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Sunday, June 28, 2009

CRONICA "LA CATASTROFE ECONOMICA"


Autor: Adela Soto Álvarez


Nunca se me olvidará cuando cayó el Muro de Berlín, todos estábamos seguros que de forma obligatoria no sumergían en un mal sin fondo, donde la muerte era el único alivio.


Nunca antes habíamos transitado por algo similar, y con las esperanzas y optimismo que embarga a los cubanos, esperamos a ver que pasaba.


Pero ahora que sabemos que nada pasa, qué será de este segundo hundimiento económico y social, con un pueblo con mayor nivel de conocimiento y que nada puede esperar de sus opresores?


Nuestro país en vez de avanzar retrocede mil años luz, y las necesidades se han convertido en el plato fuerte de todo cubano.


Hace cincuenta años que el sol dejó de alumbrar nuestro archipiélago, pero ahora lo sumerge en una tembladera de hambre y miseria mucho más difícil., enfrentándolo a un segundo período especial.


“Siempre el pez grande se come al chiquito” decía mi difunta abuela. Aquí pasó algo similar, el gobierno aplastó como una cucaracha al hombre de a pie, a su familia, y lo obligó a sucumbir en la peor de las miserias humanas.


Cuando el primer período aun quedaban mercados y tiendas de productos industriales con algunos beneficios, pero a la voz de “Opción cero” todo desapareció de forma inesperada.


Algunos decían que se habían recogido los productos para la reserva y de la noche a la mañana todo se quedó en estado de sitio.


El primer zarpazo fue la disminución de la canasta básica, Ya antes por cualquier situación se nos reducía sin previo aviso, pero esta vez fue al duro y sin guante. Menos arroz, granos, café, y azúcar, y si alguien se quejaba era inconsciente, y no comprendía la situación que estaba atravesando el país, por lo que de ahí a desafecto no había más que un paso.


Comenzó una carencia grande, incluyendo la de los valores más preciados, hasta la bolsa negra tuvo sus bajas, al igual que la fe que ya se había perdido, ahora era mucho más notable su penuria.


Los centros de trabajo rebajaron su jornada pues comenzaron a desaparecer los comedores obreros, el transporte, y con el apagón las empresas no podían utilizar sus equipos.


Algunos fueron enviados al sesenta por ciento a sus hogares, otros a disímiles trabajos, ninguno acorde con su capacidad, y mucho menos profesión o especialidad adquirida después de cinco años de estudios universitarios.


Algunos aceptaron irse a la zafra, pero ni zafra había, porque hasta la tierra comenzó a negarnos sus frutos.


Bajo esta situación desesperante comenzaron al unísono las enfermedades por doquier, la extrema delgadez de las personas, y todo se fue consumiendo lento pero aplastante.


Las noticas de los difuntos eran diarias, niños, hombres, mujeres, caían a diestra y siniestra desnutridos y por falta de medicamentos para contrarrestar sus enfermedades.


Hoy veías al paso a un conocido, y mañana ya no lo conocías por el quebranto que sufría de un día para otro.


A esto se le unieron los apagones por más de ocho horas, y hasta de veinticuatro. Estos apagones también llegaron a las funerarias donde muchos familiares tuvieron que darle el último a diós a sus seres queridos bajo penumbras, o si acaso acompañados por la pequeña lumbre de una vela en deterioro.


Las ofrendas florares para los difuntos fueron planificadas a cinco por cadáver, ya no eran de flores naturales, sino artificiales, y al terminar de ser utilizadas en la ceremonia fúnebre, eran recogidas y recicladas para el próximo desdichado.


Todas las barriadas expuestas a las penumbras, a los malhechores, violadores, y a todo aquel individuo que comenzaron a perder los valores humanos y con el aquel dicho de “sálvese quien pueda” aprovechaban la oscuridad para realizar sus maniobras delictivas. Así fue como se comenzó a hilvanar la maldad y el descarrió moral.


La propaganda política era la única que se mantenía sin cambios atizándonos las esperanzas perdidas con el objetivo de detener la inmensa huida que sabían iba a producirse, lo mismo por aire, mar y tierra.


Otra de las cosas que se mantuvo a pesar de tanta inclemencia, económica y social, fueron los privilegiados de la suerte, aquellos que no se desinflaron como el resto de la población y mantenían sus rostros regordetes, asomados por la ventanillas de los vehículos estatales que tampoco sufrieron las embestidas del período especial.


Estos individuos diría yo de la “suerte gubernamental” pasaban por las calles de mi pueblo sin mirar para los lados, sin importarles los miserables de la tierra que aumentaban en sus pies callos y llagas de tanto deambular sobre el asfalto, bajo lluvia, sol y hambre.


De igual forma se veían a mujeres con niños en brazos acumulando sol en sus harapos y sangre en el alma, y a ancianos casi sin vida, al igual que a hombres sin suerte, todos a pie, mientras los magnates privilegiados de la tierra andaban como si nada en sus lujosos automóviles de último modelo, con cristales oscuros, aire acondicionado y la música estridente a toda voz, para no sentir el grito del pueblo que moría de todas las carencias, las veinticuatro horas que dura el día.


