del lugar sin palabras. Yo una vez más frustrada y el dichoso por haberme poseído por tan poco  y con pésimo concepto sobre mi moral, aunque también se hubiera ilusionado, porque no, pero si fue así ni lo creí, pues ya no creía en nadie, solamente en el mal sano de Silvio.

Al día siguiente desengañada de todo y sintiéndome peor que una perra en celo asediada por la turba de caninos deseosos, me propuse regresar a mis caminatas de calle en calle en busca de trabajo, o de cualquier medio de subsistencia fuera de los domésticos, pero que me permitieran alejarme de la entrega por dinero.

En el hospital general del pueblo, conseguí una plaza de limpieza por l20 pesos mensuales.

Tenía que dejar lustrosas tres salas y el pasillo central, de 7 a 3 de la  tarde. Esta cifra era demasiado ínfima para enfrentar los precios del mercado, por eso llegué a la conclusión que trabajaba por gusto, casi todo se me iba solamente en pasajes y en el litro de leche del niño, que cuando no llegaba en tiempo, se cortaba, y cuando no le caía una cucaracha y había que votarlo, y salir corriendo a comprar dólares para ir a la tienda por divisas.

Ante la fuerte crisis económica, enfrenté varios empleos todos con similares salarios, y sin esperanzas de aumento, mientras los productos de primera necesidad continuaban a precios muy elevados y la mayoría en divisas.

Jacinto nunca más me miró a la cara, pero Feliciano un viejo placero que también me conocía desde la niñez me ayudaba con algunas viandas que venían de cuando en cuando, y Donato el carnicero a veces me resolvía unas libras de picadillo de soja, o algún huevo fuera de la cuota normada.

Todas estas bondades a cambio de un toqueteo disimulado, algún beso robado y sometida para un futuro inmediato a tener que volver a ceder por necesidad entre sus piernas, como lo había hecho yo y otras mujeres que estaban en la misma situación.

Bien lo decía Filomena una viejecita que tenía mucha filosofía de la vida, “La juventud lo resuelve todo con el cuerpo, las viejas tenemos que aflojar mucho dinero y ni así resuelven "...creo que nunca dijo una verdad más grande, porque yo lo vivía en carne propia.

Otras veces le coqueteaba a Rafael otro bodeguero, y el viejo aunque nunca me pudo coger, por tal de que le enseñara los senos, me resolvía fuera de la cuota normada algunas libras de arroz, y algún poco de aceite.

En estas andanzas callejeras conocí a Luis Saladriga, otro viejo verde pero menos morboso, que tan sólo por hacerle compañía algunas veces y escucharle sus charlas prepotentes de la juventud,  me daba un dólar para comprar un jabón de lavar y uno de baño para el niño.  

Toda su familia vivía en Europa, y Estados Unidos, pero él después de recorrer el mundo decidió regresar a morir sus últimos días al lugar que lo vio nacer. Siempre me decía que un viejo no valía nada fuera de su pedazo de tierra, y que para no hacerle carga pública a la familia prefirió regresar a su casita, donde se sentía Rey.

Había sido periodista y locutor en su juventud, profesión que ejerció en otros países. Le gustaba mucho leer, aunque ya no podía por la ceguera, pero aun  guardaba mucha cultura en su cabeza.

Con el pude aprender algunas cosas importantes, pero mi cerebro no tenía espacio para letras, y mucho menos para aprendizajes culturales. Me sentía perturbada y ansiosa, solamente tenía cabeza para llevar el pelo y pensar cómo resolver el pan diario.

Después de incitarme al aprendizaje, y a la lectura, me dejó sin remedio, y me regaló cuarenta  libros de literatura universal, casi todos aventuras y novelas para que leyera  cuando tuviera tiempo y me cultivara.

Yo no leí ni una, las metí  todas en un saco y las vendí en la calle principal a Fiallo el librero que se dedicaba a comprar y vender libros de uso.

Por los cuarenta ejemplares me dio  cuarenta pesos moneda nacional que no era mucho, pero era algo.

También realicé algunos trabajos domésticos, de limpieza, muy mal pagados, pero no tenía otra posibilidad y los realizaba hasta por un poco de frijoles.

Todas estas cosas las hacía imaginándomelas parte de un empleo, para que la conciencia no me hiciera picotilla el haber incumplido con la promesa que le hice a mamá cuando regresé del prostíbulo de Tula.

Cuando no encontraba un billetico decentemente, me escurría al almacén donde trabajaba Dimas otro viejo verde y por masturbarlo  detrás de los estantes me daba algún alimento para mi hijo.

Esto no lo pude seguir haciendo ni de forma intermitente, pues el viejo me cansaba mucho el brazo de tanto agitarle  el pene, a causa de  que sufría  de impotencia y otras de eyaculación precoz, y un día el mismo se fue alejando por pena conmigo.

Lucila Paula, una anciana de mucha experiencia a la que no le pude pasar gato por liebre con mi realidad de sobrevivencia, me dijo una vez que los hombres cuando no pueden hacerlo se deprimen, y quieren lograrlo hasta morir. Para ellos la vida se acaba con la impotencia o el tamaño del pene. 

Según las estadísticas, mucha de las causas del suicidio era  por esas razones. Sin embargo para mí nada de eso era importante, solamente la comprensión y el amor que nunca tuve.

Lucila Paula, me confesó que ella en su juventud tuvo que meterse a prostituta porque su propio novio se la llevó para la ciudad como mujer, y al cansarse de estar con ella, se la regaló a unos chinos que tenían una  fonda.

Allí tuvo que hacer de todo para sobrevivir, hasta que en el año 60  habían intervenido el lugar y la colocaron  en una fábrica de carteras ganando una miseria, y eso que le aseguraron que a partir de ese momento había llegado la emancipación de la mujer, sin embargo al cabo de unos meses tuvo que hacerse amante del jefe de la fábrica para poder resolver la situación económica. En un final siguió en lo mismo, y nunca pudo ser feliz.

Lucila Paula se las traía haciendo cuentos, y yo la escuchaba sin cansancio, porque en el fondo era una letrada en ese asunto de la filosofía callejera.

Cuando falleció lo sentí mucho, porque a su velorio no asistió nadie, solamente yo. Por eso cada vez que me siento mal voy a su sepulcro y le cuento mis cuitas. Aun no ha subido al limbo, imagino que reencarnó rápido, pero aun no he descubierto en que cuerpo lo hizo.  

Mi vida se había convertido en un malabarismo. De allante para atrás me pasaba los días, pero soluciones ningunas, por eso  desalentada y vacía por mi nueva ocupación de rata de trastienda y cansada de entregarme sin amor a todos los que podían resolverme algunas migajas para mi hijo, pensé que era mejor morir que continuar sin apelaciones al pudor.

Busqué varias tabletas de amitriptilina y me las tomé de un golpe, junto a media botella de ron de las que mi padre dejaba por las esquinas de la casa, pero me puse tan desgraciada que solamente caí borracha como una mona y estuve durmiendo tres días, después desperté y no me quedó más remedio que seguir mi destino sin protestas.

Unas veces arrepentida y otras resignada era mi bregar, por los días del villacrusis, sin lograr nada con querer morir u  ocultarme para no seguir metiendo la pata de la peor forma. Porque al final la metía hasta la cintura.

Una noche tuve una terrible pesadilla donde me arrastraban por unas calles de piedra que nunca antes conocí. Mis pedazos iban cayendo ensangrentados y de nada me valía gritar, porque todos pasaban a mi lado sin advertir mi tormento. Asustada y sudando copiosamente me desperté.

Miré a todos mis alrededores y comprendí  que había sido una pesadilla, pero tal vez era una premonición, por lo que  tenía que salir de mi escondite espiritual y enfrentar mi realidad y la crisis.

Entonces fue cuando una vecina me habló de irme con ella a recoger naranjas para el campo, y así lo hice pero el pago también era muy bajo, y mis espaldas no aguantaban tantas horas de pie de árbol en árbol para poder cumplir la norma fijada.

Posteriormente me fui con otro grupo a la recogida de papas. Aquí me fue peor, porque era agachas horas tras horas llenando cestas, y el pago igual, además del fuerte sol que nos quemaba la piel y las esperanzas.

Entre un trabajo y otro anduve por más de ocho puestos diferentes pero todos en la agricultura, y para no quejarme hasta me fui a trabajar a la construcción. Aquí fue donde terminé de perder el brillo de la capital.

Mis manos se pusieron ásperas, y rotas como mi corazón. La piel se me oscureció, el cabello se comenzó a decolorar y a perder junto a mi rostro la lozanía.

Todo esto además de un fuerte hongo en manos y pies  que me provocó el polvo del cemento, y por poco me quedo sin dedos. Sin contar los repetidos ataques de asma que no más de una vez me pusieron al borde del paro respiratorio, acompañados de dos neumonías muy severas.

