Por: Adela Soto Álvarez
La vida nos depara muchas sorpresas buenas y malas, como decía Olga Lidia en África, por lo que no importa una raya más el tigre. Lo cierto era que ya me estaba acostumbrando a enfrentar las adversidades del camino.
La piel se acorazaba y el pecho se exprimía hasta dejar de soltar el zumo acostumbrado.
Y mientras la humanidad y yo nos debatíamos entre fuertes ráfagas de infortunio, hambre y más hambre, desastres materiales y espirituales, mi terruño al igual que el resto del país se sumía en la peor de las crisis. La Estatal.
Las empresas gubernamentales comenzaron a reducir sus plantillas y los horarios de trabajo. Cerraban los comedores obreros y se dejó de laboral los sábados. También los trabajos voluntarios y productivos pasaron al olvido, y los que quedaron en sus puestos intocables laboraban solamente de 4 a 5 horas, ocasionando muchas veces paros generales, no por huelga, sino por falta de energía eléctrica y materia prima.
Muchos organismos enviaron al personal sobrante a sus hogares pagándoles el 60 por ciento del salario original, otros fueron puestos a disposición del polvo callejero, vendiendo baratijas en plena vía publica o directos a la agricultura de sol a sol.
Entre estos ingenieros, economistas, licenciados, técnicos y personal simple, pero todos seres humanos y desposeídos de la suerte, ante la caída del Campo socialista.
País que había subsidiado al nuestro por tantas décadas y de pronto nos dejó a la desbandada, sin tener una economía propia y sólida , ni haber sido previsor y guardar pan para mayo.
Pero bueno la realidad era la caída de la economía, del país, y el traspaso urgente a la opción cero. Y así fue como comenzaron las resoluciones, los mandatos y los ponte tu para quitarme yo.
Comenzaron por los centros de producción y administrativos, todos quedaron bajo resoluciones rigurosas y de estricto cumplimento, por lo que los integrantes del Imperio de la Simulación, comenzaron a chocar unos con los otros, y a sobrar en sus puestos de trabajo, pues había que reducir al máximo la fuerza laboral en las plantillas.
Recuerdo que se dijo que estaban infladas, y con la crisis no había dinero para pagar.Otros decían que la realidad estriba en pos de un capitalismo, que parecía el peor de todos. “El capitalismo de Estado”, donde las arcas se enriquecen y el pueblo perece en la miseria. Pero esto lo decían unos pocos, el resto callaba por no perder el mísero salario.
Muchas empresas y organismos del estado para poder reubicar al personal sobrante, acondicionaron locales fuera del centro y los destinaban a trabajos de artesanía, como, jabas de saco de yute y nylon, muñequitas de trapo y hasta un buen número de profesionales con oficios de zapateros, aprovecharon el momento de ejercerlo, y así no desvincularse del centro.
Muchos se enfermaron de tristeza y se les bajó la autoestima al extremo que tuvieron que recluirse en las salas de psiquiatría.
Algunos dejaron de laboral y comenzaron a emprender por cuenta propia, por supuesto con muy poco éxito, el resto aceptaba, y guardaban sus títulos universitarios y técnicos y se pusieron a ejercer el oficio de zapatero remendón entre otros oficios que salieron a la luz ante la necesidad económica y social.
Entre estos condecorados con la medalla de la mala suerte se encontraba mi prima Caridad, que después de pasarse diecisiete años tratando de perfeccionar sus conocimientos contables y de computación de curso en curso, enjuiciada por la parentela más cercana, entre ellos el ex marido que la juzgaba de libertina por llegar todos los días pasada las 10 de la noche, sin comprender que estaba estudiando para adquirir mejores conocimientos y poder solicitar una plaza mejor remunerada.
A mi prima después de citarla para una gran reunión multidisciplinaria, con cuanto jefe existía hasta ese momento, le ofertaron dos opciones, ir a vender productos plásticos a la Terminal de Ómnibus Interprovincial, o ir para el banquillo de los desempleados al 60 por ciento por 6 meses y después a disposición del Órgano del Trabajo.
Como es de esperarse, aceptó la venta pública. Y allí fue a parar como vendedora de galones de plástico vacíos, talco, y salfulmante, entre otras baratijas químicas.
Se le veía de sol a sol con varios cajones frente a los pies, sentada primero en uno de los muros que resguardaban el jardín de la terminal, y al final en una desvencijada silla que le ofertó uno de los limpiabotas del lugar.
Posteriormente le trajeron 3 cajas más con lejía, y cacharros de cocina entre otros. Y cuando terminaba la tarde, recogía todos los productos y los metía en cajones para guardarlos en uno de los locales de la propia terminal, que tuvo que resolver por su propia cuenta.
Así se le veía tarde por tarde arrastrando los pesados cajones, sin ayuda ni consideración de nadie.
Incluyendo la falta de baño, y agua potable, por lo que tenia que hacer sus necesidades fisiológicas en los sanitarios públicos de la propia terminal y tomar del agua caliente de los bebederos públicos que muchas veces carecían de ella, por estar rotos.
El almuerzo se lo llevaba la empresa a la cual pertenecía en una bandeja de aluminio abollada y antihigiénica tapada con un cartón, y todo esto lo tenía que aceptar sin quejarse, pues de lo contrario la juzgaban como desafecta al sistema y adiós empelo y salario.
Mi prima pensó enloquecer después de llorar por casi un mes, pero no le quedó otra alternativa que resignarse y convertirse en un merolico callejero y comenzar a apoyarse en los transeúntes que diariamente pasaban por el lugar, en los mendigos que dormían y vivían allí en los bancos de la terminal, con los delincuentes y carteristas que tenían su lugarcito para sus fechorías diarias, con los negociantes y violadores, en fin hasta con los ladrones y taxistas buquenques.
Todos una mafia de la necesidad y la pérdida de valores, pero los únicos que la acompañaban a pesar de sus profesiones malévolas y sus cargos dentro de la jauría humana.Ella nunca pensó transitar por aquella sociedad tan corrupta, pero no le quedaba más remedio para poder sobrevivir de la crisis.
Después de tantos avatares callejeros, un día me dijo que estaba orgullosa de haber sido vendedora pública en aquel lugar tan inmundo, porque había conocido a personas buenas, ocultas tras la vestimenta de la necesidad de un país sin oportunidades.
También me dijo que se había graduado en la Universidad de la Calle, y que de ahí en lo adelante nadie podía hacerle un cuento porque se la sabia todas.
Incluso a los 8 meses de ese trasiego emocional le ofertaron cambiarla por otra compañera de trabajo y que regresara a la oficina y se negó rotundamente, entonces la llevaron a un juicio laboral acusándola de visnera, y que estaba aprovechando el lugar para corromperse.
Y no era nada de eso, es que se sentía mejor entre maleantes, que en su empresa, ante tanta falsa moral y requisitos impuestos.