(Capitulo de la novela testimonio El Imperio de la Sïmulación)
“No tengan miedo, ábranse al mundo y que el mundo se abra a ustedes”
Por: Adela Soto Álvarez
Por: Adela Soto Álvarez
Después del 59 Cuba se hundió en la in creencia. Muchos devotos pasaron al ateísmo, otros escondieron sus santos y libros religiosos, y por nada del mundo ponían al descubierto su credo. Unos pocos se mantuvieron fieles a Dios, pero fueron los menos, el resto se denominaba de la nueva era y se abrazaban orgullosos al Marxismo Leninismo sin más creencia que la materia.
Pero en los años 90 cuando la caída del muro de Berlín, el pueblo desesperado cayó en la más terrible de las confusiones, entonces comenzó a buscar la forma de rescatar la espiritualidad perdida.
Fue entonces cuando el gobierno aparentó una apertura religiosa y aprovechó una invitación que le hizo a Juan Carlos II. La gente no podía creer que fuera cierta la noticia que se comenzó a difundir por toda la isla, incluyendo en la prensa extranjera.
El pueblo en pleno se preguntaba, dudaba, creía, incluso hubo personas que aseguraban el cambio político y social sin darse cuenta que era una de las tantas estrategias montadas por el circo gubernamental para adquirir la confianza de una sociedad en declive.
Así entre preguntas sin respuestas, y sin poder entender cómo a tantos años de ateismo impuesto, y sanciones recibidas incluyendo cárceles y exilios por problemas religiosos fuera posible que la mayor autoridad eclesiástica fuera recibida en la isla con bombos y platillos.
Pero el tiempo demostró que eran ciertas las noticias que se propagaban como el polvo por sobre la ciudad embrujada y sometida al peor de los fracasos económicos y sociales.
De pronto despertamos con la foto del pontífice en todas las esquinas, viviendas, comercios, y no solamente la de éste, sino también junto al mandatario cubano.
Y de esta propaganda generalizada dentro y fuera de la isla, comenzó la construcción del templo en medio de una de las plazoletas más intocables de la historia de Castro, y seguida de esta la gran sorpresa del cuadro a escala gigante del Sagrado Corazón de Jesús, cubriendo todo el frente de uno de los edificios capitalinos de más de cuarenta plantas y escoltado por dos difuntos cubanos partes de la historia patria. Uno del siglo l8 y otro del siglo XX.
Muchas personas creyeron que soñaban, los más crédulos pensaban que estábamos en el fin, mientras los más fanáticos aseguraban que era un cambio de ideología para mejoras sociales y espirituales, lo cierto fue que el asunto llegó a ser uno de los más grandes acontecimientos de mi país.
Al fin llegó el día tan esperado, casi todo el pueblo se volcó a la Plaza de la Revolución en el municipio de Rancho Boyeros Ciudad de La Habana, creyendo ciegamente que aquel hombre que venía en su Móvil Papa era un enviado de la providencia divina e indudablemente a traer la paz a nuestra tierra y el consuelo a los afligidos.
La gente emocionada daba vivas al Papa, mientras las calles permanecían repletas de curiosos, devotos, ateos, y policías uniformados y sin uniformar.
Pero en los años 90 cuando la caída del muro de Berlín, el pueblo desesperado cayó en la más terrible de las confusiones, entonces comenzó a buscar la forma de rescatar la espiritualidad perdida.
Fue entonces cuando el gobierno aparentó una apertura religiosa y aprovechó una invitación que le hizo a Juan Carlos II. La gente no podía creer que fuera cierta la noticia que se comenzó a difundir por toda la isla, incluyendo en la prensa extranjera.
El pueblo en pleno se preguntaba, dudaba, creía, incluso hubo personas que aseguraban el cambio político y social sin darse cuenta que era una de las tantas estrategias montadas por el circo gubernamental para adquirir la confianza de una sociedad en declive.
