y en una sociedad que la olvida...
Por: Adela Soto Álvarez.
Además de los niños los ancianos son el otro grupo poblacional cubano que ha sufrido con mayor severidad la miseria en que el régimen ha sumido al país.
Si una década atrás los viejitos parecían atendidos, hoy muchos hurgan en los tanques de basura y tratan de vender los más disímiles artículos o sencillamente deambulan en busca de que les caiga algo en las manos.
Justo cuando realmente deberían estar gozando apaciblemente de su jubilación, rodeados de afectos y atenciones, muchas personas de la tercera edad se encuentran sumidas en la lucha. Un eufemismo que significa cualquier actividad ilícita, porque casi todo está prohibido para resolver algo que los ayude a la sobrevivencia.
Entre estos ancianos esta María Catalina Ponte, una de las tanta vendedoras de cigarros que diariamente transita las calles de La Habana Vieja, precisamente el Parque de la Fraternidad, en busca de un buen día para poder enfrentar su endeble economía.
Esta mujer nacida dos siglos atrás, dulce y tierna como una amapola, y quien amo desesperadamente la libertad, participando en cuanto proyecto creyó humanitario en la isla. Incluyéndole la entrega de su vivienda herencia de sus antepasados, para que en el lugar se edificara uno de los tantos hogares para niños desamparados, es hoy una de las vendedoras ambulantes que huye de la policía en las esquinas de la urbe capitalina.
María Catalina estudió magisterio en las antiguas escuelas para normalistas. Impartió clases a niños y mayores, incluso alfabetizó en el año 61 a más de una centena de residentes en las montañas del Pan de Guajaibón.
En cada movilización gubernamental se veía con su sonrisa abierta y siempre al frente del grupo de jornaleros de la escogida de tabaco donde laboró por más de cuarenta años. Fue miliciana, militante, trabajador ejemplar, vanguardia nacional, y obrero destacado en cada análisis sindical. También fue miembro efectivo del Sindicato de Trabajadores, del Consejo de Trabajo, y del Núcleo del Partido, de donde le dieron baja natural por haber arribado a la tercera edad.
Muchas personas que la conocen se le acercan indagando el por qué nunca la jubilaron, ella triste pero elocuente relata que al llegar a la edad ya no estaba trabajando pues había cese laboral en la escogida y nadie se ocupo de ese asunto, y ella desconocía los pasos a seguir, solamente supo que su expediente lo habían enviado al Órgano del Trabajo, pero por mucho que indagó, nadie supo darle razones del mismo.
Ahora sobrevive vendiendo el azúcar de la cuota normada, y los cigarros, los tabacos y muchas veces el arroz, que de cinco libras que le venden ella vende tres.
Además de los niños los ancianos son el otro grupo poblacional cubano que ha sufrido con mayor severidad la miseria en que el régimen ha sumido al país.
Si una década atrás los viejitos parecían atendidos, hoy muchos hurgan en los tanques de basura y tratan de vender los más disímiles artículos o sencillamente deambulan en busca de que les caiga algo en las manos.
Justo cuando realmente deberían estar gozando apaciblemente de su jubilación, rodeados de afectos y atenciones, muchas personas de la tercera edad se encuentran sumidas en la lucha. Un eufemismo que significa cualquier actividad ilícita, porque casi todo está prohibido para resolver algo que los ayude a la sobrevivencia.
Entre estos ancianos esta María Catalina Ponte, una de las tanta vendedoras de cigarros que diariamente transita las calles de La Habana Vieja, precisamente el Parque de la Fraternidad, en busca de un buen día para poder enfrentar su endeble economía.
Esta mujer nacida dos siglos atrás, dulce y tierna como una amapola, y quien amo desesperadamente la libertad, participando en cuanto proyecto creyó humanitario en la isla. Incluyéndole la entrega de su vivienda herencia de sus antepasados, para que en el lugar se edificara uno de los tantos hogares para niños desamparados, es hoy una de las vendedoras ambulantes que huye de la policía en las esquinas de la urbe capitalina.
María Catalina estudió magisterio en las antiguas escuelas para normalistas. Impartió clases a niños y mayores, incluso alfabetizó en el año 61 a más de una centena de residentes en las montañas del Pan de Guajaibón.
En cada movilización gubernamental se veía con su sonrisa abierta y siempre al frente del grupo de jornaleros de la escogida de tabaco donde laboró por más de cuarenta años. Fue miliciana, militante, trabajador ejemplar, vanguardia nacional, y obrero destacado en cada análisis sindical. También fue miembro efectivo del Sindicato de Trabajadores, del Consejo de Trabajo, y del Núcleo del Partido, de donde le dieron baja natural por haber arribado a la tercera edad.
Muchas personas que la conocen se le acercan indagando el por qué nunca la jubilaron, ella triste pero elocuente relata que al llegar a la edad ya no estaba trabajando pues había cese laboral en la escogida y nadie se ocupo de ese asunto, y ella desconocía los pasos a seguir, solamente supo que su expediente lo habían enviado al Órgano del Trabajo, pero por mucho que indagó, nadie supo darle razones del mismo.
Ahora sobrevive vendiendo el azúcar de la cuota normada, y los cigarros, los tabacos y muchas veces el arroz, que de cinco libras que le venden ella vende tres.
-¿Y qué come?- le preguntan- Ella responde sin prisa que las sobras que recoge muchas veces en las cafeterias y restaurantes de la divisa. A veces hurga en los basureros, porque siempre alguien vota lo que le sobra, y otros recogen lo que les falta.
Todo esto le ha provocado una anemia espantosa, pero ella se piensa un yunque y sigue pregonando sus productos hasta que la muerte venga a hacerse cargo de ella.
Todo esto le ha provocado una anemia espantosa, pero ella se piensa un yunque y sigue pregonando sus productos hasta que la muerte venga a hacerse cargo de ella.