ENTREVISTA LOS AZOTES DEL EXILIO NOVELA

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DEDICADO A MIS PADRES

Wednesday, November 08, 2006

AMALIA SANCHEZ



Narrativa
por: Adela Soto Alvarez

''AMALIA SANCHEZ''
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''La heroína de batallas inciertas''.
Cuba- 1992
Este suceso pudo ocurrirle a cualquier mujer cubana al regresar a su patria después de cumplir con una misión internacionalista.
A Amalia inmemoriam por su sinceridad y valentía...


Finalizaba el año 80 en la Cuba esclavizada, por lo que eran tiempos difíciles y todos lo sabían, por eso fueron muchos los enviados al lugar después del regreso a la Patria. Unos con la misión cumplida, otros sin cumplir, pero todos con el mismo diagnóstico, y falta de identidad.
Un rustico edificio de construcción medieval y de varios pisos, asomaba por entre las altas montañas, las que juguetonamente se veían escoltadas por un buen número de palmas reales, y coposos árboles.
A primera vista parecía un palacio gótico donde siempre existe una princesa encantada o cautiva de los maleficios de una bruja. En este caso no era una sola princesa la que habitaba tras aquellas paredes expuestas al viento, sino infinidad de princesas convertidas en residuo humano, al igual que príncipes valientes cautivos y a punto de extinguirse.
Nadie quería llegar, pero el que lo hacia, no tenía mas opción que permanecer recluido por un buen tiempo.
Si mejoraba podía salir de alta o de pase, sino a servir de conejillo de la india a muchos duchos en materia científica.
Amalia la joven muchacha provinciana había llegado recientemente custodiada por varios enfermeros. Alguien dijo que venia de la Selva completamente loca. Pero la realidad era que la habían vuelto loca, los acosos sexuales de su jefe, y la catástrofe que vivió en tierra ajena.
Pero aun se le podía reconocer a pesar del negror de su piel y la desvencijada apariencia. Lo cierto era que estaba allí, la heroína de tantas batallas, sin saber si era de día o noche y con un silencio atroz. Nadie sabia el por qué había perdido el habla.
Por tales razones y teniendo en cuenta su padecimiento silente, decidieron los facultativos proporcionarle posibilidades de recuperación, llevándola sin preámbulos a una de las habitaciones destinadas a los enfermos mentales.
El pequeño cubículo donde fue conducida estaba fuera de todo bullicio. Parecía alzarse majestuoso en aquel lugar tan sombrío, mientras el arrullo de la suave brisa abanicaba gentilmente la coposa vegetación, que acorazaba implacable toda posible civilización.
Paredes blancas adornadas con enormes ventanales, sobre ellas llamativos vitrales logrando una sinfonía perfecta.
Todo parecía un sortilegio del amplio inmueble, que junto a los hermosos cuadros contemporáneos, realzaban el uso de pinceles creativos, y donde no dejaban de predominar los colores azules, y grises, sobre los esqueletos y los pájaros cantores.
Parecía un sueño recorrer con la mirada aquellas expresiones pintorescas y desafiantes a la vez. Todas de inigualable toque surrealista, y que no dejaba de emocionar los ojos estupefactos de Amalia, la tierna y debilucha muchacha, que no dejaba de preguntarse para sí… ¿quién sería el autor de aquellos dibujos?.
Tal vez alguien tan complicado como ella, pero la rubrica sobre el lienzo resultaba tan ilegible que sus irritados y grandes ojos verdes no podían descifrarla.
De todas formas no tenía otra opción que continuar caminando con sus interrogantes en el más esquemático silencio, y sin dejar de buscar un poquito de la tranquilidad que tanto deseaba, porque la paz para ella era otra cosa.
Al fondo y muy cerca de uno de los ventanales sobre un sillón muy deteriorado por el uso de quién sabe cuántas penas. Lucia la hermana mayor, la que siempre acudía, la que nunca tuvo negativas a la hora de ayudar al desvalido, leía absorta la obra clásica de Alejandro Dumas, mientras Amalia continuaba sin pronuncias palabras.
Era su lectura preferida, así se le escuchaba murmurar, aunque muchos pensaban que lo hacía para reafirmarse la existencia de los amigos, la lealtad y la justicia, tan escasa en tiempos de desastre.
Por eso a cada momento miraba a la hermana y sonriente le comentaba algo sobre la hermandad de los Mosqueteros, pero Amalia nada respondía.
Desde que llegó al hospital se mantuvo en un silencio profundo, y el médico aconsejó, la dejaran así hasta que ella misma decidiera salir de su impenetrable mundo.