Así entre preguntas sin respuestas, y sin poder entender cómo a tantos años de ateismo impuesto, y sanciones recibidas incluyendo cárceles y exilios por problemas religiosos fuera posible que la mayor autoridad eclesiástica fuera recibida en la isla con bombos y platillos.
Pero el tiempo demostró que eran ciertas las noticias que se propagaban como el polvo por sobre la ciudad embrujada y sometida al peor de los fracasos económicos y sociales.
De pronto despertamos con la foto del pontífice en todas las esquinas, viviendas, comercios, y no solamente la de éste, sino también junto al mandatario cubano.
Y de esta propaganda generalizada dentro y fuera de la isla, comenzó la construcción del templo en medio de una de las plazoletas más intocables de la historia de Castro, y seguida de esta la gran sorpresa del cuadro a escala gigante del Sagrado Corazón de Jesús, cubriendo todo el frente de uno de los edificios capitalinos de más de cuarenta plantas y escoltado por dos difuntos cubanos partes de la historia patria. Uno del siglo l8 y otro del siglo XX.
Muchas personas creyeron que soñaban, los más crédulos pensaban que estábamos en el fin, mientras los más fanáticos aseguraban que era un cambio de ideología para mejoras sociales y espirituales, lo cierto fue que el asunto llegó a ser uno de los más grandes acontecimientos de mi país.
Al fin llegó el día tan esperado, casi todo el pueblo se volcó a la Plaza de la Revolución en el municipio de Rancho Boyeros Ciudad de La Habana, creyendo ciegamente que aquel hombre que venía en su Móvil Papa era un enviado de la providencia divina e indudablemente a traer la paz a nuestra tierra y el consuelo a los afligidos.
La gente emocionada daba vivas al Papa, mientras las calles permanecían repletas de curiosos, devotos, ateos, y policías uniformados y sin uniformar.
Todo era cierto, allí estaba el Pontífice Juan Pablo II con su traje blanco bordado en oro, y su cofia sobre la frente limpia, envuelto en una santidad increíble, a la vez que su voz se confundía con el susurro de las homilías, y los cánticos celestiales de los coros formados por mujeres, hombres y niños, todos bajo el más sagrado de los goces espirituales y dirigidos por la mano de Dios.
También se escuchaba de forma muy organizada, al pueblo pidiendo audacia en pos de libertad. Mientras el Papa advertía que no tuvieran miedo, que el señor todopoderoso estaba con nosotros.
Durante cinco días el pueblo estuvo bajo la bendición Papal. Sus palabras tan necesarias eran como un manto suave que cubría todas las angustias, incluso se pensó que todo iba a ser diferente, pues nos iban a permitir la creencia religiosa, prohibida durante tantos años.
Estábamos atravesando un tiempo muy difícil, tiempo de confusión y búsqueda espiritual, los momentos eran decisivos y el país tenía que abrazarse a la fe para poder salvarse de la catástrofe económica y social que nos lanzaba sin compasión hacía el fondo del precipicio.
Todo resultaba divino, increíble, nunca antes visto. Se hizo como si fuera un país de creencia cristiana el rezo del Ángelus, se entonaron cánticos y las santas misas llenaron hasta los más vacíos corazones.
La gente se veía feliz, complacida, esperanzada, todos oraban y sin miedo pedían la paz para el pueblo, y el final de la hambruna.
Por supuesto que durante todo este tiempo la represión se vistió de oveja caritativa y bondadosa, y todo parecía permanecer en constante tranquilidad, incluso muchos pensaron que la visita del Papa cambiaría la forma de pensar del jefe del país, y al fin se iba a permitir la libertad de expresión, de credo, y religión.
Se escuchaban alabanzas, peticiones de libertad para los presos, unión entre los pueblos del mundo, mientras el santísimo padre promovía en cada hombre los valores más genuinos y rogaba por la prosperidad del espíritu y nos pedía en cada misa que no tuviéramos miedo.