Ya sin esperanzas de poder resolverle los problemas a mi hijito decidí volver a hablar con Silvio, y así lo hice salí en su busca con mi niño a cuestas.

Silvito tenía veintidós  meses por tal razón sus necesidades aumentaban, y me hacían sentirme mucho más impotente.

Nuestra conversación duró cuatro segundos, porque no dejó qué me expresara, ni le explicará siquiera el por qué fui en su ayuda. 

Lo abordé en plena acera, y sin mirar para mi cara, y mucho menos para la del niño  me dijo:

-No me cuentes nada, Ese niño no es mi hijo, búscale el padre, y deja de querer metérmelo por los ojos.-

Al escuchar aquellas palabras me llené de mucha más cólera y le refuté, apretando a Silvito contra mí pecho.

-¿Qué tú dices?... Nadie antes me tocó, sabes que fuiste el primero y el último.-

Pero el no me daba tregua, no quería que le dijera nada. Y siguió ofendiéndome.

-Eso dices tú,... ¿pero qué pruebas tienes?-

-¡Sabes que era virgen!-

Le grité desesperada y ahogada en llanto

-¿Si... y quién te lo va a creer?... ya las vírgenes no existen. No olvides que cuando me provocaste y sucedió lo que sucedió entre nosotros yo estaba ebrio,.. Aunque recuerdo vagamente que algo de eso me dijiste, pero yo no te creí-

Sin decir palabras, porque realmente el tenia y no tenía razón, apreté bien al niño contra mi cuerpo y salí a toda carrera del lugar.

Ya varias personas se habían dado cuenta del momento y acudían curiosas.

A pesar del dolor que me provocaron sus palabras en el fondo estaba segura de que  Silvio tenía toda la razón.

¿Quién me lo iba a creer? Por eso seguí los consejos de mis vecinas y le hice una demanda judicial, solamente así podía recibir una pensión para el niño, que me ayudará aunque fuera a comprarle la leche, además de algún empleo que la suerte pusiera en mi camino algún día mejor remunerado.

El abogado que atendió la demanda exigió una prueba de paternidad la cual fue positiva. Causa suficiente para que Silvio enfureciera como nunca lo pensé, al extremo que me amenazó sin escrúpulos delante de toda la concurrencia.

-¡Elena no juegues conmigo!,...nadie mejor que tú sabes que estuve contigo porque te me metiste por los ojos.-

Me gritó agresivo y despiadado.

- Eso es verdad.- Le dije -Pero no te invité a hacer el amor, ese me lo hiciste porque te dio la gana...Ahora paga las consecuencias.-

Le respondí llena de un valor y un  orgullo que no sé como salió dentro de tanto miedo.

-Esto que me haces es una bajeza tuya. No quise tener ese hijo y te encaprichaste, porque lo que no sabe el abogado es qué eres adolescente para algunas cosas, pero para otras no.-

-Bueno a mi no me importa lo que tu pienses,...es tú hijo y tienes que pasarle la manutención quieras o no, ya verás el día del juicio.-

-Si eso sucede así a la fuerza, ya sabrás tú  lo que voy a hacer contigo, a mi no me jode la vida quién quiera sino, quién pueda.-

Terminó diciéndome con los ojos llenos de cólera.

Al fin llegó el día del juicio y el fiscal dictó sentencia. Debía abonarle mensualmente al niño de acuerdo a la per cápita de su salario 25 pesos mensuales y pagarme en cuatro plazos todo lo que le dejó de pasarle en 22 meses.

Por supuesto que esto acabo con su estabilidad emocional. Y así fue como supe que Silvio era casado y tenía cuatro hijos más.

Uno de ellos el mismo niño que lo acompañó  a ver al empleado de la panadería  y los otros tres no pasaban de los l0 años. Además supe que la esposa lo abandonó al saber lo de mi niño con la demanda que le hice.

Verdaderamente lo había destruido sin proponérmelo, aunque realmente yo no tenía la culpa, me enamoré de él y no pensé en las consecuencias, ahora enfrentaba la vida con un hijo en brazos, sin trabajo, y en un país en crisis económica, por lo que no tenía otra salida que pedirle ayuda, aunque desbancara su economía familiar.

Comprender todo esto me puso muy deprimida, y desde que salí de la sala de lo civil un extraño escalofrió me recorrió de pies a cabeza. También desde ese día la intranquilidad se apoderó de mí sin darme tregua  ni una sola hora.

Muchos no me lo quisieron creer, pero siempre tuve mis premoniciones y mis presentimientos fueron muy confiables, y estaba segura que en el brillo de sus ojos estaba la venganza haciendo de las suyas.

Mamá y tía Obdulia que no sabían cómo lo conocí, ni siquiera como me le metí por los ojos, y lo irresponsable que fui queriendo dejarme el embarazo, lo acusaban de mal padre, y miles de cosas más, pero yo estaba segura que Silvito no fue deseado, ni planificado por su padre ni por mí, solamente nació de mi inmadurez y mi irresponsabilidad, además porque yo quise, pero eso no podía explicárselos a esas alturas, pues nunca me lo iban a entender, y mucho menos a perdonar.

Por eso me tragaba las palabras, y esperaba los acontecimientos con muchos cargos de conciencia.

Se lo conté a Dalia, la cual se puso muy mal, y hasta me recriminó fuertemente, pero yo nada sabía, hasta que me lo explicó  con detalles.

El dinero que me llevaba Silvio durante los meses del embarazo y las cosas de comer me las enviaba ella con él. Le había suplicado que lo hiciera para que no tuviera problemas con la formación y desarrollo del niño en el vientre, y  terminará mi gestación feliz. Después le dijo que  podía marcharse tranquilamente.

Fue un acuerdo entre los dos, que él aceptó según me dijo ella a causa de un favor que le debía desde hacía mucho tiempo.

Dalia tenía la amarga experiencia precisamente por capricho de adolescente, de haber perdido un embarazo a causa de un gran sufrimiento.

Su hijo murió al nacer, y todo sucedió  porque el marido la golpeaba y  humillaba delante de todos, sometiéndola a las peores bajezas por venganza de haberse casado obligado por la familia.

Además cuando estaba próxima a los 9 meses la abandonó y se fue a vivir con otra.

Por estas razones Dalia me había pedido hablar ella con Silvio, y que yo no lo hiciera, no quería que a mí me sucediera lo mismo.

Así fue como supe el valor y la amistad sincera que aquella mujer me profesaba, y a la que nunca escuché, ni siquiera traté de averiguar el por qué de sus tristezas.

También comprendí con esta confesión de Dalia el por qué  se molestaba tanto cuando yo insistía en Silvio, y me pedía que tuviera dignidad.

Nadie mejor que ella sabía en el bache tan profundo en que yo por obsesiva e impulsiva había caído, pero yo no entendía de consecuencias, ni de venganzas, ni siquiera sabía cómo podían pensar los seres humanos cuando se creían burlados.

Por mucho que me rompo la cabeza no puedo aún entender el por qué no acepté nunca la verdad, que no más de una vez Dalia me quiso hacer ver para que despertara. Ni siquiera cuando me decía que Silvio jamás estaría conmigo como yo quería.

Aun sabiendo todas estas cosas, seguía preguntándole qué si no creía que Silvio cambiaria  a partir del momento en que ya sabía que el niño era de él y ella continuaba diciéndome sin cansancio.

-¿Por qué hiciste eso Elenita, si nadie mejor que tú sabe que Silvio nunca estuvo contigo, ni siquiera fueron novios, ni amantes, solamente una vez hicieron el amor y porque lo provocaste, inocentemente, pero lo provocaste,...acéptalo así,... él actuó sin saber que nunca habías tenido hombre. Me lo contó todo, entonces qué derecho tienes en destruirle y destruirte la vida?-

-Lo sé pero nadie mejor que tú conoces que lo amé y aún lo amo, además yo lo quise sin después.-

Le repetía una y mil veces sin raciocinio, sin analizar diálogo alguno.

-Pero él no te quiere, no te acabas de dar cuenta.-

Insistía Dalia sacando fuerzas para hacerme entender

 -No me hables así,-

Era lo único que le pedía y ella sin remedio me seguía aconsejando

-Perdóname pero es necesario que reacciones, estás haciendo algo que no debes, lo menos que hace una mujer es darse valor y olvidar que existe el hombre que tanto la desprecia.