Una muchacha delgada y pequeña con los cabellos anudados a la nuca y sobre estos una simple cofia, tan blanca como su vestido, le daba cierto aire de pureza y confianza a los constantes movimientos que realizaba dentro de la habitación.
Después con voz de ángel de la guarda y sin dejar de sonreírle le preguntaba cómo se sentía y verificaba de forma cautelosa todo lo que sucedía a su alrededor.
A Amalia se le antojó una espía enviada quién sabe de que tambaleo ideológico. Con su cara de mojigata nunca pudo confundirla, porque la época de las confusiones para ella había pasado.- Se decía para sí y la miraba todo el tiempo con ojos desconfiados, pero sin hacer comentarios, porque de lo qué sí estaba segura era, de qué se la encomendaron muy especialmente.
A ella nunca le habían gustado los privilegios, pero en esos momentos no tenía otra opción que aceptarlos y esperar pacientemente hasta poder descubrir quienes eran los interesados con tanta adulonería y exagerados cumplidos.
Después de mucho andar por la vida se había convencido de que alguien lo hacia para que se desbocara, y vomitara todo lo que tenia dentro de su cápsula sentimental.
Por eso a pesar de toda la confianza que la muchacha trataba de ofrecerle, Amalia se mantenía hermética, con sus verdades encerradas en los páramos de su tristeza.
Lucia se puso de pie exhalando un suspiro de agotamiento físico, a la vez que dejaba caer el libro sobre la cama de Amalia. Miró el reloj y comentó sin dejar de estirarse, que el final del día estaba por llegar.
Buscó en su cartera el pase de entrada al hospital, y las llaves de la vivienda e inclinándose besó a la hermana aconsejándole con autoridad que aprovechara el tiempo que iba a estar sola y leyera la obra de Dumas, para que recuperara la fe perdida.
Amalia la miró y para no contrariarla asintió con la cabeza. Últimamente para ella todo se había convertido en un ritual de órdenes. Lee, espera, soporta, no pienses,…como si lograrlo fuera tan fácil.
Qué estúpidas son las personas que piensan que pueden con palabras desvanecer el aleteo de los gorriones cuado se afanan en desordenar las ideas, y aunque Amalia se había convertido desde el último golpe en una mole de silencio a la que cualquier rumor la espantaba, no había dejado de hilar las sombras de sus muertos y estos no dejaban de atormentar su perturbado cerebro, por lo que darse a la lectura le era imposible.
Haciendo caso omiso a las palabras de la hermana y reafirmándose que nadie podía quitarle de los párpados lo vivido, porque había marchado siempre con la fe y la esperanza como bandera y ahora pasaba a ser manjar de sus remordimientos y de sus agrestes decepciones, se dispuso a no leer el libro aconsejado y lo guardó bajo la almohada.
Amalia la valiente mujer contemporánea que enfrentó la sed de sus arritmias, las siluetas herméticas, los papeles sombríos, los amigos neutrales, sin atesorar otra cosa que no fuera enarbolar su estirpe con su ponzoña ardiente. Se desvanecía entre el olor a zombis y el llanto recalentado que esparcía sobre un lecho ajeno, en espera del hambre de la ciencia, y la piedad de los que hacían lo posible por encontrar un bálsamo justo para calmarle el espanto que padecía.
Por eso se aferraba a sus incógnitas a la vez que se revolcaba entre el estiércol que le quedaba en las sienes.
No podía imaginar que tuviera que continuar tras el muro, mirando solamente las telas de las arañas.
Por eso después del portazo al salir la hermana caminó de un lugar a otro de la habitación buscando un lugar para asirse y salir de tantos recuerdos, pero todo era imposible para ella, y las evocaciones del subconsciente como estocadas al centro del corazón comenzaron su nueva faena.
De un golpe llegó a su mente la imagen que proyectaba cuando se pensaba vencedora y su espíritu se llenó de aplausos, pero de igual forma el pecho se le inundó de la realidad y volvió a verse como lo que realmente era… “Un héroe desamparado”.
Por eso entre lágrimas se sentó al borde de la cama, tratando de tranquilizar sus nervios, pero por mucho esfuerzo que hizo nada consiguió, porque la verdad como martillo no dejaba de refutarle las neuronas, y reafirmarle su título honorífico de “Vencedora de la nada”.
Amalia se sentía vencida, con las sienes a puro fuego, y revalidándose cada vez más, que la zozobra era su mejor aliada. Por eso se detuvo en la primera estocada, la de su juventud entre la ardiente pólvora, las explosiones, y el sabor caliente de la sangre.