No sé sí fue cosa de ángeles, de Dios o de la casualidad, pero hasta el cielo dejó caer sus gotas de lluvia fina y constante, que parecían lágrimas celestiales ante su despedida.
Los hombres lloraban y nadie quería que aquel momento pasara, todos necesitábamos que el Papa se quedara allí bendiciéndonos el mal tiempo.
Pero como lo que comienza termina, el sortilegio pasó y como una ráfaga de vientos infaustos sin llegar el Santísimo al aeropuerto José Martí ya una mole de ninjas del olimpo gubernamental destruían en menos de cinco minutos la imagen de Jesucristo, el templo y todo lo que diera fe de qué en aquel lugar había permanecido por cinco días algún ápice de espiritualidad cristiana, y mucho menos de misas públicas, y a las ocho de la noche del mismo día regresó la desolación a aquel terreno de la habana, y ni el cielo, ni la tierra pudieron dar fe de que en aquel lugar había estado santificado por la máxima autoridad eclesiástica.
No había llegado el Papa al aeropuerto la persecución abrió sus fauces hambrientas y comenzó a cazar sus víctimas. En La Habana hubo una detención masiva de más de 16 opositores pacíficos, 6 periodistas fueron encarcelados por más de 5 horas y decomisados los casetes que habían grabado con la actividad religiosa.
Un señor que asistió con una estatua de la Caridad del Cobre a la última misa de despedida, fue interceptado por dos patrulleros y le quitaron a patadas la esfinge de la santa patrona.
Se formó una pelotera de acosos y persecución que muchos esa misma noche tuvieron que dormir fuera de sus viviendas por temor a ser apresados.
Aunque mientras esto ocurría dentro de la sociedad civil organizada, la fe en algunos permanecía, creyendo fielmente que las palabras del enviado celestial más tarde o temprano tocarían la voluntad del gobierno y a otros países del mundo.
Pero todo fue en vano, las palabras de abrirse al mundo se cumplieron, pero las de abrirse a los cubanos se olvidaron, y mi país continúo sin futuro, mientras el gobierno ganaba en difusión mundial, y en propaganda, afirmando que en Cuba no pasaba nada y que en la isla nunca se había prohibido la creencia religiosa. Todo eran chismes del enemigo.
Y aunque de forma maleficia se usó la visita del Sumo Pontífice para dar una imagen de tranquilidad y normalidad ciudadana, sobre todo ante los países de Europa, lo que no sabía el jefe de la isla y sus compinches era, que en cada rincón estaba el ojo acechante de la verdad, y esta se disparó en su momento haciéndole justicia a las nefastas intenciones.
Nada nos importó, ni siquiera las manipulaciones que trataron de hacer e hicieron, porque el mensaje del padre llegó a quienes tenía que llegar.
Llegó al hombre del pueblo, al que solamente tiene dos manos para su sustento, al que cumple largas condenas por luchar incansablemente por la democracia que les usurpan, ya muchos hombre y mujeres que comenzaron a reflexionar con mayor entereza, y a aquellos que a pesar de la persecución siempre conservaron la fe y hacen todo lo posible porque Cuba se abra a los cubanos.
También se escuchaba de forma muy organizada, al pueblo pidiendo audacia en pos de libertad. Mientras el Papa advertía que no tuvieran miedo, que el señor todopoderoso estaba con nosotros.
Durante cinco días el pueblo estuvo bajo la bendición Papal. Sus palabras tan necesarias eran como un manto suave que cubría todas las angustias, incluso se pensó que todo iba a ser diferente, pues nos iban a permitir la creencia religiosa, prohibida durante tantos años.
Estábamos atravesando un tiempo muy difícil, tiempo de confusión y búsqueda espiritual, los momentos eran decisivos y el país tenía que abrazarse a la fe para poder salvarse de la catástrofe económica y social que nos lanzaba sin compasión hacía el fondo del precipicio.
Todo resultaba divino, increíble, nunca antes visto. Se hizo como si fuera un país de creencia cristiana el rezo del Ángelus, se entonaron cánticos y las santas misas llenaron hasta los más vacíos corazones.