-¿Acaso no sabes que es tener orgullo?...Despierta muchacha que te estás hundiendo tu misma sin darte cuenta.-

-¿Y acaso no crees qué deba pasarle una pensión al niño?-

-No me acabas de entender. No es que no quiera que le pasé la pensión al niño, sino que lo estas obligando con la ley, y ese niño nació por una novatada tuya y una cana al aire de él. Ni siquiera era tu novio, ni tu amigo íntimo...Nadie es testigo de que tuvieron ni siquiera un romance. Fíjate que lo único que justifica que el niño es de él fue la prueba de paternidad, y muchos se asombraron cuando lo supieron, tú misma me lo dijiste, o estoy diciendo mentiras.-

-No dices mentiras, todo es cierto, pero sabes que tuvimos un romance íntimo, o entonces cómo me hizo al niño.-Insistía caprichosamente.

-¿Un romance, cómo te hizo al niño?-

-Mira hazme el favor, lógicamente tú enamorada de él como una tonta, y él dándote calabaza noche a noche. Tú pintándole mono y el bebiendo con sus amigos sin mirarte siquiera...Y después las investigaciones con los amigos, incitándolo a que te hiciera lo que te hizo, O es que no te acuerdas que todo lo vi con mis propios ojos?-

-Tienes razón, pero estuvo conmigo y el niño es hijo de él, así lo prueban los exámenes de paternidad.-

-¿Y qué?...un espermatozoide que cogió vida en un acto sexual.- Me dijo despectiva y ofensiva porque su único objetivo era hacerme entender.

-No me hables así, parece hasta mentira que me digas eso con tal frialdad.-

-Discúlpame, pero me da genio y te lo tengo que decir para que abras los ojos. Date cuenta de que lo estas obligando a aceptar una responsabilidad que es solamente tuya.-

Me recalcó mi amiga muy airada. Pero yo seguía testaruda y afanada en una realidad solamente a mi vista.

Dalia continuaba en su afán de hacerme comprender el paso que había dado, y las consecuencias que enfrentaba por mi capricho e incapacidad. Entonces comenzó a contarme su desgracia oculta hasta ese momento.

-Comprende Elena que las cosas a la fuerza no resultan.

Te lo digo yo que a los quince años salí embarazada de mi novio, de varios meses de relaciones oficiales. ¿Y qué sucedió? nos casaron  a la fuerza y sufrí amargamente lo que nadie es capaz de imaginarse.-

-Pero fue  tu esposo ante  la ley.- Le dije para calmarle el dolor que reflejaban sus palabras.

-¿Y que gané con eso? Nada,...Ojalá hubiera tenido mi hijito sola, que a lo mejor no lo hubiese perdido al nacer.-

-¿Y acaso tú sabes lo que es amar de esta manera? –

Le pregunté interrogante, a la vez que caminaba de un lado a otro, con una intranquilidad alarmante.

-No, quizás no, porque eso tuyo es un aferramiento morboso, pero sí con mucha fuerza amé y perdí.-

-Quisiste perder, porque si soy yo, y el siendo mi marido ante la ley no me hace divorciar nadie.-

Le dije autoritaria. Pero Dalia no cesaba en hacerme entender si prosiguió las explicaciones.

-El amor es otra cosa, nada es a la fuerza. Por amor también se puede ceder, uno tiene que ser objetivo y tú lo que eres es muy caprichosa. Todo quieres sea como lo piensa tu cabeza, sin contar con la otra parte-

Las palabras de mi amiga eran para mis caprichos como el mismo viento azotando la razón, y no retiré la demanda, continúe adelante pasara lo que pasara porque dentro de mí se agitaba un despecho muy grande, y aunque en el fondo sabía que no tenía derecho alguno con aquella persona, sentía la necesidad de vengarme. No sé de qué cosa, pero vengarme hasta la saciedad, aún sin saber qué cosa era la venganza. Quizás querría vengarme de mi propia frustración  e impotencia.

A veces pienso que mi manera de ser era uno de los tantos estados que tiene la locura. Hoy me arrepiento de haber sido así pero ya no tiene remedio, además me enviaron adolescente, caprichosa y medio loca, con todos los karmas a la vez purificándose, y yo nada podía hacer para evitarlos.

Mientras llegaba el cumplimiento de la sentencia seguí tratando de resolver mis problemas. Unas veces vendiendo lo poco que me quedaba, otras pidiendo prestado, hasta llegué a robar gallinas como una vulgar ladrona.

Recuerdo que una tarde en que no sabía que llevar al caldero para mi hijo, me puse a la caza de unas gallinas y pollos de la cría de una vecina.

Más de dos horas tirándoles migajas de pan viejo a ver si alguna se dignaba a penetrar la cocinita, pero eran más huidizas que un venado. Al fin entró un polluelo de más menos dos libras, y me le tiré hasta asfixiarlo con mis propias manos. De allí fue a parar en una sopa para mi hijo.

Mi madre se presignaba. Mi hermanito aprendía una nueva modalidad de robo para su ya mala crianza y yo me anotaba un delito más a la conciencia.

Pero no había otra elección y sin muchas meditaciones cogí las plumas y les di candela dentro de una lata.

Como es natural el aire lleva el olor a pluma quedada hasta confines remotos, pero nada me interesó.

 Alguna que otra vecina leguleya se acercó comentando, pero yo enterré las pruebas del delito, solamente quedaba el olor y ese, podía venir de cualquier lugar, aunque era evidente que salía de mi cocina, pero bueno, nadie se empecinó en encontrar las pruebas, y el polluelo se dio por extraviado, para mi suerte y la de mi hijito.

No fue la primera ni la última vez que robé, también le fui al brío al corte de malangas y maíz de Filiberto que tenía cerca del camino real.

Qué iba hacer sí no tenía con que comprar ni una malanga para mi hijito, y no quería continuar vendiendo o regalando el cuerpo por una vianda.

De tanto andar unas en busca de empleo y otras de una fechoría en otra conocí a María Antonia una señora de mediana edad que vivía sola porque era viuda y todos sus familiares había marchado al exilio, y en estos momentos por tener un mal cardíaco que le aquejaba fuertemente necesitaba alguna persona que le hiciera la limpieza del hogar.

No era mucho lo que me pagaba, pero era algo, y mis necesidades en este momento aceptaban cualquier cosa si era moral, pues trataba de purificarme y después de la pesadilla decidí no volver a caer en el barranco sexual.

Esta señora tenía su aire de grandeza como todos los que en mi país vivían desahogados, y recibían remesas del extranjero, pero a mí eso me era indiferente, ya había navegado entre dólares y orgías y solamente me hacía falta continuar la vida decentemente.

Por lo menos era conversadora y eso me dio la oportunidad de hacer amistad con ella.

Me dijo que había tenido una hija pero se suicidó dándose candela y acusándola a ella de sus desgracias y frustraciones.

Al principio no me dio detalles del asunto pero después poco a poco fui ganando su confianza y una tarde en que se sentía muy abatida me contó lo sucedido.

Su única hija fue una muchacha muy desdichada en el amor, nunca fue de nadie, y sin embargo para el primer novio era una prostituta, porque en ese tiempo quien no tuviera virginidad sin haberse casado nunca, lo era. Tabúes de la falsa moral de esa época, pero que hacían muchos estragos a la humanidad.

Después de haber sufrido mucho la pérdida del primer amor, tuvo otros a los cuales nunca les confesó su verdad y cuando querían casarse los dejaba por miedo a contarles su drama.

Después conoció al peor de todos, pero cansada de andar de saltimbanqui y perdiendo moral a cada paso, a causa de los prejuicios provincianos que llovían a cántaros en cualquier lugar de mi país, decidió hablarle, pero no la verdad, sino le dijo que había tenido relaciones sexuales con su novio anterior, no con el padrastro que fue el que la había violado.

Este hombre en vez de aceptarlo como cosa normal lo que hizo fue utilizarla y después desprestigiarla con todos.

Salió embarazada de él y como tampoco quiso casarse con ella, se hizo una interrupción de embarazo y producto a una infección vaginal, hubo que hacerle una histerectomía total con sólo dieciocho años.

Todas estas cosas fueron afectándola síquicamente y no más de una vez tuvo que ser recluida en una sala de psiquiatría donde nada hicieron por ella, al contrario sentirse mucho peor y abatida, porque en estos hospitales la atención al demente o al afectado mental, solamente le proporcionan malos tratos y desilusiones, y sin son mujeres siquiátricas por problemas amorosos, hasta las seducen en las consultas o en los cuerpos de guardia cuando los pacientes y demás empleados duermen, en vez de tratar de curarlas.

Mamá me contó un caso que sucedió en ese mismo hospital de que me hablaba María Antonia, de una muchacha que se volvió  loca y no quiso nunca confesar el  mal que la atrofiaba, entonces todo el tiempo se la pasaba tomando cuanta tableta para los nervios existía, hasta que un día le dio un arrebato y la ingresaron. Cuando mejoró ella misma le contó a mamá que el médico que la atendía la enamoró y como ella tenía miedo que le dieran electrochoque se dejaba hacer el amor todos los días en la consulta cuando le tocaba la revisión médica.

