Que la miseria sigue en alza y ya ni perros deambulan por la vida, porque han muerto indefensos, sombríos, llenos de sarna y pulgas.
Que esa capital de todos los cubanos, la que un día se orgulleció ante el grito de Tierra, y que en 1519 se convirtió en la Gran Villa de San Cristóbal de la Habana, envejece llena de polvo y hambre.
Y eso me ha desgarrado el pecho, me ha hecho sentirme como un timonel sin barco, como una gaviota herida, emigrada y con frío.
Mi Habana, la ciudad prospera, que tantos añoramos cumplió 490 años de fundada el 16 de noviembre del presente, y aunque continúa con su bahía, sus árboles frondosos, sus murallas altísimas, su mar y su donaire, le faltan los cubanos que nos fuimos y su independencia. Les faltan los que han muerto en busca de un futuro, el canto de la paz, la voz de sus ancestros.
Ya no se ven a nobles marinos, indios, soldados del Rey, clérigos, y falderos desgastando las escaleras y los peldaños de sus calles de adoquines. Tampoco los conventos muestran el canto sonoro del ángelus divino. Todo es un desastre, un sálvese quien pueda. Un andar sin destino.
Solamente se ve a los privilegiados turistas y conquistadores de sexo deambular a la caza, mientras los cubanos anhelan un mendrugo. A la policía Nacional y política invadiendo la tranquilidad, regando a su paso represión y acoso.
Las cárceles repletas de hombres inocentes, los mercados vacíos, los precios elevados, desempleo, hojarasca, abulia y desespero.
En este día algunos que aun conservan el optimismo se les ven junto a la Ceiba que la declaro villa, pidiendo un deseo. Otros ocultan la rabia y se comen las uñas para no clavarlas sobre la infértil tierra.
Un buen número asiste a la misa del domingo, se aferran a la fe, a los muros rezumados e imploran al cielo una vida mejor, un poco de armonía para sus pasos.
Toda la Habana destruida, solamente la parte dedicada al turismo es la única que se levanta como torre gigantesca recaudando divisas, mientras los hombres de a pie, andan sobre sus ruinas, esperando que las enredaderas de la lucha cívica ganen el terreno que merecen, sobre la libertad que les usurpan.
Mi ciudad de imprentas y litografías, llena de teatros y comercios, de prados, puertos inmensos, de paseos por las glorietas al son de la esperanza, se ve cubierta por la ausencia, descolorida y torpe.
Mi Habana de viajeros europeos, músicos, escritores artistas, ciudad alegre y romántica, con una fuerza increíble y una atracción inmensa ante cualquier humano.
Esta ciudad que vio nacer a tantos hombres buenos, cuna de peloteros, boxeadores, cantantes, poetas, luchadores, mambíses, estirpe y gloria.
La Habana de Martí, Céspedes y Agramonte, la legendaria ciudad con su morro inigualable, con su horizonte repleto de realidades y sueños.
Hoy a tantos años de fundada se le ve esclavizada, sumida, con sus mares ensangrentados, repletos de quimeras que han dejado sus cuerpos en la huida, y con una ausencia inmensa, con un dolor de siglos que es más fuerte que sus fortalezas milenarias, más fuerte que todos los terremotos que circundan la tierra.
Hoy te recuerdo Habana, lloro por ti, y me aferro a la esperanza de verte algún día libre de tantos fanfarrones y payasos. Libre porque tú eres única. Habana, la ciudad de mis amores.