A LA EDAD DE PIEDRA.
Dicen que recordar es volver a vivir, pero estas cosas sucedidas en la Cuba de los 90, es como una pezadilla que se quedó grabada en lo más profundo de todos los corazones. Fue una época díficl y terrible,para un pueblo acostumbrado a tener su economía subsidiada por un país llamado La Unión Soviética. Por eso cuando conocimos la realidad, y el por qué de nuestra hambruna agudizada, no podíamos creer que fuera cierto, ver convertirse a los hombres en distroficos, a los niños disecarse como pavilos de la noche a la mañana.
Las más angusiosas tinieblas comenzaron a invadir nuestro pais, escasez, de todo, hasta de espíritu, hambre de todo, hasta de la más infima necesidad.
Había caído el muro que nos sostenía y estábamos obligados a regresar a la edad de piedra .Las necesidades nos invadían por dentro y por fuera .No había nada, no quedaba nada, entre ello el combustible para cocinar lo poco que se encontraba en la bolsa negra.
Por orden superior se habían cerrado todos los mercados donde se adquirían fuera de la canasta básica algunos productos para combatir la hambruna.
Los productos normados no llegan en tiempo a los comercios destinados para su adquisición. Tampoco en los comercios industriales habían calzados, ni ropa de vestir y lo peor de todo la enfermedad invadía a niños y hombres, y se veían caer a diestra y siniestra ante la falta de medicamentos.
Muchas muertes sucedían a diario, muchos niños quedaban en el campo por falta de un antibiótico, o un suero de glucosa y todo esto se unía a los constantes apagones por más de ocho horas ante la falta eminente del petróleo.
Las calles en penumbras expuestas a los malhechores, a los necesitados, y a aquellos que no sabían esperar por el tiempo y preferían perder los valores humanos con tal de sobrevivir de la época y sus consecuencias.
Así fue como la mayoría comenzó a hilvanar la maldad y el descarrió moral.
La propaganda era lo único que se mantenía sin cambios y los autos de los protegidos de la suerte, eran los únicos que circulaban llenitos de combustible a pesar de la terrible escasez de todo.
Así se veían transitar con el privilegio reflejado en sus rostros gorditos y relucientes, cuando pasaban por delante de los miserables de la tierra, no de otra tierra sino de la misma que los vio nacer y sin importarle los callos que acumulaban en sus pies cansados de vagar bajo el sol sin encontrar un trasporte que los llevara hasta el lugar de destino.
De igual forma se veían a mujeres con niños en brazos acumulando sol en sus harapos y sangre en el alma, y a ancianos casi sin vida, al igual que a hombres sin suerte, todos a pie, mientras los magnates privilegiados de la tierra andaban como si nada en sus lujosos automóviles de último modelo, con cristales oscuros, aire acondicionado y la música estridente a toda voz, para no sentir el grito del pueblo que moría de todas las carencias, las veinticuatro horas que dura el día.
Una de las salvaciones estomacales que más se puso de moda, fueron las infusiones. Estas resolvían la afluencia de los jugos gástricos cuando se ponían a mil por hora ante el hambre y el desequilibrio nervioso.
Lo mismo se hacían con jengibre, caña santa, Hoja de naranja, tila, romerillo, flor de España, dormidera, o cualquier hierba que estuviera al alcance del hambriento, lo importante era sentir algo caliente en el frío estómago.
Sin exagerar, no quedó ni un sólo hogar que no tuviera de día o de noche para él y los visitantes una rica infusión de cualquiera de estas hierbas y muchas veces endulzada con miel de abejas, porque hasta el azúcar a pesar de ser un producto nacional llegó a escasear, y con este salvavidas, la gente comenzó a inventar otros productos para la supervivencia de ellos y la prole familiar. Por supuesto que de forma clandestina, pues al que cogieran en el brinco iba a parar a la cárcel.
Así aparecieron las inolvidables recetas de picadillo de cáscara de plátano verde bien sazonado, el bistec de hollejo de toronja en tomatada o empanizado, también el bistec de colcha de trapear reblandecida en olla de presión, para que fuera más digerible.
El mango frito aparentando un plátano maduro, el gofio preparado con puré y suficientes verduras, cuyo plato suplía sin ningún tipo de diferencia al bistec de carne de res. Y así sucesivamente fuimos olvidando la real existencia de estos productos cárnicos, vedados para la mesa de los de a pie, y destinada exclusivamente para extranjeros y dirigentes miembros de la nomenclatura gobernante.
Por supuesto que esta miseria de que les hablo, no llegó nunca a personas blindadas. Esta gran miseria se quedó en la clase humilde, en la más oprimida, en el pueblo.
Muchas historias como estas surgieron entre los años 92 y 93, dos de los más difíciles de la catástrofe económica.
Muchas anécdotas siniestras producto a la gran necesidad de alimentos y otros productos de primera necesidad surgían de la creatividad de las personas de esta tierra que con su deseo de resolver se volvieron importantes científicos culinarios y no culinarios de la penuria.