Le dijo que una vez cuando entró se lo encontró haciéndolo con la enfermera en la misma consulta.

Por supuesto que esto lo hacen con las enfermas que le gustan porque con los ancianos dementes y los locos crónicos, a estos solamente le dan malos tratos y se burlan de ellos en su propia cara.

Mamá siempre decía que en este hospital psiquiátrico la ética médica no existía.

Como sabía está anécdota creí fielmente en lo que me dijo María Antonia, sobre lo sucedido a su hija. Aunque esta desgracia la  supo el día que se dio candela, y minutos antes de morir.

Ante tantos problemas mentales hubo que recluirla en varias oportunidades, y en vez de mejorar empeoraba. En medio de su locura decía que la violaban en el hospital, y nadie quería creerlo porque la consideraban loca. Por supuesto que ya lo que le había sucedido era terrible, y callarlo mucho mas, imagino, que al ser violada por el servicio médico terminó con su cerebro.

Le pregunté a la señora que si ella llegó a saber lo que le pasaba a su hija y el por qué de sus arrebatos.

María Antonia frotándose las manos y caminando de un lugar a otro, nerviosa y un poco aturdida tal vez por su nivel de culpa en el asunto, me comentó que cuando quedó viuda del padre de Isabelita, que así se llamaba la muchacha, conoció a Idelfonso, quien la ayudó a criar a la niña.

Que nunca se percato de nada raro en su marido, por lo que no estaba muy segura si era cierto lo que la hija le confesó antes de morir, porque su marido siempre pareció un hombre de bien, y quería mucho a  Isabelita y la complacía en  todo, por lo que no sabe si -se lo dijo como resultado de su propia locura.

Con estas palabras María Antonia trataba de justificarse, para mí no tenía perdón por no desconfiar hasta de su sombra, pero quién soy yo  para juzgar a nadie, aunque comprendiera el por qué la muchacha se suicidó de ser cierto todo lo que le dijo, y no era para menos, sin comprensión, ni ayuda, llevando un secreto y una frustración como esa cualquiera se hubiera quitado la vida antes.

Por supuesto que después de la muerte de la muchacha, y la de Idelfonso, no quedó tan mal parada, porque toda la herencia pasó a ella.

Ahora tenía una buena casa con todas las comodidades, dinero suficiente para pagar sirvientas, y comida al por mayor, por supuesto que sin paz interior, ni felicidad,  y pensar en que algún día la tendrá es imposible, porque esa hay que construirla día a día y es tan individual como el alma.

Después de conocer todas estas cosas me encogí de pies a cabeza pensando qué sería de María Antonia en la próxima reencarnación. Imagino que lo que le esperaba era terrible, porque a las mujeres que son primero hembras y después madres el castigo ha de ser tenebroso.

Aunque también pensaba ¿qué más castigo le podrán imponer que la soledad y la condena de la conciencia?, y eso a ella le sobraba.

Pero bueno todo esto que me contó eran sus problemas personales y yo tenía los míos, por tal razón como nadie puede tirar la primera piedra,  porque todos estamos llenos de pecados, traté de olvidarme de aquella revelación y sin querer hacer más leña del árbol caído solamente le dije que orara  mucho para que su Dios la perdonará, y me dediqué a lo que realmente me interesaba, que era no era otra cosa que trabajar para poder sufragar los gastos de mi pequeño Silvito, esta vez honradamente.

Comencé a trabajar en casa de esta señora de seis  de la mañana hasta pasada las seis de la tarde. Sin fuerzas llegaba a casa y me enfrascaba con los quehaceres de mi hijito.

Nunca más pude bañarme antes de las doce de la noche, y cuando terminaba muchas veces húmeda me tiraba en la cama y allí amanecía bajo el fuerte timbre del reloj de papá que era lo único de valor que quedaba en mi hogar, pues ante la crisis todo lo que pude comprar jineteando hubo que venderlo para comer.

Gracias a  Dalia matriculé la escuela por dirigido una vez a la semana pero mi cabeza no servía, era un marasmo de problemas que no me dejaban entender ni una sola palabra del maestro. Por eso al finalizar el semestre estuve suspensa en todas las asignaturas.

Era verdad lo que mamá me decía siempre, “con problemas materiales nadie puede enfrentar los intelectuales”. Sabía mi madre a pesar de ser tan analfabeta y haber vivido en una capsula familiar muchas verdades de la vida.

Repetir el año no me lo podía permitir porque ni siquiera podía darme el lujo de enfermarme, y seguía en pie, aunque la fiebre, la gripe, o el dolor que me daba casi todos los días en el vientre no me dejará permanecer de pie.

Entonces una vez más abandoné los estudios y continúe en casa de la señora María Antonia, trabajando salvajemente, pero mejor recompensada que en otros lugares, pues en un arranque de conciencia me aumentó la paga, aunque realmente el trabajo que realizaba allí era tremendo.

La casa era muy lujosa, todas las puertas y ventanas de cristales, los que había que fregar con manguera y detergente todos los días, después me pasaba casi 3 horas puliendo pisos, y así sucesivamente hasta que terminaba sin respiro.

Lucila la lavandera de María Antonia, siempre se estaba quejando de lo abusadora que era, pues solamente le pagaba por semana diez pesos moneda nacional por lavar ropa de cama, alfombras y ropa de calle

Yo solamente la escuchaba y callaba, porque en un final tal vez esta lavandera hacía tales comentarios para meterme en problemas, por eso nunca le conté la confianza que había  depositado en mí la señora, para evitar los celos y la envidia que abunda en la tierra.

En casa de María Antonia trabajé por mucho tiempo, nos hicimos grandes amigas, inclusive me ayudaba con más de lo que me pagaba por mis servicios para que pudiera comprarle cosas al niño. Todo indicaba que hicimos buena química porque con los demás era un látigo.

Se llegó a apegar tanto con Silvito, que me pedía que se lo llevará cada vez que pudiera, y él niño jugaba en el jardín con una pelota que le regaló, y se reía mucho con sus travesuras.

Así comprendí una vez más lo importante que es un niño para la soledad, y cuanto bien nos hace.-

-Un niño es toda la esperanza, el verdadero amor-

Siempre me decía, y se le llenaban los ojos de lágrimas.

Cada vez que decía esto, yo pensaba en el dolor que sentía con la pérdida de la hija, y por las causas que la perdió. Ya con ese dolor estaba pagando toda su falta de tacto y su culpa indirecta.

En este nuevo empleo conocí a Julián un amigo de la casa muy buen muchacho. Siempre me dijo que le gusté desde el primer día que me conoció, pero yo no le hacía caso y solamente me reía amistosamente.

Julián no se resignaba con rechazos  e insistía con sus requiebros amorosos, y yo como estaba tan sola para que me hiciera compañía, le permitía que me acompañara a casa al terminar la jornada laboral.

Llegamos a compenetrarnos tanto que hasta me cortejaba a llevar al niño al parque infantil, a la heladería, y cuando yo no podía, lo llevaba el solo.

Silvito comenzó a decirle papá, y por mucho que yo le decía que no era su papá, el muchachito no me hacía caso y seguía con el papá como pegapega.

Llegó el día del cumpleaños del niño y Julián se deshizo en atenciones. Le compró un cake muy bonito, una piñata con muchos caramelos y toda la ropita de ese día. Yo no tenía con qué pagarle tan buenas acciones. Un día me recriminé a mi misma ser tan tonta, y no ser capaz de amar aquel muchacho tan servicial y dedicado a mi hijo y a mí.

Pero los seres humanos somos incontrastables, y caprichosos, cuando no nos quieren, queremos hasta morir, y cuando nos quieren nos quedamos ciegos y sordos de remate.

Mamá muchas veces me aconsejó que Julián fuera un buen partido, y lo mejor que tenía era que quería mucho al niño y eso debía ser para mí lo primero. Pero yo seguía pensando en Silvio que no me quería para nada.

Un día le expliqué a mamá que no aceptaba a Julián porque ya había pasado muchos disgustos haciendo el sexo sin amor, solamente por dinero, y me había cogido tanta aversión que prefería nunca más volver a pensar en esa posibilidad, incluso me sentía frígida, inservible en ese aspecto.

Sabía que Julián podía llegar a ser un padre para mi hijo, pero para mí nunca podría llegar a ser un marido.

El todo esto lo sabía, incluso mi vida de jinetera en la capital, porque yo se la conté punto por punto, y él que era tan bueno, se compadecía y me prometía que nunca más iba a tener que regresar a esa vida mientras él existiera.

No le importaba que no lo aceptara como hombre, con ser amigo le era suficiente para quererme y ayudarme incondicionalmente.