Todo esto bajo el interminable lavado de cerebro de aquello que nadie se cree, de que “todos somos iguales”.


Una de las salvaciones estomacales que más se puso de moda, fueron las infusiones. De hierbas silvestres. Estas resolvían la afluencia de los jugos gástricos cuando se ponían a mil por hora ante el hambre y el desequilibrio nervioso.


Lo mismo se hacían con jengibre, caña santa, Hoja de naranja, tila, romerillo, flor de España, dormidera, o cualquier hierba que estuviera al alcance del hambriento, lo importante era sentir algo caliente en el frío estómago.


Sin exagerar, no quedó ni un sólo hogar que no tuviera de día o de noche para él y los visitantes una rica infusión de cualquiera de estas hierbas y muchas veces endulzada con miel de abejas, porque hasta el azúcar a pesar de ser un producto nacional llegó a escasear, y con este salvavidas, la gente comenzó a inventar otros productos para la supervivencia de ellos y la prole familiar. Por supuesto que de forma clandestina, pues al que cogieran en el brinco iba a parar a la cárcel.


Así aparecieron las inolvidables recetas de picadillo de cáscara de plátano verde bien sazonado, o gofio, el bistec de hollejo de toronja entomatada o empanizado, también el bistec de colcha de trapear reblandecida en olla de presión, para que fuera más digerible.


El mango frito aparentando un plátano maduro, la tuna preparada con puré y suficientes verduras, cuyo plato suplía sin ningún tipo de diferencia al bistec de carne de res.


Y así sucesivamente fuimos olvidando la real existencia de estos productos cárnicos, vedados para la mesa de los de a pie, y destinada exclusivamente para extranjeros y dirigentes miembros de la nomenclatura gobernante.


Por supuesto que esta miseria de que les hablo, no llegó nunca a personas blindadas. Esta gran miseria se quedó en la clase humilde, en la más oprimida, en el pueblo.


Muchas historias como estas surgieron entre los años 92 y 93, dos de los más difíciles de la catástrofe económica.


Muchas anécdotas siniestras producto a la gran necesidad de alimentos y otros productos de primera necesidad surgían de la creatividad de las personas de esta tierra que con su deseo de resolver se volvieron importantes científicos culinarios y no culinarios de la penuria.


Lo mismo inventaba un plato fuerte, que blanqueaban la ropa con jugo de pepino, que utilizado como detergente.


Al igual que lavaban con pasta dental, bicarbonato de sodio, hojas de mangle , pendejera, jabolina o cualquier otra hierba silvestre que al contacto con el calor produjera algún beneficio limpiador ante la fuerte crisis existente en el país, entre ellos los productos para lavar.


También se supo de personas que vendían pizzas, revestidas con condones derretidos ante la falta de queso, y los ponían en la masa con colorante de tomate y suficiente sal para evitar ser descubiertos, y como las personas se las comía por hambre, no advertían el sabor, ni el olor, ni se imaginaban que se estaban comiendo un condón o preservativo entomatado.


En otros restaurantes clandestinos, vendían trozos de tuna reblandecida a fuego lento y después empanizado con abundante cebolla. Esto sin contar la carne de perro, gato, o cualquier animal doméstico o callejero, ofertada como fricasé de conejo.


También hubo inescrupulosos y malévolos individuos que robaron vísceras de las morgues para ofertarlas como bistec de hígado, riñones en salsa, corazón estofado, y otros.


Todo muy bien acompañado por una nueva línea de bebidas alcohólicas de procedencia artesanal y dudosa que no más de una vez condujo a la muerte a decenas de consumidores y que todavía recuerdo las llamaban, azuquin, guachipupa, guarfarina, alcoholifan mata penas y muchísimos nombres más, todas producidas y comercializadas en los mercados negros, los de la necesidad ,los de salvavidas y la perdida de valores.


Con toda esta situación económica y social batiendo de norte a sur, y de este a oeste, comenzaron a agudizarse los destierros masivos y el mar muchas veces se volvió loco ante la cantidad de hombres, mujeres y niños que se lanzaban a llegar o a morir.


Muchos quedaron sepultados bajo las fuertes olas, o en los estómagos de los tiburones. Otros llegaron sin aire y con el pecho agrietado de tanta ausencia


Los hogares se dividían, y la ideología comenzó a patinar en los cerebros de aquellos que aun confiaban en un futuro mejor.


Cosas muy terribles enfrentamos los cubanos en este primer período especial donde cada cual tuvo que aceptar bajo un fuerte lavado de cerebro.


Hoy me pregunto al leer y releer las innumerables cartas de mi tía Luisa María donde me cuenta que regresamos como un bumerán a lo mismo o quizás a lo peor, porque ahora no existen reservas, ni materiales ni humanas para enfrentar tanta indolencia, hambre y necesidades.
Y hoy sí el pueblo tiene mucha más visión, y su cerebro se ha ido limpiando de tanta ideología impuesta.

Indudablemente nuestro país es más que una penuria, una tierra sin sol, y sin remedio