Sin poder recuperarme del golpe estuve por más de quince días, pero, tenía que reponerme rápido y continuar con la vida, no me quedaba otro remedio.
Entonces traté de refugiarme en Ramón el mejor amigo de Miguel, nos llevábamos muy bien y teníamos muchas cosas en común, al igual que Olguita que aunque era un poco introvertida y nunca se sabía de qué lado estaba, era mujer y podía ayudarme a pensar.
Después supe que de nada me servirían sus consejos pues el ladino jefe con la mayor de las astucias y aberraciones comenzó su plan de asedio, tratando de babearme como una serpiente venenosa, con gestos caritativos y comprensiones nunca sentidas, a la vez que me brindaba toda la ayuda que necesitará.
Como es de suponerse jamás le acepté nada, pero él no dejó de insistir, era demasiado orgulloso para soportar mi constante desprecio, y ante mis negativas preparó un nuevo plan captura, pero está vez mucho más macabro, sin límites, ni escrúpulos.
Lo primero que hizo fue cargarme de trabajo incoherente .Me hacía repetir cuartillas tras cuartillas, que después veía en el cesto de los papeles. Otras veces me encomendaba trabajos por jornadas enteras a cualquier hora del día o la noche. Cuando menos lo esperaba me ordenaba revisar panfletos y libros sin ningún fin, todo esto para después desenmascarar su verdadero objetivo.
El reloj seguía parcializado con el jefe, y yo agotada, extenuada, al borde del precipicio
Las ojeras me llegaban a la cintura, dentro de una demacración muy marcada. A penas comía, y el miedo haciendo todo el tiempo blanco en mi psiquis.
De Miguel nada sabía, ni una carta, ni un recado, ni una paloma mensajera que me trajera algo de él, y el Simio disfrutando mis desgracias.
Ni un sólo momento me dejaba en paz divirtiéndose con la tortura psicológica a que me había sometido, y pensando que ante la incertidumbre y la soledad iba a ceder, por eso mi rebeldía lo ponía mucho más agresivo, hasta llegar a hacerme la vida imposible.
Me marcaba el tiempo de almuerzo y si me pasaba de un minuto me lo sacaba en cara delante de todos. Si iba al servicio sanitario más de dos veces, decía que lo hacía para no trabajar. Se metía si hablaba con cualquier que fuera mujer u hombre, estaba al tanto hasta de mis menstruaciones, qué día me tocaba, si estaba próxima, en fin me comenzó a volver loca.
Las noches en aquel lugar para mí eran interminables. Contaba las estrellas una a una para poder dormir, pero nada, Morfeo también se alió al jefe y nunca dejó que el sueño me llegara en tiempo y forma.
Trataba de pensar en el regreso de Miguel, y yo resucitando entre sus brazos. Imaginaba sentir sus manos tibias como un bálsamo divino posándose en mi atribulada cabeza, en mi frente, calmando con su presencia el injurioso tiempo que me había tocado vivir sin él.
Otras veces lo apresaba entre mis recuerdos para poder llenarme de fuerzas y poder resistir las aguas envenenadas que bañaban mi silencio. Su voz me llegaba desde la distancia como un amuleto que me permitía estar viva. Me pasaba hora y horas hablando con mi amado a solas conmigo, y le contaba mis penas aún sabiendo que no podía escucharme. Pero necesitaba desahogarme con alguien, me sentía muy mal, muy descompensada, muy sola.
La sicopatía morbosa del Simio me ponía los pelos de punta cada vez que pensaba que al otro día tenía que regresar a la oficina a soportarlo un día más.
Tal vez estaba loco y nadie lo sabía, quizás era un aberrado sexual oculto tras el uniforme
y los grados militares, y como era oficial de primera línea, nadie reparaba en esas deformaciones de su personalidad , pero de lo que sí estaba segura era de qué detrás de su mirada aparentemente tranquila escondía un destello de maldad, que aunque indescifrable existía.
Quería huir, pero a dónde, quería convertirme en viento, sal, arena, desaparecer de su mirada y mando, pero la realidad volvía con sus fuertes puños a golpearme una y otra vez.
Muchas veces me sentí entre dos muros sangrando sin amigos, perdida en un pedazo de tierra desgarrada.
Allí hasta la luna era distinta. Todo se me antojaba una enorme hoguera entre viejos rones, inconformidad, y cuerpos tan crudos que no dejaban de gemirle los huesos.
Por eso a cada rato iba a refugiarme entre el grupo de supuestos ateos, los que abrazaban el fusil y llevaban el crucifijo y la esfinge de la santa sumergida en lo más profundo de sus bolsillos.
Con estas personas era con los únicos que se podía estar cerca, por lo menos no criticaban, solamente reflexionaban lo asfixiante del mundo real, y se metían en su idealismo superior, inventariado todo el acontecer y haciendo lo posible por sacarme del pecho lo que imaginaban pero nunca supieron.
Muy pocos sabían de este grupo, porque ellos se ocultaban hasta de su propia sombra para rezar todas las noches, el ave maría que les calmara el miedo, y pedirle a dios el fin de la guerra.
Una tarde cuando terminé la jornada laboral y con muchos deseos de morir pensé que era mejor hablar con alguien de lo que me estaba pasando para que me ayudara, entonces con mucha vergüenza busqué a Ramón, y se lo conté todo.