Dalia estaba contenta con aquella relación amistosa, y mis padres igual y hacíamos comelatas los domingos, y oíamos música, y Julián me  ayudaba con los mandados y las cosas del hogar, hasta un fin de semanas me ayudo a pintar toda la casa.

Era el hombre perfecto, el ideal para cualquier mujer, pero no podía verlo como otra cosa que no fuera un buen amigo.

La señora de la casa me dijo muchas veces, que cuando ella muriera me iba a dejar en el testamento la casa para mí y Silvito. Aquello me llenaba de pena, y le pedía que no hablara de muerte, que no me gustaba.

Julián era para ella como el hijo varón  que no tuvo, y solamente para que éste fuera feliz, había tomado esa decisión, me repetía, además de la confianza y cariño que me profesaba particularmente, por eso siempre me estaba repitiendo:

-Metételo en la cabeza muchacha tonta, esta casa es para ti y tu hijito eso se lo prometí a Julián y lo voy a cumplir.-

Y yo salía corriendo de su lado para no escucharla. Nunca me gustó que la gente me hablara, de qué te dejo esto o aquellos cuando me muera.

Nunca quise tener nada de los muertos, siempre me conformé con lo que podía adquirir con mi propio esfuerzo.

Eran tantas los paseos con Julián, el niño y con él sola, que la gente comenzó a meterse en lo que no le importa.

Muchos me preguntaban que si me había casado, otros que si éramos novios, y así se lo dijeron a Silvio que ardía en cólera por obligarlo a pasarle la pensión de 25 pesos al niño. Y lo peor para él era que se lo descontaban del ínfimo salario que ganaba en un taller de motos, mes por mes.

Más de una vez le dijo a Dalia que se la tenía que pagar, porque le había anotado  aquel hijo que él no quería, pues con los de su matrimonio le sobraban, y Dalia me lo contaba todo con detalles. Y aunque esto me producía dolor, en el fondo su amor era como el peor de los maleficios, nunca se salía de mi pecho por muchos golpes que recibiera y a la más leve brisa comenzaba a arder con llamas inextinguibles.

Aunque yo no lo vi, una vecina me dijo que me espiaba desde la calle, y que cada vez que despedía a Julián en la puerta de mi casa me observaba, y después le metía el pie al carro y salía a toda velocidad.

Escuchar aquello era para mí un orgullo, inclusive me producían placer y hasta llegué a pensar que estaba celoso, por lo que me propuse hacerlo rabiar de celos, por eso no más de una vez despedí a Julián con un beso en la mejilla y con toda la zalamería que existe.

Para provocarme y buscar problemas dejó de trabajar por unos meses para que no le pudieran descontar la pensión del niño. Por lo menos así se lo hizo saber a Dalia porque lo que él quería era que yo lo buscara para discutir y sacarme lo de Julián.

Y no por celos como mi aturdido cerebro me hacía creer, sino porque su machismo equivocado lo hacía creer que me burlaba de él quitándole aquellos míseros 25 pesos y que en vez de cogerlos para el niño los cogía para salir con Julián.

Muchas veces comentó públicamente que de él no se burlaba nadie, y que yo lo estaba explotando.

Que ignorante pensar que con 25 pesos es una explotación y mucho menos se puede criar a un niño. Pero casi  todos los padres divorciados piensan así, y aunque nosotros nunca fuimos casados para los efectos era lo mismo, tenía un hijo de él y  aunque no lo quiso reconocer al principio después de la prueba de paternidad no le quedó otro remedio.

Era tanto lo que esta idea machacaba su machismo y prepotencia, que hizo todo lo posible por molestarme hasta la saciedad, y al no lograrlo se trazó un plan diferente.

Una noche se apareció en casa aprovechando que no estaba y discutió con mamá diciéndole que yo lo chantajeaba con el niño, y que aquello de tener  que pagar 22 meses de atraso sin tener la culpa de que yo quise parir al chiquillo me iba a costar muy caro.

Mamá que era inocente de la verdad, lo catálogo como el peor de los hombres. Inclusive me pidió muchas veces que no le dejara ver al niño, petición que le pude cumplir a cabalidad, y no porque tomé esa decisión, sino porque él mismo nunca quiso ir a verlo, ni siquiera se preocupó nunca por él.

Después de este incidente con mamá, donde según me contó se dijeron todo lo que cada cual tenía por dentro, y hasta intervino mi padre a pesar de su estado de ebriedad, todo indicaba que se había tranquilizado, por lo menos no lo vieron más los vecinos rondando mi hogar, ni Dalia me contó que fue a verla a su trabajo a recargarla con su letanía. Ni siquiera se ocupó de hacerle llegar la pensión al niño a través de su nuevo puesto de trabajo. Su único objetivo era apretarme hasta hacerme explotar con un proyecto muy bien diseñado para su maldad e impotencia paterna.

Pero como el diablo no duerme y siempre está al acecho, con esta actitud lanzó su flecha envenenada sobre mi aparente tranquilidad.

Una tarde cuando salía de casa de María Antonia, me tropecé con él asegurándome era una casualidad, pues estaba parado en aquella esquina cuando pasé. Después supe que no fue así, me esperaba porque quería conversar de un asunto muy importante.

- ¿Cómo estas Elen?- Desde que regresaste de la capital no nos vemos.

-Bien... y eso de Elen,… tú nunca me has llamado así.-

Le dije con molestia.

-No, pero ahora si voy a hacerlo.-

 Me dijo sonriente, a la vez que se me acercaba provocativo y amoroso. Cosa no común en su carácter, pero una mujer enamorada es fácil de confundir.

-Pues sabes, me gusta que me digas así.-

Contesté  pizpireta, y mucho más ciega que al principio, y sin recordar la última discusión que tuvimos y sus amenazas.

-¿Y bien que quieres de mi?-

Le pregunté ansiosa y más estúpida  que de costumbre.

-No, nada importante, solamente te extrañaba,... ¿Te molestó qué te esperara?-.Repitió con donaire de galán

-No chico,....al contrario, me encanta.-

Le afirmé mirándolo tiernamente, y rindiéndome ante cuánto pensamiento me había asegurado a mi misma sobre su desprecio.

- Me alegra saberlo.-

Dijo provocativo.

- A mi mucho más.-

Le respondí pegajosa con toda la satería que llevaba dentro. Una vez más comprobaba que Silvio era mi hombre, y consideraba el momento justo para tratar de seducirlo nuevamente, olvidando todo lo que había sufrido por él.

-Me divorcie legalmente-

Me dijo con la voz entrecortada, y si recalcando la frase a propósito

-¿Cómo dices?...No te creo.-

Le pregunté un poco aturdida, mientras el observaba todas mis reacciones faciales.

-Sí, lo hice hace varios días, pues comprendí que ya mi esposa y yo no tenemos nada en común.-

Me contó con palabras seguras y directas a mi fragilidad. Después de un segundo de silencio prosiguió.

-Pues nada. Todo se complicó entre nosotros después de lo del niño, sé que nunca me lo va a perdonar, por eso me porte tan mal contigo.-

- ¿Por eso?-

-Si Elena, se me unió la prepotencia con la realidad. No quería tener problemas en mi matrimonio por mis hijos, pero ya vez al final todo se terminó, ahora te pido me perdones,  fui un estúpido, no te valoré.-

Me reiteró inteligentemente derrumbando todas mis fuerzas femeninas. Después terminó de seducirme tomándome por la barbilla y mirándome a los ojos con una mirada nunca antes conocida me dijo:

-Por eso… si no es mucho pedirte volvamos a empezar, pero esta vez oficialmente.-

Quedé atontada con aquellas palabras de Silvio, no podía ser posible lo que escuchaba, pero era él mismo quien me lo decía, por lo menos debía creerle.

Y así fue como a partir de ese momento comenzamos a vernos todos los días. Todo parecía cuento de hadas, su trato inmejorable, su amor dedicado y profundo, parecíamos dos tortolitos llenos de dicha.

¡Qué amor!, me repetía a mí misma, incluso me aseguraba que la suerte estaba de mi parte, y hasta llegué a discrepar fuertemente por no sé cuantas veces con Dalia que no dejó de advertirme, como dice el refrán, "que las segundas partes no son buenas, y aquello de qué el perro huevero aunque le quemen el hocico sigue siendo huevero"

Silvio perspicazmente me seducía a todos sus caprichos. Me llenaba de halagos, pero la pensión de Silvito se quedaba todos los meses en la espera, y como creía tenerlo a él, nada le reprochaba, ni siquiera le exigí, ni pregunté por ella.

Qué ajena estaba de saber qué su regreso era una coartada.