La gente se veía feliz, complacida, esperanzada, todos oraban y sin miedo pedían la paz para el pueblo, y el final de la hambruna.
Por supuesto que durante todo este tiempo la represión se vistió de oveja caritativa y bondadosa, y todo parecía permanecer en constante tranquilidad, incluso muchos pensaron que la visita del Papa cambiaría la forma de pensar del jefe del país, y al fin se iba a permitir la libertad de expresión, de credo, y religión.
Se escuchaban alabanzas, peticiones de libertad para los presos, unión entre los pueblos del mundo, mientras el santísimo padre promovía en cada hombre los valores más genuinos y rogaba por la prosperidad del espíritu y nos pedía en cada misa que no tuviéramos miedo.
No sé sí fue cosa de ángeles, de Dios o de la casualidad, pero hasta el cielo dejó caer sus gotas de lluvia fina y constante, que parecían lágrimas celestiales ante su despedida.
Los hombres lloraban y nadie quería que aquel momento pasara, todos necesitábamos que el Papa se quedara allí bendiciéndonos el mal tiempo.
Pero como lo que comienza termina, el sortilegio pasó y como una ráfaga de vientos infaustos sin llegar el Santísimo al aeropuerto José Martí ya una mole de ninjas del olimpo gubernamental destruían en menos de cinco minutos la imagen de Jesucristo, el templo y todo lo que diera fe de qué en aquel lugar había permanecido por cinco días algún ápice de espiritualidad cristiana, y mucho menos de misas públicas, y a las ocho de la noche del mismo día regresó la desolación a aquel terreno de la habana, y ni el cielo, ni la tierra pudieron dar fe de que en aquel lugar había estado santificado por la máxima autoridad eclesiástica.
No había llegado el Papa al aeropuerto la persecución abrió sus fauces hambrientas y comenzó a cazar sus víctimas. En La Habana hubo una detención masiva de más de 16 opositores pacíficos, 6 periodistas fueron encarcelados por más de 5 horas y decomisados los casetes que habían grabado con la actividad religiosa.
Un señor que asistió con una estatua de la Caridad del Cobre a la última misa de despedida, fue interceptado por dos patrulleros y le quitaron a patadas la esfinge de la santa patrona.
Se formó una pelotera de acosos y persecución que muchos esa misma noche tuvieron que dormir fuera de sus viviendas por temor a ser apresados.
Aunque mientras esto ocurría dentro de la sociedad civil organizada, la fe en algunos permanecía, creyendo fielmente que las palabras del enviado celestial más tarde o temprano tocarían la voluntad del gobierno y a otros países del mundo.
Pero todo fue en vano, las palabras de abrirse al mundo se cumplieron, pero las de abrirse a los cubanos se olvidaron, y mi país continúo sin futuro, mientras el gobierno ganaba en difusión mundial, y en propaganda, afirmando que en Cuba no pasaba nada y que en la isla nunca se había prohibido la creencia religiosa. Todo eran chismes del enemigo.
Y aunque de forma maleficia se usó la visita del Sumo Pontífice para dar una imagen de tranquilidad y normalidad ciudadana, sobre todo ante los países de Europa, lo que no sabía el jefe de la isla y sus compinches era, que en cada rincón estaba el ojo acechante de la verdad, y esta se disparó en su momento haciéndole justicia a las nefastas intenciones.
Nada nos importó, ni siquiera las manipulaciones que trataron de hacer e hicieron, porque el mensaje del padre llegó a quienes tenía que llegar.
Llegó al hombre del pueblo, al que solamente tiene dos manos para su sustento, al que cumple largas condenas por luchar incansablemente por la democracia que les usurpan, ya muchos hombre y mujeres que comenzaron a reflexionar con mayor entereza, y a aquellos que a pesar de la persecución siempre conservaron la fe y hacen todo lo posible porque Cuba se abra a los cubanos.