Ramón no me podía creer, hasta que le di detalles, entonces indignado aferró los puños contra la pared y lloramos los dos de ira e impotencia.
-¡Es para matarlo!, me aseguró, pero no te preocupes, le llegará su hora, y te juró que seré implacable.
Después de algunas reflexiones comprendimos el por qué trasladaron a Miguel, entonces Ramón me pidió toda la paciencia posible a la vez que ponía todo su esfuerzo en consolarme.
De esta forma me hizo prometerle ser muy juiciosa y obediente con sus planes, pues lo iba a pensar todo con mucho cuidado para no fallar, porque el tipo era peligroso por su jerarquía militar, pero me juraba desenmascararlo a cualquier precio.
Acepté su posible ayuda, aunque estaba segura le sería muy difícil, enfrentarse a Goliat en la vida real era como un sueño fabuloso, y nosotros éramos menos que David. David era una leyenda Bíblica utilizada como enseñanza para demostrarles a los hombres que el valor se antepone a la fuerza.
Pero esta leyenda llevada a la realidad humana, y a la de nuestros días y frente a la fuerza y el poder imperante, era imposible de aplicar.
Estábamos en tierra prohibida, a miles de kilómetros de nuestro Imperio, en medio de la Jungla, donde nuestros derechos no existían y sobre todo bajo las órdenes de aquel individuo, que era toda la indolencia y nosotros indiferentes soldaditos de plomo, pequeños puntos delante de la justicia.
Ramón se pasó horas explicándome como actuar y por ese tiempo el temor se alejo un poco, después la verdad volvió a dispararse con sus fuertes ráfagas y impulsándome a revelarme, pero él con su forma de ser tan especial comenzaba desde el principio, y así con mucha paciencia aconsejándome y volviéndome a aconsejar nos cogía la media noche.
Un buen día por cierto domingo, acudí al lugar donde llegaba la correspondencia en busca de alguna carta de Miguel, o de mi familia, pero como siempre nada para mí, nunca llegaba nada y esto me estaba preocupando mucho.
Pensé preguntarle al correo que dormía en el mismo piso, pero cuando me disponía a hacerlo el Jefe me detuvo invitándome a su habitación.
Apresuré el paso lo más que pude y él me siguió por todo el pasillo hasta que me dio alcance. Entonces me tomó por los hombros y me apretó contra él y la pared del pasillo, que por desgracia para mí, en ese momento se encontraba desierto.
Los ojos le brillaban más que de costumbre y pude observar en ellos toda la lujuria de un barco ebrio. Tuve mucho miedo, y lo seguí obligada por la fuerza. Su tosca mano no dejó de apretarme fuertemente por el brazo derecho, acompañado de las peores ofensas y vejámenes recibidos en mi corta edad.
Su crudeza era tanta y su falta de humanidad y delicadeza que traté de hacer resistencia escupiéndole el rostro, pero nada, no me soltaba , al contrario se mostraba mucho más enfurecido, y a empujones me entró por la puerta de la habitación lanzándome sobre la cama y cerrando tras de mi la puerta con llave.
Cuando me vi sobre la cama y con la puerta cerrada, pensé morir de terror, entonces comencé a dar gritos y a pedir auxilio, pero él con toda su fuerza me tapó la boca con una de sus gruesas y torpes manos, mientras con la otra me apuntaba con la pistola.
El forcejeo duró unos minutos, porque yo perdí la fuerza corporal de tantos empellones, además le cogí mucho miedo a la pistola, mi corta edad y mi endeble cuerpo estaban en mi contra. Sin consuelo comprendí que estaba sola e indefensa delante de aquel hombre.
Aún así traté de hacer algo sin muchas esperanzas, y mirándolo fijamente lo abofetee varias veces escupiéndole nuevamente el rostro, él se puso colérico, pero disimuló lo suficiente, después se puso de pie aparentando la mayor tranquilidad, se limpió con el pañuelo mi saliva, meditó de espaldas hacía mi unos segundos, y acercándose lentamente,me rastrilló la pistola en las sienes a la vez que me decía como un demente
- Eres mía o te mato, y después digo que viniste aquí a hacerme un atentado…y a quién crees que le van a creer a ti o a mí?-
Su voz estaba totalmente descompuesta, estaba segura que lo haría sin escrúpulos, y sin dejar de mirarme a los ojos me repitió.
- Te mato y nada pasa…ustedes las mujeres no saben hacer las cosas, parece mentira que no te dejes hacer el amor, debías estar orgullosa de que me fije en ti , no has visto la cantidad de estrellas que tengo sobre el hombro?
Al escuchar aquellas palabras el asco me aumentó, entonces esperando que me disparara le grité, que ni la muerte me haría entregarme a un ser tan mezquino como él, a la vez que le preguntaba, quién le había dicho que a mi me interesaban las estrellas, que lo mismo me daba que tuviera una constelación como ninguna.
Los fuertes golpes en la puerta detuvieron la discusión, tal vez evitaron mi muerte. Ramón había sentido mis gritos…dijo, que por casualidad, pero estaba segura que nos siguió y sin saber qué hacer se aprovechó de una llamada telefónica que le traía el oficial de guardia al jefe y se brindó para hacerle llegar el recado y así poder hacer algo por mí.
Mi amigo Ramón increíblemente logró su propósito, pues al tocar en la puerta del jefe con tanta fuerza detuvo la escena y el intento de violación.
Continuará…