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Thursday, June 25, 2009

CRONICA "EL ADIOS DE LOS VIVOS"


Por Adela Soto Álvarez

El último adiós es cosa triste, diría que horrible, desgarra corazón y vida. Nunca me gustaron las despedidas, ni siquiera imaginar no volver a ver a seres queridos, ni amigos fieles. Pero como todo en la vida no es lo que uno anhela, nada de lo que no me gustaba pude conseguirlo, y este día recibí el mensaje de mi amiga Lucia de qué fuera a su casa a despedirme.

Rogué a todos los santos, pedí hasta de rodillas fuerzas para enfrentar ese momento, pero no tuve más opción que salir como un resorte al encuentro final, tratando de no perturbar mi psiquis y poder sacar de lo más hondo esa fuerza superior que tanto ella como yo necesitábamos en un momento así.

Por eso nunca se me olvidará esa tarde de invierno cuando caminaba rumbo a la casa de mi amiga y colega Lucia López, vecina de años, amiga inigualable, y colega inseparable de múltiples tertulias, de poesía, música, y té de cualquier hierba que apareciera en medio de nuestra miseria. Lo importante era brindar por el futuro, si es qué en algún momento decidía darnos el frente.

Ya en el lugar y después de titubear por varios segundos empujé la puerta de madera podrida, que rechinó como si se percatara del momento y necesitara como yo quejarse a puro grito.

Detrás de la misma estaba mi amiga sudando a más no poder, y con un ánimo asombroso repartía a varios vecinos sus desvencijados sillones, su mesa con tres sillas construida por Pepe el cabillero, la humilde cama con su colchoneta con más huecos que un famoso colador, a la vez que quitaba de los clavitos, dos cuadros y dos diplomas ganados en su desempeño en las letras infantiles.

En un rincón en espera de ser obsequiadas se podían apreciar tres cazuelas llenas de tizne y abolladuras, y sobre uno de los cajones, los cuatro trapos con que se vestía. Implacables y limpios, en turno para también ser donados a la vecindad. que atropelladamente se debatían en el pequeño espacio, a ver quien se llevaba más.

Saludé a mi amiga con un fuerte abrazo, y con la gentileza que la caracterizaba me pidió esperara terminar con la repartidera, por eso fui y me arrinconé en uno de los bordes del camastro que aún estaba por desarmarse.

De inmediato reconocí a Lula la presidenta del CDR que nunca la saludó y estuvo todo el tiempo tras sus huellas, pero tan necesitada como el resto, colgó los ideales y se unió a la donación de los beneficiados con la huida de Lucia.

Increíblemente era la que más pedía y sin esperar a que le dieran agarró el viejo fogón Pike y salió horonda como si llevara en su mano una reliquia de gran valor.
Desgraciadamente hice acto de presencia de este trance tan ridículo de la presidenta, por lo que la indignación me segó de repente, pero salí rápido de ella comprendiendo como muchas veces la necesidad desdobla a las personas.

Pero realmente me chocaba que fuera Lula la heredera de aquel fogón viejo y herrumbroso que tanto trabajo le costó a Lucia adquirir después de estar más de 15 años cocinando con lo que apareciera. Entre leña, aserrín, y un viejo fogoncito de mecha que mi difunda abuela Carmen le regaló en uno de sus desesperos sin tener donde hacer ni un poco de café

Emeregilda Luisa, más conocida por Lula como presidenta del CDR era diabólica, metida en todo, y no salía del borde de la ventana escudriñando la casa de Lucia día y noche. Y cuando ésta salía al portalito, disimulaba escondiéndose detrás de la cortina de palitos de bambú que a los embates del aire la descubría con el constante tintineo.

Pero así es esta vida, los peores enemigos a la hora de la partida van a recoger los despojos de lo que en vida fueron sus victimas.

Aunque a Lucia esto no le importaba por su carácter afable, y ese don de no odiar ni a sus peores detractores. Y si la reprendía me sacaba sus conocimientos en numerología, unidos a la energía y en ese mejunje me callaba y calmaba el enojo, haciéndome entender que siempre es mejor dar que recibir.

Allí sentada esperando terminara con sus entregas personales, estuve todo el tiempo. Algunos vecinos y colegas entraban y salían a despedirla con afecto y miedo, una combinación difícil de comprender, pero muy real en la Cuba de hoy donde la doble moral impera como en un reino construido por las altas dosis de pánico que les inoculan a los hombres.