Hasta mi madre había cambiado de opinión con su regreso. Lo creían formal, buen hombre, y él se desgastaba en atenciones con ella y hasta con papé que algunas veces dejaba de tomar ante los fuertes azotes del hígado. Le regalaba tabacos, ron y hasta una camisa el día de los padres, todo para ganárselo y tenerlo de su lado, ante cualquier problema.

Fantásticamente fingía como todo un actor de primera línea. Llegaba a casa muy temprano, cargaba al niño, llenándolo de agasajos. Me arrullaba con sus palabras tiernas, y no más de una vez lo tomó de la manita sacándolo al portal para que todos lo vieran con su hijito.

Mis vecinas más cercanas lo saludaban con afecto, y hasta Panchito el cartero hizo amistad con él y cuando iba a entregar la correspondencia a la vecindad se pasaba un rato conversando de sus parientes que por casualidad decía eran del mismo poblado que el de Silvio.

Para que contar mi regocijo con su actitud fraternal. Mi  felicidad era envidiable creyéndome la más dichosa, y sin sospechar nada que no fuera, que su regreso era para el bien de todos, sin darme cuenta que las segundas partes nunca sirven, y que detrás de una traición la otra asoma con mayor severidad.

Para congraciarme y hacerle ver que era todo para mí, no más de una vez le pregunté que si le molestaba mi trabajo en casa de María Antonia, pero siempre me decía que no, que siguiera allí, de esa forma tenía mi dinero para lo que quisiera, ya que a él con las pensiones que tenía que pasarle a los hijos le era suficiente.

Toda mi prosperidad se la comuniqué a María Antonia y ella me felicitó por las nuevas, aunque sin meterse en mis decisiones.

Algunas veces me decía que lo pensará muy bien todo, para que no tuviera de qué arrepentirme. Pero nada de lo que me decía me interesaba, siempre fui así, terca, sin oídos, cerrera como una mula.

Julián se sintió muy aludido, frustrado en sus buenas intensiones, pero no me reprocho nada, solamente  me aconsejó, y yo le presté menos importancia, pues sabía que como tenía intereses conmigo, todo lo bueno de otro hombre para él era muy malo.

Por eso creyéndome la dueña absoluta de mi vida no le hice caso a nada ni a nadie y traté de recuperar a Silvio por completo, aceptándolo sin reproches y viéndolo todo como actos normales en una pareja feliz.

De Silvio me gustaba hasta la forma de caminar, de hablar, de comer, su olor, en fin, amor tan grande nunca antes había sentido, y cuánto me pesaba no haber esperado que recapacitará como ahora creía lo estaba haciendo.

Muchas veces me sentí culpable de conocer a otros hombres, de mi vida de jinetera en la capital, y mis entregas por un plato de comida para mi hijo.

Por eso no más de una vez quise morir, y no me perdonaba haberlo traicionado, aunque fuera con el cuerpo, porque mis sentimientos siempre estuvieron puestos en  su persona.

Por eso ahora tenía que hacer todo lo posible por recuperar lo perdido, amarlo mucho más, y perdonarlo por dentro y por fuera.

Una mañana me invitó a salir con el niño, y fuimos al parque infantil que quedaba muy cerca de la casa. Recuerdo que era un sábado bien tempranito. El sol comenzaba a salir hermoso y radiante como mi amor.

La calle no estaba aun concurrida como de costumbre, pero ya los vendedores ambulantes comenzaban a tender sus manteletas sobre los portales para exhibir sus baratijas y poder hace el día.

También las carbonerías habían comenzado su venta de carbón vegetal, y el olor a ceniza lograba esparcirse por el ambiente, aunque ese olor nunca me molesto, al contrario me hacía sentir en casa, al igual que el olor al pan horneándose de las panaderías aledañas.

Al cruzar la calle principal frente al parque, nos tropezamos con Carolina mi vecina mas comunicativa, la que todos llamaban la “lleva y trae”, y aunque a mí nunca me gusto su profesión de portavoz clandestina, me gustó tropezarla, porque a partir de ahí todos sabrían que Silvio y yo continuábamos juntos.

Lo que hace la inmadurez, ahora me lo reprocho, pero ya no tengo remedio.

Silvio más galante que de costumbre me tomó del brazo y con Silvito sobre sus fuertes hombros cruzamos hacia el parque.

Mi perturbado cerebro no podía dar rienda suelta a mis pensamientos, porque nunca imaginé que aquel hombre que tanto daño me hizo se comportara como un verdadero padre con Silvito.

Todo era complacencia. Le compró dulces, caramelos, helados y después de montarlo en todos los aparatos del parque, se lo subió al hombro nuevamente y tomándome por el brazo caminamos por las calles exhibiéndonos como la más feliz de las parejas.

Después visitamos a un amigo, y finalmente pasamos por casa de Dalia, la cual se extraño al vernos tan formales.

-¿Y eso, ustedes por aquí?-

Preguntó mi amiga extrañada, abriendo los ojos grandemente, y sin saludar por el aturdimiento que se le veía.

-Mi hijita, no seas mal educada saluda primero y después pregunta.-

Le dije jocosamente, pero ella se quedó como si nada, entonces Silvio le respondió con la mayor naturalidad.

- Salimos a darle un paseo al niño. Pero no te quedes ahí como una estatua mujer y ve a hacer café.-

Le dijo Silvio amistoso y con el objetivo de sacarla del impacto que sabía le habíamos causado con nuestra llegada.

-Bueno entren y siéntense que lo hago enseguida.-

Dijo Dalia ya de espaldas y encaminándose hacia la cocina, pero yo que la conocía muy bien, la seguí dejando al niño en la sala con Silvio.

- ¿Qué te pasa Dalia?-

-A mi nada,... ¿por qué?-

Me respondió entre dientes y sin mirarme a la cara.

- Te noto tensa,... ¿te molesta nuestra visita?, si es así dímelo te aseguro que te comprendo y nos estamos marchando ya.-

Le comente amigablemente, de todas formas comprendía que después de lo sucedido ella no podría vernos de otra manera. Pero sin darme mucho tiempo a pensar me respondió.

-No chica, no me molesta, lo que me extraña tanto cambio.-

-¿Cambio?...es natural, la gente tiene derecho a ser diferente.-

Le dije convencida, pero ella prosiguió su inconformidad.

-No me pidas que acepté esto como normal, nadie mejor que tú sabes todo lo que me afectaron los dos con sus problemas, para ahora verlos así como si nada hubiera sucedido.-

Sus palabras me hicieron pensar, pero sin saber que contestarle me sonreí, aunque no era realmente mi deseo, pero no sabía ni que hacer. Por eso me dijo mucho más molesta.

-¡Oye Elenita! La vergüenza es muy importante en los seres humanos.-

- ¿Por qué me dices eso?..., la gente tiene derecho a cambiar, y él me lo prometió, Se equivocó, es humano ¿no?-

Le refuté en voz alta.

-Lo sé,...pero en este hombre, me extraña un cambio tan repentino.-

-Sabes por qué te extraña, pues a lo mejor te molesta que sea feliz.-

-Déjate de estupideces, qué me va a molestar tú felicidad, es que no puedo olvidar como te trató con lo del embarazo y después con la pensión del niño... ¿tú no crees que es para desconfiar?-

Sabía que mi amiga tenía toda la razón, pero era una realidad que se debatía en mi interior y yo misma no quería aceptarla, por eso quise arreglar sus criterios y le dije:-

-Es que estas predispuesta con él por lo que me hizo, pero debes  olvidarlo igual que lo hice yo. Tenemos que saber perdonar Dalia, así nos sentimos mejor te lo aseguro.-

-¿Y tú crees en él olvidó?

Quiso saber Dalia, mirándome interrogante.

-¿Qué confiada eres?...-

Agregó mientras cerraba la cafetera.

- Yo sí-

Le dije con la mayor seguridad

- Ojalá no te pesé nunca,...no olvides que soñar no es suficiente, y por ese hombre has pasado mucho ya.-

-Lo sé mi amiga,...pero nadie mejor que tú sabes lo importante que es Silvio para mí y sí regresó, ¿por qué no voy a perdonarlo? Como ves ha cambiado mucho,... se divorció por mí.-

Le aseguré orgullosa, llena de felicidad y fantasías.

-¿Cómo?-

Me dijo Dalia frunciendo el entrecejo, y levantando la mirada rápidamente como un toro embestidor.

- Sí, se divorcio,... ¿De qué te asombras?-

-No,...no es que me asombre,... ¿pero tú estás segura de eso? Mira que todos dicen lo mismo y después vienen los problemas.-

-Esta vez es sincero, lo presiento y creo no equivocarme.-

-Te comprendo y hasta lo entiendo, pero no debes confiar tanto, no te voy a engañar no hace ni dos semanas lo vi del brazo de la esposa en el Supermercado.

