No hay una hora en que
no me duelan
Los pergaminos, y las
pobres ofrendas
Que pude ofertar a mis ídolos.
Los dos solos, e
indefensos
Quién sabe en qué lugar
de la ignorancia
O sirviendo de manjar
A los preludios marginales
Que por bondad le
confieran los ángeles
Todo a mi alcance es un
misterio
Lleno de telarañas
Y dolor
precordial
Porque verlos ahí sin
movimiento
Hiere más profundo
Que una férrea
ceguera
Pero no tengo más opción.
Que aferrarme
Al
henchido zumbar de las moscas
Que cruzan delante de
ellos
Con reverencia y júbilo.
Mientras mi corazón se
hace pedazos.