
A calmar la humillación
Que roía tus huesos carcomidos
Y hastiados de tantos salvoconductos
A la hora de llevar a la mesa el grano
Tan sólo porque vestiste con orgullo
Un integro uniforme
Con manos limpias y el corazón dispuesto
Mientras las turbas del hombre nuevo
Rompían las propiedades de tu alma
Entre palabras crueles y gritos despiadados
Te vi muchas veces
Llorar junto al madero del tormento
Abrazarte al desespero
Raspar la tierra con tus dedos mutilados
Mientras el rey espoleaba sus tropas
Contra tus años de servicio y tus dignas medallas.
Padre… Te saqué de Macondo
Y te llevé a conquistar tus sueños vírgenes
A un lugar mágico
Donde podrías echar a andar tus alas
Conocer las ciudades que te fueron prohibidas
Disfrutar de las enormes aguas que cruzan sobre el Nilo
La tumba de Tutankamon
Las góndolas y las torres egipcias
Que vivían intocable dentro de tus anhelos
Y así lleno de afanes fuiste palideciendo
Y así lleno de quimeras te fuiste columpiando
Entre inicuos gérmenes y accidentes vasculares
A la vez que tus piernas se iban quedando nulas
De nada valió hacer planes
Suplicar luz para tus ojos
O la simple compañía familiar
De aquellos que a la hora más abatida
Olvidaron tus grietas
Tus desvelos
Tu soledad y lejanía
Y se aferraron a la constante
De la falta de tiempo
Cuando el tiempo es enorme
Si lo multiplicamos
Pero no tenías fortuna, ni nada que obsequiarles
A esos filibusteros que solamente actúan
Cuando el interés los mueve
Ahora seguimos solos
Solos y sin caudal
Cansados de buscar calor humano
En la desolación del crudo invierno.