C U E N T O
Este cuento forma parte de un folleto titulado "Al Compás de los Días, escrito en Cuba (1997) consta de 20 historias tomadas de la vida real y llevadas a este género donde se entrelaza la sátira a la realidad.
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BRUNO CAPRICHO.
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Por: Adela Soto Álvarez
Son las primeras horas de la mañana y el asilo de ancianos se mantiene sin bullicios. Algunos viejecitos duermen aun, otros en un total silencio arrastran sus pies hasta el jardín con el fin de recibir los primeros rayos del sol, y salvar sus ojos de la inclemencia de la instalación de salud, que tan caritativamente les ofrece protección a pesar de las condiciones infrahumanas que encierran sus paredes y la falta total de sábanas, fundas, frazadas para guarecer el frío, alimentos y apoyo emocional fundamentalmente, entre otras carencias materiales.
Sentados junto al framboyán que se alza majestuoso en medio del patio, se pasaran estos ancianos gran parte del día, meditando sobre su soledad y la triste suerte que les deparo la vida, los hijos, los nietos, o cualquier otra persona que llegó a ellos de forma caritativa con el propósito de cuidarlos hasta que les llegara la muerte y cuando se apoderaron del título de propiedad de la vivienda ,el testamento o simplemente a la fuerza , lo metieron en el asilo y jamás les dieron ni una vueltecita ni por humanidad.
Junto a estos se encuentra Bruno, más conocido por “Bruno Capricho” que con sus piernas secas desde que sufrió los azotes del castigo, continua haciéndose el bárbaro y llenando de embustes y fanfarronerías a los infelices que no tienen otra posibilidad que escucharlo por calmar el aburrimiento y la soledad que los embarga.
Allí se le ve sobre un desvencijado sillón de ruedas estirando la carcomida sábana tan pálida como su rostro, para que los que entren y salgan no descubran sus inútiles piernas. No se sabe sí lo hace por pudor, pena o orgullo, pero lo cierto es que nadie se las ha podido ver nunca.
Dicen que está mucho más deprimido que los demás pues no solamente carga el olvido y la vejez, sino que sobre sus hombros también lleva el peso del infortunio y el poco tacto.
Adriano uno de los enfermeros comentó a los recluidos qué su abuelo lo conocía de la juventud, y le dijo que siempre fue un hombre muy caprichoso y nunca permitió que nadie lo aconsejara, por lo que cualquier idea por turbulenta que fuera la ponía en marcha sin importarle las consecuencias.
Por ese carácter tan dominante tuvo muchos enfrentamientos con los empleados de su antiguo negocio. Y aunque nunca dobló el lomo, valiéndose de su jerarquía de jefe, no dejó de mandar mientras tuvo fuerzas.
Algunos lo siguieron en sus locuras, otros a sus espaldas le hicieron campañas difamatorias. Muchas veces lo traicionaron y lo llevaron a la banca rota, pero nunca se dio por vencido, y continuaba como si nada.
El abuelo le afirmó que para desquitarse de todas estas maniobras desestabilizadoras se vengaba a su manera, por lo que mandó a matar a muchos de sus más fieles aliados, otros desaparecieron de la noche a la mañana y a la mayoría los destituía sin explicarle a nadie las causas, incluyendo a su propia familia.
Con el único que tenía una aparente impatía era con su hermanito Beby, y eso porque lo seguía a todas partes sin oponerse a nada y no dejaba de cumplir a cabalidad con sus proyectos por descabellados que estos fueran.
Por supuesto que Beby no era bobo, pero su débil carácter y su marcado romanticismo no lo dejaban razonar ni poner los pies en la tierra, por eso obedecía en todo, cosa que le convenía a Bruno Capricho para manejarlo a su antojo.
Beby le atendía los asuntos de menor envergadura junto a otros de los suyos, entre ellos Miguely, un excelente trabajador muy amigo de Beby y con tremenda luz larga , por lo que se la pasaba todo el tiempo aconsejando a éste sobre los manejos sucios del viejo, y asi poco a poco lo fue despertando.
Aunque estas cosas no era motivo de desvelo en el anciano, porque lo único que a él le interesaba era seguir dirigiendo su fábrica sin la opinión de nadie.
Estuvo por muchos años destruyendo el presente y futuro de sus subordinados, hasta que un día la suerte le jugó una mala pasada y surgió dentro de la masa trabajadora un jovencito de mucha experiencia y dinamismo que en un dos por tres lo destituyó de su cargo y rango.
Bruno al no tener familia reconocida, porque nunca quiso representar a mujer alguna, ni darle su apellido a los hijos que tuvo fuera y dentro del matrimonio, que según las lenguas pasaban de 12, además de haber detestado de la madre, hermana y a uno de los hermanos mayores lo puso a criar puercos y el pobre nunca pudo salir de la cochiquera, y todo esto porque no lo quisieron seguir en sus locuras y capricho.
No le quedó más remedio que ir a refugiarse bajo el cuidado de su hermanito Beby para él la única persona que siempre lo seguiría ya que aparentemente estaba criado bajo sus leyes de ordene y mande. Pero le salió el tiro por la culata, pues Beby al ser ya adulto cuando vio en peligro su buena vida y que el viejo quería tirarle todo su mal trabajo encima un buen día sin decir adiós, se marchó.
Aseguran que se fue al país de las maravillas, porque previsor al fin y gracias a los sanos consejos de Miguely mantuvo muy buenas relaciones con Alicia y ésta le guardó debajo de una de las zetas del bosque encantado suficientes billetitos verdes para por si acaso el viejo estiraba la pata o el decidía irse algún día.
Por supuesto que se marchó junto a Miguely dejándole una nota encima de la mesa que decía:
- ME MARCHO PORQUE NO ESTOY PARA CUIDAR VIEJOS. - BEBY
Entonces fue cuando a Bruno no le quedó otro remedio que recluirse en el asilo para ancianos, lugar donde nadie le tiene compasión y donde tiene que atenerse a lo que le den , le hagan , y permitan que diga.
Algunos piensan que Bruno es veterano de la guerra y lo miran por encima del hombro, porque la gente asilada discrimina y odia a los que obtuvieron glorias o decondecoraciones a causa del sufrimiento de los infelices.
Esto al anciano lo sabe y no le importa por eso trata de obviar la realidad sin dejar de hacerse el importante y de repetir sin parar las fabulosas mentiras que ni el mismo se cree.
En la pared de la habitación tenía colgada la foto de Adolfo Hitler, pero la sustituyó para evitar las preguntas de los curiosos que se encapricharon en que era el cuando joven.
Ahora puso encima de la mesita de noche de su cuarto, la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, la cual quita y pone de acuerdo a las circunstancias, aunque después de muchos años de meditación llegó a la conclusión que fue la mejor idea que se le pudo ocurrir para que los demás no lo consideraran un tirano y creyeran en su devoción por el Cristo.
Por eso cada vez que alguno de los ancianos recluidos se pone melancólico, le enseña la foto para darle ánimo y consuelo, aunque en voz baja no deja de repetir mirando para todos lados.
-El mundo está lleno de imbeciles, con esto los confundiré, porque yo no creo ni en mi madre ja, ja, ja.-
Y oculta el rostro maliciosamente entre las agrietadas manos, para que los presentes no adviertan su sonrisa de lobo.