Fue muy triste el panorama, porque mientras mi amiga descendía todas sus pertenencias al fondo de una gran java de nylon, y algunos cajones, entre lágrimas, abrazos silenciosos, y golpecitos en el hombro. La mayoría daba la espalda con rapidez para no ser descubiertos a la hora de la salida del humilde hogar por los búhos a sueldo y también gratuitos que abundan en estas zonas cubanas.

Quizás para otra persona hubiese parecido un acto risible, aceptar como regalo aquellas baratijas, pero para mí que todo lo analizaba, no era más que un episodio normal de un país donde existen lugares donde se vive como mendigos, y aunque Lucia tenía muy pocas cosas materiales para dar, muchos de sus vecinos tenían menos que ella.

Mientras ella se enfrascaba en terminar de dar lo poco y único que tenía, un fuerte toque en la puerta nos puso a todos a la expectativa.

Sin inmutarse caminó tranquila y sin miedo hacia la puerta, era la funcionaria de la Reforma Urbana que llegaba a realizar el inventario y a recoger la llave de la casucha.

Suerte al animoso saludo que dio Lucia con el objetivo de avisar a los allí presente para que los beneficiados con sus harapos y minucias salieran por el fondo a toda prisa.

Mandó a pasar a la funcionaria que como buitre en acecho miraba para todas partes inventariando hasta un ventilador descabezado que se había quedado rezagado en la entrega a los vecinos. Las cuatro cucharas, los dos vasos de aluminio, una cafetera del tiempo de la quimbumbia, y un jarrito de loza que decía Viñales, regaló de un colega.

Con voz de pocos amigos, le preguntó qué si era todo lo que poseía aquella casa. Lucia la miró tranquilamente y le dijo que sí, señalando para el camastro donde yo estaba sentada, a la vez que le decía, -es lo que falta por desarmar- y aquello que ve en la otra esquina.
Y era cierto aún quedaba la cama donde yo estaba sentada, sin colchoneta, un espejo de pared antiguo, y un cenicero de mesa con una esquina rota, la escoba de palmiche deteriorada y un invento casero de palo de trapear tapujado con un pedazo de tela de tapado metido dentro de una lata vieja de pintura que servia de cubo. Lucia sin mucho titubeo le dijo que era todo lo que poseía.

Sin pronunciar palabras revisó la lista antes realizada en el lugar por otro funcionario, y preguntó con voz imperativa por los faltantes. Lucia le respondió que los había votado porque no servían.

No se escuchó ni una sola palabra, solamente el trazo apurado del bolígrafo sobre la planilla de la Reforma Urbana donde inventarían todas las pertenencias de los que se exilan.

Mientras esto ocurría, mi mente comenzó a viajar por la vida de Lucia. Su nacimiento en medio de la tierra gorda, su exilio al pueblo en busca de una mejor vida, y donde poder escribir y desarrollar su intelecto literario, soñando con ser una gran escritora cubana.

Su afán por la literatura infantil. Las noches en vela que pasaba logrando un poema, canción o simplemente un cuento que llevara a los niños los valores que debe tener todo ser humano. Y después tan mal interpretados por los asesores que siempre leían entre líneas cosas que no existían en su mente.

Había pasado toda su vida escribiendo cuentos infantiles, poemas y canciones para la radio local. También escribía música infantil, para concursos literarios, como Planeta Azul y otros eventos cubanos.

A veces le pagaban, otras le decían que no habían fondos, pero ella seguía escribiendo en su desarticulada máquina de escribir, que por suerte y buena vibra le regaló Fernando uno de sus amigos faranduleros en un arranque de impotencia y desencanto, de los que tenemos muchas veces los escritores y que nos conducen a dejar de crear y dedicarnos a otra profesión menos espiritual, que nos aplasta pero no nos queda más remedio que aceptarlo.

Siempre me había dicho que aquel regalo para ella fue lo más importante de su vida, porque ya tenía callos en los dedos de tanto escribir a mano.

Nunca se me olvidará como la limpió con esmero, y tapó con un pedazo de cortina vieja para que el polvo no se la ensuciara.

La llamaba mi "NANA" y hasta besos le daba al teclado, porque suerte a aquel artefacto más viejo que Matusalén podía escribir mejor y más rápido.

Mi amiga era tremenda, considero que la más optimista de las personas que he conocido a pesar de su clase humilde y su poca suerte dentro de un mundo farandulero, donde si no tienes una palanca no puedes mover el mundo artístico, y mucho menos a los compinches del sociolismo que lo domina.

Me extasié tanto en mis pensamientos que no dejó de aparecer la humilde salita que tantas veces visité con mis manuscritos e indecisiones literarias para consultarlas con ella y me diera su sana opinión.