Su olfato se había convertido en un látigo, por eso el olor etílico del verdugo y su forma de mancillarle la candidez la asfixiaban y cuando esto sucedía se mordía las manos hasta verlas amoratarse, queriendo con ese acto quitarse la impureza.
De un golpe se puso en pie y caminó hacía la amplia ventana que comenzaba a filtrar los primeros rayos de la luna. Miró el cielo en busca de un poco de paz, pero esta le llegó en un lenguaje ajeno.
Sin saber que hacer regresó despacio y se ovilló sobre el lecho como un perro desvalido.
La voz de la enfermera interrumpió su éxtasis junto a un sin número de fármacos que se exhibían triunfantes ante sus aturdidos ojos. Y todo esto junto a las palabras fabricadas de aparente consuelo,… de que podía tener otra oportunidad, si era fuerte.
¿Cómo podría ser fuerte si ya lo había sido tantas veces?…Si solamente con el oficio de vivir ya lo era.
¿Qué eran fuerzas , acaso convencerse a si misma de qué el cuerpo estaba hecho solamente como soporte?.
¿Quién era ella?...se preguntaba indecisa. Acaso nada pasó realmente por su vida.? ¿Entonces no hubo muertos,… dónde estaba su risa?
Absorta en sus constantes ideas se debatía en su recuerdo como un espadachín en plena batalla. Entonces le llegaba entre llamas de dolor el rostro querido de Miguel, las piernas amputadas de Saúl, el cuerpo inerte de Mariela, y su cabello envuelto en el rojo intenso de la sangre que aún atrofiaba su cerebro.
Se apretaba las sienes tratando de olvidar, pero la mediocridad y los abusos de René con su donaire satisfecho de autosuficiencia la golpeaban sin cesar, mientras las últimas palabras de consuelo se perdían de su alcance.
Ellos, Miguel, Saúl, Mariela, sus tres mosqueteros cruzando cercas, penas, calvarios, unidos por el amor y las ideas. Creyéndose Odiseas. Los genios de la lámpara de Aladino. Tan iguales o iguales a los que permanecían eternizados en las páginas del libro de Dumas, habían dejado de existir y Amalia estaba segura de eso.
Miguel había quedado sepultado en tierra ajena. Saúl y Mariela igual, solamente la fina lluvia y el recuerdo eterno como un lento río que al final siempre iba a parar en las excretas sádicas de René.
Un buen número de hermanos engañados habían regresado como ella. Mutilados de sus miembros y del alma, otros sin conciencia. El resto había quedado detenido en el espasmo del polvo, a veinte metros bajo tierra y cubiertos por un rectángulo de mármol gris, sin poder ver las estrellas, ni escuchar su grito,… el mismo grito que no dejaron de emanar sus cuerdas vocales cuando llegaron como carne de cañón a la Selva.
Estaba segura que todo había pasado. Ya no tenía a quién contarle los asedios de los apetitos nocturnos cuando la soledad y la nostalgia hacía estrago sobre los subordinados., y los predios eran menos que un incendio corporal.
Tampoco tenía a quien contarle los acechos del Simio, ni las violaciones a su pureza. Ni siquiera podía confesar que estaba al borde de la locura y que la resignación no le llegaba.
Ella la Dartañan de Los Mosqueteros, la que siempre quiso ser justa, ahora sólo estaba recluida en sus meditaciones, disociada, ajena, y cansada de enfrentar los avatares, guillotinando el presente… Y lo peor de todo ya no le quedaban ilusiones.
Alguien le preguntó una vez, ¿qué cómo era posible que soportara tantas crueldades sin morir?. Y ella le respondió,- ¿Acaso cree qué vivo todavía?..-
Y era cierto parecía viva a pesar de su corazón tan afligido, de su constante miedo a enfrentar sus realidades, de sus cuerdas vocales negadas a emitir ningún sonido.
Se había acostumbrado a aparentar ser una y realmente era otra. Las dos Evas, las mujeres “Llamarada y Brisa”, una empeñada a ser siempre, y la otra empeñada en ser ventisca.
Algunas veces para salvarse hizo lo posible por echar al viento sus conflictos refugiándose en recuerdos agradables, y cuando hacía esto se le escuchaba murmurar,... que el aire le calmaba las brazas.
Muchas veces la sorprendió la mañana en plena Selva atrapada entre el roció y sus vivencias y se le veía caminar descalza, quitándose de las mejillas las suaves gotas del cansancio, pero siempre regresaba obediente a los pies del verdugo.
Un sonido breve pero agudo provocado por una de las camillas la sacaron de sus pensamientos.
