A mi padre en sus últimas horas…
Padre…
te saqué de Macondo
A
calmar la humillación y la impotencia
Que
roía tus huesos carcomidos
Y
hastiados de tantos salvoconductos
A
la hora de llevar a la mesa el grano
Tan
sólo porque vestiste con orgullo
Un
integro uniforme
Con
manos limpias y el corazón dispuesto
Mientras
las turbas del hombre nuevo
Rompían
las propiedades de tu alma
Entre
palabras crueles y gritos despiadados
Te
vi muchas veces
Llorar
junto al madero del tormento
Abrazarte
al desespero
Raspar
la tierra con tus dedos mutilados
Mientras
el rey espoleaba sus tropas a degüello
Contra
tus años de servicio y tus dignas medallas.
Padre…
Te saqué de Macondo
Y
te llevé a conquistar tus sueños vírgenes
A
ese lugar mágico
Donde
podrías echar a andar tus alas
Conocer
las ciudades que te fueron prohibidas
Disfrutar
de las enormes aguas que cruzan sobre el Nilo
La
tumba de Tutankamon
Las
góndolas y las torres egipcias
Que
vivían intocables dentro de tus anhelos
Y
así lleno de afanes fuiste palideciendo
Y
así lleno de quimeras te fuiste columpiando
Entre
inicuos gérmenes y accidentes vasculares
A
la vez que tus piernas se iban quedando nulas
De
nada me valió hacer planes
Suplicar
luz para tus ojos
O
la simple compañía de unos cuantos
Pero
todos a la hora más abatida
Olvidaron
tus grietas,
Tus
desvelos,
Tu
soledad y lejanía
Y
se aferraron
A
la falta de tiempo
Cuando
el tiempo es enorme
Si
lo multiplicamos
Pero
no tenías fortuna, ni nada que obsequiarles
A
esos filibusteros que solamente actúan
Cuando
el interés los mueve
Ahora
seguimos solos
Solos
y sin caudal
Cansados
de buscar calor humano
En
la desolación del crudo invierno.
Que
nieva sin cesar sobre la vida