La cocina comedor, dividida con un camastro en uno de los rincones de la entrada, adornado con un hermoso cuadro al óleo regalo de un amigo pintor, que naufragó en su arte y también se había dedicado a otros menesteres fuera de la plástica.

Cuadro que ahora iba a pasar al patrimonio de la ciudad, así por qué si, aunque ella en ese momento quisiera arrancarlo del lugar y devolverlo a su dueño, solamente por decidir vivir en otro lugar del mundo había perdido todos los derechos sobre sus pertenencias.

Inevitablemente clave mis ojos en las paredes carcomidas por la vejez y la lluvia, destruidas por los embates de cuanto ciclón pasó por la ciudad y que nadie se ocupó de repararle.

Todas llenas de agujeros, al igual que el techo, que en una de las esquinas permanecía sujeto por el mismo tronco de árbol, que ella misma arrastró desde un campito cercano hacía más de cuatro años.

Por todas estas calamidades fue que no tuvo un buen lugar para situar la máquina que le regaló Fernando, pero con su convicción desbordante y ante la falta de ventilación y luz, buscó un cajón de madera, y la puso encima arrastrándola al mismo medio del patiecito.

Allí se sentaba sobre una lata vacía de galletas con un almohadón hecho por ella misma de residuos de poli espuma, escoltada por altas arecas y pequeños cubos de helechos risados que todos tenían nombre.

Horas y horas bajo la sinfonía de los ladridos de los perros del vecino, el griterío de las turbas y pregoneros clandestinos, o el ruido de los vehículos descompuestos que circulaban a pesar de sus gomas gastadas, y sus rechines a la hora de cambiar las velocidades.

Hasta que el sol batía su cuerpo fuertemente, y entonces arrastraba el cajón con la máquina hasta la solera de la casa contigua buscando un poquito de resguardo solar y allí seguía produciendo sus fabulosas historietas infantiles hasta que la sorprendía la noche.

Por eso digo lo de excelente escritora, porque tenía el don de poder concentrarse de una forma magistral y sus obras guardaban la frescura y coherencia que muy poca veces se logra bajo condiciones tan desfavorables.

Era tan buena escritora que a pesar de las confabulaciones y el amiguismo muchas veces fue premio nacional en literatura infantil, pero los obsequios no pasaban de un cuadro, un diploma o invitarla a comer a un restaurante de mala muerte.

Indudablemente su obra era muy buena, pero su suerte muy mala, y aunque sobresalía por encima de los demás escritores de su género, no tenía ni amigos ni figura, solamente corazón y sentimientos. Pero eso no vale dentro de la palestra literaria.

Su silueta regordeta y su paso cansado daban la imagen de un hipopótamo en pura faena, sin embargo nunca faltó en su humilde hogar una de las infusiones que les habló en otras anécdotas, ni una sonrisa para el recién llegado.

Todo esto sin hablar de su talento, e inteligencia para las letras y llegarle a los niños con una ternura inigualable.

Por eso un buen día, pensó que su vida podía cambiar y decidió salir de su realidad y buscar un mejor camino.

Su decisión fue mal interpretada como todo en mi país, y la expulsaron de la radio, la expulsaron de las tertulias, la expulsaron de la vecindad. Pero aun así, ella repartió lo poco que tenia entre los que a pesar de los prejuicios continuaron dándole los buenos días y deseándole suerte.

Ahora en ese mismo instante había llegado el momento. Su fuerte voz me sacó del cúmulo de pensamientos y recuerdos. Fue un catorce de noviembre cuando la vi salir de su pueblucho y exiliarse en otro país para que los trompetas y el escuadrón de represivos no la siguieran persiguiendo día y noche por sus ideas liberales y su anhelo de un futuro mejor.

Quien no vivió esta época no la puede comprender a plenitud, incluso sospecharía de su veracidad, pero todo fue tan cierto como lo relato y quien la lea si la vivió estará feliz de que se la cuente a los que no la conocieron.

De mi amiga Lucia López nada he vuelto a saber en concreto. Algunos dicen que le va muy mal, otros que le va muy bien. Alguien dijo que vive deshabilitada en un estado donde solamente la acompaña la nieve, y una fuerte melancolía.

De la máquina de escribir supe que días después de su partida fue a parar a una oficina de la Reforma Urbana, a pesar de lo desmantelada y antiquísima.

Quienes la están utilizando ni siquiera imaginan cuántas historias guarda ese teclado, ni cuánto amor quedó grabado en su rodillo.