Lo mismo inventaba un plato fuerte, que blanqueaban la ropa con jugo de pepino, que lo utilizaban como detergente.
Al igual que lavaban con pasta dental, bicarbonato de sodio, hojas de mangle , pendejera, jabalina o cualquier otra hierba silvestre que al contacto con el calor produjera algún beneficio limpiador ante la fuerte crisis existente en el país, entre ellos los productos para lavar.
También se supo de personas que vendían pizzas, revestidas con condones derretidos ante la falta de queso, y los ponían en la masa con colorante de tomate y suficiente sal para evitar ser descubiertos, y como las personas se las comía por hambre, no advertían el sabor, ni el olor, ni se imaginaban que se estaban comiendo un condón o preservativo entomatado.
En otros restaurantes clandestinos, vendían trozos de tuna reblandecida a fuego lento y después empanizado con abundante cebolla.
Esto sin contar la carne de perro, gato, o cualquier animal doméstico o callejero, ofertada como fricasé de conejo, todo muy bien acompañado por una nueva línea de bebidas alcohólicas de procedencia artesanal y dudosa que no más de una vez condujo a la muerte a decenas de consumidores y que todavía recuerdo las llamaban, azuquin, guachipupa, guarfarina, alcoholifan matapenas y muchísimos nombres más, todas producidas y comercializadas en los mercados negros, los de la necesidad ,los de salvavidas y la perdida de valores.
Con toda esta situación económica y social embatiendo de norte a sur, y de este a oeste, comenzaron a agudizarse los destierros masivos y el mar muchas veces se volvió loco ante la cantidad de hombres, mujeres y niños que se lanzaban a llegar o a morir.
Muchos quedaron sepultados bajo las fuertes olas, o en los estómagos de los tiburones. Otros llegaron sin aire y con el pecho agrietado de tanta ausencia
Los hogares se dividían, y la ideología comenzó a patinar en los cerebros de aquellos que aún confiaban en un futuro mejor.
Nunca se me olvidara aquella tarde de invierno cuando vi a Lucia mi vecina repartir sus desvencijados sillones, su mesa con tres sillas construida por Pepe el cabillero, la humilde cama con su colchoneta con mas huevos que un famoso colador, quitar de los clavitos dos cuadros y dos diplomas ganados por su desempeño en las letras infantiles, las cazuelas llenas de tizne y abolladuras ,los cuatro trapos con que se vestía y comenzar a repartirlos entre los pocos vecinos que le dirigían la palabra, porque para el resto era una escoria, una gusana, la peste misma, tan sólo por no estar de acuerdo con las leyes del Mago, y querer irse en busca una vida mejor.
Quizás para otra persona hubiese parecido un acto ridículo, aceptar como regalo aquellas baratijas, pero para mí que todo lo analizaba, no era más que un acto normal de un país donde existen lugares donde se vive como mendigos, y aunque Lucia tenía muy poco para dar, muchos de sus vecinos tenían menos que ella.
Lucía era una buena mujer sin familia ni hijos pero valiente y honrada y una de las mejores escritoras infantiles que he conocido sin menospreciar a nadie.
Se la había pasado toda su vida escribiendo sus cuentos infantiles y sus poemas para la radio local. A veces le pagaban, otras le decían que no había fondos, pero ella seguía escribiendo en su desarticulada máquina de escribir herencia de su padre.
Muchas veces fue premio nacional en literatura infantil, pero los obsequios no pasaban de un cuadro, un diploma o invitarla a comer a un restaurante de mala muerte.
Indudablemente su obra era muy buena, pero su suerte muy mala, y aunque sobresalía por encima de los demás escritores de su género, no tenia ni amigos ni figura, solamente corazón y sentimientos. Pero eso no valía dentro de la palestra literaria.
Su figura regordeta y su paso cansado daban la imagen de un hipopótamo en pura faena, sin embargo nunca faltó en su humilde hogar una de las infusiones que les habló, ni una sonrisa para el recién llegado. Todo esto sin hablar de su talento, e inteligencia para las letras y llegarle a los niños con un amor inigualable.
Por eso un buen día, pensó que su vida podía cambiar y decidió salir de su realidad y buscar mejor camino.
Su decisión fue mal interpretada como todo en mi país, y la expulsaron de la radio, la expulsaron de las tertulias, la expulsaron de la vecindad. Pero aun así, ella repartió lo poco que tenia entre los que a pesar de los prejuicios continuaron dándole los buenos días y deseándole suerte.
Un catorce de marzo se le vio salir de su tierra y exiliarse en otro país para que los trompetas y el escuadrón de represivos no la siguieran persiguiendo día y noche por sus ideas liberales y su anhelo de un futuro mejor.
Quien no vivió esta época no la puede comprender a plenitud, incluso sospecharía de su veracidad, pero todo fue tan cierto como lo relato y quien la lea si la vivió estará feliz de que se la cuente a los que no la conocieron.