- Claro que lo viste, pero ya no lo vas a ver más porque ahora sí que se separo de su esposa legalmente.-

Le respondí firmemente, aunque comencé a sentirme un poco preocupada. Las palabras de Dalia me inyectaron la desconfianza, aunque no le dije nada y tomé de la mesita las dos tazas de café que me sirvió sin decir ni una sola palabra.

Ya en la sala tomamos el café, y Silvio se lo gastó todo en halagos y cariños para el niño y para mí, mientras Dalia muy callada solamente nos miraba con toda la desconfianza reflejada en el rostro. Al cabo de un breve tiempo le preguntó mientras se ponía a la caza de todas sus reacciones

-¿Te divorciaste?-

-Sí... ¿por qué me preguntas, acaso no me crees?-

Le contestó a la vez que acariciaba la cabecita de Silvito en un gesto paternal.

-No te pregunto por nada en particular, es qué no pensé lo hicieras y tú sabes por lo que te lo digo,...aunque todos tenemos secretos escondidos.

No sabes cuánto me alegro, sabes lo que aprecio a Elena, y no quisiera que regresara a lo mismo.-

- Puedes estar segura que esta vez toda será diferente.-

Dijo mirando para mí y preguntándome cariñoso.-

- ¿Te arrepientes de haber regresado a nuestro amor Elenita?-

- No, al contrario, soy muy feliz y tú lo sabes?-

Le contesté emitiendo el más profundo suspiro, recostándome a su hombro con ternura.

Silvio me acarició sobreactuado sin dejar de mirar cada reacción de mi amiga, hasta pensé por unos segundos que lo hacía provocativamente, pero después traté de no hacerme falsas ideas y lo abracé con fuerza besándole la mejilla.

Silvio me apartó despacio, miró el reloj y poniéndose de pie, subió al niño en sus brazos, beso la frente de Dalia y dijo:

- Bueno vamos que se hace tarde.- Zarandeando a Silvito  en un acto juguetón.

Dalia sin saber qué hacer o decir, pues aun no salía de la sorpresa, quiso ser amable y sin titubeos dijo:

- No se marchen... sirvo la mesa en dos segundos.-

Silvio no quiso aceptar y sin dejar de acercarse a la puerta de salida le contestó.

- Nos tenemos que ir Dalia, otro día será, porque hoy quiero resolver algunos problemas que tengo pendiente para casarme lo más rápido posible con Elena.-

-¡Casarte con Elena!-

-Si...por qué te asombras, los tres vamos a conformar un hermoso nido-

Diciendo estas palabras cargo al niño al hombro y tomándome de la mano salimos al portal. Dalia nos miró tranquila aparentemente, pero pude escuchar como decía  casi en un susurro.

-¡Ojalá no vuelvas a equivocarte muchacha loca!-

De allí salimos enlazados los tres, como la mejor y más adorable familia, y terminamos el paseo en un restaurante de la ciudad, donde también se la gastó toda en atenciones, y exhibiciones para que el pueblo  supiera lo felices que éramos.

En estos encuentros llenos de pasión estuvimos por más de cuatro meses  hasta que una mañana se apareció en casa y me pidió  que lo acompañara a visitar a unos parientes en las afueras de la ciudad.

Desde que lo vi  llegar me di cuenta que algo le pasaba, pues se veía preocupado y nervioso.

Le di un beso y me percaté fácilmente que olía a alcohol, lo que indicaba que había estado bebiendo desde muy temprano, o le quedaba el olor de la resaca de la noche anterior.

Le pregunté varias veces pero no me respondió al principio, hasta que a tanta insistencia, dijo.

-Siempre estás viendo visiones, no estoy borracho, te dije qué no iba a tomar más, pero en casa antes de salir me di unos tragos con un socio que vino a que le resolviera un problema ,por eso estoy preocupado y necesito tomarme unas cuantas botellas para relajar.-

-¿Lo de un amigo te pone tan tenso, o es qué te pasa algo en particular?

-No los mismos de siempre. ¿Por qué?-

-No sé te veo como nunca antes, ¡te juro que te veo muy extraño!-

 Aseguré inconforme.

-¿Qué me ves?,-

Pronunció  molesto y esquivo.

-Nada-

Respondí, solamente le pedí llevar al niño, y se negó, explicándome que era un viaje muy arriesgado para un bebé.

Lo notaba tan extraño que volví a preguntarle, que sí tenía problemas personales.

El siguió afirmando que no, aunque realmente nunca antes lo había visto tan diferente, ni siquiera cuando nos enfrentamos con lo del niño y la pensión.-

-¿Te sucede algo?-

Insistí nuevamente mucho más preocupada, pero siguió respondiendo lo mismo.-

- No me pasa nada muchacha tonta, solamente que necesito ir a ver a estos parientes, porque con ellos es que voy a tratar de resolverle el problema al amigo de que te hablé y quiero llevarte para que me acompañes y los conozcas, y mira la hora que es...¿Tiene esto algo de malo?.-

Dijo en tono natural, pero esquivando la mirada como todo un miserable.

-No tiene nada de malo, pero te noto diferente, discúlpame que te lo diga y te pregunte tanto.-

Le respondí con muchas dudas, porque en mi interior de debatían angustias, agazapadas en mi sexto sentido.

El sin poder contenerse y con la voz como trueno me repitió malhumorado.

-Ya te dije..., solamente me tomé unos tragos con mi amigo Pepe, tal vez como hacía tiempo que no me veías así te causa extrañeza, pero te aseguro que no me pasa nada.

Y por favor no me preguntes más que me cansas con tantas tonterías. Vas o no vas, pero por favor déjame en paz.

Dijo con disimulada indiferencia.

Asentí con la cabeza, y no quise seguir preguntando. De todas formas no iba a decirme ni aunque lo lanzara sobre la pared.

Algo en sus ojos no andaba bien, tal vez la soez le salía por las retinas y yo no me percataba de ella, porque cuando uno ama, y se siente como yo me sentía la ceguera se hace cómplice de la estupidez y nos lleva por los peores caminos.

Sin otra pregunta fui al refrigerador tomé agua varias veces, tratando de calmarme el dolor que me causaron sus palabras y cuando me viré hacia él para decirle que se sentara y me esperara unos segundos para cambiarme de ropa, lo noté tambaleante, claramente estaba mucho mas ebrio de lo que trataba de aparentar. Aun así le dije cariñosa y justificante.

-Siéntate, me cambio en dos segundos-.

El no contestó, ni se sentó. Caminó hasta la ventana de la sala que daba a la calle y allí se quedó sin palabras.

Muy atolondrada, percatándome de un presentimiento inexplicable, pero que ardía en mi interior, y me sacaba todos los nervios del sistema a expuelazo limpio, busqué la mejor ropa, pero no encontraba nada adecuado.

Me envolví en la toalla muy nerviosa y confundida  y  salí a la salita  exclamando desde la otra esquina sin importarme la presencia de mi madre que conversaba con el animadamente, dándole la leche a Silvito.

-¡Estás loco, bebida y timón no pegan! …yo no voy, y creo que tú tampoco debes hacerlo.-

Entonces dándose la vuelta me contestó tratando de convencerme y haciéndose la buena gente delante de mamá.

-No te preocupes que no estoy borracho, estoy más clarito que nunca.-

Diciéndome esto extendió los brazos al frente para que notara su equilibrio, y a la vez congraciarse.

-Está bien, pero aún así te veo muy diferente a como tú eres-

Repetí menos nerviosa, y consentida. Pero el continuo haciendo todo lo posible por calmarme la preocupación sonriente y contoneándose en forma de espiral.

-No  me digas qué me ves diferente, ¿qué pasa no quieres salir con tu papi?-

Tomándome por el talle y llevándome hacía su pecho tiernamente.

-Deja de preocuparte tontuela mía, al lugar a donde vamos se llama Villa Esperanza, y queda en las afueras del pueblo, por eso no quiero llevar a Silvito, el auto no está bueno y no tengo gomas de repuesto.-

Me dijo firme tratando de  convencerme. Entonces papá como machista al fin, y por casualidad ese día sobrio increíblemente, comenzó a darle la razón, reafirmando que realmente el lugar era muy distante para llevar a un niño tan pequeño.

-Está bien, no tienes que darme más explicaciones.- No se hablé más del asunto, le di un beso en la mejilla y fui a vestirme.

El me miró  alejarme hacía el cuarto y sonrió como chacal en acecho, no me percaté de su sonrisa cínica y la confundí con un gesto de placer.

Me vestí en un Santi amén y fui hasta la cocinita a decírselo a mamá que en ese momento hacía café.

La pobrecita se estaba haciendo planes para un arreglo definitivo entre nosotros y pensando en el niño, lo aceptaba todo sin reprocharme nada.