Se puso de pie asustada, y caminó lentamente hacía el ruido. Después de todo necesitaba caminar. Llevaba muchos días recluida sin ver el sol, sin buscar a sirio su planeta preferido. Era el único que la entendía y consolaba, por eso le había dedicado muchas horas conversando con él sentada entre los canteros de los tilos y las begonias.
Mientras caminaba no dejaba de pensar en el reencuentro con el pasado familiar que era otra de sus obsesiones.
Hacía tantos años que no convivía con los suyos, por lo que no podía adivinar si continuaban iguales, o tan desiguales como de costumbre.
Entonces detuvo el pensamiento en las palomas de Rudy volando como bandadas y alterando la tranquilidad del hogar y los vecinos.
El grito de las turbas familiares azuzadas por las carencias de las cosas más precisas. El olor a fango interminable ligado al olor a leña y a madera antigua, y quiso escapar de esos desastres y meterse de un tirón en los pasillos interminables del amado hogar.
Llegar a la ansiada salita tan llena del confort de clase media, y observarlo todo en el mismo sitio.
Los cuadros pintados por su inexperiencia en algunos escapes espirituales. Las fotos de los niños, la del abuelo gruñón, las de su juventud con el cabello largo, tan largo como lo eran sus esperanzas quinceañeras, y la guitarra de nostalgias gigante colgando silenciosa del alero.
Pobre Amalia no quería que se le escapara ni un sólo detalle, por eso hacía todo el esfuerzo por imaginarse junto a la mesita avejentada, exhibiendo la lámpara que le regaló Miguel aquel día de Reyes.
El siempre quiso que ella tuviera una lámpara, porque las consideraba mágicas y siempre llevaban un genio dentro. Y ella se reía satisfecha y dichosa cuando él la consentía con sus palabras varoniles y precisas.
Pero el genio de su lámpara se escapó una tarde y dejó de concederle los milagros. Esa misma tarde en que sin pensarlo se marchó condecorada de ideales y medallas, dejando a la deriva sus sueños y todas sus verdades.
Y ahora dónde estaba, toda resignada en un silencio crudo, y metida en una enorme lejanía, y bebiendo del néctar del arrepentimiento.
Su mente comenzó a vagar sobre los pececitos de cerámica blanca, y la diosa del amor sin brazos, también regalos de Miguel. Las siempre vivas verdecitas y pobladas a pesar de la falta de agua.
Colgada sobre la ventana que daba al patio las tinajitas de barro también sobrevivían en sus recuerdos. Hasta los vasitos de yogurt repletitos de tunas de diferentes especies se mantenían al pie del almacigo y junto a ellos el arbusto de espinas como trofeo de sus constantes guerras.
Todo permanecía intacto en el pensamiento desordenado de Amalia. -Todo está en el mismo sitió- Se decía para sí, mientras las lágrimas le humedecían las mejillas atrapada en el olor de las rosas mañaneras, y engalanada con el canto de los gallos sobre la fresca tierra que tanto añoraba.
Quiere detener el recuerdo, pero éste la continúa llevando por el tiempo transcurrido, y le parece ver al padre decidido a no dejar entrar la luz. Nutrido de prejuicios y balanceándose en su sillón de mimbre y la madre recalentando el poquito de café criollo, esta vez de mala muerte, entre los planes de esperar por la llegada del domingo para que estén todos y poder cocinar la libra de frijoles que guarda con celo desde principios de mes.
Su hermano José colgado del vició como un ermitaño, con la mirada nula ante las carencias y sin dejar de rechinar las mandíbulas, a la vez que sedimenta su sudor sobre la vieja sábana.
Natalia la más pequeña de las hermanas, alimentando el miedo con las uñas como manjar, evitando las desenfrenadas agresiones familiares.
El ineludible olor a sopa de ajos como dardo contra el olfato, las tortas de harina polvoreada con azúcar turbinada a las diez de la noche, calmando la acidez de los jugos gástricos, mientras el humo y el tizne imponían sus dominios a pesar de los quejidos respiratorios. Y lo peor, la mirada lánguida de Pluto y Saltarín en el patio esperando por el milagro de las raspas del arroz para aplacar las tripas.
Son demasiados recuerdos, y sabe que no puede remendar sus verdades, ni calmar su dolor aunque la embutan de medicamentos traídos de la China, ni siquiera con el elixir de los dioses.
Piensa y piensa aprisionando su cráneo entre las manos, y ve la maldición sobre sus hombros y descubre que nunca tuvo casa, que tampoco edificó la paz, ni construyó al hombre nuevo como le hicieron creer, que solamente fue un instrumento de la mentira y la mala suerte.
Sofocada ante tantos pensamientos sigue corriendo de un lado a otro, enciende un cigarro absorbe su humo desenfrenada y se dirige hacia una de las amplias ventana, en esos momentos para ella la salvación.
