LACERANDO EL RECUERDO
Por: Adela Soto Alvarez
Se acercaba el día seis de enero de l959, y aunque el júbilo del nuevo año se escuchaba en las calles de la ciudad, en mi hogar sólo había suspiros acumulados y el desconsuelo como plato fuerte.
En este momento yo no entendía por qué en las depresiones económicas y sociales se pierde el trabajo y hasta la razón. Tampoco sabía qué era una crisis, ni siquiera el difícil momento que atravesaban mis padres, pues como niña al fin, solamente pensaba en mi mundo de ilusiones maravillosas, por eso no entendía el motivo de las lágrimas ,que no dejaban de rodar por el rostro de mi madre, a la que no dejaba de martirizar con mis insistentes preguntas.
Acostumbrada a recibir año tras año un regalo de Reyes y ante la incertidumbre y el aura de disgustos que percibía, (aunque todos se cuidaban de hacer comentarios), no dejaba de preguntar a cada momento, si ese año tendríamos mi hermana y yo la visita de los tres amigos de los niños. Esos que en cunto tuvimos uso de razón nos enseñaron a esperar anhelantes.
Pero mis padres nada decían, se mantenían todo el tiempo callados y tristes, sin darse cuenta que su silencio me hacía mucho daño.Los niños aunque sean inteligentes no entienden de dificultades, ni acontecimientos familiares.
Ni siquiera el valor del dinero, y piden y piden sin cesar, auque estas peticiones desarmen el corazón de los adultos.Mi hermana era diferente a mi, ella no preguntaba, pero se acurrucaba tras mi espalda esperando la respuesta, y así pasaron los primeros días del mes de enero de aquel año tan victorioso para unos y tan deprimente para otros.
Mi padre se había pasado todo el tiempo honrando su uniforme y su bandera. Graduado de la academia militar desde l940, laboraba como oficial en el Tribunal Superior de Guerra en la capital del país.
Honrado y cubano cien por ciento, jamás hizo nada que avergonzara ni a la patria ni a la familia, pero esas cosas no las entendían los nuevos gobernantes y sin dejarlo defenderse lo expulsaron de las filas del ejército en cuanto tomaron el poder en La Habana.
Por estos motivos perdió el trabajo, a las supuestas amistades y hasta a un buen número de familiares prendidos con alfileres.
Por ejemplos aquellos que comenzaron a padecer de miopía ante las promesas que invadían nuestra tierra.Su mano mutilada desde la juventud en una de las escaramuzas de la guerra, le impedían realizar trabajos forzados y otros no existían para los esbirros, adjetivo con el que lo bautizaron después de la expulsión laboral.
Por eso sin trabajo y repudiado por la élite gobernante no tenía otro remedio que tratar de sobrevivir con las migajas que unos pocos no dejaron de ofertarle, hasta que el tiempo mejorara, y pudiera encontrar el camino a seguir.
Mi padre por su origen campesino conocía de la tierra y el tabaco, motivos por los que hizo algunos intentos en diferentes escogidas de la provincia, pero llevaba una mancha imborrable ante los ojos de los oportunistas y en todas las puertas que tocó lo echaron a patadas como a un perro.
Desorientado viajó por mucho tiempo sin poder solucionar el problema económico de nuestro hogar.
Mi madre maestra normalista también fue expulsada por aquello que podía influir con sus disidentes ideales a los niños, y era mejor no contagiar a la nueva especie. Después de la degradación profesional, por mucho que quiso continuar aunque fuera en otro empleo, solamente se le permitió convertirse en lavandera, porque para los nuevos gobernantes, solamente dejarlos respirar ,era un privilegio que les otorgaban, pero que no merecían.
Aunque era pequeña recuerdo esos días con mucho dolor, creo que este tiempo marcó para siempre mi carácter y me convirtió en una niña triste y llena de complejos.Lo cierto fue que aunque ocurrieron muchas cosas a mí alrededor, en ese momento no las comprendía.
Ni siquiera hoy comprendo el por qué existe división de clase, ricos y pobres, morales e inmorales, negros o blancos, si todos debemos ser hermanos , por lo menos así lo dice la Biblia, aunque sobre esto nunca tendré la respuestas .
Quizás aquí esté lo del eslabón pedido y no seré yo quien lo encuentre.Pero sí estoy segura que por algo fue, que cuando llegó el día 5 por la noche, mis tíos y primos se engalanaron con su mejor vestuario y salieron a la calle principal de la ciudad donde (como estaban comenzando a gobernar), se exhibían tras las enormes vidrieras infinidad de variedades de juguetes, para que los niños esa noche hicieran sus acostumbradas cartitas a los Reyes, mientras mi hermanita y yo nos quedamos tras las ventanas de la aflicción.La inocencia era mi peor compañía y sin muchas esperanzas al verlos salir tan contentos y felices, volví a preguntarles a mis padres sobre la visita de mis reyes.
No podía creer, o por lo menos no quería pensar que ese año se olvidaran de nosotras y no tuve respuestas.Continuaba el silencio en los labios agrietados de mis pobres padres, pero era muy insistente y obsesiva y a pesar del mutismo escribí mi cartita y la puse dentro de mis zapatos, pidiéndole me trajeran lo que ellos pudieran, pero por favor que no me dejaran sin juguetes.
Estoy casi segura que ninguna persona adulta sabe lo importante que es para un niño un juguete y mucho peor cuando ve a los demás con muchos y él sin ninguno.
El corazoncito se le aprieta tanto que no existen palabras con qué explicarlo, les aseguro que prefieren un juguete ante la más apetitosa golosina.
.Eran casi las once de la noche cuando sentí las crudas palabras de mi tío “el frívolo”, cuando le decía a mi madre que acabara de decirnos la verdad, quienes eran los reyes y que ese año ellos no tenían con qué comprarnos un juguete.
No puedo explicar lo que sentí al escuchar sus palabras, eran muchos años esperando su llegada, imaginándolos con sus blancas barbas entrar por las hendijas de mi cuarto con la alforja repletita de juguetes. Portándome bien, para que no me dejaran el saco de carbón que le dejaban a los desobedientes.
Fueron mucho los sueños rotos de un golpe, un garrotazo muy fuerte al corazón de una pequeña niña.
El hechizo infantil se rompió dentro de mí y jamás se me olvida lo que lloré abrazada a mi almohada, fue el día más duro de mi niñez y en el que comprendí la realidad que me rodeaba, cuál era mi verdadera posición ante la sociedad que comenzaba, pero nada podía hacer y entre lágrimas y sollozos mi hermanita y yo nos quedamos dormidas.
Inexplicablemente esa noche los Reyes Magos vinieron como de costumbre y nos colmaron de juguetes, no teníamos lugar donde ponerlos, y mi hermanita se reía, y yo me ceñía a mi anhelada muñeca, y abría los paquetes todos de un tirón, y junto a los regalos habían dulces y caramelos.
Eran tantos que salimos a la calle y comenzamos a repartirlos. Al otro día me levanté feliz y sonriente.
Mis padres no comprendían el por qué del cambio, tampoco supieron nunca, que los niños siempre tienen un sueño que los salve.