-Si hijita vez, no te preocupes por el niño, yo lo cuido bien, tómense su tiempo. Todas las parejas tienen que salir solos algunas veces, eso es normal. Es tú marido, y debes complacerlo.-

Dijo con el fin de ayudarme, ofreciéndole una taza de café, y sin pensar en nada más que en hacerme feliz.

-Claro señora, esto no es discutible.-

Exclamó Silvio reafirmando las palabras de mamá inteligentemente.

-Date prisa Elena, que nos queda un trecho muy largo por recorrer.-

Agrego, mientras se paseaba de un lado a otro de la sala y fumaba sin parar.

Cuando advirtió la ropa que me había puesto me miró de arriba abajo y me preguntó que de dónde había sacado aquel vestido tan elegante.

No sabía ni que decirle porque era uno de los que quedaron con vida en la hecatombe económica a mi regreso de la capital. Precisamente uno de aquellos que me sirvieron para adquirir muy buena clientela.

Cosa que nunca supo por supuesto, pero  me lo agasajo, diciéndome que le gustaba mucho por la tela tan finita y fresca.

Sin más preámbulos nos despedimos de mis padres y de Silvito, me tomó por el brazo y como todo un caballero escoltando a su doncella, salimos de mi hogar hacia su viejo Chevrolet del 57 que esperaba en medio del terraplen de la entrada.

Andamos más de 28 kilómetros  por toda la carretera central hasta doblar por un camino muy solitario y polvoriento que no sabía ni que existía. 

No se veía ni un vehículo, ni siquiera un animal salvaje, mucho menos señales de viviendas, ni un árbol, solamente a derecha e izquierda marabú, y hierva cortada apilada en montones y otras secas por la fuerza de las llamas solares.

Mi corazón parecía un velero, después fue poniéndose tenso, y comenzó a latir con mucha rapidez.

Algo andaba mal, lo intuía. Un profundo miedo comenzó a subirme por las piernas, y preferí no comentar ni una sola palabra para evitar discusiones, de todas formas nada malo podría sucederme, pensé inocentemente

Desde el principio me llamó  la atención aquel viaje sin motivos, y mucho menos entre semana teniendo ambos que trabajar. Lo del apuro también me preocupó de sobremanera, pero por mucho que le pregunté nada explicó, entonces pensé que era absurdo hacerme conjeturas sin pruebas, y me tragué las dudas.

Todo el trayecto transcurrió sin palabras, ni siquiera me miraba cuando le preguntaba si faltaba mucho para llegar, solamente decía.

-¿Tienes prisa?... ¿Quién te espera al regreso...el tal Julián?-

Su voz sonaba rencorosa, y agresiva. Pero no dejaba de apuntar.-

-¿Me equivoco, o quizás algún tipo de los que conociste cuando andabas de vendedora en la Habana?.

Aquellas preguntas me pusieron en sobre aviso, algo malo estaba por ocurrir, pues nunca antes Silvio mencionó ni a Julián ni mi supuesto trabajo en la capital.  Lo miré respondiéndole.

-Sabes que nadie me espera, o mejor dicho mis padres y mi niño. ¿Qué te está pasando, por qué me hablas así? Deja de hablarme con tanta ironía.

Le objeté sin miramientos.

Nada me respondió, siguió con las dos manos aferradas al timón acelerando cada vez más. Me parecía que le salían alas y en vez de ir por aquel camino polvoriento iba pilotando por los aires rumbo al infierno.

-¡No corras tanto, nos vamos a matar!-

Le supliqué asustada, pero él regresó al silencio profundo.

Era tanto el mutis que ya me sentía muy mal, y le exigí fuertemente.

-¿Por qué no hablas? ¿Por favor dime qué te pasa?-

Grité suplicante, pero al ver que nada me contestaba, comencé a bajar la voz envuelta en un pánico incontenible.

-¡Ya te dije que nada, no me jodas más, chiquilla loca!-

Dijo dejando frívolo e insensible, dejando caer una de las manos fuertemente sobre el timón, mientras con la otra me apretaba el muslo como jamás pensé.

¿Se habrá vuelto loco?, me pregunté para mis adentros, sin dejar de mirarlo y tratando de encontrar la realidad de aquella actitud tan grosera e inesperada.-

-Lamento tu preocupación-

Dijo con voz llana.

- ¿Quieres regresar?-

Me preguntó con despotismo, a la vez que sus labios se tornaban en una leve sonrisa mucho más diabólica que lo que proyectaban su pupilas.

-Si. Por favor regresemos –

Le dije sin muchas esperanzas. El aceleró el vehículo tirándolo de un lado al otro del camino, con el objetivo de asustarme o matarme.

- Hoy no vas a salirte con la tuya.-

Dijo delirante e hizo una larga pausa, mientras aminoraba la velocidad del auto.

Se detuvo en un lugar sumamente angosto y solitario y se tiró del carro  dando la vuelta y abriendo mi puerta con todo el impulso que pudo.

Me cogió por el pelo y me sacó a empellones, después me tiró contra  la  tierra y comenzó a darme golpes por todas partes, diciéndome a todo pulmón.

-¡Perra!, te dije que me las ibas a pagar, y juro que terminaré contigo.-

Mientras mi cuerpo rodaba por la tierra y él se ensañaba en destrozarlo con sus manos como garfios afilados contra mi débil carne.

Después sacó un estilete y comenzó a darme puñaladas por el pecho, los hombros, y la cara, mientras yo desesperada gritaba pidiendo auxilio, y suplicándole clemencia.

-¡No me mates Silvio, piensa en el niño!-

Le pedía suplicante. Pero el parecía sordo a mis suplicas, insensible, totalmente despiadado.

- Te mato y no te pago, para que aprendas que conmigo no se juega.-

Me decía con los ojos vidriosos y transformados en el peor de los asesinos. Mi sangre corría por la tierra como un río revuelto, y todo el polvo del camino se pegaba a mí  piel sin compasión.

-¿Qué creías que me iba a ser cargo de ti y de ese maldito chiquillo , eso ni muerto,...no eres más que una  mujerzuela, provocadora y chantajista.-

Me gritaba entre una puñalada y otra. También me tiró al rostro el dinero que le obligué a pagar por manutención.

-Mira a ver si en el otro mundo encuentras a un estúpido que te siga el juego, porque conmigo se terminó, ¿me oíste?, se terminó para siempre.-

Proseguía lanzándome a los oídos para que supiera el por qué me asesinaba sin escrúpulos.

-¿Entonces por qué regresaste?-

Le pregunté desesperada y ya sin voz.

- ¿Por qué? Acaso no te das cuenta?...!, para esto!-

Y seguía acribillándome por todas partes sin el menor arrepentimiento. Hasta que al fin clavó con mucha más fuerza aquel puñal contra mi corazón.

Allí sobre la tierra me dejó tirada con veinte  puñaladas todas mortales, mientras mi materia se debatía con la muerte pidiéndole aterrada que no  me llevará, que pensara en mi hijito, pero ella con su guadaña en mano se hizo la sorda y no quiso escucharme.

Aun sin vida traté de incorporarme a duras penas, pero las fuerzas me faltaban. Miré para todas partes y nadie pudo darme ayuda.

Estaba tendida en un camino  sin tráfico, planificado por Silvio para el último adiós.

Entonces pensé cuánto estaba pagando por aquel amor descompasado, sin raciocinio, infantil y caprichoso. Muchas preguntas salieron al paso en mi cerebro aturdido y frenético, pero la realidad no era otra que el pago a quién sabe qué karma de las otras existencias. Nada más pude preguntarme porque ni un hálito de voz quedaba en mi existencia.

Silvio aceleró tanto su vehículo huyendo de mi cuerpo ensangrentado que antes de llegar al  próximo kilómetro fue detenido por la patrulla de carretera, y conducido a la Unidad policial por exceso de velocidad.

Allí le encontraron el puñal  con que terminó con mi quinta existencia en la tierra y como es de suponerse la propia conciencia le ajustó las cuentas y lo obligó a confesarse, aunque sé lo llevaron bien, solamente fue condenado a cadena perpetua.

Mientras yo estoy aquí esperando que pase el tiempo fijado para volver a la tierra a reencarnar en otra materia.

Ojalá no me asignen a un cuerpo de mujer, porque después de lo que he pasado como Elena, creo que nunca más tendré deseos se repita. Considero en esta vida que terminé haber purificado mis torpezas, y las cuentas con el amor. 

Desde aquí todo lo veo aunque nada puedo tocar, y hablo sin palabras al oído de Silvito, le cuento historias fabulosas y cuando menos se lo piensa me presentó convertida en viento, otras en agua y golpeo su ventana para verlo jugar con las gotas que caen sobre el cristal.... pero nunca le digo que son mis lágrimas…