(Estampas de la Cuba de hoy)
Por Lic. Adela Soto Álvarez
En las épocas donde la hambruna se convierte en una de las dolencias más espantosas del hombre ocurren cosas insólitas, pero que son tan reales como el día y la noche y así ocurrió en una de las provincias más occidentales de Cuba y en pleno período especial.
En las afueras de esta provincia que les cuento, y en medio de la tierra gorda como le dicen los campesinos, vivía Erasmo, a quien todos cariñosamente llamaban “Sangre Fría”, por su carácter tranquilo, aunque valiente y arriesgado, y más que esto combatiente hasta la saciedad y muy celoso de su ganado vacuno.
Había dedicado gran parte de su juventud a la cosecha de caña pero un buen día se dedicó a las reses bravas, porque en el fondo siempre había sido su gran vocación.
Por lo que comenzó con una pareja de estas, hasta que la cría fue aumentando y llegó a ser un ganadero, que aunque todas estaban controladas por el gobierno y no podía disponer ni de una para el sustento familiar, le servia de orgullo verlas crecer y aumentarse y eso para el era suficiente.
Más de una vez llevó a toda su cría a dormir en un cuartón que confeccionó con esos fines, pegado a la ventana de la habitación matrimonial que compartía con Gertrudis la que no entendía nada de reses y mucho menos de la fetidez que expedían durante la noche, pero como esposa abnegada y fiel, callaba y soportaba sin emitir desacuerdos.
Incluso Erasmo había puesto unas cuentas trampas de confiar y uno que otro amigo lo ayudaba con las guardias nocturnas para prevenir los cacos de época.
En toda la vecindad Erasmo gozaba de respeto por buen cuatrero. Muchos decían que a él nadie se atrevería a robarle y así resulto ser por mucho tiempo, hasta un día de luna llena que los matarifes decidieron golpearlo silenciosamente.
Las reses de Erasmo se pasaban todo el día metidas en el agua de la laguna. Todas de muy buena raza y bien cuidadas como ninguna del lugar.
Las contaba diariamente cabeza por cabeza dentro del agua para que no le faltara ninguna y así se iba tranquilo a descansar debajo de un árbol hasta que llegaba la tarde y procedía a guardarlas en el cuartón cerca de la vivienda.
Este día después de contarlas una a una por más de siete veces y sentirse satisfecho y seguro de que no faltaba ninguna llegó la hora del traslado, y allá fue con su envidiable paciencia.
Primero salieron las cercanas a la orilla, seguidamente las otras, todas muy disciplinadas, pero dentro de la laguna se quedaron un aproximado de nueve, tranquilitas y sin emitir ni el más leve sonido.
Esta actitud nunca antes vista por el hombre, le causó extrañeza por lo que dio varios gritos de mando, y sonó el látigo sobre la tierra a ver si le hacían caso, pero nada todas con la mirada fija continuaban silentes y sin movimiento.
Erasmo volvió a intentar con su fuerte voz, e hizo varias señas y nada, posteriormente grito a todo pulmón y nada, hasta que detuvo la manada y muy molesto y desconfiado a la vez decidió meterse en el agua para descubrir que estaba sucediendo.
Lanzándose al agua llegó hasta la primera que flotaba indiferente y sorda como si nadie la estuviera llamando.
Frente a ella con una soga la enlazó y haló por los cuernos, con el fin de que el resto la siguieran, pero cual no fue su sorpresa cuando se quedó con la cabeza en la soga y el cuerpo ausente por completo.
El pobre hombre no supo que hacer, ni decir, por lo que desesperado fue cabeza por cabeza, encontrándose que solamente estaban sujetas por un palo, para que el agua no se las llevara, porque los cuerpos habían sido devorados por los inteligentes matarifes.
Dicen que Erasmo sufrió un infarto masivo y a menos de cinco meses ya no le quedaban a la viuda ni dos vaquitas para garantizarles el desayuno a los siete hijos.
Nada que cuando hay hambre y necesidades los hombres no valoran los sacrificios de los demás y lo único que prima en sus mentes es resolver el problema cueste lo que cueste, y con lo que sea, ni siquiera a qué precio, ni las consecuencias.
Cosas como estas dieron fe en esta época de la barbarie humana. Como se degradaban los valores humanos y como imperaba el sálvese quien pueda, y aunque el miedo no dejó de habitar en todos los hogares, bajo el “modus operandi represivo” , que se promociona a través de los diferentes medios, se logró detener el delito, al contrario aumentaba diariamente hasta llegar a cifras alarmantes.