Mira y vuelve a mirar, con un terrible deseo de lanzarse y terminar de una vez con tantos pesares, pero la buena brisa comienza a batir sus alas sobre su endeble rostro despeinándole cariñosamente los cabellos, y una inmensa armonía recorre todo su cuerpo.
Entonces comienza a mirar todo el paisaje que se ofrece, y se da cuenta que desde la ventana lo puede observar todo sin ser vista.
Abajo están los hombres discutiendo sobre la realidad. Alguna que otra mujer deambulando sobre sus pantorrillas, otras colgando de la impiedad del tiempo.
Un buen número de ancianos arrastran sus pies con la esperanza de tomar el ómnibus que esta por llegar. Otros leen las diferentes crónicas del diario vespertino, dos discuten sobre béisbol, todo es rutina, sin cambios, ni futuro, pero están vivos o por lo menos lo parece.
A pocos metros de la entrada de emergencias discuten dos señores, no se entiende bien el por qué, pero están al irse a los golpes. Los hombres son tan impredecibles, que a lo mejor después del fandango se abrazan y se toman par de tragos juntos, por lo que no hay que preocuparse.
Alguien gritó son las nueve de la noche .Hora del nuevo infierno. La enfermera está por llegar con sus píldoras curativas, y la ponzoña afilada para clavarla en su trasero.
No quiere pensar en ese momento que le espera, pero inevitablemente llega Julieta como una estocada a su recuerdo, Julieta, la Selva, y Marisela la liberal amiga, que no le importaban las rayas de su inmunda vida, porque el tigre tiene más y vive.
¿Qué sabría Julieta de entregas por amor? Si daba de beber a cualquier sediento. Se repite ya con voz.
También le llega Rene oculto en uno de los recodos de su mente, con la bayoneta encasquillada tratando de apostarle un buen disparo y ella huyendo por los pasillos interminables de su vida.
¿Qué daño le había hecho todo?...Ella que se pensó caudal y no fue más que agua estancada y pestilente.
Después la fiesta de los quince años… y el comienzo de su decepción y vació por un simple minuto de inocencia y descuido. Posteriormente sus veintidós años los que llegaron a fuerza de zarpazos enemigos. Ahora con treinta no le quedaba nada más que aprender.
Se frota las manos con fuerza, y se reafirma una y otra vez que aun vive, que es Amalia, que alguna vez fue madre, que alguna vez amo desenfrenadamente. No podía recordar a quién, pero siente que ese sentimiento de nuevo se abalanza.
¿Sería a Rene a pesar de sus mordidas, o a Alfredo, a lo mejor a Nicolás, o Rufino. ¿Pero cuándo comenzó la desdicha, esa no la recuerda aunque como el amor sabe que invadió todo su cuerpo.
¿Sería al nacer?.. .Tal vez fue un embrión mal formado, o nació en el lugar equivocado y menos preciso.
Si pudiera encontrar una goma grande y borrar todo el pasado, o simplemente regresar al semen del padre y no fecundar. Pero nada de eso podía hacer, solamente le quedaba una posibilidad para salvar el espíritu, y era Gabriel al que ella le dio vida en cualquier palabra, o rostro para calmar sus pesadillas.
Aquel amor imaginado, cultivado en sus carencias. Aquel muchacho loco que le hacia el amor sobre la hierba y le regalaba flores, las que aun viven dentro de sus libros más preciados.
Pero Gabriel, podía ser Alejandro, Pedro, Juan, Jacinto, José, Iván, Orlando. Cualquier detalle, cualquier beso. Incluso a pesar de saber que nunca seria cuerpo, con una dosis de Gabriel sobre su demencia estaría curada.
¿Pero dónde encontrarlo si estaba desvanecido y por mucho que escudriñaba su imaginación no lograba conformar su rostro , ni su boca, ni sus ojos.
Su cerebro se agobio tanto de buscarlo en el infinito, que sólo sintió consuelo al aferrar sus manos a la ventana.
Debajo seguía la gente cada cual es su asunto, y ella cada vez más sola, sin que nadie la viera, ni entendiera, por tal razón nadie podía salvarla.
Sin pensarlo dos veces se subió sobre una silla que permanecía al pie del ventanal, y se lanzó al vació.
Una fuerte sacudida estremeció el pavimento. Una mujer gritaba desesperada una y otra vez pidiendo auxilio, y Amalia iba quedando nuevamente en silencio al son de las gotas de glucosa que caían en el depósito del equipo de suero, mientras un canto de ángeles la escoltaba hasta la última morada.